– ¿Debería enviar más personal, teniendo en cuenta los víveres adicionales que estoy añadiendo? -preguntó el duque, sin estar seguro de si el personal del Fair Undine sería el adecuado para una dama.

Julius alzó la vista.

– Envía a quien quieras.

– ¿Hay sitio?

Julius arqueó una de sus cejas oscuras.

– ¿Qué es lo que estás pensando?

– Enviar unos cuantos criados más para que velen por la comodidad de la dama.

– ¿Unos cuantos?

– Eso es lo que estoy preguntando. ¿Qué camarotes están libres?

El marqués se encogió de hombros.

– Hay sitio. Haz lo que creas oportuno. -Si Malcolm no estuviera presente, hubiera añadido algo más. Su padre se estaba tomando demasiado interés por una de sus amantes.

Malcolm reclamó su atención, señalando la vía de entrada al puerto de Tánger.

– ¿Vamos solos o contrataremos a un piloto?

– Los mapas no son precisos en esta parte de la costa. Contrata a un piloto. -Darley soltó un bostezó y se estiró, la musculatura del tronco se estiraba y contraía en un movimiento suave y continuado-. Creo que es necesario. Dile al capitán Tarleton que tiene libertad para alterar la ruta. Esto es sólo una sugerencia.

– Sí, señor, y necesitaré una carta para el cónsul.

Julius se volvió hacia su padre.

– ¿Escribirías una carta? Tu nombre tendrá más peso. Elspeth necesitará ayuda, ella y su hermano, y los cónsules en lugares remotos como Tánger pueden ser, en algunos casos, pequeños tiranos.

El duque sonrió.

– Desplegaré un adecuado estilo pomposo.

– Podrías mencionar tu amistad con el rey.

– Buena idea. Sin embargo no mencionaré tu amistad con el príncipe de Gales.

Julius sonrió de oreja a oreja.

– Muy sabio -las escapadas libidinosas del príncipe no se eran tenidas en alta estima por los miembros del gobierno-. Aunque tal vez no sea necesaria una nota. La mayoría de cónsules son atentos con todos sus compatriotas.

– Lo consideraremos como un seguro. La tarea de Lady Grafton no será fácil, y si su hermano ha muerto…

– La pobre chica estará desconsolada -terminó la frase la duquesa, cuando entró en la habitación acompañada por el frufrú de la seda lila-. Aunque, ¿qué probabilidades tiene de sobrevivir en ese clima insalubre?

– Es joven -apuntó Julius, enrollando los mapas-. Puede que se sobreponga a las malas condiciones.

– Sólo nos queda rezar -suspiró su madre-. Una lástima, como si Elspeth tuviera la necesidad de viajar tan lejos -y señaló los mapas que Julius llevaba en la mano con una inclinación de cabeza-. Veo que habéis estudiado la ruta.

Darley enrolló una cinta de cuero alrededor del rollo.

– Sí. Sólo estamos esperando la marea.

– ¿Estamos? -la cara de la duquesa se iluminó.

– No es el estamos que estás pensando, maman -le corrigió el marqués, alargando el rollo a su secretario-. Malcolm llevará a Elspeth hasta Tánger. Estará en buenas manos.

La duquesa hizo una pequeña mueca.

– Me decepcionas.

– No puede ser de otra manera.

Su madre suspiró, la probabilidad de presionar a su hijo hacía tiempo que había desaparecido.

– ¿Voy a despertar a Elspeth o ya está despierta?

– Está durmiendo, pero iré a despertarla -Darley, sensible y con los nervios de punta, no estaba de humor para soportar los disparates de su madre.

La duquesa no respondió a su respuesta brusca… o tal vez tuviera motivos ocultos. Quizás esperaba que su hijo se sobrecogiera por el tierno sentimiento de volver a ver a Elspeth y cambiara de opinión.

– ¿Hay tiempo para el desayuno antes de que Elspeth se ponga en camino o la marea no lo permite?

– Haz que le suban el desayuno. Así Elspeth podrá dormir un poco más. Nos reuniremos todos abajo en una hora. Avisa al capitán -añadió Darley con una inclinación de cabeza en dirección a Malcolm-. Todavía tiene tiempo de embarcar suministros suplementarios.

