O quizá si ella tuviera unos principios férreos.
Elspeth suspiró otra vez, vencida por todos los frentes… por el amor, el miedo a las represalias de Grafton, por su pobreza desalentadora.
– Tenemos que contárselo a Will -le dijo Elspeth, rindiéndose a lo inevitable-. Lo nuestro… la demanda de divorcio.
– Por supuesto -dijo Darley con una exquisita moderación.
– Me asusta más su reacción que todo lo demás.
– Le salvaste la vida, querida. Dudo que discrepe con nada de lo que hagas.
Ella hizo una pequeña mueca.
– A las mujeres no se les permiten las mismas libertades que a los hombres. No estoy segura de cuan liberales sean sus actitudes.
– Él te adora. Es obvio. Te preocupas demasiado. Se lo diremos después de la cena, esta noche. Será comprensivo, te lo aseguro.
– ¿Tenemos que volver? -sus dudas eran evidentes.
– Es decisión tuya.
– ¿De verdad?
– Sí. -Se reclinó, extendió los brazos a lo largo del respaldo del banco, contento con el rumbo de los acontecimientos. La posibilidad de conseguir la libertad de Elspeth era extremadamente gratificante-. Tú decides, así que ya me dirás lo que quieres hacer.
– ¿No te importa que nos quedemos aquí?
– No.
– Tal vez algún día sí te importe.
Darley se encogió de hombros.
– Tal vez. Si llega ese día, lo afrontaremos. Por el momento, soy totalmente imparcial. La decisión está en tus manos.
¿Acaso podía ser más considerado? Recordó de nuevo por qué era el favorito de todas las bellas mujeres de la alta sociedad. Era encantador, amable, el hombre más generoso que había conocido… y la amaba demasiado. En especial cuando él era el hombre menos indicado para ofrecer algo más que placer pasajero. No es que esperara que fuera a hacer una excepción con ella.
Agradecida por todo lo que había hecho y estaba haciendo por ella, se puso en guardia para no hacerse falsas ilusiones. Darley no estaba interesado en las cosas permanentes. Sólo porque hubieran compartido la misma cama no era razón suficiente para diferenciarla del resto de mujeres con las que había hecho el amor.
– ¿Por qué no lo decidimos después de hablar con Will? -dijo Elspeth, procurando ser tan educada como él-. Quizá mi hermano nos pueda proponer algo.
– Perfecto -sonrió Darley-. Ya lo verás. Todo tendrá un final feliz.
Capítulo 35
Henry Blythe era un año más joven que Will, el tipo de muchacho que disfrutaba viviendo la vida al límite. Y ahora que se había restablecido, había tomado la costumbre de ir a acostarse temprano con una de las criadas locales.
Will se abstuvo de embarcarse en actividades amorosas como las de su amigo, y no por falta de interés por las jóvenes criadas sino porque su corazón pertenecía a Clarissa Burford, de Yorkshire. No estaban comprometidos, pero llegaron al acuerdo de que, a su regreso de la India, se casarían.
Poco después de la cena, cuando sirvieron el oporto, Henry se disculpó, al igual que Malcolm -era muy extraño que un escocés no bebiera- y los tres restantes se retiraron con el oporto a la sala de estar.
Al principio, la conversación fue un poco inconexa. Elspeth estaba visiblemente nerviosa mientras Darley deseaba sentarla en sus rodillas y confortarla. Como aquello no era posible, participó en la conversación por los dos, intercambiando datos con Will sobre los sementales de primera clase de Inglaterra.
Yorkshire tenía una alta cuota de excelentes ejemplares, dada la afición en el norte a las carreras, aunque los que se hallaban repartidos por Londres y sus alrededores eran también de primera categoría.
– Estaba pensando que cuando volvamos a Inglaterra podría intentar dedicarme a la doma -dijo Will-. No creo que el ejército acepte mi reincorporación debido al estado de mi pierna… o, al menos, no por el momento. En el futuro tendré problemas para montar a caballo -lanzó una mirada su hermana-. Pensé que tal vez podría dirigirme a Lord Rutledge. Él sabe lo que puedo hacer.
Elspeth sonrió.
– Me gusta la idea -sobre todo porque Lord Rutledge vivía en el sur.
– Bien -se arrellanó en la silla y respiró tranquilo después de recibir su aprobación-. No sabía cómo ibas a sentirte si me trasladaba a vivir tan lejos.
Darley y Elspeth intercambiaron una mirada.
