– Sólo está un poco abollada, mamá -le dijo Lucy luego, ya en el coche-. Papá lo arreglará. Es muy bueno con estas cosas.
– Tengo mucho práctica -dijo él resignadamente.
Lucy se rió.
– Me gusta que a ti también se te caigan las cosas. Todo el mundo sabrá ahora que de verdad eres mi madre.
Bronte sonrió.
– Bueno, ésta es la primera vez que le gusta a alguien que sea torpe.
– El té va a ser interesante -dijo Fitz mirándola de reojo.
– Podríamos hacer un picnic en el jardín, con platos y vasos de papel -dijo Lucy-. Así no importará que se nos caigan.
– Y no habrá que fregar los platos.
– Realmente, sería más seguro. Ya es bastante con un par de cicatrices iguales -dijo él dirigiéndose luego a Lucy-. Brooke tiene una cicatriz como la tuya.
Así ella no tuvo más remedio que enseñársela y la niña le mostró una herida reciente que se había hecho, igual a la suya.
Se detuvieron delante de una casa estilo Victoriano, de ladrillos rojos y el porche pintado de blanco. La casa estaba rodeada por un jardín lleno de flores.
– Es preciosa -dijo Bron saliendo del coche antes de que Fitz pudiera abrirle la puerta.
Pero él la estaba mirando a ella en vez de a la casa y frunció el ceño. Entonces ella se dio cuenta de que Brooke debía haber estado allí con él. Habían hecho el amor, habían creado a Lucy… -Lo había olvidado -añadió rápidamente.
– Vamos, mamá -le dijo Lucy tomándola de la mano-. Primero te enseñaré mi habitación. Papá me la pintó con todos sus personajes.
Cuando entró en la casa, ella sonrió al ver que su propia casa había estado organizada de la misma manera, con todo lo que se podía romper lejos de donde ella lo pudiera tirar.
– ¿Dónde vives, mamá? ¿Cómo es tu habitación?
Lucy no paraba de utilizar la palabra mamá como un mantra, como un talismán mágico, como para convencerse a sí misma de que esa nueva persona que había entrado en su vida no iba a desaparecer entre una nube de humo y ella se dio cuenta de que eso de ser su tía iba a ser un pobre consuelo. Tomó aire y se concentró en describirle la habitación de Brooke.
– De todas formas, Lucy, recuerda que yo casi nunca estoy ahí, casi siempre estoy fuera.
– Ya me dijo papá -dijo la niña delante de la puerta de su cuarto-. Me contó también que fue por eso por lo que me dejaste con él. Porque no tienes tiempo para ser una mamá.
– Papá tiene razón.
Lucy le abrió entonces la puerta.
– Ésta es mi habitación.
Pero eso lo dijo como si toda la energía hubiera escapado de ella de repente. Ahora era el momento de contarle que Brooke tenía una hermana que tendría todo el tiempo del mundo para amarla. -Lucy, tengo que decirte algo…
Pero entonces vio la habitación y se interrumpió.
– ¡Lucy! Esto es increíble. ¿De verdad que lo ha hecho todo Fitz?
Lucy se alegró un poco y asintió.
Luego le señaló todos los personajes de las series de Fitz y añadió:
– Tengo un regalo para ti.
Se acercó a un cajón y sacó un regalo muy cuidadosamente envuelto.
– ¿Qué es? ¿Lo puedo abrir ahora?
Lucy asintió y ella sacó de la caja un muñeco que reconoció enseguida como un Moggle.
– Es Proto Moggle. Una especie de prototipo -le explicó-. Es el primer Moggle que se ha hecho. Papá me lo dio para que lo probara.
Luego hizo un gesto para indicar que ya sabía la razón.
– Es precioso, Lucy. Lo guardaré para siempre. La verdad es que yo también tengo un regalo para ti.
Sacó una pequeña caja del bolso y la abrió. Dentro había un delicado colgante de plata. Brooke lo había traído desde el Lejano Oriente como regalo para su madre hacía varios años y ahora le parecía bien que lo tuviera Lucy. La niña lo tocó con mucho cuidado, sólo con un dedo, pero no intentó sacarlo de la caja.
– ¿Quieres ponértelo?
– Podría romperlo.
Bron agitó la cabeza. -No, es más duro de lo que parece. Confía en mí.
Se lo puso en el cuello y añadió:
– Ya está. ¿Tienes un espejo?
Lucy la miró como si pensara que estaba de broma.
– Aquí no -dijo tomándola de la mano-. Ven. Hay uno en la siguiente habitación.
