– Hola, Ellie -lo saludó Brian mientras se ponía de pie y se sacudía las migas del jersey-. ¿Qué tal el partido?

– Genial -contestó sonriente-. Aunque perdieron los Red Sox.

– Si sigues así, vas a tener que empezar a pagar parte del alquiler -dijo Liam, celoso de su hermano Brian, que había sujetado la mano de Ellie un poco más de lo necesario.

– Te lo recordaré la próxima vez que vengas a hacer la colada gratis.

– ¿Qué hacéis aquí? -preguntó Sean tras ponerse de pie.

– Han entrado en el apartamento de Ellie – dijo Liam.

– Otra vez -añadió ella.

– ¿Otra vez? -preguntó Brian-. No pensaba que en Charlestown hubiese tantos robos.

– Creo que me están acosando -contestó Ellie-. Eso o tengo muy mala suerte.

– Se va a quedar aquí hasta que averigüemos qué pasa -Liam le agarró un brazo y la condujo hacia su habitación-. Instálate. Luego salimos a cenar… ¿Has puesto tú la casa patas arriba? -le preguntó a Sean susurrando después de dejar a Ellie en el dormitorio.

– No, lo registré, pero lo puse todo en su lugar antes de marcharme. Tiene que haber entrado alguien después que yo. No debe de haberle costado mucho: no pude activar la alarma porque Ellie no la había puesto. Se habría dado cuenta.

– Un momento -interrumpió Brian-, ¿Sean se ha colado en su apartamento?

– No exactamente. Tenía una llave -dijo Sean-. El que se ha colado es el ladrón.

– ¿Cómo tenías la llave?

– Me la dio Liam.

– Me estoy perdiendo algo, ¿verdad? -Brian frunció el ceño.

– Es un caso en el que estamos trabajando – dijo Liam.

– Ellie ha robado en el banco en el que trabajaba -comentó Sean.

– No fue ella -replicó Liam.

– Quizá sí -repuso Sean.

– Creo que no quiero estar en medio de esto -Brian se puso de pie y agarró su abrigo-. Me bajo al pub a tomarme una pinta, a ver si me despeja un poco la cabeza.

– Voy contigo -dijo Sean.

– De eso nada -se opuso Liam-. Ahora mismo te pones a averiguar qué pasa con Ronald Pettibone. ¿Has localizado la matrícula que te di? Estoy seguro de que fue él quien intentó atropellarla.

– ¿Alguien ha intentado atropellar a Ellie? – preguntó Brian-. Paso de cerveza. Esto parece una buena historia.

– Tú y tus historias -Sean agarró a su hermano gemelo por un brazo-. Anda, te dejo conducir. A ver si encontramos a este Pettibone.

– Y no vuelvas esta noche -dijo Liam-. Quédate en casa de Brian.

Cuando se hubieron marchado, se dejó caer sobre el sofá, tomó un triangulito de pizza y empezó a mordisquearlo con aire distraído. ¿Cómo iba a mantener a salvo a Ellie si Sean no hacía sus deberes? Era su caso y, en vez de haciendo su trabajo, se lo encontraba en el salón comiendo pizza.

Echó la cabeza hacia atrás. Había momentos en los que maldecía el día en que había aceptado ayudarlo con aquel caso, así como el impulso de ir al apartamento de Ellie a su rescate.

– La suerte está echada -murmuró. La maldición de los Quinn lo había atrapado. Más valía que empezaran a pensar en la lista de invitados, porque la boda no podía quedar muy lejos.


Ellie se miró en el espejo del baño y se obligó a sonreír. Sentía un nudo en el estómago y se preguntaba si no sería mejor quedarse dentro del baño toda la noche. Pero el momento de más intimidad con Liam había tenido lugar justo en el cuarto de baño de su casa. Quizá fuese mejor encerrarse en el armario de la entrada.

Se alisó la camiseta que Liam le había dejado para dormir. Era tan tonta que había recogido todo lo que necesitaba… salvo un camisón. Y lo último que quería era que Liam pensase que lo había hecho adrede, con la esperanza de que no pudiese resistir la tentación de compartir la cama estando ella desnuda.

Sexo. Eso era todo. Si se presentaba la oportunidad, ¿cómo iba a negarse? Liam era demasiado atractivo. Pero su historial con los hombres había minado su confianza. ¿En qué se había equivocado?, ¿había sido demasiado agresiva o no lo bastante? ¿Se quedaban insatisfechos? Ellie se apretó la camiseta contra los pechos. Quizá fuese su cuerpo.

Solo tendría una oportunidad con Liam y no quería desperdiciarla. Era la clase de hombre que conseguiría sacar su lado más apasionado. La hacía sentirse atractiva, desinhibida y hasta un poco descarada. Miró el lavabo y el corazón le dio un vuelco al recordar la escena de su cuarto de baño.

