– ¿Brooke? ¿Eres tú? ¡Brooke!

– Fitz, lo siento. No he querido…

Pero a él no le interesaban sus disculpas.

– ¿Qué te crees que estás haciendo, llamando aquí cuando Lucy puede contestar al teléfono?

– Debería estar ya en la cama.

– ¿Un consejo maternal? ¿De ti?

– No… Lo siento. Mira, tenía que llamar. Tenía que decirte…

– ¿Qué? ¿Decirme qué? después de lo que acabas de hacer, lo único que estoy dispuesto a oír es que irás a verla el viernes.

Ella permaneció un momento en silencio, maldiciendo a su hermana por ponerla en una situación así. -¿Y bien? -insistió él-. ¿Qué le voy a decir a Lucy?

De repente se le ocurrió que bien podía tomar el papel de su hermana para hacer feliz a esa niña, al fin y al cabo, sólo iba a ser una tarde. Total, Fitz y ella ya creían que lo era…

– Sí -dijo sin pensar-. Dile que iré. Pero necesito que me digas dónde es.

– Yo te recogeré.

– No. No lo hagas.

Una tarde pretendiendo ser su hermana para que una niña fuera feliz ya iba a ser suficientemente difícil; pero un par de horas en un coche con James Fitzpatrick sería algo imposible.

– No es problema.

Entonces se dio cuenta de por qué él se estaba ofreciendo.

– No tienes que preocuparte de que desilusione a Lucy.

– ¿No? ¿Tienes una pluma?

– ¿Qué?

– Que si tienes una pluma. Para tomar nota.

– Oh, sí. Espera.

Luego tomó papel y pluma y añadió:

– Ya está.

Él le dio las indicaciones necesarias y luego la sorprendió diciendo:

– Iré a por Lucy para que se despida de ti.

Un momento después, la niña le dijo:

– ¿Mamá? ¿De verdad que vas a venir el viernes? ¿Se lo puedo decir a la señorita Graham? ¿Y a Josie? Aún atontada por el giro que había tomado la situación, Brooke respiró profundamente y le dijo:

– Allí estaré, Lucy, y se lo puedes decir a quien quieras. Buenas noches, querida, que duermas bien.

Cuando colgó, pensó en lo que acababa de prometer, ¿cómo iba a poder hacerlo?

Capítulo 3

De exploradora elegante. Eso era más fácil de decir que de hacer, pensó Bron a la mañana siguiente mientras repasaba lo poco que tenía de guardarropa. No era necesario ser un crítico de moda para ver que ese guardarropa carecía de toda elegancia. Toda su vida había estado falta de la elegancia que parecía ser la segunda naturaleza de Brooke.

Tomó la foto de su hermana que tenía de uno de los premios que había recibido. El peinado la hacía parecer una niña traviesa, una impresión que acentuaba el vestido que llevaba. O que casi llevaba. Un vestido que mostraba su piel bronceada, a la perfección y que le llegaba casi treinta centímetros por encima de las rodillas y mostraba igual de perfectamente toda la extensión de sus piernas. No mucha ropa para lo que debía haber costado… pero que, efectivamente, servía a su propósito.

Bueno, tal vez ya era hora de ver lo que era ser su hermana.

Primero el cabello, entonces. Y las uñas. Llamó al peluquero de su hermana para ver si podía atender a la señorita Lawrence esa mañana. Se mostraron ansiosos por atenderla y, cuando llegó, fue tratada con semejantes atenciones que le habría divertido si estuviera de humor. No les dijo que era Brooke, sólo lo dieron por hecho. ¿De verdad que se parecía tanto a su hermana?

Poco después, se vio transformada en su hermana delante de sus propios ojos. Pero el parecido debía existir desde siempre, era sólo que la gente las veía de distinta manera.

Los del salón de belleza esperaban a Brooke y nunca consideraron que pudiera ser alguna otra. Fitz se había esperado ver a Brooke y fue a ella a quien vio. De repente se le ocurrió que nadie dudaría de ella, que si contenía los nervios, todo sería fácil. Lo único que necesitaba ahora era algún vestido de su hermana.

Dejó el salón y tomó un taxi, dándole la dirección del piso de su hermana.

El taxista le pidió un autógrafo para su hija y ella lo hizo gustosa. ¿Era eso un fraude? No, ya que no lo estaba haciendo por dinero y la sonrisa del taxista le tranquilizó la conciencia.