Cuando Bron entró por la puerta, vio la gran cama doble antigua con una colcha verde oscuro. Se detuvo en seco cuando se imaginó allí a Brooke y Fitz juntos.
Pero no, no debió ser allí. Entonces se dio cuenta de la presencia de Fitz y trató de darse la vuelta.
– ¡Hey, tranquila!
Pero ya era demasiado tarde, el bolso salió volando sujeto por el asa y le dio de lleno a una de las lámparas, tirándola al suelo.
– Cielos, Brooke, eres un saco de nervios -dijo él sujetándola.
– Lo siento. Lo siento mucho.
– No importa. Sólo es una lámpara -respondió él al tiempo que se inclinaba para recogerla-. No está rota, ¿ves?
Ella agitó la cabeza. No era eso lo que lamentaba. Todo aquello estaba mal. No debería haber ido. Fitz la tomó por los hombros y la miró preocupado.
– Estás temblando -le dijo.
– Ha pensado que la ibas a gritar -dijo Lucy tomándole la mano-. Está bien, mamá. El no grita nunca.
– ¿Nunca?
– Nunca. Sólo cuenta hasta diez y recoge los trozos.
Ella levantó la mirada y se encontró con la de Fitz. Esos ojos estaban llenos de preguntas.
Capítulo 6
– Mira, papá, mamá me ha hecho un regalo -dijo Lucy inocentemente. Fitz le soltó los hombros a Bron y tomó el colgante para poder admirarlo bien.
– Es muy bonito.
– Era de la abuela de Lucy -dijo Bron sin querer.
– ¿Y eso? -le preguntó él extrañado-. Recuerdo que tu madre era inválida.
¿Era ésa la excusa que Brooke le había dado para no quedarse con Lucy?
– Murió la semana pasada.
Él la miró sorprendido.
– Brooke, lo siento. No tenía ni idea. ¿Era por eso por lo que estabas en casa? Me resultó extraño…
Entonces se dio cuenta de que Lucy los estaba oyendo y añadió:
– Yo ya he hecho el té, querida. ¿Por qué no bajas tú a preparar los bizcochos en una fuente?
Lucy lo hizo de mala gana.
Cuando la niña se hubo marchado, él le dijo a Bron:
– Para serte sincero, no me esperaba encontrarte en casa.
– Debió ser tu día de suerte.
– Brooke…
Ella se dio cuenta entonces de que él se iba a disculpar por su forma de actuar, pero no le gustó la idea de aceptar esas disculpas en nombre de una hermana que no había sentido nada la muerte de su madre.
– Fitz, yo he venido a ver a Lucy. No hay mucho tiempo, mi tren sale a las seis.
– Saldrá otro a las siete. Por favor, Brooke, debes darte cuenta de que no puedes entrar en la vida de Lucy y luego marcharte de nuevo como si nada.
– Lucy dijo…
– En la carta. Ya lo sé. Pero no era eso lo que quería y debes saberlo. Los dos lo sabemos. Dios sabe que yo no quería que volvieras, tenía miedo de que, cuando la vieras, querrías ejercer todo tu poder para recuperarla, bueno, parece que me equivoqué en eso. Pero Lucy no lo superará tan fácilmente. Una tarjeta por Navidad no será suficiente, Brooke. Se merece más de ti.
– Has cambiado de opinión desde esta mañana.
– Estaba equivocado, lo admito. Eres buena con ella, Brooke. Nunca me lo hubiera esperado.
No, eso lo había dejado muy claro. Y ahora le estaba dando una oportunidad, le estaba dando otra oportunidad a Brooke.
– ¿Podría ayudar una tía? -dijo Bron.
– ¿Una tía?
El la miró como si no se creyera lo que acababa de oír y, por un momento, ella pensó que se iba a agarrar a la idea con las dos manos. -Cielo santo, Brooke. Lucy tiene tías para parar un tren. Lo que ella necesita es una madre. Alguien completamente suyo. Te necesita a ti.
La reacción de él fue tan vehemente, tan inesperada, que la idea de Bron de ser la madre sustituía de Lucy se vino rápidamente abajo. Hasta entonces se había imaginado que Lucy no tenía parientes femeninos, sólo a su padre, pero al parecer no era así.
Por supuesto, Fitz debía tener hermanas, primas e, incluso, una madre. La única persona que Lucy necesitaba era a su propia madre. A Brooke. No a una mujer desconocida que podría ser sólo otra pariente femenina.
Tenía que salir de allí tan rápidamente como fuera posible. Y tenía que hablar con su hermana. Una hermana que le iba a tener que explicar bastantes cosas.
– ¿Es pedir tanto? -dijo él entonces-. Seguramente podrías encontrar un poco de tiempo para ella. Es tu hija, Brooke.