Aquel primer encuentro había sido… abrumador. Ellie respiró profundamente, se atusó el pelo y empujó por fin la puerta. Cuando salió, vio que Liam estaba extendiendo una sábana sobre el sofá.

Esbozó una sonrisa forzada. No habían acordado cómo dormirían, pero era evidente que no compartirían cama. Trató de ocultar su decepción.

– No te molestes. Ya la extiendo yo.

– No, quédate tú la cama -contestó él.

– Anda, no seas tonto. Estaré bien en el sofá. Encima de que me rescatas…

– De acuerdo -accedió él, intranquilo con la conversación-. Pero si necesitas algo, ya sabes dónde estoy.

La miró de reojo un instante, de sobra para que Ellie advirtiera la chispa de deseo que brillaba en sus ojos. Pero, por alguna razón, había decidido que esa noche no se dejaría arrastrar por el deseo. ¿Qué había cambiado?

– Que duermas bien -murmuró él tras acercarse, ponerle un dedo bajo la barbilla y darle un besito en los labios-. Hasta mañana -añadió justo antes de girarse para encerrarse en su habitación.

Ellie se sentó en el sofá y se cubrió los hombros con una manta. Con lo bien que iban las cosas. Aunque no habían pasado una sola noche juntos, tenía la sensación de que la relación avanzaba. Pero, de pronto, había frenado de golpe.

– No es más que un hombre como otro cualquiera -murmuró al tiempo que se tumbaba. Apagó la luz y se tapó hasta la barbilla-. Nada especial.

Cerró los ojos, pero, aunque intentó relajarse, no pudo dejar de pensar en Liam. Se lo imaginó tumbado en la cama, desnudo, con una sábana un poco por debajo de la cintura. Nunca lo había visto totalmente desnudo, pero sabía lo que había debajo de su camisa: un pecho ancho, una cintura estrecha, brazos musculosos y una espalda suave. Casi podía sentir la piel de Liam bajo los dedos, de modo que apretó los puños en un intento de borrar la sensación. Y, desde luego, podía adivinar lo que había bajo los vaqueros.

Por más que intentó relajarse, no lo consiguió. Al principio pensó que era el disgusto por el apartamento, pero, después de considerar todo lo que había pasado ese día, Ellie decidió que la razón por la que no podía conciliar el sueño estaba en una cama a unos pocos pasos de distancia.

Al cabo de una hora de dar vueltas, Ellie tiró la manta, se incorporó y maldijo en voz baja. Se encaminó hacia la cocina y abrió la puerta de la nevera. Nada como un poco de helado en las noches de insomnio.

– ¡Vaya! -exclamó Ellie. La mitad del congelador estaba llena de pizzas y la otra mitad de una variedad de helados. Sacó todas las tarrinas-. Vainilla, fresa, chocolate con menta. Este está rico -añadió antes de sacar una cuchara. Luego abrió la primera tarrina, dejando el congelador entornado para poder ver todo el surtido.

Nunca se había atrevido a tener más de una tarrina en el congelador. La tentación era demasiado grande y, cuando se deprimía por su vida social, acababa siendo adicta a los helados. Hundió la cuchara en el de chocolate con menta y dejó que se le derritiera en la boca.

– Esto es mejor que el sexo -murmuró.

– ¿No podías dormir?

Ellie dio un gritito mientras se giraba hacia la voz. Se le cayó la cucharita al suelo. Liam estaba en la cocina, sin más ropa que unos calzoncillos. Se sintió abochornada y corrió a devolver la tarrina al congelador.

– Lo siento -se disculpó-. Pensé que comiendo algo quizá…

– No pasa nada -Liam se mesó el cabello, se acercó a ella y le rozó un brazo con el pecho-. Yo he venido a lo mismo.

Abrió el congelador, le devolvió la tarrina de chocolate con menta y escogió la de vainilla para él. Ellie le dio una cuchara limpia. Liam la hundió en su helado y la acercó a Ellie, que acabó metiéndosela en la boca a pesar de dudar unos segundos.

– ¡Qué rico!

– ¿Tú qué tienes? -preguntó Liam, sonriente, tras probar su tarrina.

Luego metió la cuchara en el helado de chocolate con menta y se la ofreció de nuevo a Ellie. Pero al llevársela a los labios, se le cayó un poco por la barbilla. Liam limpió el hilillo con un dedo y lo puso delante de la boca.

