– Por mí no hay prisa. La comida tiene buena pinta. Y Olivia me iba a enseñar los regalos que le han hecho al bebé -Ellie levantó su copa de champán-. Y quiero un poco más.

– Ahora te traigo otra copa -dijo Liam, inclinándose para darle un besito rápido en los labios. Le entraron ganas de prolongarlo, pero sabía que ya había despertado suficiente curiosidad sin necesidad de añadir más leña al fuego. Dejó a Ellie con Olivia en la cocina y fue al salón por el champán, donde encontró a Sean mirando la tarta con cara de perplejidad.

– ¿Qué es esto? -preguntó.

– Una tarta.

– Eso ya lo sé.

– Un cochecito para bebés.

– Creía que era una almeja con ruedas.

– Cuidado, no te oiga Olivia. Conor dice que se ha pasado dos días preparándola -Liam miró a su hermano mientras se pensaba lo que le iba a decir a continuación. Había sopesado las opciones una y otra vez en los últimos días, tratando de decidir cómo manejar la situación-. Tengo que decirte una cosa más: Ronald Pettibone está en la ciudad. Lleva en Boston una semana más o menos. Era el que estaba fuera de la cafetería. Con el que te dije que la encontré discutiendo.

– ¿Cómo lo sabes? -preguntó Sean, notablemente interesado.

– Me lo ha dicho ella. No lo reconocí por la foto. Ahora no lleva gafas y se ha cambiado el peinado. Y está moreno. Se aloja en el hotel Bostonian, habitación 215. No es mal sitio para un tipo sin trabajo, ¿no te parece?

– ¿Cómo te has enterado de todo esto?

– Le dejó un mensaje en el contestador cuando estaba en su apartamento.

– ¿Con ella?

– Pues claro que con ella -dijo Liam-. Estábamos… juntos.

– ¿Cómo reaccionó? -preguntó Sean tras lanzarle una mirada sospechosa.

– No te sabría decir. Me estaba dando la espalda. Pero la animé a que le devolviera la llamada y dijo que lo haría. Creo que deberías echarle un ojo al tipo ese. Y averiguar si alquiló un sedán negro hace un par de días.

– ¿Crees que la intentó atropellar él? Entonces es que está implicada. ¿Por qué iba a querer matarla si no? A no ser que no quiera dividir el botín.

– Antes eran novios. Quizá sea un maniaco. Tú vigílalo -contestó Liam. Luego se paró, se preguntó cuál debía ser su siguiente movimiento. Echó una mano al bolsillo y sacó un juego de llaves-. Toma

– ¿Qué es esto?

– Las llaves del apartamento de Ellie. Le he instalado un sistema de seguridad por si Pettibone intenta hacerle otra visita. El código es 3554. Asegúrate de introducirlo bien o te saltará la alarma.

– De acuerdo. Tres, cinco, cinco, cuatro -repitió Sean.

– El martes tengo que hacer unas fotografías en el partido de presentación de los Red Sox. Iré con Ellie. Estará a salvo en la cancha, delante de miles de personas.

– Perfecto. Con eso tendré tiempo de sobra.

– No le pongas la casa patas arriba. No quiero que se lleve otro disgusto -dijo Liam y Sean asintió con la cabeza-. Bueno, voy a hablar un rato con mamá. ¿Por qué no vienes conmigo?

– No, hoy no.

– ¿Por qué no? Es un día tan bueno como cualquier otro. Sean, no puedes guardarle rencor el resto de tu vida. Papá la ha perdonado. Y Keely… los dos tenían muchos más motivos que nosotros para seguir enfadados.

– Nos abandonó. Tú eras un bebé y yo solo tenía tres años. Dice que tuvo que marcharse y lo hizo. Pero, ¿por qué no volvió?

– ¿Por qué no se lo preguntas?

– Porque no quiero oír la respuesta.

– Haz lo que quieras -Liam se encogió de hombros. Luego agarró una botella de champán y decidió volver en busca de Ellie. Necesitaba oír su voz, recordar lo que habían compartido en su cuarto de baño y lo bien que se sentía cuando la tocaba. No quería preocuparse de si deseaba a una delincuente ni de si su ex novio quería hacerle daño.

La vio en la entrada del salón y le hizo una seña para que se marcharan. Ellie le lanzó una sonrisa tímida, luego frunció el ceño. Pero Liam no estaba dispuesto a rendirse. Salió del apartamento, se apoyó en la pared del pasillo a esperarla. Segundos después, Ellie asomó la cabeza. Liam la rodeó, tiró de ella hacia el portal y cerró la puerta.

