– Trato de decirte que podríamos casarnos.

Elspeth le dirigió una mirada acerada.

– Si no fuera porque estoy casada -le dijo, con una voz cargada de sarcasmo-, tu proposición sería encantadora.

Una contracción nerviosa le hizo titilar a Darley la parte superior del pómulo, pero conservó la compostura.

– Podríamos casarnos después del divorcio -le dijo con una templanza exquisita.

– Algo que nunca ocurrirá -la mirada de ella era distante-. No nací ayer. No tienes que representar esa pantomima para mí.

– No es una pantomima. Estoy hablando en serio.

– Tal vez hables en serio ahora, ¿pero qué se puede esperar de un hombre como tú? -elevó las cejas-. Los registros de apuestas no ofrecerían nada por la boda de Lord Darley -bufó Elspeth-, yo tampoco lo haría.

– Lo sabes todo, ¿verdad? -le preguntó, con voz suave.

Ella cerró los ojos por un momento.

– Ya no sé nada -suspiró, exhausta, abrumada.

– Yo sí sé una cosa -le dijo, a punto de pronunciar lo que una semana antes hubiera sido un pensamiento de locos-. Sé que te amo.

– No sabes lo que es el amor. -¿Un hombre como él? No era tan ingenua.

– Sé lo que no es.

Elspeth resopló suavemente.

– Eso es quedarse corto.

Darley estaba sorprendido con su ecuanimidad. Él era el último hombre que se dejaría regañar por una mujer. Si fuera otra, ya habría cogido la puerta y se habría largado.

– Tú podrías reflexionar sobre lo que sientes por mí y si tienes la remota intención de favorecerme con tu afecto, podríamos crear un hogar para el bebé. Piénsalo, por lo menos.

Y esto es lo que dijo un hombre que había sido el solterón de Londres por antonomasia.

– Sí accedes a casarte conmigo, sería una razón de más para dar curso al divorcio.

Elspeth emitió un gruñido, olvidó el terrible problema afrontando la abrumadora perspectiva de la maternidad.

– Puedes estar seguro de que Grafton será muy cruel en todo el proceso.

Sentada en una gran butaca, Elspeth parecía diminuta, y sin esperar más su permiso, cruzó la habitación, la ayudó a levantarse y le dio un abrazo relajado.

– Esto no es una catástrofe -le dijo Darley, animado porque no le había rechazado-. Es maravilloso que vayamos a tener un niño. Quiero a este niño y mucho más… -bajó la cabeza y sus miradas se encontraron- quiero hacerte feliz. Y no tienes por qué preocuparte. No dejaré que nadie te haga daño, ni permitiré que ningún escándalo te afecte, ni a ti ni a nuestro hijo.

Elspeth hizo una pequeña mueca.

– Ojalá el mundo fuera tan benévolo.

– Nadie se atreverá a oponerse -Darley la estrechó contra su cuerpo-. Te doy mi palabra. Ya verás como el divorcio se tramita en un tiempo récord y luego, si quieres, nos casaremos… en una capilla de Windsor.

– ¡Dios mío, no! ¡Nada tan público! -le dijo alarmada.

Darley sonrió abiertamente.

– ¿Eso es un sí?

– Con los problemas con que nos tenemos que enfrentar, incluso si fuera un sí le seguiría probablemente un gran tal vez.

A Darley le gustó cómo dijo nos. Nunca hubiera pensado que una palabra tan pequeña le haría sentir tan triunfal, cuando en el pasado, cualquier insinuación de un «nosotros» le hubiera resultado abominable.

– Aceptaré gustosamente cualquier sí -le dijo Darley, como si toda la vida hubiera sido un romántico empedernido. Como si el otro Lord Darley fuera una criatura de otra galaxia. Como si tener un hijo hubiera sido siempre su deseo más profundo.

Ésa era la naturaleza transformadora del amor.

– Vamos a decírselo a tu hermano -afirmó Darley, ansioso de difundir la noticia a los cuatro vientos. El poder del amor, sumado a su desenfrenada autoindulgencia, era una potente combinación. Tomó su mano y dio un paso hacia la puerta.

Ella dio marcha atrás.

– ¿Tenemos que hacerlo?

La sonrisa de Darley era afable y su estado de ánimo le hacía sentirse en armonía con el mundo entero.

– Querida, tarde o temprano Will se preguntará por qué te crece la barriga.

Elspeth le miró fijamente.

– No creo que sea divertido.

