Alguien debería, Dios mediante, interrumpirles pronto.

Antes de que aquello llegara a mayores.

Mientas la suave presión de la boca de Julius se grababa en los sentidos de Elspeth, mientras la calidez aterciopelada de los labios de él rozaron los de ella, un calor trémulo se fundió a través del cuerpo de ella hasta alcanzar todas y cada una de sus células, hendiduras y pliegues, una deliciosa dicha sin parangón dentro de su limitado repertorio de placeres sensuales. Pero qué agradable era experimentar por primera vez esos placeres tan gratos con el magnífico Darley. Con un suspiro lujurioso, se abandonó a aquella fascinante sensación, deslizó los brazos alrededor del cuello de él, desvaneciéndose contra su poderoso cuerpo, saboreando su fortaleza, una fortaleza dura y musculosa. Tras seis meses al lado de un marido anciano, quizá no sólo era más susceptible, sino que también valoraba más a un hombre apuesto, viril y joven.

Por otra parte, tal vez sólo estaba respondiendo a Darley como todas las mujeres a las que él besaba.

El marqués iba por el número sesenta y cuatro y empezaba a sudar. Los exuberantes y turgentes pechos de Elspeth se apretaban contra el suyo y todas sus redondeces se revelaban deliciosamente bajo la suave muselina del vestido. Sujetándola más cerca, con las manos en la base de su espalda, llevó su carne dócil hacia su erección, dura como una roca, forzó con cuidado sus labios para que se abrieran y exploró la dulzura de su boca.

Había algo más que deseaba abrir y, tras mirar a través de las pestañas, deliberó precipitadamente en si utilizar el sofá para aliviar aquel impulso. Quizá deliberar no fuera la palabra justa, puesto que sólo tenía un pensamiento en la mente: la imagen de su miembro ansioso hundiéndose profundamente en su abertura virginal. Deslizó su brazo por debajo de las piernas de ella, la cogió en brazos y se encaminó con determinación hacia el sofá Veronés de color verde.

El hecho de que ella jadeara febrilmente, agarrada con firmeza a su cuello, cual asa de hierro, y comiendo de su boca, como si quisiera desaparecer por su garganta, sólo vino a confirmar sus impetuosos impulsos.

Él había ido más allá de unos besos, de la cordura. Estaba decidido a abrir la hendidura virginal. Y si una llamada a la puerta no hubiera interrumpido aquella dinámica, así lo habría hecho.

Elspeth chilló.

La boca de él absorbió el sonido y, un momento después, levantó la cabeza y dijo:

– Silencio.

Su voz era sorprendentemente fría, teniendo en cuenta el alcance y la violencia de sus emociones, cargadas de sexualidad. Después de dejarla en el sofá, se movió hasta la silla de al lado, se sentó, cruzó las piernas para ocultar la erección y dijo:

– Haga pasar a la criada.

Elspeth, intentando calmar el temblor de las manos, negó con la cabeza.

– No puedo -susurró ella.

Darley ensanchó las fosas nasales y respiró hondo.

– Adelante -gritó él, con una voz profunda que retumbó en la sala.

Sophie asomó la cabeza y dirigió una mirada inquisitiva a su señora, luego observó fijamente a Darley, repasándole atentamente.

– Deben de estar subiéndole por las escaleras del porche -le dijo Sophie, empujando la puerta y entrando en la sala con la tetera en las manos. Tras depositarla sobre la bandeja de té, acercó aquella bandeja de plata grabada hasta donde estaba Elspeth y la colocó en la mesa delante del sofá.

– Arréglese el cabello, cielo, y tómese una taza de té -le dijo quedamente-, le calmará los nervios.

Volvió a su silla y cogió su costura como una actriz en una obra de teatro. Cuando Grafton y Amanda entraron en el salón, Darley y Elspeth bebían té, lo que justificaba el rubor en las mejillas de Lady Grafton.


* * *

Capítulo 6

– ¿Debo suponer que has tenido éxito? -Amanda le obsequiaba con una sonrisa de complicidad mientras rehacían el camino en sentido inverso, a lomos de sus caballos.

– Al principio no.

– Pero no pudo resistirse a tus encantos.

– No estoy tan seguro -se encogió de hombros-. Podría estar dispuesta a tener cualquier aventura. Tiene veintiséis años y nunca la han besado.

– ¡Dios mío! Entonces, es cierto… ¡lo de Grafton y su noche de bodas!