El barco de Darley siempre estaba listo por si el marqués sentía el irrefrenable deseo de viajar al extranjero. Los enredos comprometedores con sus acompañantes femeninas motivaban a menudo estas decisiones, dos semanas o más lejos de Inglaterra eran suficientes para que la cólera de una amante se fuera apaciguando poco a poco. O a veces, cuando sus divertimentos le hastiaban o bien con el paso del tiempo se hacían demasiado frenéticos, se lanzaba a la mar, buscando un respiro del tedio en medio de los vastos confines del océano.


* * *

Capítulo 25

Elspeth se despertó cuando Darley regresaba, como si hubiera sentido su presencia en el mismo momento que había entrado en la habitación.

Ella sonrió.

– Te has despertado temprano.

– Malcolm y yo hemos trazado el itinerario hasta Tánger -le informó Julius mientras se acercaba a la cama.

Un arrebato de pasión le atravesó los sentidos. ¿Acaso podía atreverse a esperar que Darley la acompañara a Marruecos?

– Malcolm te llevará en el Fair Undine. Es extraordinariamente competente. No podrías estar en mejores manos.

Excepto en las tuyas, pensó Elspeth, desterrando con rapidez aquellos sueños fantasiosos. Debía de tener más sentido común.

– Gracias por tu generosidad -le dijo Elspeth en su lugar-. Estoy en deuda.

– En todo caso, soy yo quien está en deuda -murmuró Julius, deteniéndose al pie de la cama-, por todo el placer que me has dado.

No estaba preparada para responder de forma hábil, sus emociones la hacían tambalearse al borde del abismo después de la pasada noche. Pero aquella cortesía relacionada con el ofrecimiento a viajar en su barco eran fácilmente pronunciables.

– Qué amable al ofrecerme el Fair Undine -le dijo Elspeth-. Si puedo recompensarte de alguna manera en el futuro por el uso de tu barco, lo haré.

– No hay resarcimiento que valga. Para mí es un placer ayudarte. -Presa de una inquietud desconocida, Darley echó un vistazo al reloj.

Ella se dio cuenta adonde dirigía la mirada.

– ¿Es la hora?

– Dentro de poco. Me he tomado la libertad de ordenar que te preparasen un baño -Julius sonrió, aunque no con la desenvoltura habitual-. El agua está siempre muy solicitada en alta mar.

Elspeth se levantó, comprendiendo que debía comportarse con dignidad. Darley nunca confundiría el placer amoroso con cualquier otra cosa, ni aceptaría el sentimentalismo sensiblero.

– Sophie debe de estar esperándome -dijo Elspeth, apartando a un lado las sábanas y tratando de alcanzar su ropa.

– Así es. -No podía evitar mirarla, sus ojos se sintieron atraídos por sus exuberantes formas cuando salía de la cama. Pero miró igual de rápido hacia otro lado; su desnudez le suscitaba infinidad de sensaciones no deseadas-. Te traerán el desayuno cuando hayas terminado.

– Piensas en todo -dijo Elspeth con voz traviesa.

Darley enarcó las cejas en reacción a su tono.

– Eso intentamos. -Darley no tenía la intención de mostrar ni atisbo de su genio. La pasada noche había sido memorable. No deseaba que el tiempo que les quedaba para estar juntos se plagara de resentimiento-. Me vestiré mientras tomas el baño y luego volveré con las cartas de navegación para enseñártelas durante el desayuno.

Elspeth se esforzó en seguir las normas de cortesía de manera tan educada como él. Estaba en deuda. No podía estar en desacuerdo con un hombre que le había dado tanto placer sólo porque no la acompañaba a Marruecos.

– Perdóname -se disculpó Elspeth mientras introducía los brazos por la bata-. No pretendía comportarme como una desagradecida.

– No hay nada que perdonar. Eres del todo perfecta -comentó Darley, galantemente, aliviado al ver que cubría sus grandes pechos y su sedoso pubis con la parte delantera de la bata, antes de que perdiera el control-. Puesto que nuestro tiempo es limitado -le dijo con una leve sonrisa-, te sugiero que te des un baño rápido.

Qué delicado era evitando las emociones. Qué experto en la materia. Tomando nota de la afabilidad que le brindaba, Elspeth le devolvió la sonrisa y en respuesta sonrió mientras se ceñía la bata con un nudo.

– Quedo a la espera de ver las cartas de navegación. ¿En veinte minutos?

Darley asintió con la cabeza.

– En veinte minutos.

Elspeth miró atrás antes de entrar en el baño porque no había oído la puerta. Él permanecía de pie, en el mismo sitio donde lo había dejado, con una expresión hermética, agarrando la columna del pie de la cama. La tensión de sus brazos era visible en la disposición tensa de los hombros.

