– En mi caso fue la bebida. -Pasó la cadena del reloj a través del ojal del chaleco y lo depositó encima de la mesita de noche-. ¿Te funcionó la diversión? A mí no. Aunque el negocio del licor se ha enriquecido a costa de mi desgracia.

A Elspeth el corazón le dio un pequeño vuelco.

– ¿Te sentías desgraciado sin mí?

– Condenadamente desgraciado -estaba sorprendido por su franqueza, aunque su partida a la mañana siguiente le permitía, sin duda, ser más sincero.

– No he pensado en otra cosa que en ti durante todas estas semanas interminables -le murmuró ella-. Perdóname por mi falta de decoro. Sé que nadie habla de amor en situaciones como éstas, pero no puedo evitar pensar en estos términos. No te alarmes -le dijo cuando él, de repente, se quedó inmóvil, con la chaqueta a medio sacar, a la altura de los hombros-. Expreso mis sentimientos con la mayor de las inocencias. Me voy por la mañana, como ya sabes -y se encogió de hombros-. ¿Qué importancia puede tener lo que diga?

Sus pensamientos eran exactamente los mismos, aunque él no era tan novato como para decirlo en voz alta.

– Entonces la sinceridad es la norma esta noche -comentó con guasa-. Toda una novedad en mi mundo.

– Eso pensaba -le dijo ella, con una sonrisa, complacida de ver que continuaba quitándose la ropa.

Elspeth estaba sentada en el extremo de la cama dorada diseñada a juego con aquel interior tan en boga, firmado por Zucchi. Teniendo en cuenta sus pies, que se balanceaban, y su sonrisa alegre, se asemejaba enormemente a una niña inocente. «Parece fuera de lugar en una habitación tan suntuosa e imponente», pensó Darley.

O tal vez ella era una bocanada de aire fresco en ese interior tan chic, como una hermosa ninfa de piel rosada o un hada fantasiosa procedente de tierras mitológicas.

El hecho de que la Queen's Room estuviera reservada sólo para albergar a los invitados más distinguidos debería haber hecho vacilar a Darley. Pero esa noche no tuvo en consideración que su madre le concediera a Elspeth esa atención especial. Incluso aunque sospechara las razones. En lugar de eso, entendió que se abría una enorme latitud para él -para los dos- aquella noche, con las horas contadas para estar juntos.

Él nunca había sentido tanta libertad.

Una libertad que le otorgó el derecho de decirle:

– Pensé que tal vez estabas embarazada y habías venido a la ciudad para exponérselo a mis padres.

Los ojos de Elspeth mostraron enfado.

– Nunca tendría valor para hacer eso -su cara adquirió repentinamente un aire conjetural-. Y aun así viniste.

– Como lo ves -dijo simple y llanamente. No podía actuar de otra manera… sin llegar a comprenderse a sí mismo, por qué había ido, a pesar de esa responsabilidad.

– ¿Qué hubieras hecho si estuviera embarazada?

Darley se encogió de hombros, vestido únicamente con sus bombachos.

– Probablemente nada.

– Porque no tendrías que hacerlo. -No permitiría distraerse con su belleza física cuando su respuesta había sido de una franqueza grosera, pero lo estaba. Era una masculinidad imponente: musculatura desarrollada, fuerza bruta, un rostro bello digno de un dios.

– Estás casada -apuntó con otra observación sincera, aunque sintió una extraña satisfacción de propietario sabiendo que había sido su primer amante.

Su afirmación de manera desapasionada también era rotundamente masculina.

– Eso es verdad -le dijo, consciente de las reglas que gobernaban la sociedad. Los hombres estaban exentos de responsabilidad a menos que se les llevara ante los tribunales. No era habitual entre la aristocracia, donde el escándalo no se admitía abiertamente-. Sin embargo, podría atribuirte la paternidad -su voz cobró una inflexión acusatoria-. Tendrías que asumir alguna responsabilidad económica.

– ¿Qué te hace pensar que rebatiría mi paternidad?

– Supongo que tendría que estar agradecida por esto -dijo entre dientes-. Por otro lado no es una preocupación para ti el dinero, ¿verdad?

Él suspiró.

– Lo siento. Te he hecho enfadar -su mirada oscura se topó con la de ella-. ¿Debería irme?

– ¿Porque no estoy embarazada? ¿Para qué?

– Me disculparé, al menos -le dijo, intentado abrirse paso a través de ese intercambio potencialmente explosivo-. El mundo puede ser cruel, lo sé.

