– Se rumorea que has estado haciendo el ermitaño en Langford, en compañía de Amanda como diversión. Tienes suerte de que Francis Rhodes no le importe, tan ocupado como está besándole el culo a Pitt.
– Para tratar con Francis no se precisa la suerte. Besa todos los culos que tengan un poco de poder y dinero, y yo tengo ambas cosas -y se encogió de hombros-. En cualquier caso, Amanda está libre de restricciones para tomar sus propias decisiones. Es una viuda, no una inocente doncella.
– Entonces, amigo mío -pronunció lenta y pesadamente- ¿qué mujer digna de atención te ha tentado para que vengas a la ciudad, cuando no te has movido de Langford durante semanas? -Con Julius era una obviedad: tenía que haber una mujer de por medio.
– Lady Grafton.
Su sorpresa era manifiesta. El vizconde cambió su postura arrellanada.
– ¿Aquí? ¿En la ciudad? ¿Sola o con su depravado esposo?
– Sola. Y estaba aquí. Zarpará con la marea matutina. -La voz de Darley era neutra, cada palabra, premeditada.
– ¿Adónde?
– A Tánger. Desembarcaron a su hermano y a los compañeros de su regimiento que contrajeron fiebres durante el viaje a la India.
Charlie sonrió abiertamente.
– Deduzco que también necesitaba consuelo.
El marqués tardó un milisegundo en contestar. La noción que tenía Charlie de consolar difería con mucho de lo que había ocurrido la pasada noche en la Queen's Room.
– Llámalo como quieras -le contestó Julius, reprimiendo el arrebato de emoción que le produjeron los recuerdos todavía recientes-. Déjame sólo decirte que el viaje a caballo valió la pena.
– ¿Cuándo regresa?
– Quién sabe -le respondió encogiéndose de hombros.
– En ese caso, ¿vuelves a Langford o Amanda se enfadó cuando la abandonaste? -esperó que Darley cogiera el vaso de brandy que le había traído el camarero para añadir-: Amanda se pondría hecha una fiera cuando saliste por la puerta.
El marqués apuró la mitad del brandy y dejó que el alcohol mitigara por un momento sus sentidos.
– Si se enfadó -comentó Julius finalmente-, no me di cuenta.
– No te molestarías en comprobarlo, querrás decir, cuando el rabo te dirigía a Londres.
– Posiblemente, pero Amanda siempre acepta unas disculpas en forma de letra de cambio para saldar sus deudas de juego. Apuesta demasiado alto.
– Igual que tú.
– No es demasiado alto si uno se lo puede permitir.
– Y si tu padre es comprensivo.
– Papá, en su juventud, hizo las mismas locuras. ¿Cómo quieres que no sea comprensivo?
– Yo no tengo tanta suerte. Desde que mi padre ha abrazado la religión en su vejez, parece que la memoria le haya abandonado -dijo el vizconde con un bufido. Darley sonrió.
– Mi padre tuvo un altercado con un teólogo de la iglesia, éste le envió al infierno y desde entonces rechaza el dogma teológico. Y, por lo pronto, no volverá al pensamiento de Dios.
– Qué suerte tienes, tú -le dijo Charlie con una sonrisa-… y las casas de juego que frecuentas.
Julius levantó el vaso para brindar.
– Por la indulgencia de mi padre -Julius esbozó una mueca-. Excepto por el cariño desconcertante que muestra por Lady Grafton. Parece que esté enamorado de ella.
– Hablando de enamorados -apuntó Charlie-. ¿Acaso tienes ahora el corazón roto por la dama que ha zarpado?
A punto de tomar un trago, Darley hizo una pausa, detuvo el vaso cerca de sus labios.
– ¿Cómo dices?
Charlie agitó las manos para poder desarrollar sus pensamientos.
– Pareces un poco apagado esta mañana. No tienes tu garbo y despreocupación habitual.
Después de tomar un trago de brandy, Darley apoyó el vaso en el brazo de la silla.
– Estoy cansado, eso es todo. Lady Grafton no me dejó dormir en toda la noche y después tuve que hacer el numerito con mis padres esta mañana.
– ¡Tus padres! Me estás diciendo que has hecho el amor con ella en casa de tus padres.
– Allí es donde estaba ella.
Charlie arqueó las cejas hasta el lugar donde le nacía el pelo.
– ¿Por qué diablos estaba allí?
– Es una larga historia. No tienes por qué salivar. No es nada excitante. Betsy descubrió que estaba en la ciudad… la invitó a casa y ahora ella y mis padres adoran a Elspeth. Y ellos, a su vez, me miraron como a un bribón por no querer acompañarla en su viaje a Marruecos.
