Al poco rato, Ismail regresó con un carruaje y un cochero. Los dos hombres enfermos fueron cargados con cuidado sobre una cama provisional de paja que improvisó el tabernero, y el pequeño grupo se esfumó. Le siguió la ovación de los parroquianos de la taberna, cuyas fortunas había prosperado gracias al oro de Darley.

Pero fue dinero bien empleado, pensó Darley con Elspeth en sus brazos, y el carruaje abandonó lentamente el puerto. Sin embargo, como jugador que era, no hubiera apostado ni seis peniques por el éxito de esa aventura. De hecho, las apuestas estaban tan exageradamente en contra que consideró seriamente la posibilidad de una intervención divina.

Darley era el hombre menos indicado para dar alas a sentimientos de esa naturaleza.

Pero allí estaba.

En esa tierra remota, en ese lugar de iniquidad que, al parecer, había acabado con la vida de un buen número de compañeros de Will, habían tenido el golpe de suerte más fortuito del azar más aleatorio del universo. Podría tener la tentación de ofrecer una oración de gracias cuando los dos hombres estuvieran a bordo del Fair Undine.

Darley frunció el ceño.

A menos que sobrevivieran.

Cuando Elspeth recobró la conciencia, Darley borró rápidamente la arruga que le surcaba la frente y le sonrió.

– Tienes mucha suerte -susurró Darley.

– ¡Will! -exclamó Elspeth con un sobresalto.

– Will está bien. Está en el coche que va delante de nosotros. Por eso circulamos tan despacio.

– Dime, ¿se pondrá…?

– Se pondrá bien -respondió Darley con suavidad-. Totalmente bien -añadió, jurando en falso sin el menor reparo. Haría cualquier cosa que estuviera en su mano para probar que su afirmación era cierta-. Había pensado, sin embargo, que Gibraltar sería un lugar más adecuado para su convalecencia. No queda lejos. La guarnición contará con un doctor. Y cuando Will se haya recuperado, volveremos a Inglaterra.

– Consigues que te crea cuando pareces tan seguro.

Pero Elspeth sonreía, ya no estaba asustada. Darley, por su parte, estaba contento de haberla tranquilizado.

– Tu hermano es joven y fuerte. Se recuperará en poco tiempo.

– No sé cómo agradecértelo, todo… tu confianza, tu apoyo y tu postura tan amedrentadora dentro de la taberna -añadió Elspeth con una amplia sonrisa.

– Ha sido un placer, querida.

Le habría gustado mucho ser su «querida», pero todavía se interponían demasiadas cosas entre la realidad y el deseo.

– ¿Cuánto dura la travesía hasta Gibraltar? -le preguntó, desviando la conversación hacia temas más seguros.

– Unas horas, no más… allí deberíamos disfrutar todos de unas merecidas vacaciones.

Elspeth sonrió.

– Haces que todo sea posible, ¿no?

– Hacemos lo que podemos -dijo Darley arrastrando las palabras. Una declaración comedida de un hombre que siempre había doblegado al mundo para satisfacer sus deseos. Y en este caso, sus esfuerzos se dirigían a hacer feliz a cierta Elspeth Wolsey, tanto como fuera posible.

Un gesto no del todo desinteresado.

Esperaba una recompensa a su debido momento.


* * *

Capítulo 32

Mientras el Fair Undine zarpaba rumbo a Gibraltar, Lord Grafton estaba sentado en el despacho del presidente del Tribunal Supremo en Lincoln Fields. Le acompañaba su asesor jurídico, aunque él y Kenyon eran viejos amigos, y ya se habían puesto de acuerdo por correspondencia de que la petición de divorcio de Grafton sería aceptada con presteza por Lord Canciller [10].

– ¡Que esa mujerzuela no consiga nada de mí, ni un penique! -dijo Grafton, colérico -¡Y quiero una sentencia que declare ilegítimo a cualquier hijo que tenga! ¡Los bastardos de Darley no heredaran ni mis tierras ni mi título!

– Se tomarán las disposiciones oportunas, se lo aseguro -respondió Kenyon. Era un hombre de inquebrantables principios chovinistas en lo referente a las mujeres. Además, coincidía totalmente con los principios moralistas de Lord Canciller Thurlow de que las mujeres adúlteras debilitaban el carácter moral de la nación-. Insertaremos una cláusula que declare ilegítimo a cualquier hijo concebido por su mujer. También pediremos que sea requerida para que suba al estrado de la Cámara de los Comunes y sea interrogada.

