Darley y Elspeth se cruzaron las miradas.

– Creo que sería lo mejor, querida -dijo Darley, todavía preocupado.

– Muy bien. -El médico había venido de la ciudad, un viaje para nada insignificante.

El marqués permaneció en la habitación mientras el doctor examinaba a Elspeth, no muy dispuesto a dejarla a solas con un hombre, no importaba lo viejo que fuera. Añadía los celos y la posesividad a sus nuevos sentimientos. El examen no fue prolongado, aunque fue de naturaleza íntima. Cuanto el doctor concluyó con la revisión, se lavó las manos, se acercó a la joven pareja, sentados el uno al lado del otro, cogidos de la mano.

– Les doy mi enhorabuena -les dijo el médico con una sonrisa-. La señora está embarazada y su salud es excelente.

Elspeth sintió que iba a echar el almuerzo.

Darley sonrió abiertamente.

Y antes de que se pronunciara otra palabra, Elspeth se levantó de un salto y corrió hacia el bacín.


* * *

Capítulo 36

La noticia de la demanda de divorcio interpuesta por Grafton llegó a oídos del duque de Westerlands. Y a quién no en Londres. Pero no había tenido noticias de su hijo desde que había atracado en la ciudad el Enterprise y habían llevado la carta de Darley a su casa. Después de compartir la noticia con la duquesa, el duque hizo llamar a su abogado.

– Julius no especificó si pensaba volver a casa -apuntó su esposa, tan despreocupada como su hijo en lo tocante a cualquier escándalo relacionado con el divorcio.

– Me imagino que depende de Elspeth.

La duquesa sonrió.

– Que pensamiento más encantador. Tenemos que acelerar la demanda de divorcio de Lord Grafton. ¿Deberías hablar con el rey?

– Lo haré. Me debe un favor o dos, y el Primer Ministro acatará las órdenes del rey. Pitt puede manejar con discreción y diligencia esta demanda cuando llegue al Parlamento.

– Pitt debería acatar las órdenes de Su Majestad. Se ha hecho muy rico gracias a los favores del rey -la duquesa cruzó las manos en su regazo y le ofreció a su marido una sonrisa complaciente-. Parece que pronto nuestra querida Elspeth se librará del maldito Grafton… oh, querido -se enderezó en su asiento-. ¿Y que pasará con la declaración pública?

– No te preocupes con la declaración pública -los ojos con párpados pesados del duque cobraron un brillo rapaz-. Eso no ocurrirá.

– ¿Y qué sucederá con la clara necesidad de venganza de Grafton mediante la demanda criminal contra Julius? ¿Pueden detenerle allí también?

– Por supuesto -dijo el duque con voz suave-. Grafton será silenciado de una manera u otra. Crighton puede ponerme al corriente de las legalidades, pero si éstas fallan, me encargaré personalmente del conde.

La duquesa se relajó contra el respaldo de la silla, las líneas de preocupación que le surcaban la frente desaparecieron.

– Sabía que podía contar contigo… como siempre. Es una lástima que se tenga que pasar por esta desagradable demanda de divorcio. Pero -añadió contenta- es delicioso que nuestro hijo por fin se haya enamorado.

– No estaría seguro de apostar dinero por el amor de Julius -apuntó el duque en broma.

– Por supuesto que lo está. Todos los indicios lo muestran. Tienes que admitir que nunca antes había hecho un esfuerzo tan extraordinario por una mujer… ¿y ahora navega hacia Tánger? De verdad, querido, si no fueras hombre sabrías estas cosas.

– Seguro que tienes razón -dijo su marido. Había aprendido hacía tiempo a no discutir con su esposa sobre temas del corazón. Olfateaba una relación amorosa como un sabueso-. ¿Tienes algún presentimiento de cuándo volveremos a ver a nuestro hijo? -le preguntó con la mirada burlona.

– Ríete de mí si quieres, pero recuerda mis palabras, Julius regresará pronto. Lo que me recuerda -añadió enérgicamente- que tengo que hablar con Betsy sobre la boda de Julius.

– Tal vez tendríamos que esperar a que se divorcie primero -dijo el duque con una risita.

– Espero que te encargues de todo… y por favor… que sea rápido, si puedes. Estaba pensando que una boda a finales de verano sería maravillosa… cuando todavía abundan las flores… ya sabes, todas las lilas están en flor, tan preciosas.

El duque se rió.