¿Qué podía decir ella? ¿Que no era Brooke? ¿Exponerse a su ira y decepción? Porque estaba segura de que él se iba a enfadar de verdad y no lo podía culpar.
Estaba atrapada en su propia trampa.
– Quédate -le dijo él entonces, tomándola de la mano.
Eso la produjo una especie de descarga eléctrica que le recorrió todo el cuerpo. El novio es que había tenido con dieciocho años nunca le había producido nada parecido, y eso que él había tenido todo su cuerpo para jugar con él. Entonces Fitz le acarició la mejilla con la otra mano. ¡Oh, cielos! ¿Había querido ella eso también? ¿Había querido a la hija de Brooke? ¿A su amante?
El recuerdo de su beso la hizo ver que sí.
– Quédate -repitió él y su voz derritió la resistencia de ella.
¿Cómo podía él tentarla tanto con sólo una palabra?
Entonces los labios de él le rozaron la comisura de la boca. Como beso fue algo tan inocente como el contacto de la mano, entonces, ¿por qué hizo que se le derritieran las entrañas?
– ¿Brooke?
Esa simple palabra la hizo volver de repente a la realidad. Fitz no la quería a ella, sino a su hermana.
Tenía que salir de allí inmediatamente. Y tenía que pensar en la manera de persuadir a Brooke para que volviera. Luego podía aclarar todo lo que había hecho y con Brooke allí, bueno, no importaría lo que Fitz pensara de ella.
– ¡Papá! ¡El té se está enfriando! -dijo la voz de Lucy desde abajo.
– Ya vamos, princesa -dijo él sin dejar de mirarla.
Luego añadió:
– ¿Y bien?
Ella luchó contra la tentación entonces.
– No…
Fitz soltó una especie de gruñido y ella se preguntó cómo era posible que ese no le hubiera salido tan dubitativo, tan parecido a un sí.
¿Qué había pasado con su decisión, con su fuerza de voluntad?
Fitz, eso era lo que había pasado.
– No -repitió-. No me puedo quedar.
Pero tampoco debió parecer muy convencida, ya que sus palabras no tuvieron el menor efecto en él.
Seguía mirándola como si pensara comérsela, pero no hubiera decidido por donde empezar. Ella necesitó un supremo esfuerzo de voluntad para apartar la mirada de la de él lo suficiente como para reorganizar sus sentidos y, por fin, logró apartarse de él un poco, pero Fitz no la soltó. Ella se dio cuenta de que lo que quería era que lo siguiera mirando, sabía que, si la volvía a besar, estaría condenada. Así que siguió mirando a la pared hasta que empezó a marearse y pensó que se iba a desmayar.
– Será mejor que bajemos -dijo él, soltándola por fin y apartándose para que ella pudiera bajar sin tocarlo.
No podía hablar por él, pero Bronte supo que ella ya se había metido en un problema. En un gran problema.
Lucy había preparado una bandeja con sándwiches y bizcochos y Bron añadió la tetera.
– Yo llevaré la bandeja, pesa mucho -dijo ella.
– Espera -dijo Fitz sirviéndose una taza de té-. Os dejaré a solas con la merienda. ¿Sigues pensando en tomar el tren de las seis?
Él le estaba ofreciendo una oportunidad más.
– Sí, así es.
Fitz asintió.
– Entonces estate lista para salir a las cinco y media. Puede que haya bastante tráfico en la ciudad.
– Puedo llamar a un taxi…
Pero la mirada de él le indicó que era mejor que no.
– Bueno, a las cinco y media…
Fitz miró la revista que había en la mesa delante de él. Era la última guía de programas de televisión y Brooke aparecía en la portada, presentando su nueva serie. Estaba en alguna selva, sin maquillaje y con el cabello húmedo pegado a la frente. Diez minutos antes él había estado acariciando ese mismo rostro. ¿Por qué entonces se había sentido como si estuviera mirando a alguien completamente diferente?
Miró por la ventana y vio a Lucy y a ella hablando animadamente. La niña debía estar hablándole de Josie, que había sido su amiga desde el primer día de colegio y que tampoco tenía madre. Pero su padre se había vuelto a casar y, no sólo tenía una nueva madre, sino también un hermano y otro de camino.
No estaba seguro de qué le envidiaba más Lucy, a su hermano o al perro. Tal vez después de las vacaciones le compraría uno. No era mucha compensación por no tener una madre, pero eso parecía que no estaba a su alcance.
También vio como Brooke la miraba embobada. ¿Qué era eso que tenía esa mujer que le había llegado tan hondo a él?
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