No se produjo ningún presagio maravilloso, ningún destello de luz o un sonido de trompetas que anunciara que allí estaba ocurriendo un acontecimiento de vital importancia. Y allí de pie, en medio del camarote, y con Elspeth entre sus brazos, entendió que había asumido una nueva responsabilidad para la que antes se consideraba incapaz.

Una responsabilidad no del todo desagradable, decidió Darley en su fuero interno, mirando a aquella dama que le había empujado a viajar tan lejos de casa. Muy lejos.

– Si quieres, puedes darle las joyas a Sophie -murmuró Darley, bromeando un poco para tratar de refrenar su llanto-. No quería entristecerte.

Sus ojos se abrieron espoleados por la bondad de su tono de voz, alzó la cara bañada de lágrimas, y le ofreció una sonrisa que le retorció el corazón.

– No… te… merezco -susurró Elspeth.

– Quizá nos merezcamos el uno al otro -respondió Darley, aludiendo sin dudarlo a una conexión entre ellos… Por lo visto, sin prestar atención a aquella afirmación tan sorprendente, puesto que añadió con una sonrisa-: Dicen que puedo ser intratable.

– No… no, nunca. -A sus ojos se había comportado como un verdadero salvador-. Te pediré perdón por mi… petulancia… cada día que pase hasta Tánger -murmuró Elspeth entre sollozos-. Te lo prometo.

Él sabía lo que quería en lugar de las disculpas, pero se mordió la lengua en una situación tan delicada.

– Has soportado mucha tensión -le dijo Darley en lugar de pronunciar en alto sus verdaderos pensamientos, llevándola de nuevo al sillón y sentándola en su regazo-. Descansa, decidiremos lo que haremos más tarde.

– Haré todo lo que me pidas -Elspeth tomó aire, bajó las pestañas levemente. A medida que hablaba, una paz gratificante inundaba su cuerpo y mente. El perdón de Darley era un bálsamo relajante para todo lo que la había atormentado.

Y en unos segundos quedó atrapada en un sueño profundo, como si su acalorado contratiempo le hubiera arrebatado sus últimas fuerzas.

Él la abrazó mientras se quedaba dormida. Su respiración lenta era un reconfortante pianissimo, el aroma a lila de su pelo perfumado le impregnó el olfato, la calidez del cuerpo de ella contra el suyo era un dulce éxtasis, cuando no se creía capaz de apreciar unos placeres tan sencillos.

Estaba contento.

Feliz.

Se sentía infundido por una nueva determinación que aliviaba y apaciguaba las dificultades que ella afrontaba. Elspeth había luchado demasiado tiempo contra las desgracias de su vida. Él estaba allí simplemente para ofrecerle ayuda y consuelo. Un hombre como él, que siempre había evitado los líos, se sintió particularmente encantado de contar con todos los medios para ocuparse de su futuro.

Encontrarían a su hermano y lo traerían de vuelta a casa.

Y si había tiempo, traería también los caballos que Bachir había comprado para él durante su último viaje.

Elspeth y su hermano podrían elegir entre los purasangres para establecer su propia caballeriza. Le daría a Will una manutención y complacería a Elspeth con el pacto. Y lo más importante de todo, si se instalaban confortablemente en su propia casa, Elspeth no tendría que volver con Grafton.

Darley hacía planes afanosamente mientras ella dormía.

Hubiera querido llamar a Malcolm para empezar a redactar una lista con las prioridades. Conocía una pequeña hacienda en venta, cerca de su cuadra en Gloucestershire. Mandaría a Malcolm a hacer algunas preguntas. La casa solariega y las caballerizas necesitaban algunas reformas, pero Malcolm era competente cuando se trataba de controlar a los constructores. Él había supervisado todos los temas relacionados con la construcción en las propiedades de Darley. Elspeth también necesitaría un preparador, por supuesto… alguien con buenas recomendaciones. Quizás alguno de los empleados de su vieja caballeriza estaría disponible.

Su mente saltaba de proyecto en proyecto y, cuando ella se despertó después de un rato, él la recibió con una sonrisa.

– Tengo un plan -le dijo Darley-. Escúchame.


* * *

Capítulo 29

Cuando Darley terminó con sus explicaciones, el corazón de Elspeth galopaba en medio de una compleja maraña de esperanza, miedo y consternación.

– ¿Y bien? -preguntó Darley, expectante.