– Déjame expresarlo con otras palabras. Lo sabrá, ya sea por ti o por otra persona -Darley enarcó las cejas-. Ya sabes que los criados siempre hablan, y más con la visita del médico de esta mañana…

Elspeth gruñó.

– No estoy para decisiones, ahora…

– Me encargaré de cualquier problema, no te preocupes por nada. Todo lo que tienes que hacer es comer y dormir, cuídate por nuestro hijo y sonríeme de vez en cuando.

– Estás demasiado risueño con este tema -se quejó ella, malhumorada.

– Debe de ser el amor -le dijo Darley sin cuestionar sus impulsos. Ese vástago de los privilegios nunca lo había hecho. Ni siquiera cuestionó los sentimientos que Elspeth tenía hacia él… arrogancia tal vez, o simplemente el reconocimiento después de años de adulación femenina-. Vamos, se lo diremos a tu hermano y a Malcolm… y a todo el mundo, Henry, Sophie, Charlie. Daremos la noticia de una vez. Puesto que Will ya sabe lo del divorcio, creo que estará encantado con nuestros planes de matrimonio. Y puesto que tienes tendencia a encontrarte mal de vez en cuando, pronto sabrían lo del embarazo de todos modos.

Elspeth no estaba tan segura como Darley de la opinión que el mundo pudiera tener de su relación.

– Díselo tú… yo les veré… pongamos, mañana -masculló ella.

Darley se rió.

– Puedes escoger el mejor de mis caballos si vienes conmigo a dar la noticia.

Elspeth se escandalizó por sus instintos de soborno. La idea de poseer uno de esos veloces potros tan tentadores la ayudó a racionalizar inmediatamente sus temores.

– No puedo -le dijo Elspeth-. De verdad, no puedo -añadió todavía más firme, como si repetirlo reafirmara su virtud.

– Claro que puedes. ¿Qué te parece la yegua negra? Es veloz, tiene una línea impecable y con esos cuartos traseros tendrá una rápida salida. Te va a la medida.

– Me estás tentando mucho -se quejó Elspeth, con las mejillas ruborizadas de la excitación.

– Ésa es mi intención, querida. Ahora escoge uno y luego iremos a despertar a todo el mundo.


* * *

Capítulo 38

Los días siguientes fueron de animada actividad, tanto en Londres como en Gibraltar. El duque de Westerlands habló con el rey, que a su vez habló con Pitt. El señor Crighton se reunió con sus colegas e informadores, y puso en marcha la oposición al pleito judicial de Grafton. Los sirvientes de la casa de campo se afanaban en hacer el equipaje, preparándose para una partida inminente, mientras que el capitán del Fair Undine cargaba las provisiones para el viaje de regreso. El general Eliot compartió una agradable velada con la gente de Punta Europa, y una semana después de anunciar el nacimiento de un nuevo miembro de la familia de Darley, el Fair Undine levó anclas y zarpó.

Se dieron las órdenes de recalar en Dover en lugar de Londres. Pretendían evitar cualquier posible escena violenta con Grafton… por el bien de Elspeth… Julius creyó más atinado ir a la capital en carruaje. Además quería proteger a Elspeth de las prerrogativas legales de su marido. El conde podía, con impunidad y al amparo de la ley, llevarse a su esposa, tenerla cautiva, y hacerle cualquier cosa, excepto matarla. El derecho patriarcal a «disciplinar y castigar» a una esposa no se ponía en tela de juicio. En caso afirmativo, el veredicto emitido por un juez en 1782 resolvería la cuestión. Alegó que, en caso de haber una causa justificada, un marido podía legalmente pegar a su esposa mientras la vara no fuera más gruesa de un pulgar.

Cuando Elspeth preguntó la razón por la que desembarcaban en Dover, Darley le echó la culpa a las corrientes. Y puesto que alargaron la cena en la última escala antes de Londres, cuando ella le preguntó por qué se había prolongado tanto la parada, Darley se anduvo con rodeos.

– Pareces cansada -le dijo Darley-. ¿Por qué no descansamos un rato antes de proseguir el viaje?

Sí, estaba cansada. De hecho, últimamente parecía que siempre estaba cansada.

No le hizo más preguntas a Darley. Parecía mejor idea retirarse a uno de los aposentos de arriba, al igual que recibir los cuidados de su consentidor amante. Estaba a punto de aceptar su tolerancia, siempre dispuesta a satisfacer todos sus caprichos, con una ecuanimidad que a veces la inquietaba.