Cuando ella se giró, Darley sonrió precipitadamente y le envió un beso. Después de agacharse para recoger las botas, salió de la habitación dando grandes zancadas.

Qué inflexible parecía allí de pie. Severo, distante. Hasta que esa sonrisa seductora brilló con su maestría habitual. Qué lástima que ella no tuviera fuerzas para resistirse a su glorioso encanto. Pero por otra parte, ¿qué mujer las tenía?

Se dijo en su fuero interno que no iba a llorar ahora que todo había acabado. Llorar era inútil, en cualquier caso. Ni quería darle la oportunidad a Sophie de que le soltara un ya se lo dije.

Enfrentaría su pérdida como una mujer adulta y sensata.

Pero en el mismo momento que entró en el vestidor, se echó a llorar y corrió al encuentro de su anciana niñera.

Sophie la abrazó fuerte, dándole unas palmaditas en la espalda con suavidad, susurrándole en el pelo:

– Tranquila, tranquila, mi niña mimada… pronto se sentirá mejor… todo necesita su tiempo. Deje de llorar, tesoro. Llegarán tiempos mejores. Encontraremos a Will y lo traeremos a casa sano y salvo, y los dos empezarán una vida feliz.

Ojalá fuera cierto. Ojalá Sophie pudiera arreglarlo todo en ese instante como había hecho en el pasado, pensó Elspeth, sollozando en el hombro de su niñera. Pero la vida no era tan sencilla como cuando era niña. Una golosina o una palabra amable, o un paseo en su caballo favorito eran suficientes para hacer desaparecer todas sus penas.

Y no importaba que Sophie le dijera que pronto se sentiría mejor porque su corazón se había roto en mil pedazos.

Y encontrar a Will y traerle a casa sano y salvo era un viaje espantoso y abrumador… sin garantías.

Estaba muerta de cansancio, tenía los nervios de punta, todas sus sensaciones se habían redoblado en intensidad después de la pasada noche. Pero llorar no solucionaría nada. Poco importaban los mares de lágrimas que derramara, no estaba segura del amor de Darley ni del estado en que se encontraba Will.

Debía tranquilizarse. Respiró hondo, se alejó de Sophie.

– Ya he acabado de llorar -le dijo, ofreciéndole un amago de sonrisa-. Pronto estaré bien. Es sólo que he dormido poco.

– Pobre pequeña. Cualquiera puede ver que está cansada. Métase en la tina grande que está allí -le indicó Sophie, desabrochando la bata de Elspeth-, y descanse mientras la baño.

– Nos manda a Marruecos en su barco -una declaración sencilla, informativa, tan falta de emoción como pudo ingeniárselas-. Su secretario se ocupará de nuestro bienestar.

– Eso he oído. -Sophie dejó caer la bata por los brazos de Elspeth-. Todo el mundo corretea escaleras abajo.

– Es muy gentil por su parte dejarnos el Fair Undine -intentaba concentrarse en las cosas positivas, sin permitir que la voz se le quebrara.

– Sí, es muy amable. Espero que sea un barco magnífico. Sus intenciones son buenas -dijo Sophie y frunció el labio superior con desdén cuando le despojó de la bata.

– No te enfades, Sophie. Ni siquiera esperaba eso.

– Con hombres como el marqués, es mejor no esperar demasiado. Sólo piensan en ellos y siempre lo harán. No quiero decir que falten al respeto… eso es todo lo que saben… hacer lo que les place. -Sophie dejó la bata sobre una silla dorada.

– Mientras nosotras no hemos disfrutado de esa ventaja.

– O desventaja, en mi opinión -replicó Sophie, guiando a Elspeth hacia la bañera-. Si uno es demasiado egoísta, se está vendiendo al diablo, así lo veo yo.

– Es posible -aunque Elspeth era renuente a criticar a Darley cuando tantos otros hombres de su clase no eran mejores que él, y muchos, como su marido, eran mucho peores-. En cualquier caso, tenemos que darnos prisa -observó Elspeth, avanzando, con un estado anímico un tanto más alegre. Era útil poner las cosas en la perspectiva adecuada… Darley era un auténtico ángel comparado con Lord Grafton.

Al pensar en su marido arisco y de mal genio, Elspeth casi sintió una oleada de alivio por emprender un viaje que la llevaría fuera de Inglaterra, siempre y cuando encontrara a Will con buena salud… Tocaba madera.

Cuando dejaran atrás Inglaterra, Grafton ya no podría tocarla.