– ¡Y su infame amante también! ¡Quiero que Darley sea humillado públicamente!

Kenyon alzó la mano en un gesto disuasorio.

– No voy a poder complacerle al respecto. El duque de Westerlands goza de una considerable influencia, incluida su amistad con el rey. Por lo que respecta a su esposa, sin embargo, tendrá que presentarse ante la corte y será condenada ante todo el mundo por su comportamiento inmoral. -Que Grafton tuviera fama de seductor no tenía mucha importancia para Kenyon, que era partidario del anticuado doble rasero.

Un hombre podía hacer lo que quisiera, mientras que la mujer tenía que mostrarse sumisa. Así es como siempre había sido y así es como debería seguir siendo.

Lord Canciller Thurlow y el presidente del Tribunal Supremo se oponían a las necesidades de cambio social, sensibilidades y valores morales que en aquellos tiempos priorizaban las consideraciones sobre la felicidad personal por encima de la transmisión de los bienes materiales. Nada de eso les importaba a aquellos dos hombres. Tenían la intención de mantenerse firmes contra los corrompidos puntos de vista sobre la moralidad que amenazaban con desgarrar el tejido social.

– ¡También quiero demandar a Darley por conducta criminal! -dijo Grafton, airado-. ¡Debe pagar por sus escarceos libertinos con mi esposa! -el proceso de extorsionar al amante reclamando una compensación por el adulterio con la esposa había reemplazo los duelos como forma de represalia. Aunque era relativamente extraño, ya que acarreaba unos costes elevados-. ¡Quiero treinta mil libras y una disculpa de ese cretino!

– ¿Está seguro que quiere hacer eso? -el presidente del Tribunal le dirigió a Grafton una mirada inquisitiva. Todavía persistía un cierto grado de deshonra en reconocer el adulterio. Exponer públicamente a la esposa por su comportamiento adúltero no reflejaba, por otra parte, el carácter del marido.

Grafton se enfureció.

– Por supuesto que estoy seguro. ¡Insisto! Ese granuja puede hacerme más rico, ¡maldito sea! ¡Quiero sus treinta mil y quiero que sepa que escogió al hombre equivocado cuando se acostó con mi esposa!

El asesor judicial se sentó en una esquina sin hacer ruido mientras se desarrollaba la discusión más preocupado en ganarse sus honorarios con poco esfuerzo que en escuchar las acaloradas e interminables peroratas de Grafton dirigidas contra su esposa.

Realmente, su esposa tenía buenas razones para levantar el vuelo. Grafton era un hombre de dudosa condición. Pero Mr. Eldon tenía una familia numerosa que mantener, se estaba construyendo una casa de elegancia comedida en Mayfair y las transgresiones de la aristocracia estaban muy fuera de su censura crítica.

Afortunadamente entre el Canciller Thurlow y el Juez Kenyon, Grafton tendría pocas obligaciones que cumplir aparte de rellenar la documentación necesaria. Y ahora que Grafton estaba planeando esquilar a Lord Darley con treinta mil libras como indemnización, quizá aumentase sus honorarios. Su mujer se había encaprichado con una terraza que resultaba bastante cara.

No sería con el dinero del tacaño Grafton, después de todo. Y Lord Darley era tan rico como Croesus.

Grafton hizo un gesto inquieto con la mano.

– ¿Hemos acabado?

– Por el momento sí -asintió Kenyon.

– Envíeme un recado al club si me necesita. Estaré en Londres mientras dure todo esto. ¡Mis hombres están apostados en el puerto, así que sabré al instante si esa mujerzuela pone un pie en Inglaterra!

– Lo tendremos todo preparado ante esa eventualidad. ¿Se espera que regresen pronto?

– Sólo Dios lo sabe. Se escapó en el barco de Darley rumbo a Tánger para aventurarse en una búsqueda ridícula, encontrar a su hermano que, sin duda, descansa en una tumba hace muchas semanas.

Kenyon se recostó en la silla, sus ojos se entornaron.

– ¿En el barco de Darley? ¿Con Darley?

– Por supuesto, con Darley -espetó Grafton.

– ¿Está seguro?

– Se la llevó ese libertino -dijo Grafton con malicia-. Mis fuentes son fiables.

Kenyon quedó sorprendido por ese detalle. Lord Darley era famoso por la fugacidad de sus aventuras amorosas y un viaje por mar a Tánger daba a entender un cambio drástico en su comportamiento, que sentaba un precedente.

