Fitz la miró.

– Eso es lo que cree que quiere, pero no creo que ahora quiera dejarte ir. Vas a tener que ser firme. Hoy vienes al colegio porque ella te lo ha pedido, pero las razones por las que me la dejaste a mí siguen siendo válidas. Tú tienes un trabajo muy serio que hacer, apenas vas a estar en casa y sabes que es mejor que se quede conmigo -le dijo él como si lo habría estado repasando, cosa que, probablemente, hubiera estado haciendo.

Bron se dio cuenta de la firmeza de su voz, pero también de otra cosa. James Fitzpatrick tenía miedo de estar a punto de perder a la niña a la que amaba, la niña a la que había criado, por una mujer que se había transformado en el ídolo de toda esa generación. Él podía ser grande y fuerte, pero bajo esa fachada de control sabía lo fácilmente que Lucy se podía dejar influenciar por su madre.

Bron miró a Fitz. Su indudable atractivo sexual podía haberle afectado, su falta de confianza la había hecho enfadar, pero ese destello de vulnerabilidad estaba llegándole al corazón.

Pero ella conocía a Brooke y su hermana lo haría agitarse un poco antes de soltarlo del anzuelo. Disfrutaba demasiado de esa clase de poder como para evitarlo. Y, por ese día, sólo por ese día, ella tenía que ser Brooke.

– ¿Tienes miedo, Fitz?

La sugerencia de un reto en su voz hizo que él la mirara fijamente por un momento y luego volvió a mirar a la carretera.

– No juegues, Brooke. No con Lucy. Ella no es un juguete que puedas tomar cuando te venga bien para abandonar de nuevo cuando la novedad haya pasado. Hace ya tiempo que elegiste. Los dos lo hicimos. Si tienes remordimientos vas a tener que vivir con ellos.

¿Tendría remordimientos Brooke? ¿Pensaría alguna vez en la niña de la que se había separado? ¿Cómo podía no pensar en ella?

– Tal vez Lucy tenga otras ideas.

– Estoy seguro de que las tendrá. Estoy seguro de que tú eres la madre soñada de cualquier niña. ¿O debo decir pesadilla? Confío en que le digas que estás demasiado ocupada para cualquier cosa que no sea esta visita. Estoy seguro de que hay por lo menos una docena de bichos en peligro de extinción en tu lista ahora mismo y, créeme, ellos te necesitan más que Lucy.

– ¿Es eso cierto? -dijo ella irritada-. ¿Podré mandarle una postal en navidades?

– ¿Por qué ibas a querer hacerlo? No te has acordado de sus cumpleaños ni de las navidades en ocho años. No empieces algo que no pretendas continuar. No puedo permitir que aparezcas cada cinco minutos molestándola, Brooke, jugando a ser madre.

– Si ése es el caso, Fitz, ¿por qué has venido? ¿No habría sido más fácil dejarlo todo como estaba?

– Ya era demasiado tarde para eso. Ella encontró su certificado de nacimiento y las fotos.

– Eso fue muy descuidado por tu parte.

– Mucho. Y éste es mi castigo por ello. Hoy vas a hacer de mi hija una niña muy feliz y luego, a las cuatro, te llevaré a la estación y te pondré en el tren de vuelta a tu casa.

– ¿Quieres decir que, ni siquiera estoy invitada a tomar el té?

– Estás invitada. Pero también demasiado ocupada para aceptar. Una mujer tan importante como tú debe tener docenas de cosas más interesantes que hacer. Contratos que firmar, entrevistas y demás.

– ¿No le parecerá mal a Lucy?

A él se le removieron las entrañas al pensar en lo que podía sentir Lucy. No iba a llorar ni nada parecido, pero él sentiría su dolor como algo propio y, estaba seguro de que, esta vez, en su interior, ella lo culparía a él.

– Por supuesto que le parecerá mal.

– Ya veo.

– Espero que así sea, Brooke, porque no quiero que te muestres demasiado amable y maternal con ella.

Eso lo dijo Fitz sin saber por qué se preocupaba. Con toda esa gente a su alrededor, Brooke se comportaría como la protagonista de siempre.

– ¿Perdón?

– Sólo sigue tu papel de salvadora de la Tierra. Es lo que haces mejor. Puedes sonreír y ganarte a todo el que se te ponga por delante, cuantos más, mejor. De esa forma, Lucy sabrá que eres propiedad del público primero y su madre mucho después.

– Quieres que la trate como a otra admiradora más, ¿no?

Eso lo dijo de tal manera que, por un momento, Fitz se preguntó si no la habría juzgado mal.