– Eso parece -dijo suavemente, arrastrando las palabras.

– Qué ingenuidad, Julius -Amanda enarcó una ceja-. Puede ser un desastre en la cama.

– Si lo es -dijo esbozando una sonrisa-, no tendrás que mantener a Grafton durante mucho rato en las carreras.

– No te alcanza el dinero para pagar una tarea tan desagradable como ésa -le replicó sacudiendo la cabeza.

– Estoy seguro de que sí.

Los ojos de Amanda destellaron avaricia.

– ¿Su ausencia se vale unos diamantes?

– Lo que tu corazoncito desee.

Amanda entornó los ojos.

– Te lo estás tomando en serio, ¿no?

– Digamos que estoy curiosamente obsesionado.

– Por su virtud. Una novedad, viniendo de ti.

Se quedó un rato pensativo… la virtud de Lady Grafton no era forzosamente un atractivo, su espectacular busto no podía pasarse por alto. Por otra parte, era poco probable que fuera a salirse de su camino acostumbrado sólo por ese motivo.

– Me intriga su valentía para aceptar a Grafton, creo.

– Por favor -dijo Amanda-, ¿desde cuándo eres tan altruista?

Él contempló el campo verde y ondulado como si la respuesta a ese deseo fuera corriente que se encontrara en el paisaje bucólico.

– No eres un hombre de principios, lo sabes.

Su mirada fija se volvió hacia ella.

– ¿Cómo dices?

– No me mires de esa forma. Quiero decir en lo que a seducción se refiere.

– Podría discrepar también en eso. ¿Acaso no soy agradable?

– Cuando te conviene.

Lo mismo podría haber dicho él de ella.

– A decir verdad, no sé cuál es el atractivo de la dama, pero lo tiene -dijo él, sin ganas de discutir sobre principios, de hecho, sin ganas de discutir sobre nada-. Si tuvieras la amabilidad de enviar una nota a Grafton pidiéndole que te acompañe a las carreras, te estaría muy agradecido -le guiñó un ojo-. Pon tú misma el precio, por supuesto.

Amanda hizo un pequeño mohín al pensar en lo repugnante de pasar un rato con Grafton. Por otra parte, aquella carta blanca monetaria que Julius le estaba ofreciendo era imposible de rechazar.

– ¿Cuánto tiempo deberé estar con el viejo demonio…? ¿Las primeras carreras también o sólo las de la tarde? ¿Os habéis puesto de acuerdo tú y la esposa virginal?

– No tuvimos tiempo… -Darley arqueó las cejas mientras respondía de manera juguetona-… inmersos como estábamos en otras… digamos… actividades.

– Cuando entramos pensé que estaba nerviosa.

– Elspeth no tiene experiencia en los devaneos.

– ¿Elspeth? ¿Pronunciado con una voz tan dulce? -Amanda sonrió maliciosamente-. De verdad, Julius, se podría pensar que ese pequeño encanto ha tocado tu depravado corazón.

– Más bien me ha afectado una zona ligeramente por debajo del corazón -le contestó, con aire divertido-. Y si no nos hubieran interrumpido…

– Por lo visto te salvé de la catástrofe. Grafton te hubiera disparado en el acto.

– Por otra parte, si hubieras aparecido diez minutos más tarde, tal vez habría consumado mis deseos carnales y no tendría que esperar hasta mañana.

– No tienes que esperar -murmuró Amanda con una mirada seductora.

Ya había considerado aquella posibilidad y la había descartado. Preso de un repentino desasosiego -nunca antes en su vida había rechazado sexo-, estuvo a punto de aceptar la oferta de Amanda para apaciguar aquella inquietud.

Pero, como si alguna fuerza externa hubiera tomado las riendas de su mente, se oyó a sí mismo decir:

– Tal vez debería guardar energías para mañana.

– Estás bromeando -Darley podía aguantar días enteros.

– La verdad es que últimamente no estoy durmiendo mucho -una justificación verdadera, pero que no dejaba de ser una excusa.

– Si me relegas -dijo Amanda haciendo un mohín-, debería decidirme a pedir algo más que diamantes.

– Lo que gustes, querida -Pensó en ofrecerle a uno de los mozos del establo, pero en realidad no podía rebajarse a hacer las veces de las funciones de alcahuete-. Aunque debo echarte las culpas de mi fatiga -disimuló Julius-. Anoche me dejaste rendido.

Amanda adoptó una expresión engreída.