– No sé qué decir -Elspeth no quería discutir de nuevo, pero se preguntaba cómo podía aceptar tanto de él, sin comprometerse a ojos de los demás. Era consciente del posible escándalo en el que su nombre podía estar ya envuelto. Pero lo estaba haciendo por su hermano. No para su provecho. Y en cuanto a su amor por Darley, eso era un asunto privado. Pero si le permitía hacer lo que tenía en mente, la tildarían de ser la protegida de Darley. Y una vez diera el paso, el mundo donde había vivido hasta ahora le sería vedado para siempre.

– Dime, si te gusta la idea la haremos realidad.

– ¿Podemos hablarlo más tarde?

– No te gusta.

– Sí.

– ¿Pero?

– ¿Sinceramente?

– Claro, sé sincera -le dijo Darley, alisando un rizo de cabello detrás de la oreja-. Ésa es tu vida.

Ese era el tema que tenían entre manos, ¿no? Sus vidas estaban separadas en todos los sentidos.

Elspeth respiró hondo.

– Vale. Estoy casada, como bien sabes -Darley frunció el ceño-. Así que todo lo que hagas por mí -y prosiguió intentando ir con la verdad por delante-, será visto de una manera muy determinada. No es que no tenga una gran deuda de gratitud contigo… y te estoy muy agradecida. Pero si haces todo lo que dices cuando regresemos a Inglaterra… me quedaré sola en el mundo. Rechazada, considerada una mujer de cierta calaña.

– No tiene por qué. ¿Sabes cuántas mujeres viven separadas de sus maridos… mujeres de buena familia?

Ella lo desconocía.

– No hay muchas de esas en Yorkshire.

– No me digas que vas a volver con él -murmuró Darley.

– No, pero preferiría tomar mi propio camino sin reparar en adonde voy. Es cuestión de orgullo y dignidad. Y no requiero mucho. Will y yo nos contentamos con una vida sencilla.

– ¿Haciendo qué?

– Pensé que podríamos abrir una escuela rural en alguna parte.

– ¿Tu hermano está de acuerdo?

– No estoy segura -respondió Elspeth, se lo había preguntado a sí misma más de una vez-. Pero Will puede encontrar otro sustento para contribuir a nuestra manutención si no le gustan mis planes.

– Deja que sea vuestro sustento. Financiaré vuestra escuela. Nadie tiene por qué saberlo. Ni tienes por qué decírselo a tu hermano.

– ¿Y tu te mantendrías alejado?

– No. ¿Por qué?

– Porque nadie enviaría a sus hijos a la escuela si creyeran que soy tu amante. Venga, Darley, sabes cómo puede afectar a una mujer un pequeño indicio de escándalo.

– No si su protector es suficientemente poderoso. Las casas más respetables están abiertas para las amantes de los hombres de gran fortuna. Las invitan a todas partes -como ocurre en casa de mis padres, le hubiera gustado decir.

– Por favor, respeta mi reputación… si algo queda de ella.

– En Newmarket no pensaste en tu reputación.

– Tendría que haberlo hecho.

Siendo un hombre sensato, prefirió no continuar con la discusión. ¿Por qué arruinar lo que parecía ser un viaje agradable? Tenían todo el tiempo del mundo para volver a hablar del tema una vez hubieran regresado a Inglaterra.

– Quizá tengas razón -dijo Darley-. La sociedad no es tan permisiva con las mujeres.

– Exacto. -Debería sentirse satisfecha de que lo comprendiera. Pero se encontró sufriendo una punzada de pena porque hubiera cedido de buen grado. No esperaba otra cosa. Un hombre como Darley era caprichoso en sus relaciones con las mujeres.

– Por lo menos no estás sujeta a la censura de la sociedad en alta mar -dijo Darley con una sonrisa-. Tenemos dos semanas libres de restricciones.

– ¿Cuánto tardaremos en llegar a Tánger?

– Si el viento no falla, unas dos semanas por lo menos.

– Sabes que mereces mi eterna gratitud -dijo Elspeth en un tono bastante serio-. No podría haber hecho nada de esto sin ti, ni disfrutar de estas comodidades durante el viaje -Elspeth podría estar en desacuerdo con la derrochadora forma de vida de Darley, pero no podía negar la bondad que había demostrado tener con ella-. Si algún día está a mi alcance la manera de recompensarte, lo haré.

