– Tal vez tome una taza de té mientras llega el brandy -dijo Darley, descruzando las piernas e inclinándose hacia delante para alcanzar la tetera, esperando que esa velada familiar no se prolongara demasiado.

– Estás hambriento -le dijo su madre-. No discutas, querido. Haremos que te traigan algo de comida.

No tenía ninguna intención de discutir, agradecido por el pequeño remolino de actividad que se creó cuando su madre se levantó para llamar a un criado. Su cháchara mientras cruzaba la habitación atrajo la atención de todos los presentes. Después de servirse una taza de té, se sentó hacia delante, con los antebrazos apoyados sobre los muslos, y la taza se balanceó en sus dedos, esperando sobrevivir a la velada sin pasar bochorno.

La última vez que había perdido el control, exactamente como ahora, tenía quince años, y una de las amigas de su madre había flirteado con él durante una velada musical a la que le habían llevado a rastras. Lady Fane lo había arrinconado en el fondo de la habitación mientras todas las miradas estaban absortas en la soprano italiana, y le susurró: «Nos vemos arriba en cinco minutos».

No podía negar que, ese verano, su relación hubiera sido de lo más agradable y aleccionadora.

Pero la incontenible calentura de la juventud quedaba atrás.

O eso pensaba.

– Venga -dijo su madre, volviendo a su butaca-. Pronto te servirán algo de comer. Supongo que en Langford has vivido a base de vino de Burdeos y sándwiches.

– Más o menos -respondió con una sonrisa.

– Estábamos hablando de quién sería la persona idónea para encontrar un barco en el que Elspeth pudiera viajar a Marruecos -dijo de pronto Betsy, apiadándose de su hermano, puesto que el motivo de su incomodidad era totalmente visible desde su posición-. ¿Conoces a alguien que tenga información sobre cuáles son los mejores barcos que cubran esa ruta?

– Malcolm conoce a capitanes que navegan por esa zona del mundo. Se encarga de hacer todas mis compras de vino español. Por cierto, este año el jerez de Sanlúcar es excelente.

– Malcolm es el secretario de Julius… un joven encantador con unos modales impecables -explicó la duquesa a Elspeth-. No creo que esté en la ciudad -añadió, volviéndose hacia Julius.

– Está en Langford, pero puedo mandar a buscarle -el marqués echó un vistazo al reloj-. Todavía no es muy tarde.

– Adelante pues, por favor -la duquesa sonrió a Elspeth-. No se puede imaginar la increíble capacidad de Malcolm… -hizo revolotear las manos- para ponerlo todo en orden. Dale una tarea, que la cumplirá con creces -sonrió la duquesa-. Por eso Julius le está tan agradecido, ¿verdad, cielo? Malcolm puede organizar el desbarajuste más absoluto.

Darley esbozó una sonrisa.

– Haces que parezca que vivo en un completo desorden.

– Digamos que sobrevives en un ambiente inestable que a la mayoría de nosotros nos agotaría, querido. Pero sé bueno y envía un mensaje a Malcolm antes de que sea demasiado tarde.

Betsy se levantó de un salto.

– Déjame a mí. Julius está tomando el té.

Darley le dirigió a su hermana una mirada de agradecimiento.

– Dile que traiga mis cartas de navegación -le indicó mientras Betsy se alejaba-. En esta época del año hay unas rutas que son mejores que otras.

– Tú podrías llevar a Lady Grafton a Marruecos -dijo su madre-. Entonces, ¿cómo es que no se nos ocurrió antes? El Fair Undine sería perfecto.

– Mis planes no me lo permiten, maman.

– No se me ocurre nada que tengas que hacer que no pueda esperar unas semanas.

– Ojalá pudiera, pero no puedo -le dijo, mostrando a Elspeth una sonrisa de cortesía.

– Por favor, Lady Westerlands, cómo voy a abusar del tiempo de Lord Darley -intercedió rápidamente Elspeth-. Hay una enorme cantidad de barcos que siguen la ruta sur y que nos irán bien.

La duquesa clavó a su hijo una mirada de reprobación. Pero, a pesar de la compasión que le despertaban todas las desgracias de Lady Grafton, sabía que era mejor no presionarle-. Estoy segura de que el comodoro será más servicial -dijo, sin embargo, tocando la mano de Elspeth y dándole unas palmaditas-. El duque le ha hecho infinidad de favores.