Ellie se lo chupó y, de pronto, pareció darse cuenta de lo que estaba haciendo. Lo miró a los ojos y se retiró despacio. Permanecieron en silencio unos segundos, esperando, preguntándose cuál sería el siguiente paso. Hasta que, de repente, Liam tiró su tarrina al suelo, agarró la de Ellie y la tiró también. Un segundo después, se había apoderado de su cuerpo, la estaba apretando por el talle, metiendo las manos bajo la camiseta y deslizándolas por su piel desnuda.

La besó como si su boca fuese lo único que pudiera satisfacer su apetito, hundiéndose, saboreándola a fondo. Ellie notó que la cabeza le daba vueltas y se le aflojaban las piernas. Era como si el beso fuese una droga que acababa con sus inhibiciones. Nunca había deseado a un hombre tanto como a Liam. Era una necesidad tan intensa, que la asustaba. Cuando notó sus labios sobre el cuello, echó la cabeza hacia atrás y emitió un suspiro suave al tiempo que le acariciaba el pelo.

Luego bajó hacia el torso, se deleitó con sus formas masculinas. Siempre había admirado el físico de los hombres, pero nunca había estado con uno tan perfecto como Liam Quinn. Cada centímetro de su cuerpo era músculo y fibra.

Liam se echó atrás un segundo y ella aprovechó para explorar. Le besó el cuello, descendió hacia el pecho arrastrando la lengua, le envolvió una tetilla. Quería dejarle claro lo que esperaba de él.

Lo oyó suspirar. Un instante después, Liam la besó de nuevo, se apretó. Ellie notó su excitación, dura y caliente bajo los calzoncillos. Movió las caderas a propósito, tentándolo con los placeres que aun estaban por llegar. No la rechazaría. Cada movimiento, cada sutil reacción le indicaban que no podría negarse.

Aunque nunca se había considerado una mujer entregada al sexo, con Liam se sentía descarada. Lo deseaba, quería tener su cuerpo encima, debajo y dentro de ella. Quería perderse en el ritmo de cabalgar juntos y recoger su explosión, su rendición definitiva. Pero no se atrevía a decírselo con palabras.

Paseó una mano por su vientre, pero Liam la apartó en el último momento y volvió a subirla al torso.

– Deberíamos irnos a la cama -murmuró sin resuello.

Sintió una punzada de decepción. Pero luego pensó que quizá estaba formulándole una invitación, en vez de poner fin a la seducción. Respiró profundamente y tragó saliva.

– ¿En tu cama o en la mía?

Capítulo 6

Liam la miró, advirtió las dudas que asomaban a sus ojos. No podía negar el deseo irracional de poseerla. Pero no era una simple necesidad física, algo que pudiera satisfacer con cualquier mujer. Tenía que ser Ellie Thorpe.

Para él no había ninguna más bella ni lista ni interesante en el horizonte. Había encontrado a la mujer que lo satisfacía en todos los sentidos. Y quería satisfacerla a ella. Pero se sentía inseguro. Ya no se trataba de sexo únicamente. Era algo nuevo… desconocido e inesperado.

– ¿Estás segura? -murmuró. Ellie dibujó una sonrisa dulce mientras le acariciaba el vello del pecho.

– ¿De que te deseo? No me cabe duda. Creo que nunca he estado más segura de nada en mi vida. Si tú estás seguro, claro.

Liam le puso un dedo bajo la barbilla y la obligó a mirarlo a los ojos.

– Estoy seguro.

– Estamos hablando de sexo, ¿no? -preguntó entonces ella, con el ceño fruncido-. ¿No de dormir en la misma cama?

– Lo uno suele llevar a lo otro -contestó Liam-. Pero sí, estamos hablando de lo mismo.

– De acuerdo -Ellie suspiró-. Entonces decidido: creo que deberías llevarme a la cama.

Era increíble. Le encantaba lo directa que era, que no perdiera el tiempo con los jueguecitos habituales de las mujeres que había conocido hasta entonces. Con Ellie era muy fácil saber lo que estaba pensando, solía decirlo según le pasaba por la cabeza. Liam le puso las manos en las caderas y la acercó.

Se enrolló el bajo de la camiseta alrededor de los puños mientras volvía a besarla, demorándose sobre los labios para darle oportunidad de responder. A diferencia del encuentro en el cuarto de baño, Liam estaba decidido a ir despacio, a disfrutar de cada instante… de cada caricia… de cada beso largo y profundo.

La oyó emitir un débil gemido y pensó que perdería el control. De hecho, dudó si sería capaz de controlarse lo más mínimo una vez que entraran en el dormitorio. Quizá debieran quedarse en la cocina. El cuarto de baño había funcionado y la cocina no tenía por qué ser menos. Pero, al final, la levantó y, con las piernas de Ellie rodeándole la cintura, la llevó a la habitación, sujetándola con ambas manos bajo el trasero.