No supo con certeza lo que le hizo desviar la mirada. Probablemente, el motor del coche mientras avanzaba a velocidad de vértigo por la calzada mojada. Alcanzó un movimiento por el rabillo del ojo y le gritó a Ellie que parase. Como si el mundo entero pasara a moverse a cámara lenta, Liam observó la expresión confundida de Ellie, la cual miró hacia la izquierda y vio el sedán negro que se abalanzaba hacia ella.

Se quedó helada y a Liam se le paró el corazón al comprender que iban a atropellarla y no podía llegar a tiempo de empujarla para esquivar el golpe. Pero los reflejos de Ellie fueron superiores a los que esperaba, se giró y se lanzó sobre el capó del coche que había aparcado tras ella. Luego se cayó rodando al suelo mojado y el coche se alejó a la misma velocidad vertiginosa, salpicándola de agua sucia al pasar sobre un charco.

Tras asegurarse de que estaba bien, Liam dirigió la cámara hacia el coche y tomó varias fotos de la matrícula. Aunque Ellie había cruzado la calle de forma inesperada, tenía la corazonada de que el coche había intentado atropellarla adrede.

Se giró hacia ella. Estaba tratando de ponerse de pie. Le caían gotas grises por la cara y las rodillas de los vaqueros estaban sucias y rasguñadas. Liam le ofreció una mano, tiró de ella con delicadeza y la abrazó para comprobar que seguía de una pieza.

– ¿Estás bien?

– No lo he visto venir. Había mirado, pero apareció de repente. Si no me hubieras avisado, me habría atropellado -dijo con voz trémula. Apoyó las manos sobre su torso y lo miró a la cara-. Me has salvado la vida… otra vez.

Liam le acarició el pelo con una mano, la apretó con fuerza y le dio un beso en la frente. Aunque no tenía claro que le hubiese salvado la vida la primera vez, en esa ocasión no podía negarlo. Era verdad: si no hubiese oído el motor del coche, en esos momentos estaría tirada en la calle, herida de gravedad… o peor todavía.

– Vamos a que te limpies -murmuró con los labios pegados a la sien derecha de Ellie. El corazón seguía disparado, de modo que se obligó a serenarse por miedo a que Ellie intuyera el pánico que sentía. Si realmente habían intentado arrollarla, removería cielo y tierra hasta averiguar por qué.

Le pasó un brazo sobre los hombros y regresaron hacia el apartamento de Ellie. Pero, mientras andaban, Liam tuvo el inquietante pensamiento de que el ladrón y el conductor del coche estaban relacionados de alguna forma. Y que el caso en el que estaba trabajando para Sean encerraba la respuesta a esas dos experiencias casi mortales.


Ellie sacó del bolsillo las llaves y, con las manos todavía temblorosas, intentó introducir la llave en la cerradura. Pero, por más que lo intentaba, no conseguía que entrase. Por un instante, sintió que se desmayaría, o vomitaría, o rompería a llorar sin control. Pero no pudiendo decidirse por una cosa u otra, se quedó quieta frente al portal, con las llaves colgándole de los dedos.

– Deja -murmuró Liam. Agarró las llaves, abrió y la empujó con suavidad para que entrase. Subieron las escaleras sin hablar y, al llegar al tercer piso, fue él quien abrió esa puerta también, tras asegurarse de desactivar la alarma.

Ellie fue directa hacia el sofá, pero Liam la detuvo para ayudarla a que se quitara la cazadora. Luego se giró para mirarla a la cara:

– ¿Seguro que estás bien?

– Sí… -Ellie asintió con la cabeza-. Solo necesito un momento.

– Vamos. ¿Por qué no te quitas esa ropa y te pones algo seco y limpio? -dijo Liam sonriente mientras le acariciaba una mejilla con el pulgar-. O quizá prefieras darte un baño caliente.

– Sí…

Liam la estrechó entre los brazos y ella apoyó la cabeza sobre su torso. Sintió que podría quedarse allí para siempre, que Liam conseguiría desvanecer todos sus miedos. El coche había pasado a centímetros de ella y no lo había visto llegar. Ellie se imaginó lo que podría haber ocurrido y cerró los ojos para expulsar aquellas imágenes terribles.

– Antes no estaba segura en mi apartamento y ahora tampoco lo estoy fuera.

– No ha sido culpa tuya -dijo Liam al tiempo que le acariciaba el pelo con suavidad-. Lo que pasa es que el coche y tú queríais ocupar el mismo espacio a la vez.