– Preferiría no agobiar a nadie con mis aprietos -se quejó entre dientes Elspeth-. Estoy demasiado en deuda ya con ustedes -sonrió Elspeth-. Charlie es extremadamente competente. Él nos encontrará un barco por la mañana.

– Tonterías -dijo el duque-. Yo me encargo de todo. ¿Dónde está el maldito Madeira?

El tono del duque dio a entender a todo el mundo que no aceptaría ninguna intromisión.

A continuación se hizo un breve silencio.

La duquesa despreció el trato poco cortés de su hijo.

El duque pidió a voces un criado.

Elspeth intentó desaparecer en el sofá.

Sólo Darley parecía no estar afectado por el cambio. Se sirvió otra taza de té, removió tres cucharadas de azúcar, luego añadió una cuarta y continuó removiendo.

Dos criados aparecieron casi al instante tras la estela del grito del duque, uno trayendo su cena en una bandeja de plata, el otro con el brandy y el Madeira.

Betsy les seguía los talones, después de haber enviado un mensaje para Malcom informándole de que se requería su presencia en Westerlands House. Darley comió con moderación, no así con la bebida, puesto que parecía decidido a acabar con la botella de brandy. Los que bebían Madeira bebían a sorbos aquel néctar sabroso de una forma más pausada, y el resto de la velada discurrió en una atmósfera de amabilidad tensa o de una emoción muy acusada, dependiendo de la persona.

Elspeth apenas podía evitar el temblor, se sentía muy perturbada ante la presencia de Darley y la intensidad de su mirada. A menudo tenían que repetirle las cosas dos veces antes de que entendiera lo que le estaban preguntando. Y cuando contestaba, sus intentos por seguir la conversación eran cada vez más breves e inconexos, al mismo tiempo que sus furtivas miradas al reloj se volvían más frecuentes.

Por su parte, el marqués se encontraba en un estado de celo tan insoportable que no estaba seguro de poder sobrevivir a la farsa de la sala de estar sin estallar de algún modo sumamente inapropiado. Le mantuvo en su sitio la voluntad más férrea, a pesar de que había pensado cientos de veces en tomar por la fuerza a Elspeth, como un salteador de caminos, cargársela a los hombros y hacerla desaparecer de la habitación. Por lo que respecta a la conversación, cualquiera de sus amigos se habría extrañado ante el silencio tenso y desacostumbrado en un hombre que destacaba por su chispa y sus réplicas ingeniosas.

Cuando el reloj de pie marcó las once, su madre dijo finalmente:

– Se está haciendo tarde y Elspeth tiene que partir mañana.

Darley sintió un alivio tan profundo que, de hecho, suspiró en alto. La duquesa le lanzó una fría mirada por su conducta inapropiada, se puso en pie y ofreció su mano a Elspeth.

– Venga, cielo, Betsy y yo la acompañaremos a su habitación.

Cuando las damas abandonaron la sala de estar, el duque se topó con la mirada de su hijo por encima del borde del vaso.

– Tu madre ha aceptado el papel de dueña.

Darley bajó la cabeza.

– Ya lo veo.

– Alabo tu comedimiento. Una situación novedosa para ti, supongo.

– Tal como lo dices -respondió Julius con una sonrisa tensa-. Pero maman me hubiera echado un rapapolvo si no me hubiera comportado.

– Te fascina esta mujer, deduzco.

– Por lo visto sí.

– ¿Estás sorprendido?

– Mucho.

– ¿Qué pretendes hacer al respecto?

Darley enarcó las cejas.

– No tengo la intención de decírtelo.

– No ofendas a tu madre.

– ¿Qué?

– Lo que oyes. La niña le gusta. Y a quién no, con esa dulzura y belleza, sin mencionar las tragedias que ha tenido que afrontar durante su joven vida.

Darley se topó con la mirada fija de su padre:

– ¿Me estás advirtiendo?

– No me atrevería a decirte lo que tienes que hacer a tu edad. Pero deberías reconsiderar acompañar a la dama a Marruecos. No tienes nada que hacer más allá de tu acostumbrada vida disoluta, como sabes muy bien. No espero que le hagas una declaración.

– Me siento aliviado -dijo el marqués, hablando cansinamente-, puesto que ya está casada. Pero permíteme que rehúse por mis propios motivos. Primero, no me atrae la idea de pasar unas semanas en el mar con una mujer -se encogió de hombros-. Son distancias muy cortas. Y ya la oíste. Está dispuesta a seguir sus propios planes.