– Venga -dijo mientras se giraba hacia las escaleras. Bajaron dos tramos hasta llegar a la calle. Liam se quitó el abrigo y se lo puso a Ellie por encima de los hombros. Tras sentarse en el escalón de acceso al portal, descorchó la botella de champán-. No he traído copas. Tendremos que beber de la botella -añadió antes de darle un sorbo.

Luego se la entregó a Ellie. Arrugó la nariz al tragar, luego tosió ligeramente. Liam aprovechó la oportunidad para estrecharla entre los brazos.

– No debería haberte traído -dijo, apretando la boca contra su cuello.

– ¿Por qué?

– Porque prefiero besarte siempre que me apetezca.

– Pues más vale que te des prisa -lo provocó Ellie-. Si estamos mucho tiempo aquí fuera, nos echarán de menos.

Liam se echó hacia atrás unos centímetros para poder mirar su bonita cara. Había veces en que tenía la sensación de que podía ver todos los rincones de su alma. Y otras se preguntaba si no estaría engañándose. Pero cuando se apoderó de su boca, saboreando en sus labios el champán, las dudas se disiparon. De momento, Ellie solo era la mujer por la que le corría la sangre por el cuerpo y el corazón le palpitaba contra el pecho.

De momento, bastaba con eso.


– Ya te puedes considerar una bostoniana – dijo Liam mientras le ajustaba la gorra de los Boston Red Sox-. Lástima que hayamos perdido el partido.

– Nunca he sido muy aficionada al béisbol – comentó ella mientras esperaban a que el semáforo se pusiera verde-. No soy de ningún equipo.

– A mí me encanta -dijo Liam mientras se desviaba hacia la avenida Charlestown-. Desde pequeño. Siempre me ha encantado.

– ¿Veías muchos partidos en directo? -preguntó Ellie.

– No. No teníamos dinero para las entradas. Pero Conor tenía unos amigos que vendían palomitas en el aparcamiento y, si el estadio no se llenaba, nos dejaban pasar cuando ya estaba empezado. Nunca vimos un partido entero, pero luego nos quedábamos para que los jugadores firmaran nuestros cromos.

– Suena divertido.

– Lo era. No éramos ricos, pero divertirnos nos divertíamos -Liam soltó una risilla-. La primera vez que fui a un campo de béisbol creí que era Irlanda.

– ¿Qué?

– Mis hermanos y mi padre siempre hablaban de lo verde que era Irlanda. Nacieron todos allí. Y el campo de Fenway era la cosa más verde que había visto en mi vida, así que pensé que era Irlanda. No se me daba muy bien la geografía.

– Yo, de pequeña, creía que los profesores vivían en el colegio. Que dormían todos juntos en alguna habitación y hablaban de libros día y noche. Pensaba que por eso no me los encontraba por la ciudad. Porque no les dejaban salir.

Liam torció hacia la calle de Ellie y buscó con la mirada un lugar donde aparcar. Encontró sitio justo enfrente y, cuando paró el motor, esperó a que lo invitase a subir. Desde el encuentro en el cuarto de baño, los dos estaban un poco indecisos. Liam no se arrepentía de lo que habían hecho, pero debía reconocer que ese acto había cambiado sus sentimientos hacia ella.

Con otras mujeres, no habría sido más que el principio de una aventura tan apasionada como breve. Pero con Ellie le daba miedo repetir, miedo a contar con un número limitado de noches antes de que todo acabara. Razón por la que quizá fuese mejor racionarlas.

Liam no había pensado en el futuro. Mientras no descubriera quién había robado el dinero del banco, no podría estar seguro de que no había sido ella. Razón por la que no sería inteligente dejarse enredar en esos momentos.

– ¿Quieres subir?

Pensó en rechazar el ofrecimiento, pero le habría costado negarse sin que Ellie se preguntara por qué.

– Claro. Pero solo un rato. Tengo que pasarme por el Globo antes de la siete a ver cómo han salido las fotos.

– Haré un chocolate para calentarnos.

Caminaron hasta el portal, subieron las escaleras. Al llegar al tercero, Ellie frenó en seco. La puerta del apartamento estaba entornada. Hizo ademán de empujarla, pero Liam se le adelantó, entró primero.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó ella. Era evidente que habían registrado la casa entera. Liam extendió un brazo a modo de barrera.

– Espera -le dijo-. Quédate ahí. Entró despacio en el vestíbulo, examinó cada habitación, encendiendo las luces a medida que pasaba de una a otra. Todas estaban en el mismo estado caótico. Cuando se hubo asegurado de que estaban solos, miró a su alrededor. No sabía qué buscar. Sean era detective; Conor, policía. Pero él no tenía experiencia en situaciones de ese tipo.