Diez minutos más tarde, mientras rebuscaba en el montón de hermosos vestidos de su hermana, pensó que Brooke, para ser una mujer que se pasaba la mitad del año filmando en sitios donde las ropas raramente eran algo más que una tira de tela y algunos adornos, Brooke no andaba falta de ellas. Tenía de lo mejor y más caro.

Pensó que debería ponerse algo con lo que hubiera aparecido en la prensa o la televisión.

A pesar de que todo el mundo la había confundido hasta el momento, sabía que bastaría con que alguien se diera cuenta del engaño para que se viera perdida.

Pero eso no podía suceder. Por Lucy no podía permitir que sucediera. Claro que podía decirle a la niña que tenía una tía y que esa tía estaría con ella cuando ella no pudiera. Luego le escribiría como su tía Bronte y, al cabo de unos meses, con un cambio de peinado y sus ropas normales, volvería a verla como ella misma.

Entonces encontró el vestido que James Fitzpatrick le había pedido. Un traje de safari color caqui claro, con la chaqueta con muchos bolsillos amplios y pantalones estilo militar. Con ese vestido, un pañuelo azul de seda y unas botas de desierto, Brooke estaría increíblemente elegante y sexy. Pero así era Brooke, prestaba su elegancia a los vestidos, no al revés.

Luego eligió un par más y lo metió todo en una de las maletas de su hermana, junto con las botas de desierto y unas sandalias.

Además se llevó un reloj Gucci de acero inoxidable y un collar de ámbar que solía ponerse, además de un frasco del muy caro perfume que usaba.

Fitz le había dicho a Lucy que guardara en secreto la visita de su madre, le explicó que Brooke se enfadaría si los periódicos descubrían que iba a ir al colegio. No le había gustado hacerlo, pero si se anunciaba su llegada todo podría irse al traste. Aún así, el viernes, la excitación de la niña era muy evidente y fue casi un alivio cuando la dejó en el colegio.

Claire Graham estaba, como siempre, esperando a que todos los alumnos estuvieran dentro y se acercó a hablar con él.

– Fitz -le dijo sonriendo.

– Claire -dijo él señalando a su hija con un gesto de la cabeza-. ¿Cómo está ella?

– Sigue rompiendo cosas.

– Oh, vaya…

– No te preocupes. No ha habido ningún daño serio. Me alegro de verla feliz. Parece que sus historias han cesado también. ¿Has hablado con ella?

– Hemos hablado, sí.

Ella asintió.

– Muy bien. ¿Vas a venir esta tarde? Será divertido.

– ¿Quieres que me traiga una cámara de vídeo para grabarlo para la posteridad?

– ¿Lo harías?

Como si no lo hubiera hecho siempre.

– No te preocupes, aquí estaré.

El viernes por la mañana, Bron se levantó temprano y se probó los vestidos de su hermana. Ya lo había hecho el día anterior, y se había decidido por uno verde con las sandalias. Casi.

Se había pasado toda la noche con pesadillas en las que había enormes cantidades de café, mayonesa y ketchup. No había pensado comer nada, ya que estaría demasiado nerviosa para ello. Pero aún así, sabía que, por mucho cuidado que tuviera, algo le iba a pasar al vestido que se pusiera y, si no se podía lavar con facilidad, iba a ser un desastre. Y las sandalias no estaban hechas para andar por el césped. Podía romper un tacón. O ella romperse un tobillo y terminar en el hospital, donde descubrirían que no era Brooke.

Rechazó definitivamente el vestido verde.

Otro de los vestidos, con pantalón y un jersey de seda no estaba mal, incluso era algo que podía ser suyo, pero ése era el problema, lo podía llevar cualquiera y tenía que parecerse a su hermana todo lo que pudiera.

Así que se decidió por el vestido de safari que, a pesar de lo caro de la marca, sugería como si estuviera a punto de salir para cualquier selva del mundo.

Se dejó la chaqueta abierta, revelando un top de seda color dorado, se puso el reloj Gucci y, en vez de pañuelo, se puso el collar de ámbar. Luego se puso un poco del perfume de su hermana, que era mucho más agradable que el repelente para mosquitos.

Sonó el timbre de la puerta y miró su reloj. El de Brooke. La verdad era que nunca había visto el sentido a un reloj sin números, sobre todo a uno cuadrado, dado que cualquier intento de dar la hora con precisión era una tontería. Debía ser el taxi que había llamado.

Pero no lo era. Era James Fitzpatrick. Un James Fitzpatrick que no podía estar más atractivo con una camisa de cuello abierto color azul marino y unas finas rayas blancas y unos vaqueros gastados que parecían haberle sido moldeados encima.