– Tu compañía es suficiente recompensa -respondió Darley con ternura, intentando ocultar cualquier atisbo de insinuación en su voz. La dama se sentía vulnerable. Demasiado pronto para la seducción, ahora que sus espíritus se habían removido-. Mientras tanto, vamos a ver si podemos aumentar la velocidad. Hablaré con el capitán. Y tú puedes tomar una taza de té. Voy a hacer una apuesta -añadió Darley con una sonrisa, se puso de pie y la dejó sobre la silla-. Enviaré a Sophie, yo volveré pronto.

Abandonó el camarote y emprendió sus tareas, motivado por algo más que el mero altruismo. Cuanto antes llegaran a Tánger -y con un poco de suerte encontraran vivo a su hermano-, antes regresarían a Inglaterra, donde tenía pensado poner a Elspeth bajo su protección, de una u otra forma. Prefería manejar ese asunto abiertamente, pero si ella se plantaba, él estaría más que dispuesto a recurrir a medios más subrepticios. Pero conseguiría a Elspeth. De eso estaba seguro.

Darley siempre había vivido con carta blanca: todos los privilegios le eran otorgados, todos los antojos concedidos. Deseo y satisfacción eran la misma cosa.

No podía sentirse frustrado.

Al encontrarse a Malcolm no le dio ninguna explicación de su aparición en el último minuto, le agradeció que acompañara a Elspeth a bordo y luego le dio una serie de instrucciones, la primera de ellas, que mandara a Sophie al camarote de Elspeth con una bandeja de té y dos botellas del champán de su padre.

– Y si te encargas de los criados de Lady Grafton durante el viaje -añadió Darley-, así como del servicio adicional que ha enviado mi padre, te estaré agradecido -y agachó la cabeza-. Te doy las gracias por adelantado.

La insinuación de que Darley no quería ser molestado bajo ningún concepto no se dijo en voz alta, pero Malcolm la captó al vuelo.

– Puede contar conmigo, señor. Su padre nos ha proporcionado provisiones más que suficientes para gozar de cierto lujo -sonrió Malcolm-…además de contar con una asistente del chef que ya se las ha tenido dos veces con su chef, mi señor.

Darley sonrió.

– Da la impresión de que vas a estar ocupado. François, ya de por sí, es muy temperamental. Te deseo suerte. Aunque no soy excesivamente optimista con dos prima donnas en unas dependencias tan pequeñas. Hágalo lo mejor que pueda, ahora estaré ocupado presionando al capitán para ir más rápido -y prosiguió, apartando los chefs de sus pensamientos-. Lady Grafton desea encontrar a su hermano cuanto antes.

Darley abandonó el camarote de su secretario y se dirigió a la cubierta. Después de que el capitán y Darley intercambiaran unos cumplidos, Darley fue directamente al grano.

– Me gustaría llegar a Tánger en un tiempo récord -afirmó Darley-. Y para que así sea, me gustaría ofrecer una gratificación a cada oficial y miembro de la tripulación. Por ejemplo, el triple de la paga. Y una cantidad similar si el viaje de vuelta es igual de veloz.

– Sí, señor -respondió el capitán Tarleton, haciendo de inmediato una señal a su primer oficial-. A toda vela, señor Ashton -le dijo a su teniente-. Este barco puede volar, señor. Le llevaremos a su destino en un abrir y cerrar de ojos -le dijo a Darley dándose la vuelta.

– Gracias. Lady Grafton está preocupada por la salud de su hermano y cada día es de vital importancia.

– Lo entiendo.

– Espera poder encontrarle -Darley hizo una pausa-… a tiempo.

– Sí, señor, lo entiendo, mi señor. Es un clima peligroso para los extranjeros. Por favor, exprese mi apoyo a Lady Grafton. Dígale que pondremos todo lo que esté de nuestra parte.

Un buen número de hombres trepaban por los obenques y se situaban por encima de las vergas, desplegaban las velas que bajaban, se agitaban, se henchían produciendo un chasquido fuerte y seco.

– La señora estará contenta. Y no tendremos que preocuparnos de los piratas durante unos cuantos días. -El Fair Undine había empezado a avanzar con fuerza cuando todas las velas se tensaron. La esbelta y ligera embarcación cortaba las olas sin esfuerzo.

– No rondan tan al norte, pero una vez lleguemos a la ruta marítima africana tendremos que estrechar la vigilancia. Pero no creo que nos atrapen, señor -añadió el capitán con una sonrisa-. Esta belleza va a la velocidad del rayo.

– Yo no mencionaría la palabra pirata cerca de las mujeres.