El duque examinó el licor de su copa un instante.

– Quizá tengas razón. Conserva algo de inocencia, a pesar de todo, ¿verdad? -meneó la cabeza-. Es desagradable pensar que está casada con el canalla de Grafton.

– El matrimonio nunca fue consumado si te hace sentir mejor.

– Ah… ya veo. Desde luego -y se encogió de hombros ligeramente-. Me estoy haciendo viejo. En todo caso, éste no sería el primer matrimonio concertado.

– Dinero por belleza -musitó Darley-. Una costumbre vieja como la humanidad.

El duque acabó de vaciar su copa, la dejó a un lado y se levantó.

– ¿Cómo está Grafton? ¿Podría enviudar pronto?

– Estáis poniendo un interés desmesurado en alguien que acabáis de conocer.

El duque enarcó ligeramente las cejas.

– Tal vez tengas más gusto del que me imaginaba.

– Te lo pido, no empieces a hacer planes por mí.

– ¿Por qué tendría que hacerlo ahora, cuando has estado fornicando hasta la saciedad durante todos estos años?

– Me reconforta que no te hayas vuelto empalagosamente zalamero en tus últimos años.

– Amar a alguien es la felicidad más plena -sonrió el duque-. Espero que algún día tengas tanta suerte como yo.

– Sólo que no demasiado pronto -observó Darley-. Creo que aún me quedan cinco años por delante antes de que me alcance la flecha de Cupido.

– Un consejo -murmuró el duque-. El amor no se te presentará cuando a ti te vaya bien. Que duermas bien -añadió con un pequeño temblor de cejas.

– Y puesto que a maman le gusta tanto, Elspeth tiene que dormir en la Queen's Room, ¿no?

– Tu madre la ha instalado allí porque pensaba que a ti te gustaba mucho.

– Ella no podía saberlo. Yo no estaba aquí.

Su padre sonrió.

– Ya conoces a las madres. Ellas lo saben todo.


* * *

Capítulo 23

La luz oscilante de los candelabros de las paredes iluminaron el recorrido de Darley a través de las amplias escaleras y a lo largo del pasillo alfombrado que conducía hasta la Queen's Room, con vistas al jardín de la parte trasera de la casa.

De pie, en el pasillo, al otro lado de la puerta, aguzó los oídos con la esperanza de no escuchar la voz de su madre.

Pero sólo encontró silencio. Luego llegó la voz débil de Sophie al pasillo, a la que respondía Elspeth con un tono de lo más dulce.

De repente se preguntó si no habría sido un error haber venido a la ciudad. Tal vez lo que deseaba hacer no le reportaría ningún beneficio, al fin y al cabo. Desde Newmarket sólo había sentido malestar… por unos motivos que había preferido ignorar. Y ahora que estaba allí, ¿acaso una noche con Elspeth sería un remedio para su malestar o sólo contribuiría a aumentar su aflicción?

Se alejó y se detuvo al final del pasillo, frente a una ventana. Observó los parterres del jardín abajo, iluminados por la luna, reflexionó sobre si debía volver a Langford. Las horas precedentes haciéndose el caballero habían resultado frustrantes.

Había gozado de una vida en la que se había permitido todos los excesos, como para estar ahora sentándose en una sala de estar, bebiendo té y de cháchara, mientras su ansioso miembro exigía satisfacción.

Merde. Soltó aire, exasperado. Tal vez tenía que cortar por lo sano y esfumarse.

Aun quedándose, cabía la posibilidad de que Elspeth lo rechazara. Y tenía todo el derecho a hacerlo. Las mujeres adoptaban una actitud distante cuando las dejaban de lado, como bien sabía.

Esbozó una sonrisa. A pesar de todo, apaciguar a las mujeres se le daba de maravilla. Uno no se granjeaba una sólida reputación como amante empedernido sin haber aprendido por el camino un repertorio facilón de frases conciliadoras. Y Elspeth no se quedaba el tiempo suficiente para que sus melosas palabras tuvieran consecuencias mayores.

Así que si quería una noche de sexo con la sensual Lady Grafton, parecía que tendría que poner en funcionamiento la vieja y principal retahíla de finos halagos. Quizás incluso podría necesitar hacer uso de una sinceridad nunca practicada hasta el momento.

Lo que ponía en tela de juicio era sobre que debía ser exactamente sincero.