– ¡Por todos los diablos! ¿Por qué tendrías que hacer eso?
– Es lo mismo que les dije yo, aunque con un poco más de tacto. ¿Te imaginas varias semanas en alta mar con una mujer? -Julius resopló-. Sería un infierno.
– Jesús… una idea espantosa. Ten -dijo el vizconde, inclinándose para servir más brandy en el vaso de Darley-, bebe.
Darley se lo bebió de un trago, el alcohol era un viejo remedio para cualquier malestar.
Luego, acomodándose en la silla de cuero desgastado, inspeccionó la sala con un gratificante sentimiento de bienestar. Aislado de los caprichos del mundo, rodeado de amigos, aquel acogedor y confortable club era el baluarte de las prerrogativas masculinas, una ciudadela del status quo y, en su caso, el bastión personal contra cualquier adulteración de su libertinaje y forma de vida, altamente satisfactoria.
– Los padres no lo entienden -comentó Charles con cierto desprecio mordaz-. La razón por la que nos divertimos a costa de amantes y prostitutas es porque los compromisos son transitorios. Si quisiéramos un compromiso permanente -el vizconde se estremeció visiblemente-, nos habríamos sometido a las ataduras del matrimonio.
– Mi padre siempre lo ha entendido así. Hasta que conoció a Elspeth y, al parecer, ha cambiado de opinión. «¿Por qué no acompañas a Elspeth a Marruecos?», me dijo. «No tienes nada mejor que hacer.»
– Caramba. ¿Por qué querría atarte a una dama con la que sólo te has acostado una o dos veces? Tu padre era sinónimo de desenfreno. Debería de tener mejor criterio.
– Le expresé estos sentimientos de una forma más diplomática. Ni se inmutó. Empezó a hablar de la felicidad y el amor. No le presté atención -el marqués trató de alcanzar la botella de brandy. Necesitaba otro trago… o más… una botella o dos para borrar las imágenes de Elspeth que inundaban su mente cada vez que se pronunciaba su nombre.
No quería pensar en ella.
No quería recordar.
Quería olvidar.
Cuanto antes mejor.
Durante la siguiente media hora, y con la ayuda ininterrumpida de la bebida, casi se convenció de que ésa era la forma adecuada de volver a la normalidad. Siempre se podía contar con Charlie para tener noticias frescas sobre cualquier escándalo que hubiera ocurrido recientemente. Varios de sus amigos se acercaron para charlar un rato. Darley y Charlie fueron invitados a un baile de máscaras que se daba esa noche y donde estaría garantizada la presencia de un grupo de bellezas, famosas por su pericia en el tocador.
También se propuso ir a ver un combate de boxeo profesional más tarde.
La cena en el club, el baile de máscaras, la alegre compañía de sus amigos.
¿Qué podría ajustarse mejor a la normalidad?
Debería de estar satisfecho.
Feliz.
Pero no lo estaba.
Estaba atrapado por los recuerdos, unos recuerdos de cabellos dorados y ojos azules, y una sonrisa que le proporcionaba una felicidad inconmensurable.
Mientras la necesidad de acariciar a Elspeth por todo el cuerpo… dentro y fuera… le nublaba el juicio con la fuerza de una gigantesca ola. Y cualquier compensación o felicidad a la que pudiera aspirar se había atado a aquella exuberante belleza de Yorkshire, que amaba tanto los caballos y las carreras como él.
Sin ella -Darley profirió un leve suspiro dentro del vaso de brandy- no era feliz.
– Vayamos al combate de boxeo -propuso Charlie, interrumpiendo las lúgubres ensoñaciones de Darley-. Nos vendrá bien un cambio de aires.
– Nos encontramos allí -Darley era incapaz de moverse.
El vizconde se levantó, balanceándose, se ladeó un momento, recuperó el equilibrio y se quedó mirando a Julius con ojos bizcos-. ¿Estás seguro?
– Seguro.
– No pareces seguro.
– Caramba, Charlie, vas tan borracho que no ves nada, pero si no lo estuvieras verías que estoy completamente seguro -masculló Darley-. Me quedaré para tomar unas copas más y luego iré a buscarte.
– No te olvides. Te voy a presentar a una bonita muchacha esta noche, Kelly. Es nueva en el escenario del Drury, y tan fresca como el rocío, casi puedes sentir el aroma del campo cuando estás cerca de ella.