Cuando volvió al salón, encontró a Ellie desplomada sobre el sofá, todavía aturdida.

– ¿Falta algo? -le preguntó.

– ¿Cómo voy a saberlo? -dijo ella, descorazonada.

– Bueno, vamos a ir ordenando todo. Quizá descubras si echas algo en falta -Liam suspiró-. Aunque no deberíamos tocar nada hasta que la policía eche un vistazo.

– No, no quiero recoger. No quiero esperar a la policía. No quiero quedarme aquí -contestó Ellie poniéndose de pie-. Es la segunda vez que entran en el apartamento y ya no me siento segura. Tenemos que marcharnos.

– No entiendo cómo han podido entrar sin que se dispare la alarma.

Ellie se mordió el labio inferior tras lanzar una mirada furtiva hacia el panel de seguridad que Liam le había instalado.

– ¿No la activaste?

– Iba con prisa, me estabas esperando… No quería llegar tarde al partido.

– En fin -Liam cerró los ojos y exhaló un suspiro prolongado-. Al menos no estabas aquí.

– Ni pienso estarlo esta noche. Me iré a un hotel, con cerrojos enormes y guardias de seguridad en recepción.

– No -dijo él-. Ven conmigo a casa. Allí estarás segura.

Ellie parpadeó, visiblemente sorprendida por el ofrecimiento.

– No… no puedo aceptarlo.

Liam volvió a mirar el aspecto del apartamento. Una idea lo atormentaba: Sean tenía una copia de las llaves. ¿Habría sido él quien había dejado así la casa? No podía creer que su hermano fuese capaz de algo así… a no ser que hubiese querido asustarla adrede.

– Claro que puedes -dijo Liam justo antes de estrecharla contra el pecho y darle un beso en la frente.

– Quizá mi destino no esté en Boston -murmuró ella mientras se dejaba acariciar la espalda-. Quizá debería irme a otra ciudad. El otro día estaba leyendo un libro que…

Sin darle tiempo a acabar la frase, Liam posó la boca sobre sus labios, ahogando las palabras antes de que llegara a articularlas. Fue un beso suave, reconfortante. Ellie abrió la boca para darle la bienvenida; pasó las manos por las mejillas de Liam mientras la besaba.

– Ya hablaremos de libros luego -dijo este cuando se separó-. Anda, ¿por qué no recoges lo que necesites y te vienes a mi apartamento? Mañana organizamos este desastre.

– Gracias -Ellie asintió con la cabeza.

– ¿Por?

– Por estar aquí. Por cuidar de mí. Liam esperó mientras Ellie llenaba una mochila. De pronto reparó en el teléfono. Estaba tirado en el suelo, debajo de un cojín del sofá. Aunque estuvo tentado de llamar a Sean, decidió dejarlo para más adelante y devolvió el auricular a la base.

– Han registrado el armario -comentó Ellie cuando volvió al salón un par de minutos después-. Pero no han tocado el joyero. No… no puede ser él -añadió sacudiendo la cabeza.

– ¿Quién?

– Nadie. Me estoy volviendo paranoica.

– ¿Quién? -insistió Liam al tiempo que le agarraba la mochila. Luego activó la alarma, cerró la puerta y echó el cerrojo.

– Ronald -contestó cuando terminaron de bajar las escaleras.

No supo cómo reaccionar. O realmente estaba desconcertada con lo que había pasado o era muy habilidosa inculpando a su cómplice.

– ¿Ronald Pettibone?

– No… no estoy segura.

– ¿Por qué iba a ser él?

– Rompió conmigo. Y estaba claro que no quería que siguiéramos como amigos. Por eso dejé el banco. Y luego, de pronto, aparece en Boston. Dice que tiene algunos amigos, pero un mes antes de romper pasamos un fin de semana aquí y no mencionó nada de amigos. ¿Crees que me está acosando?

– No lo sé. Pero pienso descubrirlo -aseguró Liam.

Miró en ambas direcciones antes de cruzar la calle y se fijó en un sedán negro aparcado unos metros más abajo. ¿Estaría él paranoico?

Mientras conducían por la ciudad, mantuvo la mirada en el retrovisor. De tanto en tanto, hacía algún giro para asegurarse de que no los seguían.

Cuando se convenció de que el sedán negro no iba tras ellos, se encaminó hacia la casa que compartía con Sean.

Habría preferido no coincidir con él al llegar, pero nada más entrar se lo encontró con Brian, los dos sentados en el sofá, comiendo pizza y viendo la televisión. Ambos se sorprendieron al ver a Ellie de nuevo, aunque por razones distintas.