Pero paró en seco ese pensamiento.

– Bueno, eso es todo lo que ella es para ti, Brooke. Sé sincera. Puedes actuar en tu papel de madre devota todo lo que quieras para tu público esta tarde, pero no tienes que hacerlo conmigo, te conozco demasiado bien. Esto es sólo una demostración más de tu ego para ti, ¿no?

Capítulo 4

¿Conocerla? ¿James Fitzpatrick se creía que la conocía? Bronte estuvo a punto de echarse a reír por primera vez desde hacía semanas. Seguramente sería la histeria.

Estaba sentada a su lado con la ropa de su hermana, sus joyas y su perfume, además de con su nombre. El incluso la había besado y no había sospechado nada. Eso era todo lo bien que conocía a Brooke.

– ¿Sincera? -repitió ella sin entender lo que le quería decir.

– Sí, sincera, maldita sea. Tú nunca quisiste a Lucy, me la diste a mí y te marchaste sin mirar atrás. Y, dado que estamos siendo sinceros, ¿por qué no me cuentas por qué estás haciendo esto, por qué te estás molestando?

¿Cómo era posible que él no viera las diferencias que había entre Brooke y ella a pesar de las similitudes superficiales que nacían que no fueran idénticas. Brooke era tres centímetros más baja que ella. ¿Es que se creía que había crecido? ¿Y pensaba que seguiría viviendo en esa casa? ¿Que estaría trasteando por la cocina ella misma? Si creía eso era que no conocía nada a Brooke. El corazón le estaba latiendo tan fuertemente que temió que él lo oyera por encima del ruido del motor. Podía haberle dicho la verdad, por supuesto. Y lo haría antes de marcharse del colegio. Se lo diría y disfrutaría de la cara que iba a poner.

Pero de momento haría su papel; le había prometido a Lucy que su madre estaría allí y no iba a traicionar esa promesa.

– Puede que tenga algo que ver con esa amenaza de llamar a la prensa amarilla para contarle mi pasado oculto -dijo ella por fin.

– Bueno, ya lo has dicho, Brooke. La sinceridad siempre es buena.

– ¿De verdad que me odias tanto?

Fitz la miró por un momento sin querer o, tal vez, sin poder responder. Luego los claxons de los coches de detrás hicieron que avanzara.

Siguieron en silencio un rato hasta que los nervios pudieron con ella y lo miró para decir algo.

– ¡Espera! -dijo él-. Pararemos dentro de unos minutos. Entonces podremos hablar.

Un kilómetro más adelante él detuvo el coche delante de un pub.

– Ven, será mejor que comamos algo antes. Va a ser una tarde muy larga.

– Yo no…

¿Cómo iba a poder tener hambre con el nudo de nervios que tenía en el estómago?

Pero Fitz ya había salido del coche y le había abierto la puerta.

– No tengo hambre -dijo.

– No hagas esto, Brooke. No quiero tener una pelea en un aparcamiento público.

– ¿Y tú te crees que yo sí?

Él respiró profundamente.

– No te odio. Debería hacerlo, pero no.

Luego hizo una larga pausa y Bron lo miró sin poder evitarlo.

– Creía que te odiaba, hasta ayer -continuó él-. Como siempre, te has salido con la tuya, Brooke, así que ya puedes brindar y disfrutar a gusto de tu victoria.

Luego la tomó de la mano y la hizo bajar del coche. Pero había un problema, que no se apartó.

Se quedaron allí por un momento, Bron apoyada contra el todo terreno y Fitz demasiado cerca de ella. Era como una reposición de la escena de la cocina, él la iba a volver a besar, pensó ella.

Pero entonces él levantó la mano hasta su rostro y pareció dudar cuando vio una fina cicatriz que ella tenía bajo la ceja izquierda.

– Lucy tiene una cicatriz como ésta -dijo él pensativamente.

– Tal vez sea hereditaria -logró decir ella.

– Ella tenía seis años, me iba a dar una taza para que la lavara y tropezó. Había tanta sangre…

Bron recordó el accidente que le produjo la cicatriz a ella, con un cristal, el pánico de su padre, la tranquilidad de su madre, la forma en que la vendó y la llevó a que la curaran. Pensó que debía ser muy difícil hacer de padre y madre al mismo tiempo.

– ¿Seis años? Definitivamente es hereditaria -dijo ella con la voz llena de emoción-. ¿Vamos?

Eso lo dijo con la misma voz tranquila de su madre mientras miraba hacia el pub como si no quisiera nada más en el mundo que un sandwich y un refresco.

