– No me importa que sea la única persona que conozcamos en Londres -replicaba cada vez que surgía el tema-. No acogería mi intrusión con optimismo y no quiero preguntárselo.

– Sólo tiene que preguntarle el nombre de un cochero de fiar -tanto Charlie como Sophie, desde la no implicación, opinaban lo mismo.

Él no lo entendería así, quiso decir Elspeth, consciente de que un hombre como Darley miraría con recelo a una antigua amante aporreando a su puerta.

– Estoy segura de que podemos encontrar una caballeriza de alquiler en una ciudad de esta envergadura.

Pero ni Sophie ni Charlie se mostraron demasiado comprensivos con aquellas objeciones suyas de poca monta a lo que ellos veían como una solución sensata, y Elspeth se encontró con que cada vez le resultaba más difícil sostener su postura.

– Piénselo -le propuso Sophie mientras colocaban sus bolsas en la pequeña habitación de la segunda planta del White Hart-. Ni siquiera hace falta que usted vea a Darley. Nosotras nos quedamos aquí y enviamos a Charlie. Él puede preguntarle el nombre de un cochero. -La posibilidad de que Grafton acusara a su mujer de robarle sus preciosos caballos rondaba la mente de la anciana.

– ¡Por qué no lo dijiste antes! -exclamó Elspeth, acogiendo con alivio balsámico la idea de Sophie. Darley había embarullado tanto su cerebro que ni siquiera se le había ocurrido pensar en algo tan sencillo-. Gracias, Sophie. Qué alivio -añadió, mirando a Charlie, que estaba haciendo un fuego para combatir el frío de la noche que estaba por caer-. Charlie, ¿te importaría preguntarle a Darley…? Aunque tienes que ser discreto y no mencionar mi nombre… si es posible.

– Ni siquiera tengo que decirle que usted está en la ciudad -le dijo, mirándola a los ojos antes de golpear la piedra de lumbre contra la yesca-. Os traeré un cochero, eso es todo.

Elspeth sonrió.

– Maravilloso. Perfecto. Todo está decidido, pues.

– Aunque si el marqués encontrara la manera de dar cobijo a nuestra caballería esta noche, nos ahorraría el problema de tener que encontrar una caballeriza de alquiler -apuntó Charlie.

Elspeth rezongó.

– Me desagrada abusar de su amabilidad. -No es que no fuera normal cuando uno viaja pedir a un conocido del lugar que te guarde el ganado. Quizás estaba reaccionando de manera exagerada a algo muy corriente.

– Muy bien, utiliza tu propio criterio -se rindió Elspeth con un pequeño suspiro.

– No la pondré en ningún aprieto, señora. -La masa de la llama pasó de ser oscilante a avivarse por completo, la miró arder y luego se puso en pie-. Volveré en un abrir y cerrar de ojos con todo bien atado, mi señora.

La tranquilidad habitual de Charlie ejercía una buena influencia en el alocado mundo de Elspeth.

– Te estoy muy agradecida -murmuró ella, intentando no llorar. Demasiadas cosas estaban en juego con la enfermedad de Will de por medio. Intentó sonreír-. ¿Tienes dinero, ahora?

– Sí, señora.

– Y alguna idea de la dirección hacia dónde…

– Todo está bajo control, señora. No se preocupe. Lo encontraré en un periquete.

Las indicaciones del mesonero fueron excelentes. Toda la clase acomodada residía en las inmediaciones de Whitehall y Green Park, y Charlie pronto detuvo el carruaje de Grafton frente a la residencia de Darley en St. James Square. En las calles reinaba todavía el bullicio. Todo el espectro social, desde criados a aristócratas, disfrutaba del aire apacible del verano.

Charlie lanzó las riendas a un golfillo de la calle, se acercó a la puerta verde, levantó la aldaba de latón pulido, la dejó caer y esperó mientras examinaba la fachada de tres pisos de la casa adosada. Las contraventanas estaban recién pintadas, las ventanas relucían de limpias, el ladrillo rojo había adquirido un suave matiz rosado con la luz de la caída de la tarde. Cuando la puerta se abrió, Charlie levantó la vista hacia el rostro arrogante del mayordomo, alto y corpulento, que le miraba por debajo del pico afilado de su nariz, con cierto aire de desdén.

– Las entregas por la puerta trasera. -El mayordomo se dispuso a cerrar la puerta.

Charlie extendió la mano para detener el movimiento de avance de la puerta.