La miró y ella se sintió como acariciada por un pañuelo de seda. Por todo el cuerpo.

Entonces se dio cuenta de por qué él estaba allí y la ira se apoderó de ella.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó.

– Pasaba…

– De eso nada.

Él estaba tratando de no reírse, lo que la irritó más todavía.

– He tenido una buena idea.

– Has pensado que iba a decepcionar a Lucy. Que no iba a ir.

– Digamos que he decidido asegurarme de que lo hagas.

¿Por qué le dolió tanto eso? Él se creía que era Brooke y, si todo lo que él había dicho cuando hablaron era cierto, tenía todo el derecho a ser cauto.

– Se lo prometí. Y yo nunca rompería una promesa a una niña.

– ¿No? Bueno, ¿estás lista?

– Estoy lista para mi taxi.

– No necesitas un taxi, estoy aquí.

– Preferiría ir en tren.

Él sonrió cínicamente.

– Ni tu puedes haber cambiado tanto, Brooke.

Nunca se creería cuánto había cambiado.

– Pues mira -le dijo ella cuando el taxi se detuvo delante de la puerta. Fue a cerrar la puerta, pero cuando lo hubo hecho, él ya le había pagado al taxista y el hombre se estaba marchando.

Empezó a gritar, pero el coche desapareció. Miró entonces a Fitz, que le estaba abriendo la puerta del jardín con una mirada de satisfacción.

– No me estás escuchando, Fitz. Te he dicho que no necesito que me lleves.

– No es necesario que nos peleemos por esto, Brooke. Yo ya estoy aquí.

A Bron le pareció que no tenía otra opción. Había estado preguntándose por qué Brooke se habría apartado de un hombre tan deseable, pero, de repente, lo supo. Dos personas tan acostumbradas a salirse con la suya sólo podía significar una cosa: Problemas.

Detrás de ella, el llamador de la puerta cayó al suelo.

Fitz miró fascinado como ella lo tomaba y lo escondía detrás de unas flores. Eso era exactamente lo que hubiera hecho Lucy. Pero era curioso, no recordaba que Brooke fuera de la clase de chica a la que las cosas se le rompieran en las manos. Sólo él.

– ¿Te sucede eso a menudo? -le preguntó.

– Ya lo arreglaré más tarde.

¿Arreglarlo? ¿Estaba de broma?

– ¿Con un destornillador?

Ella lo miró, furiosa.

– No, con la lima de uñas.

Fitz no pudo evitar sonreír. Esos enfados rápidos no habían cambiado en ella. -Sólo preguntaba. ¿Nos vamos ya?

Una vez dentro del coche, él le dijo:

– La verdad es que te has vestido para el papel.

Las amigas de Lucy se iban a quedar impresionadas.

Bron pensó que Brooke siempre había preferido a los hombres a los que pudiera controlar. Ese hombre que tenía al lado podía haber cambiado al cabo de ocho años, pero algo en él sugería que Fitz había sido el que lo controlaba todo desde que la primera mujer se asomó sobre su cuna.

Fue a ponerse el cinturón de seguridad, pero como de costumbre, fue todo dedos. Los nervios le estaban jugando una mala pasada.

Fitz se lo abrochó y ella le dijo:

– Parece que estoy un poco nerviosa.

– Entonces va a ser una tarde de lo más excitante.

– ¿Y eso?

– Me sorprendería que Lucy haya pasado la mañana sin causar alguna clase de desastre.

Luego permanecieron en silencio hasta que, veinte minutos más tarde, Fitz le dijo:

– No he venido a buscarte porque pensara que te fueras a echar para atrás. No después de que hablaras con ella. Ni tú puedes ser tan cruel.

– Gracias -dijo ella reconociendo su sarcasmo-. ¿Por qué has venido entonces?

– Pensé que ésta sería una buena oportunidad para explicarte algunas reglas sobre lo de hoy.

– ¿Sí?

– No quiero que entres en la vida de Lucy y lo compliques todo más allá de ir a su colegio. Lucy se ha convencido a sí misma que lo único que quiere es una visita, mostrarte a sus amigas, demostrarles que no les ha mentido.

– ¿Pero tú no estás seguro?

La verdad era que ella tampoco lo estaba, pero tenía un as en la manga. Pudiera ser que a Brooke no le apeteciera nada ser madre, pero Lucy tenía una tía que no podía esperar a conocer a su inesperada sobrina. Una tía que la querría y que haría todo lo que fuera necesario para suavizar su desencanto.