– ¿Por qué no lo has dicho antes? Eso es otra cosa.

– Ya sabes que eres el pedacito más caliente a este lado del cielo, sin excepción -le dijo, halagando su ego arrogante-. Y tenlo presente: los años no perdonan.

– ¡Tonterías! Sólo tienes treinta y tres, y eres el mejor semental de Inglaterra -le dirigió una mirada de consideración-. Si lo sabré yo.

«Y tanto que lo debes saber bien», pensó, totalmente al corriente de las licenciosas diversiones de Amanda.

– Tal vez quieras uno de mis caballos de carreras como incentivo -le ofreció, resuelto a llegar a casa lo más rápido posible, deseoso de ultimar todos los preparativos para el día siguiente.

Amanda se dio la vuelta para mirarle fijamente. Julius nunca había regalado uno de sus purasangres.

– Te ha cogido fuerte, querido.

– No creas. Elspeth es como rocío fresco, eso es todo.

– Ten cuidado o caerás en sus redes -se burló Amanda.

– Es sexo -respondió-. Nada más.

– Eso dices -murmuró con aire arrogante-. Con todo, permíteme que discr…

– Mi bayo contra tu rucio. Te apuesto cinco contra uno a que gano yo -prefería no discutir acerca de su interés por Lady Grafton. Mañana haría el amor con ella y pondría punto final a la historia.

– La última vez perdiste.

– ¿Tienes miedo de intentarlo?

Amanda fustigó su rucio, y segundos más tarde corrían a toda velocidad en dirección a Newmarket.

La colaboración de Amanda era esencial en sus planes.

No cabía la menor duda de quién ganaría la carrera.

Por otra parte, él también ganaría lo suyo… aunque su premio sería un tesoro de otra clase.


* * *

Capítulo 7

Elspeth pasó casi toda la noche en un duermevela, diciéndose infinidad de veces que lo más probable es que no pudiera llevar a cabo un plan tan peligroso, recordando que no sólo era su futuro lo que estaba en juego, sino también el de Will. Y no importaba lo mucho que deseara tener una relación con el atractivo marqués: hacerlo podría acarrear consecuencias desastrosas.

El día anterior, por suerte, les habían interrumpido antes de alcanzar un acuerdo firme para una cita, y ahora, a la fría luz del día, sentía un gran alivio por no haberse comprometido con Darley para reunirse con él en algún sitio. Las intrigas amorosas, en realidad, no estaban hechas para ella. Se sentía más cómoda con una vida tranquila, sensata.

Y aunque tenía que soportar la cólera de su marido, él pasaba la mayor parte del tiempo en compañía de sus amigachos.

Cuando Sophie entró en la habitación para llevarle el chocolate y abrir de par en par las cortinas y las ventanas a fin de dejar entrar la luz del día, Elspeth acertó a exclamar con la convincente sensación de haber tomado la decisión correcta:

– ¡Qué mañana más encantadora!

– Eso depende… -murmuró la criada-, dado como tiene el conde la casa de alborotada. Yo misma tuve que prepararle el chocolate. Se está acicalando y está llamando, a voz en grito, a su ayuda de cámara, al cochero y al lacayo que le empuja la silla. Se marcha a las carreras… bien temprano esta mañana.

La gloriosa imagen de Darley se coló al instante en la mente de Elspeth, el pulso empezó a acelerársele y la idea de una vida tranquila y sensata se esfumó como vapor ante un viento huracanado. Miró el reloj que reposaba sobre el mantel. Un millar de atractivas posibilidades se daban empujones en su cabeza para copar el mejor puesto.

– Es temprano -le dijo Sophie, percatándose de la mirada de Elspeth-. Bébase el chocolate mientras le preparo el baño. El conde no tardará en marcharse.

¡El marqués lo había logrado! ¿Acaso era posible?

– ¿Estás segura de que Lord Grafton se va a las carreras? -Elspeth había crecido alejada de la esfera de riquezas y privilegios donde, por lo visto, todos los deseos podían cumplirse.

– Ayer llegó una nota… estaba perfumada, según el mayordomo, y desde entonces el viejo bastardo no habla de otra cosa. Se marcha a las carreras… no cabe la menor duda.

– ¿Han dejado alguna nota para mí…? Quiero decir… Pensé que…

– No ha recibido ningún mensaje -Sophie murmuró, huraña-. Y si quiere mi consejo, que no lo querrá, pero la advierto por su propio bien… manténgase apartada de ese apuesto crápula.