– Estoy aquí para ver al marqués por negocios, así que muévete rápido o tu amo te dará un buen repaso.

– Lord Darley no está en casa -le dijo el mayordomo, lacónico-. Retire la mano de la puerta.

Charlie sacó rápidamente del bolsillo una de las guineas de Grafton y sostuvo la moneda de oro en lo alto-. El paradero de la hermana del marqués también me sirve -Charlie se había enterado por Sophie del encuentro que había tenido lugar entre Elspeth y Betsy.

– Lord Darley no está con ella. -El mayordomo, no obstante, cogió la moneda de la mano de Charlie con un refinamiento adquirido a base de práctica y su expresión de rigidez se suavizó ligeramente-. Lady Worth se encuentra en la Westerlands House, en Portman Square. -Abrió la boca, la cerró, y después de decidir que una guinea, por lo visto, valía un poco más de información, la volvió a abrir y añadió-. Se aloja con sus padres mientras Lord Worth se encuentra en París por negocios gubernamentales.

Charlie sospechó que por otra guinea el mayordomo le habría revelado el paradero exacto del marqués. Sin embargo a Lady Grafton no le gustaría exponerse más de lo necesario, así que tendría que conformarse con la hermana de Darley.

– Muy agradecido -le dijo, y bajó el brazo.

La puerta se cerró bruscamente, cortando cualquier posible especulación más a propósito de las tendencias mercenarias del mayordomo, y Charlie se quedó en el pórtico, frente a su propio reflejo que se proyectaba en la aldaba de latón.


* * *

Capítulo 18

Mientras Charlie emprendía el camino hacia Portman Square, los ocupantes de Westerlands House tomaban el té en la sala de estar. El duque y la duquesa se ponían al corriente de los últimos chismes.

Su hija había asistido a la recepción de la duquesa de Devonshire la noche anterior. Puesto que todas las personas que eran alguien estaban allí, Betsy estaba poniendo al día a sus padres de todos los escándalos.

– Prinny se desvivía por la señorita Fitzherbert, que hacía tiempo que no se dejaba ver en público… por varias y surtidas razones, como ya sabéis.

– Debe de haberle perdonado por su libertinaje en compañía de sus hermanos durante estos meses pasados -observó su madre-. Aunque qué otra opción le queda.

El príncipe de Gales había estado entreteniendo a sus hermanos: el duque de Hanover, que había regresado de Alemania después de una estancia de seis años, y el recientemente proclamado duque de Clarence, que acababa de volver de su segundo periodo de servicio en la mar. Los tres hombres se habían mezclado en toda clase de bacanales y juergas durante varios meses, y los criados lamentaban al unísono las depravaciones del joven príncipe.

Betsy se encogió ligeramente de hombros.

– Ninguna, por supuesto, aunque ella y Prinny parecían bastante encariñados la noche pasada. El príncipe de Gales se había casado hacía dos años en secreto con una plebeya, que había enviudado dos veces, en contra de la ley vigente y el consejo de sus amigos.

– La señora Fitzherbert podría haberse ganado los afectos de Prinny, anoche, pero sospecho que no por demasiado tiempo -apuntó la duquesa-. Los afectos del príncipe son antojadizos como sabe todo el mundo. -Curvó la boca en una pequeña sonrisa-. A propósito de hombres antojadizos, ¿asistió anoche Julius a la fiesta?

– No, ni se le ha visto por ninguna parte, salvo en Langford, desde que volvió de Newmarket.

La duquesa hizo una mueca.

– Debe de estar en compañía de Amanda, sin duda.

– Por supuesto. Cuando se cansa del mundo recurre a ella. Con ella se siente a gusto.

– Será mejor que no se le ocurra casarse con esa niña -masculló el duque desde las profundidades de su butaca, mirando por encima del periódico a su esposa e hija.

– No hay que temer que Julius se case pronto -observó Betsy-. Ni que Amanda sea su elegida cuando se decida a dar el paso decisivo.

– Al menos el chico aún sabe lo que se hace. -El duque hizo un ruido seco al pasar una hoja del periódico y retomó la lectura.

La duquesa contempló a su hija, con una ceja ligeramente enarcada.

– Espero que tengas razón. Si bien deseo con todo mi corazón que Julius encuentre a otra persona para divertirse. Amanda es demasiado intransigente para mi gusto.

– No te preocupes, mamá. Julius se cansa de todo a su debido momento… Amanda incluida. Julius ahora le está dando vueltas a un asunto del corazón y Amanda le sirve de distracción.