– ¿Qué? -preguntó Will-. O mejor dicho, ¿por qué no dices lo que quieres decirme, hermanita, y te estás quieta? Llevas toda la noche nerviosa como un gato.
Los amantes volvieron a cruzarse las miradas.
Darley ya hubiera intervenido si no estuviera preocupado por si hacía bien en entrometerse.
– Díselo tú -murmuró Elspeth.
Con sensación de alivio, el marqués sonrió a Elspeth, reconfortado. Luego se volvió hacia su hermano.
– Debe de saber que tengo a su hermana en gran estima.
Will reprimió una amplia sonrisa.
– He tenido esa impresión.
– Y ella, naturalmente, estaba preocupada por su estado de salud o, de lo contrario, ya lo hubiéramos hablado antes.
– Entiendo -Will le dirigió a Elspeth una mirada comprensiva-. No tienes que estar nerviosa, hermanita. Todo lo que hagas me parece bien. En verdad podrías bailar con el mismo diablo que yo te aplaudiría. Te debo la vida -le dijo dulcemente-. Y nunca lo olvidaré.
– Se la debes a Julius más que a mí -aseveró Elspeth-. Sin su ayuda, no creo que el rescate hubiera tenido éxito.
– Estoy en deuda con usted, por supuesto -hizo notar Will, alzando su copa a la salud de Darley-. Sé lo mucho que ha hecho por nosotros. Y si ayuda a que la conversación sea más fácil, estoy al corriente de vuestra relación -sonrió Will-. El ir y venir de puntillas por la noche no ha pasado desapercibido. Te deseo todo lo mejor. A los dos… -hizo una breve pausa-, en todo -al corriente de la reputación de Darley, no esperaba la publicación de los edictos matrimoniales.
– Gracias a Dios -soltó Elspeth-. No sabía cómo iba a sentarte esta… -agitó sus dedos buscando las palabras- bueno… irregularidad.
– Sin ánimo de ofender, Darley -dijo Will en broma-, pero cualquier hombre es mejor compañía que Grafton.
El marqués se rió.
– Aunque no sé si es un cumplido, me lo tomaré como tal.
– Eso pretendía. -Igual que conocía la magnanimidad de Darley, también sabía que todas las mujeres con las que había mantenido relaciones en el pasado seguían siendo sus amigas.
– Nosotros también tenemos algunas cosas que comentarle -le dijo Darley-. Su hermana cree que sería desastroso. Yo no comparto su opinión. Pero creo que debería saber lo que ha sucedido recientemente en Londres. Nos hemos enterado por un artículo en The Times, del que me avisó el general Eliot, que Lord Grafton ha presentado una demanda de divorcio contra su hermana. Perdón -se levantó deprisa de la silla y se acercó a Elspeth, que comenzaba a temblar, tiró de ella, tomó asiento y la colocó sobre sus rodillas-. Todo va a salir bien -le susurró, estrechándola suavemente entre sus brazos. Miró hacia arriba y se encontró con la mirada de su hermano-. Dígale que nos las podemos arreglar con este asunto. Está aterrorizada.
– Estarás mejor cuando te libres de Grafton. En primer lugar, yo no tendría que haber permitido que te casaras con él. -Visiblemente alterado, Will se pasó inquieto la mano por el pelo, igual de dorado que el de su hermana-. Me comporté como un egoísta, ésa es la pura verdad. Mi hermana siempre se ocupó de todo después de la muerte de nuestra madre -explicó Will-. No tendría que haberlo permitido desde que tuve edad para ayudar. Te debo la vida en muchos sentidos, hermana, y por mi honor ahora seré yo quien cuide de ti.
Darley estaba poco dispuesto a que Will asumiera ese papel. Pero tampoco iba a discutirlo en ese momento. Había tiempo más que suficiente para decidir quién cuidaría a quién en cuanto pisaran Inglaterra.
– Estoy seguro de que su hermana podrá negociar una pensión en el acuerdo de divorcio -opinó Darley-. Por lo que respecta a la demanda de divorcio, le he enviado una carta a mi padre. Él se ocupará del proceso judicial. Elspeth no está muy convencida de volver a Inglaterra.
– ¿No? -se sorprendió Will-. Entonces no voy a comportarme como un egoísta. Si no quieres volver… -tragó saliva y prosiguió-, me quedaré aquí contigo.
Elspeth sonrió por primera vez esa noche. El ofrecimiento de su hermano era, obviamente, forzado. Le recordó cuando, de pequeño, intentaba tener modales y compartir los caramelos de menta-. Si prefieres volver, Will, hazlo. No estoy segura de adonde quiero ir. Mis sentimientos están en continuo movimiento.