– Me mimas en exceso -diría a menudo, sintiéndose culpable, a lo que Darley le respondería con una encantadora sonrisa.

– Tengo permiso. Voy a ser padre.

Cuando Elspeth se quedó dormida, la dejó descansar. Había retrasado premeditadamente la partida para llegar a la ciudad durante la noche, esperando entrar en la capital sin ser descubiertos. Salieron cuando Elspeth se despertó, y, cerca de las diez de la noche, dos carruajes alquilados y sin distintivos entraron silenciosamente por la callejuela que corría por detrás de la residencia del duque de Westerlands.

– ¿Estás seguro de que seremos bienvenidos? -había preguntado Elspeth más de una vez durante el viaje-. Quiero decir en estas circunstancias.

Darley la reconfortó de todas las formas posibles.

Pero aunque Darley no había previsto la agitación que ocasionaría su llegada, y una vez fue anunciado el embarazo de Elspeth, se desató el entusiasmo y la alegría.

Después de muchos abrazos, besos y felicitaciones entusiastas, los duques y Betsy se llevaron a Elspeth, chasqueaban la lengua desaprobando que Elspeth estuviera en pie a las tantas de la noche, que lo que necesitaba era un vaso de leche caliente y que después de dormir bien podrían empezar a hacer planes en serio para el nuevo bebé de los Westerlands.

Los hombres se retiraron al despacho del duque e intercambiaron, bebiendo brandy, una versión sintética de los hechos acaecidos desde que se fueron de Inglaterra. Después de otra copa, Will y Henry, que todavía no estaban completamente recuperados de su enfermedad, fueron acompañados a sus respectivas habitaciones. Poco después, Malcolm regresó a su cuarto y Darley se quedó a solas con su padre.

– Deduzco que estás muy satisfecho con el giro que han tomado los acontecimientos -comentó el duque, contemplando la sonrisa permanente de su hijo mientras éste se acomodaba en una silla enfrente de él.

Darley contestó con una sonrisa todavía más amplia.

– No pensaba que fuera posible sentirse así de bien.

– Podría recordarte que ya te lo dije, pero no lo haré -le dijo su padre, sus ojos se encendieron-. En lugar de eso, mis mejores deseos por tu hijo -dijo el duque levantando la copa.

– Gracias. -Darley levantó la copa y bebió un trago de brandy-. Pensando en mi futuro hijo -murmuró dejando a un lado la copa-, cuéntame cómo va la demanda de divorcio de Grafton.

– Pitt está llevando el caso en el Parlamento -su padre sonrió-. Hablé de ello al rey. No va a demorarse.

– Supuse que tal vez irías a ver a Su Majestad. ¿Cuándo crees que tardarán en llegar a un arreglo final?

– Un mes más o menos. Tiene que pasar varias lecturas en cada Cámara. Al parecer, hay que observar la legalidad.

Darley hizo una mueca.

– Desafortunadamente, el tiempo va en nuestra contra.

– Lo entiendo. Mañana hablaré con el secretario de Pitt y ejerceré un poco de presión. A propósito, tu madre está organizando un té con la asistencia de los reyes. Una bienvenida para los dos, por así decirlo.

Darley frunció el ceño.

– Me temo que un acto así le resultará un poco violento a Elspeth. No mira el mundo con la misma actitud despreocupada que nosotros. Me pregunto si podríamos aplazar el té. Se puede dar el caso de que se encuentre indispuesta ante los amigos de mamá; Elspeth tiene el estómago bastante revuelto ahora mismo.

– Hablaré con tu madre -el duque se encogió de hombros-. Pero te advierto que tu maman está empecinada en clarificar el puesto de Elspeth como miembro de la familia.

– Tal vez en unas semanas -sugirió Darley, desperezándose, comenzando a sentir los efectos de la hora avanzada y de las copas de brandy-. De todas maneras, no podemos hacer nada hasta mañana. Lo discutiremos luego. Llevamos despiertos desde el amanecer… -sus cejas titilaron-. Elspeth me espera.

Su padre sonrió.

– Si me permites decirlo, es gratificante verte tan feliz. En cuanto al divorcio, yo me encargaré de todo. No tienes que preocuparte. Ahora ve. La madre de tu hijo te está esperando.

Y así quedaron las cosas la primera noche en Londres, el té de la duquesa en el aire, la necesidad de acelerar el proceso de divorcio acordado, padre e hijo contentos por tener a toda la familia intacta una vez más… con la última incorporación, y el posible heredero, que traía a la casa de los Westerlands un nuevo motivo de alegría.