– Estoy teniendo una mala racha -comentó Ellie-. En “Los secretos de actuar con decisión” dice que la mala suerte no existe. Que cada uno crea las situaciones que le ocurren. Pero no estoy de acuerdo. El ladrón, por ejemplo, ¿por qué tenía que escoger mi casa? Los vecinos de abajo tienen un televisor mucho mejor. Y me está costando horrores encontrar trabajo. Y yo no hice nada para que el ladrillo del tejado se cayera.

– ¿Qué ladrillo? -preguntó Liam.

– Fue hace unos días. Salía a una entrevista cuando de pronto apareció el ladrillo del cielo y casi me abre la cabeza. Era idéntico a los del edificio, así que llamé al casero y le dije que el tejado no era seguro.

– ¿Qué problema había?

– Ninguno. Encontró un par de ladrillos en el tejado, pero supuso que sería algún niño que se habría colado a la azotea -Ellie esbozó una sonrisa débil-. Quizá debería darme ese baño, a ver si me calmo un poco.

– ¿Quieres algo? -preguntó Liam-. ¿Te preparó un té?

– Sí, por favor.

Ellie entró en el baño, se sentó en el borde de la bañera. Pero, de repente, se sentía demasiado agotada, incapaz de moverse. Aunque hacía solo diez días que conocía a Liam, ya formaba parte importante de su vida. Si hubiese estado sola en la calle… Si no la hubiese avisado… Si no estuviera en esos momentos con ella en el apartamento para hacerla sentirse segura…

– Mi caballero de brillante armadura -murmuró mientras se giraba a abrir el grifo.

Mientras la bañera se iba llenando, Ellie se quitó los zapatos húmedos, las medias caladas. Luego se sacó el jersey por encima de la cabeza. El agua sucia no había llegado a la camisola de algodón que llevaba debajo, pero la humedad se le había metido hasta los huesos. Ellie se frotó los brazos y miró hacia la bañera.

– Ten.

Ellie levantó la cabeza y vio a Liam, que la estaba mirando desde la puerta del baño con la taza de té preparada.

– Gracias.

– No me gusta mucho el té, así que solo he calentado el agua y le he metido la bolsa. Espero que esté bien.

Ellie dio un sorbo, enseguida empezó a entrar en calor.

– Está perfecto -Ellie respiró profundamente antes de mirarlo a la cara-. ¿Te puedo hacer una pregunta?

– Claro.

– ¿Crees que ese coche quería atropellarme? Una expresión de preocupación ensombreció la cara de Liam antes de ocultarla tras una sonrisa cálida.

– ¿Por qué iba nadie a querer atropellarte?

– No… no lo sé. Es que… -Ellie dio por terminada la frase con un gesto de la mano. Luego colocó la taza junto a la bañera. Se puso de pie y colgó una toalla en el toallero.

Liam se situó tras ella y puso las manos sobre sus hombros. Ellie echó la cabeza hacia atrás, suspiró mientras él le hacía un masaje suave en el cuello. Le gustaba sentir sus manos firmes y seguras. Emitió un pequeño gemido mientras los dedos de Liam pasaban por sus hombros y la espalda. Pero cuando apartó el tirante de la camisola y pegó los labios al hombro, se quedó helada, sin respiración.

Luego, como si hubiesen desaparecido todos sus miedos, se giró hacia él. Lo miró a los ojos, bajó a la boca y recordó cada beso que habían compartido. Quería repetir, quería que algo dulce ocupara sus pensamientos.

Ellie se puso de puntillas y rozó sus labios. Pero no le bastaba con un beso corto, quería más. Con cierta inseguridad, entrelazó las manos tras la nuca de Liam, lo atrajo hacia ella hasta que sus lenguas se anudaron.

Liam la apretó al pecho, exploró su boca, saboreándola y retirándose, provocándola, demorándose sobre sus labios. Ellie sabía que debían parar. Apenas se conocían. Aunque después de los últimos días, había aprendido a confiar en Liam. ¿Cómo iba a hacerle daño un hombre que le había salvado la vida no una vez, sino dos?

Liam metió las manos bajo la camisola al tiempo que hacía el beso más intenso. Ellie había querido besarlo para borrar cualquier preocupación de su cabeza, pero también la estaba dejando sin sentido común. Se había jurado mantenerse lejos de los hombres durante al menos un año. Solo llevaba sesenta y siete días y unas seis horas y, después de un par de besos extraordinarios, ya estaba dispuesta a tirarlo todo por la horda.