– Le diré al rey que se dé prisa porque mi esposa está preocupada por la naturaleza fugaz de las flores en verano.

– Dile lo que quieras -le dijo sin darle importancia-. Mientras Pitt se encargue de este divorcio con rapidez. Ahora, si me perdonas -le dijo la duquesa, poniéndose de pie y haciendo un frufrú con la seda verde mar de su vestido-, tengo multitud de planes que hacer.

Se volvió hacia la puerta. Su sonrisa le recordó al duque la primera sonrisa que le lanzó a través de la cerca de un prado hacía años… la misma que acabó al instante con su vida de soltero.

– Una cosa más. Sé bueno, cuando hables con él, invita al rey y la reina al té de bienvenida de Julius y Elspeth.

– ¿Un té?

– Sí, el mismo del que tengo que ocuparme -la duquesa frunció el ceño-. Es una lástima que no sepamos cuándo volverán de Gibraltar -la sonrisa volvió a asomar a los labios de la duquesa-. No importa. Dile al rey que le tendremos puntualmente informado sobre la fecha.

– ¿Estamos sacando todo el armamento? ¿Un acto público con la asistencia de los reyes?

La duquesa enarcó las cejas.

– Es nuestro hijo, querido.

– Por supuesto -sonrió el duque-. Me ocuparé de que vengan Sus Majestades.

Cuando poco después llegó el abogado del duque, éste le explicó los pasos del proceso de la demanda de divorcio. Primero una Comisión de la Cámara de los Lores efectuará una investigación, el peso principal de la investigación recae en los Law Lords [11]. Era habitual que la segunda lectura de la demanda tomara la forma de un juicio, con las deposiciones personales de los testigos y los minuciosos interrogatorios a los testigos y el demandante.

Si la demanda de divorcio prospera tras la Comisión de los Lores y una tercera lectura, se traslada a la Cámara de los Comunes, donde lo examina una Comisión de Investigación de demandas de divorcio compuesta por nueve miembros. La mayoría son legos, pero también se incluye a los funcionarios de la ley, tanto actuales como viejos, de la Corona. Si los Comunes aceptan la demanda, se devuelve a la Cámara de los Lores, raras veces con enmiendas, y a su debido tiempo se transforma en ley.

– Entonces, con toda probabilidad Lord Darley y Lady Grafton serán llamados a declarar ante el Parlamento y forzados a testificar.

– No -dijo el duque firmemente, veinte generaciones de d'Abernon reforzaban su firmeza-. Es inaceptable. Ni Lady Grafton ni mi hijo testificarán. No lo permitiré. Ni siquiera llegarán a Inglaterra a tiempo. Vamos a ver -se cogió con las manos largas y estilizadas al escritorio y se inclinó hacia delante-, esto es lo que necesito de ti. Reúne a todos los abogados que necesites para llevar el caso. Quiero un informe completo de todos los planes de Grafton referentes a este proceso a finales de esta semana. Estoy seguro de que tienes contactos con personas que pueden obtener esta información. Mientras tanto, visitaré al rey y le pediré su intercesión cuando llegue el caso al Parlamento. Mi preferencia pasa por una votación rápida y darle carpetazo al caso, sin bombo ni platillo. No soy tan inocente para esperar que todo esto vaya a pasar sin la adecuada presión sobre los que están en contra de mis deseos. Puede que Grafton no sea nuestro único adversario. ¿Queda claro?

– Sí, su ilustrísima, perfectamente claro. Le presentaré un informe a finales de esta semana.

– Antes, si es posible.

– Sí, mi señor. -Crighton era un hombre bastante solvente en su campo, pero en presencia del duque siempre se sentía como un pasante en su primer año de experiencia en el mundo jurídico.

– Muy pocas personas sienten simpatía por un hombre como Grafton. Supongo que Kenyon y Thurlow han montado una de sus cruzadas, pero en ese caso, han escogido al hombre equivocado. Tienes mi permiso para comunicarles mis opiniones al respecto si se presenta la ocasión. Yo no le digo a Thurlow y a Kenyon cómo deben vivir sus vidas y espero la misma gentileza a cambio.

– Sí, mi señor. Transmitiré su mensaje. Una pregunta, mi señor -le dijo, necesitaba saber la respuesta le gustara al duque o no-. Si Lady Grafton y Lord Darley no vuelven a Inglaterra, ¿puede preguntarle dónde residirán? Es un asunto de orden territorial… que tiene que ver con la soberanía inglesa en el extranjero a propósito del divorcio.