El marqués dirigió a su amigo una sonrisa cínica.
– ¿Fresca como el rocío? Vaya, una novedad a escena.
– Y lo más interesante en este caso en particular -le dijo Charlie con una gran sonrisa-, te gustará.
– Nos vemos en una hora.
– ¿En el gimnasio de Broughton?
– Exacto.
Pero después de que se marchara Charlie, Darley dio dos rápidos tragos, como si la salida de su amigo le hubiera desatado un catastrófico sentimiento de ansiedad. Después, poco a poco, se fue tranquilizando y se bebió una tercera copa. A punto de servirse una cuarta, vaciló, dejó en el suelo la botella y pidió pluma y papel.
Cuando el lacayo le entregó lo que había pedido, garabateó unas líneas, dobló la hoja, puso la dirección de sus padres, se la dio al lacayo y salió de la sala de juego a grandes zancadas. Bajó corriendo las escaleras, cruzó la puerta que le abrió un sirviente a su paso, se dio la vuelta y ordenó enérgicamente al portero:
– Consígueme un coche de alquiler. Uno que sea rápido. Tengo prisa.
Capítulo 28
La tripulación del Fair Undine trabajaba a destajo para desplegar las velas. El capitán y el primer oficial supervisaban la frenética actividad desde la cubierta de popa, cuando Darley subió a bordo de un salto… justo cuando la pasarela se levantaba literalmente detrás de él.
Charlie fue el primero en verlo desde su posición elevada, en la barandilla de estribor.
– Tenemos otro pasajero -susurró Charlie, y le dio a Sophie, que se le había aproximado por detrás, una palmadita en la espalda.
– Que Dios nos coja confesados -musitó Sophie entendiendo el significado del comportamiento de Darley. Él sabía que el viaje que estaban emprendiendo sería largo.
– Nuestra señora pronto estará sonriendo. Le está diciendo al capitán que no equilibre el barco con las velas desplegadas.
La brisa, en efecto, comenzó a henchir las velas. El barco se movía lento y despacio por el río. Vieron a Darley intercambiando algunas palabras más con el capitán. Parecía como si estuviera dándole órdenes. Después el marqués se dio la vuelta y se dirigió a la escalera de cámara.
– ¿No te gustaría estar allí dentro para ver qué pasa? -dijo Charlie con una gran sonrisa.
– Cállate -le dijo Sophie, arrugando el ceño-. Lo que haga la señora no es asunto nuestro.
– No lo dije con mala intención. Quería decir que se pondrá más contenta de lo que está ahora.
Darley no llamó a la puerta cuando llegó al camarote, estaba demasiado impaciente después de pasar muchas horas esperando y bebiendo.
Demasiado irreprimible.
Pero un momento después se encontró quieto en el umbral de un camarote vacío.
– ¡Elspeth! :-su voz resonó en aquel espacio pequeño, un matiz de inquietud subyacía en aquella palabra. Según el capitán, se suponía que estaba allí. Imágenes inverosímiles de mujeres ahogándose por la melancolía inundaron su mente. Consecuencia del brandy, sin duda, con todo muy vivido.
Inquieto, se giró para ir en su búsqueda y, cuando puso un pie en el pasillo, oyó una voz somnolienta.
– Has cambiado de idea.
Se dio la vuelta hacia aquel sonido familiar y la ansiedad dio paso a la dicha. Allí estaba Elspeth, en la entrada del vestidor, ligeramente aturdida.
– He debido de quedarme dormida. -Todavía somnolienta, la felicidad de verle era poco expresiva.
Darley volvió a entrar en la habitación, cerró la puerta de forma egoísta, inmune a los matices de su entonación cuando había encontrado el trofeo que perseguía, sano y salvo.
Darley sonrió.
– Pensé que te gustaría tener compañía para ir a Tánger.
¡El barco se movía?, advirtió Elspeth y un arrebato de desproporcionada alegría causado por las palabras de Darley la abrumó. Sin embargo sabía cómo expresar su vertiginoso placer por las páginas de The Tatler, su modelo -aunque pudiera ser equivocado- en las maneras que se debían observar entre la alta sociedad.
– Estaría encantada de disfrutar de algo de compañía -le dijo Elspeth, esperando que sonara a una despreocupación indistinta. En cambio, pasó por alto decirle que le encantaría de todo corazón disfrutar de la suya-. Aunque también aprecio mucho la ayuda de Malcolm -añadió después, no fuera a ser que él pensara que era una desagradecida, después de toda la ayuda que le había brindado-. Es un hombre encantador.
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