– Porque es un mundo de hombres -le dijo con brusquedad.

Él medio levantó sus manos en un gesto de rendición, indefenso ante su afirmación-. No sé qué hacer ahora, entonces. Si tienes alguna sugerencia…

– Podría. Depende.

– ¿De qué? -La mirada de Darley era vigilante.

– De si le da miedo hacer el amor con una mujer que puede ser más directa de lo que está acostumbrado -le dirigió una mirada inquisidora-. Después de unas semanas montando a caballo en Yorkshire no estoy dispuesta a ser una abnegada. Ni puedo ver las convenciones o las reglas que importan particularmente ahora. Si te llevo a la cama o no es sólo asunto mío y tuyo. -Elspeth enarcó levemente las cejas y de repente sonrió-. ¿Entonces?

– No tienes por qué decírmelo dos veces -se quitó los bombachos con la velocidad de un rayo-. En realidad -le dijo con una sonrisa complaciente-, no estoy seguro de que me hubiera ido a pesar de tus deseos.

– La arrogancia te sienta bien. Lo sabes, ¿verdad? -en lo más recóndito de su ser sabía que no hubiera podido rechazarle.

– No sé de qué me hablas. Excepto que me complace enormemente que me desees.

– Bien -Elspeth dio unas palmaditas a la cama, una costumbre mundana descartada para tentativas más agradables.

Tenía en mente la brevedad del tiempo que les quedaba por delante-. Ven a darme placer, ya que me quedaré sin él durante mucho tiempo.

– Pareces más frágil de lo que recordaba -observó salvando la poca distancia que había hasta la cama-. Procuraré no hacerte daño.

– No te preocupes por mí. Lo que te pido es que me des orgasmos suficientes para poder soportar las largas y solitarias semanas en el mar.

– Dime cuántos -le susurró, tumbándola sobre su espalda y siguiéndola hacia abajo-. Y veremos lo que se puede hacer…

Era tan bueno como prometía, le hizo el amor con increíble dulzura, en contraste con su reciente interludio en Langford, donde el sexo había sido sexo y sólo sexo… pura y simplemente.

Esa noche era diferente. Él inspiró amor con sus besos sin retroceder alarmado. Esa noche se atrevió a decir:

– Pasa a verme cuando vuelvas. Déjame tener el placer de conocer a tu hermano.

– Lo haré -le dijo, deseándolo con todo el corazón, incluso sabiendo que no podría. Si tenía la suerte de volver con Will, no podría ver nunca, nunca a Darley. Porque si lo hiciera, sabía que estaría perdida. Ser una concubina le quebrantaría el espíritu.

Él se comportó de la mejor de las maneras, en todos los aspectos, midiendo cuidadosamente cada una de las respuestas de Elspeth mientras hacían el amor, atento, solícito, deseando aumentar al máximo el placer de ella, concentrando su ingenio y talento sexual para ofrecerle una profunda satisfacción.

Darley sintió que esa noche de pasión era alarmantemente significativa.

Era el equivalente a destilar una década o más de experiencias lascivas en un afecto concentrado, tan puro que le empujó a reconsiderar los recientes sermones de su padre acerca del amor.

No es que fuera a abandonar su bagaje anterior y a asumir una nueva personalidad. Pero tenía que admitir que había algo intrínsecamente satisfactorio en hacer el amor a una mujer que involucrara todos los sentidos y no sólo al miembro viril.

Los sentimientos de afecto, a pesar de todo, para un libertino largamente asentado, no iban a hacer que la decencia se convirtiera en la pauta de comportamiento y, en el transcurso de la noche, olvidó sus caprichos poéticos en beneficio del familiar éxtasis de la liberación orgásmica.

Y mucho, mucho más tarde, cuando los dos estaban medio somnolientos, Elspeth se acurrucó más cerca de él y le murmuró algo entre sueños.

Darley se despertó con el sonido de la voz de ella, luchando contra el sueño después de dos semanas de dormir poco y descansar menos en Langford.

Elspeth abrió los ojos, parpadeando, como si ella también estuviera compenetrada con sus movimientos.

– ¿Más? -le preguntó amablemente, su voz ronca por la fatiga.

Ella sonrió y le dijo que no con la cabeza, sus ojos volvieron a cerrarse.

Él se obligó a permanecer despierto un rato, solícito a sus necesidades, galantemente deseoso de mitigar su pasión si así lo requería.