El alivio de Will era patente, pero mantuvo una escrupulosa educación.
– ¿Por qué no dejamos que pase un poco el tiempo? No hay prisa, ¿no? -sugirió Will.
– En absoluto -contestó Darley- Apruebo su propuesta. No hay necesidad de tomar decisiones apresuradas. Por ahora es mejor así, ¿no? -Alzó la cabeza y se encontró con la mirada de Elspeth-. Nos hemos puesto de acuerdo… Nada nos apremia.
– Gracias -sonrió Elspeth, sintiéndose mejor. La aprobación de Will era un obstáculo que ya había salvado. Mientras que la sugerencia de tomarse el tiempo necesario para tomar una decisión le sentó de maravilla a su ánimo indeciso.
Y así quedaron las cosas durante una semana, en la que el pequeño grupo continuó gozando de las vacaciones.
El general les visitó dos veces para cenar, mostrando su efusiva aprobación de que decidieran alargar su estancia en Gibraltar. Salieron a navegar a menudo en el barco de Darley para explorar la costa local, echaban el ancla lejos de la orilla para nadar en el mar, de un azul celeste, merendaban en cubierta y cada noche volvían con un bronceado más intenso y una aceptación todavía más alegre de su vida despreocupada.
Hasta que un día Elspeth se levantó por la mañana con náuseas.
– Debe de ser algo que he comido -dijo incorporándose en la cama, intentó detener la bilis que le subía por la garganta.
– El calamar que sirvieron para cenar, tal vez -sugirió Darley, aunque el tono verdoso de la piel le hizo dudar-. Llamaré a un médico. Sólo para asegurarnos.
Cuando se dirigía a tirar de la campana para avisar a un criado, Elspeth soltó un chillido apagado, saltó de la cama y corrió hacia el bacín. Darley la ayudó a volver a la cama después de refrescarle la cara con un paño húmedo.
– Necesitamos un doctor. Y no discutas conmigo -dijo Darley bruscamente para detener las protestas. Había presenciado los graves efectos que la comida contaminada tenía sobre las personas y, con el calor veraniego, la comida se estropeaba fácilmente.
– Primero una taza de té, por favor -susurró Elspeth. Tenía la cara todavía teñida de verde, en claro contraste con la ropa blanca-. Con azúcar.
– Llamaré a una criada. -Darley no tenía intención de dejarla, aunque estaba un poco más tranquilo porque se sintiera suficientemente bien como para pedir un té-. ¿Quieres acompañarlo con una tostada o un poco de tarta?
Elspeth hizo una mueca.
– Muy bien. Entonces sólo té.
– Me encuentro mejor -murmuró Elspeth cuando Darley volvió de llamar a una criada y se sentó en el borde de la cama, a su lado-. Tal vez me tomaría una tostadita, con un poquito de jamón… un pedacito pequeño… y uno de esos zumos de pera que tomamos ayer.
Darley sintió que la musculatura del estómago se le relajaba, le inundó un alivio palpable y, en ese momento revelador, entendió que no podía engañarse durante más tiempo acerca de la naturaleza de su relación. No era como las demás. El repentino ataque de Elspeth le había asustado. Se cruzaron por su mente diferentes escenarios catastróficos… escenarios donde pensó que podría perderla. Las personas morían por las causas más nimias… expiraban por una neumonía después de caminar bajo la lluvia, cogían una infección mortal por un pequeño corte, o morían de cólera después de ingerir agua contaminada.
– Hoy nos quedamos en casa -le dijo Darley, dando prioridad a la salud de Elspeth-. Tienes que descansar. Probaré antes tu comida, por si acaso. Tengo un estómago de hierro -después de años de bebida y correrías en las qué pasaba por ser el que más aguantaba, sabía lo que se decía.
Después de que llegara la criada, el desayuno pronto hizo su aparición y, para divertimento de Elspeth, Darley interpretó el papel de catador. Dictaminó que la comida estaba en buen estado, los dos tomaron un desayuno saludable, y para cuando se presentó el médico que habían mandado llamar, Elspeth ya se encontraba de mejor ánimo.
Le explicaron los síntomas del malestar de Elspeth.
Éste asintió con la cabeza, tomó el pulso, auscultó el corazón y dijo respetuosamente:
– Si la señora me lo permite y el señor está de acuerdo, procederé a realizar un breve examen.
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