Era pronto y el pub estaba casi vacío. Bronte no había pensado en lo que podía hacer su parecido con su hermana, pero tal vez Fitz sí lo había hecho, ya que la llevó a un rincón tranquilo, bastante lejos del bar antes de ir a pedir unos sándwiches, una copa de vino blanco para ella y un café para él.

Ella habría preferido otro café, pero él no se lo había preguntado. Y, por supuesto, Brooke habría querido un vino.

– ¿Qué estás haciendo ahora, Fitz? -le preguntó para hablar de algo neutral.

– Sigo haciendo películas, pero nada que te pueda interesar a ti, Brooke. Uno no se puede ir por ahí de aventuras cuando se tiene una niña que cuidar. Pero por supuesto que tú sabías eso. Siempre lo has sabido.

– ¿Qué clase de películas?

– ¿No lo sabes? -dijo él y se encogió de hombros-. ¿Por qué ibas a saberlo? de dibujos animados, Brooke. Yo quería… necesitaba trabajar desde casa y, cuando un amigo me vino con la idea de unas series para niños en la televisión… Bueno, era algo que hacer.

¿Hasta que Brooke volviera y él pudiera seguir con su propia vida fuera cual fuera? Pero ella no había vuelto.

– Si sigues haciéndolo es que deben tener éxito. ¿Podría verlos? -dijo ella animadamente. Él pareció como si fuera a sonreír.

– No sé, Brooke. ¿Cuánta televisión para niños sueles ver?

Ella se había hartado a ver televisión mientras cuidaba a su madre.

– Te sorprendería.

Él se encogió de hombros.

– El Ratón Einstein fue el primero, luego siguieron Ginger y Fudge, el Balón de Bellamy.

Ella lo miró fijamente. ¿Ese hombre hacía esos deliciosos dibujos animados?

– ¿No? -le preguntó él malinterpretando su silencio-. Tal vez hayas visto Los Moggles. Son lo último…

– ¿Los Moggles? ¿Son tuyos? Pero son preciosos…

– ¿Te gustan? Bueno, tal vez si tienes suerte, tal vez alguien te ponga uno en el calcetín estas navidades.

– ¿Un Moggle?

– Los estamos fabricando y, seguramente salgan al mercado antes de Navidad junto con el libro.

– ¿Lo estás haciendo tú mismo? ¿Y sigues teniendo tiempo para hacer películas? ¿Tienes tiempo para vivir? -él la miró enfadado.

– Si me estás preguntando si tengo tiempo para Lucy, la respuesta es que lo busco.

– No, no, de verdad -dijo ella poniéndole una mano en el brazo y cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, lo retiró rápidamente-. De verdad que estoy impresionada.

– ¿Lo estás? Bueno, con eso ayudo a la economía local, pero no se puede comparar con salvar la Tierra.

Eso lo dijo con un tono muy amargo. Bueno, había sido él quien se había quedado con la niña. ¿Qué hombre no estaría amargado por eso?

– Pero a Lucy le debe encantar.

Él la miró, sorprendido por su calor y entusiasmo.

– Ella es el perfecto animal de laboratorio para probar los prototipos. Cualquier cosa que sobreviva en sus manos pasa con facilidad todas las pruebas de seguridad de los juguetes.

– Pobre niña. Yo sé muy bien lo que es eso.

– ¿Lo sabes? No recuerdo que fueras torpe. Todo lo contrario, pero claro, como te pasabas la mayor parte del tiempo tumbada de espaldas…

Ella se ruborizó furiosamente y la copa que tenía en la mano empezó a temblar peligrosamente, por lo que la dejó en la mesa rápidamente. Demasiado tarde. Pero Fitz se movió rápidamente para sujetarla, como un hombre acostumbrado a evitar tales desastres.

– Tal vez el embarazo es una cura temporal -dijo él pensativamente.

Como ella no quería entrar en el terreno personal, decidió cambiar de conversación.

– ¿Qué habrá pasado con los sándwiches? -dijo.

– Creía que no tenías hambre.

– Y no la tengo. Pero no me gusta el pensamiento de pasarme la tarde sentada aquí esperando el dudoso placer de verte comer a ti.

Fitz se relajó. Casi había empezado a dudar que esa mujer fuera la misma Brooke Lawrence que había conocido. No recordaba la cicatriz y esa forma de ruborizarse… Oh, se había imaginado que algo habría cambiado. Entonces ella era una estudiante y ahora era una celebridad.

– Háblame de Borneo -le dijo él cuando llegaron los sándwiches-. Estuviste allí durante los incendios forestales, ¿no?

– Prefiero no hablar de ello.

– ¿Fue tan malo?