Pero su respiración pronto se adaptó al dulce ritmo de la somnolencia.

Y sólo entonces cayó dormido.


* * *

Capítulo 24

Al rayar el día, Darley se levantó de la cama con sumo cuidado, guardándose de no despertar a Elspeth. De pie, ante la cabecera de la cama, contempló a aquella mujer exuberante y durmiente, que le había hecho redefinir las sensaciones, que había cambiado para siempre su definición de pasión. El reloj de la repisa de la chimenea marcó la hora y, desterrando un sentimiento de remordimiento, recogió los bombachos y salió de la habitación sin hacer ruido.

Unos minutos más tarde estaba zarandeando a su secretario para que se despertara.

– Ahora me levanto, ahora -masculló Malcolm, con los ojos todavía cerrados.

– Tenemos que trazar el rumbo hacia Tánger que seguirá el Fair Undine. Te espero en la biblioteca dentro de cinco minutos.

Los ojos del joven secretario se abrieron de golpe.

– ¿Piensa zarpar hacia Tánger?

– Yo no, pero tú sí. -Darley se giró al llegar a la puerta-. Lady Grafton necesita un acompañante. ¿Quieres té o café?

– Café. ¿Cuándo zarpamos? -Malcolm había saltado de la cama y se estaba metiendo la camisa de noche por dentro de los bombachos.

– Esta mañana… con la marea. No necesitas los zapatos. Venga, trae las cartas de navegación -le ordenó Darley por encima del hombro mientras se alejaba-. Mandaré que te tengan café preparado.

Antes de que los hombres hubieran desenrollado completamente las cartas de navegación, el duque se unió a ellos, impecablemente vestido y afeitado, a diferencia de sus compañeros a medio vestir, que ofrecían un aspecto desaliñado.

– Os he estado esperando a los dos para levantarme -dijo el duque, haciendo un gesto al lacayo que acababa de entrar con la bandeja de café.

– Aún es temprano -respondió Julius-. Y mi yate siempre está listo para zarpar. El tiempo no es problema.

El duque cruzó la mirada con la de su hijo.

– ¿Vas a llevar a Lady Grafton en el Fair Undine?

– No. Lo hará Malcolm.

– ¿Cabe la posibilidad de que cambies de idea?

– No. Nada ha cambiado desde la última vez que hablamos.

– Ya veo. ¿Lo sabe ella?

Julius bajó las pestañas levemente.

– No hablamos de viajes en barco.

Dejaron el tema. El duque lo había entendido. Por lo menos Julius la mandaba de viaje con relativo lujo. El Fair Undine estaba muy por encima de la media de las embarcaciones mercantes.

– Tal vez te gustaría añadir algún cañón adicional -sugirió el duque-. La costa africana es una ruta marítima para los piratas y cada vez se muestran mucho más intrépidos. Un buque mercante de las Indias Orientales fue atacado el mes pasado. Algo muy raro para un barco tan grande.

– Supongo que las riquezas del flete eran un reclamo -dijo Julius-. El Fair Undine será menos apetecible. Y va bien armado. Cualquier peso adicional sólo pondría trabas a la velocidad. -El barco de Darley era una de las embarcaciones más rápidas, los récords de velocidad que ostentaba no habían sido batidos desde el 85, cuando el Fair Undine navegó por primera vez. Esa habilidad para navegar rápido sería de utilidad en la costa de Berbería.

– Tú lo sabes mejor que nadie -comentó su padre. Julius era un marinero aventajado. Desde pequeño había estado enamorado del mar. A medida que se hacía mayor compraba embarcaciones cada vez más grandes y veloces, conquistando los primeros puestos de las competiciones cuando rondaba los veinte años.

Durante la siguiente media hora, mientras Darley y Malcom trazaban el rumbo a Tánger, el duque hizo las veces de mero observador y les sirvió café. También hizo una lista con los productos que debían ser embarcados para el confort de Lady Grafton: una caja de champán, fruta del invernadero, carne roja inglesa de primera calidad, su propia mezcla especial de té. Afortunadamente Julius disponía de un chef a bordo para hacer más llevadero el viaje. Para su entretenimiento añadió a la lista algunos de los libros sobre purasangres de Julius. Elspeth había visto brevemente la colección la noche anterior, pero no habían dispuesto de tiempo para más. Por último, anotó en la lista que se embarcara hielo suficiente para mantener el champán frío.