– Están en Gibraltar en este momento, pero esto quedará entre usted y yo, no quiero que circulen rumores. En cualquier caso, no pueden quedarse allí.

– Si no vuelven, mi señor, le sugeriría que consideraran algún lugar fuera de la jurisdicción inglesa. Por su propia seguridad, mi señor.

– Espero que no estés previendo problemas -comentó bruscamente el duque.

– Si Lord Canciller y el presidente del Tribunal están implicados, hay muchas probabilidades de que sus secuaces en el Parlamento se pongan de acuerdo… para la votación, señor -dijo el procurador con indecisión.

– Duerma tranquilo, Crighton. Me encargaré de Thurlow y Kenyon.

La voz del duque era de un frío sepulcral. El señor Crighton tenía la clara impresión de que cualquier obstáculo que se pusiera en el camino de Lord Darley sería aplastado con habilidad por las influencias y el poder de su padre.

– Muy bien, señor.

– Que tenga un buen día, Crighton, y anímese -sonrió el duque-. El rey y Pitt exceden en rango a Thurlow y Kenyon, y no digamos ya a ese canalla borrachín de Grafton. Todo irá como la seda, se lo aseguro -afirmó el duque, en el preciso momento en que Elspeth estaba completamente segura de que nada en su vida iría bien a partir de ese momento.


* * *

Capítulo 37

Cuando Elspeth entró corriendo en el vestidor, cerró la puerta de un golpe, ya fuera por prisa o, lo más probable pensó Darley, por enojo, eso si él había interpretado correctamente la mirada condenatoria que Elspeth le lanzó cuando pasó a toda prisa.

Pero Darley prefirió despachar al doctor antes de enfrentarse a ella y, con ese propósito, le dio las gracias al hombre por haber venido desde tan lejos, aceptó sus felicitaciones una vez más y lo envió junto a Malcolm para que cobrase sus honorarios.

Después, reprimiendo la amplia sonrisa que se había instalado en su cara, se dirigió al vestidor y abrió la puerta.

– ¡No digas nada! ¡No te atrevas a decir… una… sola… palabra! -Elspeth le dirigió una mirada llena de odio mientras estaba delante del lavabo, sosteniendo un paño mojado.

Él se quedó inmóvil en la puerta, aunque examinó meticulosamente su esbelta figura bajo una nueva luz.

– ¡Y no me mires de esa manera! -le respondió, batiendo contra él el paño mojado.

Darley lo agarró, lo dejó caer al suelo y habló, a pesar de su advertencia.

– Sé que debería decir que lo siento, pero no lo haré. Estoy muy feliz por el niño que viene en camino.

– Es muy fácil para ti -le reprendió-. No serás tú quien vaya a dar a luz. ¡No serás tú quien va a vivir el resto de la vida… sin mencionar la del niño… con el escándalo pisándote los talones! -respiró hondo porque había estado gritando hasta quedarse sin aire, luego habló con un tono menos impetuoso-. Soy consciente de que no tienes toda la culpa. Este embarazo requería dos participantes. -Elspeth hizo una mueca-. Pero no me siento capaz de ser razonable. ¡Quiero culparte! ¡Quiero gritar mi indignación a los cielos! Pero sobre todo -dijo en un suspiro-, me gustaría que todo volviera a ser como antes -se dejó caer sobre una silla cercana y arrugó la nariz-. Aunque es demasiado tarde para eso, ¿verdad?

– Sospecho que sí. Por otro lado, no soy una autoridad en embarazos.

Elspeth lo miró con los ojos entornados.

– Por favor… ¿un hombre de tu libertinaje? ¿Piensas que soy tan estúpida?

– Sin embargo es verdad. No he dejado una prole de hijos ilegítimos a mis espaldas.

– Entonces, te ruego que me digas por qué soy tan afortunada. ¿Debería entender que has cambiado tus hábitos por mí?

– Parece que así ha sido. Contigo todo ha resultado diferente.

– No intentes embaucarme -dijo Elspeth con un resoplido.

– No lo hago. Entiendo tu frustración. Es que…

– Ni siquiera puedes intentar entender mi frustración… -espetó Elspeth, interrumpiéndole-. No tienes ni la más remota idea de lo que siento.

– Al menos, déjame compensarte. Eso sí puedo hacerlo.

– Por si no te habías dado cuenta -respondió bruscamente, frunciendo el ceño-, es demasiado tarde para las compensaciones pertinentes.