Dejando a un lado los escrúpulos de orden moral, quizá debería de andarse con pies de plomo en este caso. Se lo diría a Thurlow, también. El duque de Westerlands era un temible oponente.

– Aunque le garantizo que Darley estará encantado de lanzar por la borda a esa fulana cuando llegue a Londres -dijo Grafton con resentimiento-. No soporta mucho tiempo a las mujeres.

– Sin duda -respondió con ambigüedad Kenyon. Lo que afirmaba Grafton sobre el comportamiento de Darley se parecía mucho al suyo propio. Sin embargo… su lema era no dar nada por supuesto. Sonrió con frialdad-. ¿Por qué no nos citamos otra vez después de que hable con Thurlow?

Grafton blandió su bastón al asesor.

– ¡Llama a mi lacayo! -ordenó Grafton con brusquedad.

Mr. Eldon se levantó con un gesto de aprobación y una sonrisa, pero la rudeza de Grafton tenía un precio.

Le disgustaba que alguien le diera órdenes, como a un lacayo.

Y no iba a tolerarlo por menos de quinientas libras. Independientemente de si Grafton ganaba su pleito por conducta criminal o no.

Cuando entró en la antecámara, Eldon hizo una señal con la cabeza a Tom Scott.

– Está listo para marcharse.

– Le ha sacado de quicio, ¿verdad? -le dijo Tom con una gran sonrisa.

El abogado hizo una mueca.

– ¿Se nota?

– Bueno… Consigue sacar de quicio a todo el mundo.

– ¿También a ti?

– Digamos que estoy ahorrando para mi futuro -sonrió Tom-. Pasa más tiempo borracho que ebrio, y si no se da cuenta de que de vez en cuando le falta un billete de cinco libras o dos… ¿quién se va a enterar?

– Un billete de cinco libras de vez en cuando es poco por aguantarle, amigo mío -dijo Eldon, comprensivo.

La sonrisa de Tom se hizo más amplia.

– La frecuencia de ese «de vez en cuando», no la he especificado. Sólo espero que viva lo suficiente para costearme mi pequeña granja.

– Te deseo lo mejor.

– ¿No sabrá usted por casualidad cuándo vuelve Lady Grafton?

– Nadie lo sabe. Está en Tánger con Lord Darley.

– No permita que Grafton le haga daño.

Eldon suspiró, acosado por un pequeño dilema de conciencia. El dinero que ganaría con la demanda de Grafton era considerable. Por otra parte, cualquier mujer que tuviera que aguantar a Grafton merecía una medalla y no un divorcio público.

– Creo que Lord Darley, y no digamos ya su padre, el duque, podrá ayudar más a Lady Grafton que tú o yo -dijo Eldon para aplacar su conciencia, así como la del lacayo que le empujaba la silla de ruedas.

– Darley no es el patrón de la felicidad.

– Tal vez en este caso sí lo sea. Kenyon parecía haber cambiado de parecer al saber la implicación de Darley. Quizá no quiera participar en el pleito de Grafton. Un abogado se gana la vida interpretando las acciones de las personas. No hay duda, el presidente del Tribunal quedó estupefacto cuando oyó que Darley se había ido a Tánger con la dama.

– ¿Cree que Grafton arrojará la toalla?

– No necesariamente. Pero sus posibilidades de éxito se reducirían considerablemente. Necesita los votos del Parlamento para que prospere el proceso de divorcio y, en ese sentido, Kenyon y Thurlow son poderosos.

– Me gustaría seguir de cerca esta situación, si no le molesta alguna pregunta de vez en cuando… Espero que volvamos a vernos.

– No, claro que no. Pregunte siempre que quiera -Elton no sentía ninguna lealtad hacia Grafton. No se podía imaginar alguien que la sintiera. E hizo un gesto en dirección al despacho de Kenyon-. Creo que este grito va destinado a usted.

– Tengo la mala suerte de ser el más joven y fuerte -dijo Tom Scott con serenidad-. Puede gritar todo lo que quiera, pero no puede hacer mucho más. Que tenga un buen día -y con una reverencia se dirigió hacia la puerta a un paso no demasiado ligero.


* * *

Capítulo 33

Durante la guerra entre Gran Bretaña y las colonias americanas, Gibraltar estuvo sitiada por los franceses y los españoles entre 1779 y 1783, y aunque la ciudad fue destruida, no se dieron por vencidos. Después de la Paz de París, habían iniciado los trabajos de reconstrucción, y a medida que el Fair Undine se acercaba a Gibraltar, el semblante de la ciudad emergió, nuevo y reluciente, ante sus ojos.