– ¿De verdad? ¿Julius? -la duquesa abrió los ojos-. Dios mío, ¿quién es ella?

– Una completa desconocida… una mujer joven casada que conoció en Newmarket. Completamente inelegible, por supuesto. Pero por algunos de sus comentarios, así como su comportamiento desde Newmarket, soy de la opinión de que a Julius le ha dado fuerte con la dama.

– ¿Estás segura? ¿Julius se ha tomado en serio a una mujer?

– En serio tal vez suene muy fuerte, pero que está interesado en ella, sin ninguna duda.

– Tenlo presente, cielo -murmuró su marido detrás del periódico-. Yo no tuve intención de casarme hasta que te conocí.

– ¿Lo ves, mamá? -comentó Betsy dibujando una amplia sonrisa-. Quizá quede esperanza para Julius. -La historia del encuentro accidental de sus padres durante una cacería otoñal era de sobras conocida.

– Es una lástima que nuestro querido hijo no haya encontrado a alguien elegible -suspiró la duquesa-. No creo que su marido sea viejo y débil.

Betsy se encogió de hombros.

– Viejo lo es. En cuanto a la debilidad… por así decirlo, sí y no. Es la esposa del viejo Grafton por la que Julius bebe los vientos.

El duque dejó caer el periódico sobre las rodillas.

– ¿El viejo demonio?

– El mismo que viste y calza.

El duque frunció el ceño con sus pobladas cejas.

– ¿Cuántas esposas ha tenido ese condenado reprobó?

– Con esta joven señorita van tres.

– Tiene que ser alguna ramera astuta para casarse con ese viejo demonio después de que dos de sus esposas hayan acabado en la tumba.

– Al contrario, papá. Es la hija de un vicario que se quedó sin recursos después de la muerte de su padre, con un hermano pequeño que mantener. Sospecho que no fue una elección fácil para ella.

– Me da mala espina… sin recursos o no -se quejó el duque-. Es imposible que el viejo diablo fuera el único hombre disponible al cual recurrir. ¿Qué más sabes de esa mujer? ¿Puede que Julius esté en las garras de una mujer ambiciosa?

Betsy empezó a dar gritos.

– Papá, recuerda el historial legendario de tu hijo en lo que se refiere a mujeres ambiciosas. ¿Acaso alguna de ellas se ha salido remotamente con la suya? -Darley había sido el objetivo de todas las madres que buscaban un buen partido y de astutas mininas desde que había alcanzado la mayoría de edad.

– ¡De acuerdo! -el duque volvió a su periódico.

– Debes explicarme cómo es esa mujer fuera de lo normal. -La duquesa se inclinó hacia delante para dejar la taza de té en la mesa-. ¿Dónde la conociste? ¿Cómo es físicamente? Tiene que ser muy bonita para seducir a Julius.

Y de no ser porque el lacayo entró en la sala de estar, la duquesa habría obtenido una respuesta a su pregunta.

En cambio, el lacayo anunció:

– El cochero de Lady Grafton está esperando en la puerta trasera, pide ver a Lady Worth.

Todos se pusieron firmes, como si fuera al rey a quien habían anunciado.

– Dile que ahora voy -Betsy se levantó rápidamente y les dijo a sus padres-: Tiene que ser algo muy importante para que le haya enviado aquí. Tengo entendido que la dama es tímida por naturaleza.

– Sí, muy tímida -resopló el duque-. Una mujer ambiciosa que ha enviado su tarjeta de vista, en mi opinión.

– Venga, querido, dale al juicio de Julius un poco de crédito -protestó la duquesa.

– ¡Ja! -exclamó el duque, haciendo una concisa excepción puesto que su mujer quitaba importancia con cariño a la libertina vida del hijo-. Su buen juicio se limita únicamente a los purasangres, querida.

– Sí, cielo, estoy segura de que estás en lo cierto -respondió con tacto, diciendo adiós a su hija con la mano-. Date prisa, Betsy. Siento curiosidad sobre la mujer que está asediando a nuestro Julius.


* * *

Capítulo 19

Charlie se estaba helando los pies en el pórtico de la puerta del servicio. No estaba seguro de si recibiría una respuesta o no. Antes de que le cerraran la puerta en sus narices por segunda vez aquella noche, le habían informado con rotundidad: «Lady Worth no habla con cocheros que no conoce». Sólo después de mencionar el nombre de Lady Grafton, su mensaje mereció el necesario respeto para ser comunicado.