Liam Quinn no era Ronald Pettibone. Ni Brian Keller, el analista de Bolsa con el que había estado antes. Ni Steve Wilson, el gestor financiero. Ni ninguno de los hombres a los que había creído amar. Liam era… distinto. Era un hombre en el que podía confiar.

– Una vez leí que las personas que tienen experiencias cercanas a la muerte se vuelven más apasionadas a veces. ¿Crees que tiene que ver con lo que está pasando aquí?

– No lo sé. ¿Te parece mal?

– Creo que no -Ellie negó con la cabeza-. Solo es un comentario del autor.

– Quizá deberíamos parar.

– Quizá no -contestó ella después de subirse unos centímetros la camisola. Luego lo miró a los ojos, a la espera de alguna pista, algo que le indicara que él la deseaba tanto como ella a él. Liam deslizó una mano por su costado, se apoderó del pecho izquierdo, le frotó el pezón con el pulgar hasta que se irguió contra el suave tejido de la camisola.

– Eres tan bonita… He pensado en este momento desde la primera vez que te vi… Estabas bailando -Liam frenó a tiempo de rectificar-. El camisón te bailaba. ¿Sabes? Cuando encendiste la luz, se te transparentaba.

– ¿Me estabas mirando?

– No pude evitarlo.

Ellie se subió la camisola un poco más, justo hasta debajo de los pechos.

– Menos mal que te até -bromeó-. No sabía lo peligroso que eras.

– ¿Te gusta el peligro? -contestó Liam mientras terminaba de sacarle la camisola por encima de la cabeza, para tirarla al suelo a continuación.

Cuando volvió a tocarle el pezón, el contacto fue como una descarga eléctrica que recorrió todo su cuerpo.

– Mucho -murmuró Ellie-. Me encanta el peligro.

Liam emitió un gruñido gutural, la agarró, la levantó hasta sentarla sobre el borde del lavabo. Cubrió su boca con un beso abrumador y Ellie no tuvo más remedio que responder. Liam parecía saber exactamente lo que quería. Sus labios parecían moverse allá donde necesitaba que la acariciaran.

Aunque era indudable que lo deseaba, se trataba de una necesidad irracional. Con los demás hombres, medía con cuidado las semanas, meses incluso, que precedían a aquel momento, como si estuviera siguiendo un programa establecido. Pero con Liam no le importaba descuidarse. ¿Qué más daba si hacía solo diez días que lo conocía?, ¿y qué si había seducido a decenas de mujeres bellas antes? Le daba igual.

Lo único que contaba en esos momentos era que lo deseaba. Ellie alcanzó los botones de su camisa, luchó con ellos hasta conseguir desabrocharlos. Luego apartó el tejido de algodón, puso las palmas planas sobre su torso, perdida en la belleza masculina de su cuerpo.

Tenía pecho ancho, de músculos definidos, una línea de vello bajaba entre los pectorales hasta más allá de la cinturilla de los vaqueros. Ellie recorrió la línea como si fuese el mapa hacia el siguiente punto de la seducción. Cuando llegó al botón de los vaqueros, Liam le retiró la mano.

Bajó la cremallera de los vaqueros de Ellie hasta que estos se aflojaron. Luego la levantó para bajárselos, llevándose en el movimiento las braguitas. Cuando la sentó sobre el lavabo de nuevo, no le importó estar totalmente desnuda y que él estuviese vestido. De alguna manera, añadía picante a la situación. Pero no podía imaginar lo picante que llegaría a ser.

Esperaba que Liam empezara a despojarse de su ropa, pero se dedicó a explorar su cuerpo con los labios y la lengua, muy despacio. Apoyada sobre el canto del lavabo, tenía la sensación de que podría resbalar en cualquier momento y caerse al suelo. Pero las manos de Liam la sujetaban con firmeza.

Este deslizó la lengua de un pezón al ombligo. Luego se paró a separarle las piernas con suavidad. Cuando la boca llegó al siguiente punto de destino, Ellie se quedó sin respiración. El placer era tan intenso que estaba segura de que, si se movía, se derretiría. No sentía el peso de las extremidades y era incapaz de dar forma a un solo pensamiento coherente. Solo podía experimentar el placer que le estaba proporcionando.

Ellie pasó los dedos sobre su pecho, arqueándose hacia él cada vez que Liam la saboreaba. Quería parar, temerosa de mostrarse tan vulnerable. Pero necesitaba dar salida a la presión que crecía en su interior. Segundo a segundo, Liam fue acercándola al abismo, poniendo a prueba sus límites con la lengua. Hasta que, como si algo dentro de ella explotase, gritó.