– Tú no eres así -dijo Brian con el ceño fruncido.

– ¿Verdad que suena fatal? -Liam suspiró-. Al parecer, tiene que ver con la infancia. He estado pensando mucho y lo que nos pasó de pequeños nos ha convertido en los hombres que somos ahora.

– Ahora pareces el propio psicólogo -contestó Brian-. Somos Quinn. Se supone que no tenemos que autoanalizarnos.

– Puede. Pero fíjate: Conor tuvo que responsabilizarse de mantenernos unidos y ahora se pasa la vida intentando proteger a los ciudadanos, como nos protegía a nosotros. Dylan rescata a quienes se sienten indefensos en un incendio y nosotros estábamos indefensos de pequeños.

– Y Brendan siempre quería escaparse y ahora no es capaz de quedarse quieto en un sitio más de un mes -añadió Brian-. Amy y él viven como nómadas.

– Todavía no he visto el paralelismo en tu vida y la de Sean -dijo Liam-. Pero acabo de empezar en esto.

– Supongo que tienes razón -comentó Brian-. Es normal que nuestra infancia influya en nuestra forma de ser. Papá se pasaba meses fuera de casa, mamá se marchó cuando éramos unos críos. Nos tuvieron que criar entre Conor, Dylan y Brendan. Y luego están todas esas historias de los Increíbles Quinn.

– Pero nuestros hermanos lo han superado. Conor, Dylan, Brendan, todos se han enamorado. Así que podría ser.

– Puede -concedió Brian.

Liam se quedó pensando al respecto mientras terminaba de cenar en silencio. ¿Estaba enamorado de Ellie Thorpe? Se había sentido atraído hacia ella desde que la había visto a través del objetivo. Y luego, tras conocerla, no había conseguido sacársela de la cabeza.

Una y otra vez, había tratado de racionalizar sus sentimientos. ¿En qué se diferenciaba de las demás mujeres que habían entrado y salido de su vida?, ¿cómo se las había arreglado para hacerse un hueco en su corazón? Sus hermanos quizá dijeran que era la maldición de los Quinn. Que si no quería amarla, no debería haber ido en su rescate al colarse el ladrón en su apartamento.

Pero Liam sabía que no era eso. Algo había cambiado en su interior. Ya no quería huir, evitar el compromiso a toda costa. Por primera vez en su vida, quería tener una relación que durase más de unos cuantos meses.

– Podrías intentarlo -comentó Brian.

– ¿Tú crees?

– Para mí solo hay una oportunidad. Y si la dejamos escapar, nos pasamos el resto de la vida buscando otra. Mira papá. Después de tantos años, sigue enamorado de mamá. Está encantado de que haya vuelto veinticinco años más tarde.

– No todos se alegran de verla -comentó Liam.

– ¿Qué le pasa a Sean? -preguntó Brian y su hermano se encogió de hombros.

– ¿Por qué no se lo preguntas tú? -respondió al ver que Sean estaba entrando en el pub.

Saludó a Dylan con la mano, se sentó en un taburete y se dio cuenta de que sus hermanos estaban en el otro extremo. Agarró su cerveza y echó a andar hacia ellos. Liam contuvo las ganas de marcharse.

– ¿Qué haces aquí? -preguntó Sean en tono de reproche.

– No me agobies -contestó Liam.

– Deberías estar vigilando a Ellie Thorpe.

– Se acabó. No necesito el dinero y no quiero saber nada de este caso. Si quieres vigilarla, vigílala tú.

– Pettibone sigue en la ciudad. Estamos cerca. No puedes dejarlo ahora.

– Puedo hacerlo y lo voy a hacer. Además, ya sabe que la estamos vigilando. Si robó el dinero, lo más probable es que ya haya volado.

– ¿Lo sabe? -preguntó Sean tras soltar un exabrupto.

– Sí. Esta mañana fui a su apartamento. Se lo conté todo.

– ¿Por qué?

– Creía que era un pervertido. Tenía que aclarar las cosas.

– La hemos perdido -dijo Sean tras exhalar un suspiro tenso.

– Puede que no -repuso Liam-. Das por sentado que está involucrada en esto. Yo no lo creo.

– Está enamorado de ella -dijo Brian con la boca llena de lomo.

– ¡Genial! -exclamó Sean-. Debería haber sabido que acabaría pasando.

– No estoy enamorado de ella -contestó Liam-. En absoluto. Pero no me interesa hacerte el trabajo sucio. Si quieres vigilarla, adelante. Si quieres perseguir a Ronald Pettibone, tú mismo. Yo solo digo que me retiro -Liam se levantó del taburete-. Voy a echar un billar. Seguro que hay alguna mujer bonita que necesita compañía.

Acto seguido se dio la vuelta y se acercó a la parte trasera del pub. Dos chicas con camisetas y vaqueros ajustados ocupaban la mesa de billar y reían y coqueteaban con los hombres que las miraban jugar. Liam puso una moneda sobre la esquina de la mesa.

– Juego con la ganadora -dijo.

Ambas se giraron hacia él y le dedicaron la mejor de sus sonrisas. Había dado por supuesto que, si seducía a otra mujer, se quitaría de la cabeza a la anterior. Pero mientras las miraba terminar la partida, no dejó de compararlas con Ellie Thorpe… y salían perdiendo.

No hacía mucho que conocía a Ellie, no lo suficiente para estar seguro de si la quería. Pero sí tenía algunos datos importantes: era sincera, agradable, testaruda y decidida. Era apasionada, ingenua, espontánea y optimista. Y tenía una belleza natural que no se ajaría con el tiempo. De hecho, Liam habría podido seguir y no terminar la lista de cualidades que admiraba de ella.

Se acercó a una pared y agarró un taco. Quizá fuera eso: no solo la necesitaba y la deseaba, no era una mera cuestión de atracción, sino que además la admiraba. Había dejado su vida en Nueva York para empezar de cero en Boston.

Aunque había tenido mala suerte con los hombres, seguía creyendo en el amor y la pasión. No estaba amargada, ni era cínica ni rencorosa. Simplemente era… Ellie.

– Así que eres uno de los famosos hermanos Quinn.

– ¿Qué?

– ¿Cuál de los hermanos eres?

– Liam -reaccionó por fin-. Liam Quinn.

– Yo soy Danielle -se presentó ella.

– ¿Y tu amiga? -preguntó Liam, girándose hacia la pelirroja.

– No es mi amiga. Y no necesitas saber su nombre. Va a perder la partida -contestó la rubia. Estiró una mano y le rozó un brazo, dando inicio a un coqueteo que Liam se sabía de memoria. Primero, un toque inocente. Luego se suponía que debía ser él quien la tocara. Después, poco a poco, los roces serían más frecuentes e íntimos. Hasta que, al cabo de unas horas, terminaría besándola. Primero un beso fugaz, después… Liam maldijo para sus adentros. De pronto, todo parecía una tontería. ¿Cuántos sábados había desperdiciado seduciendo a mujeres como esas dos?, ¿y qué había conseguido?

Danielle se contoneó hacia la mesa, golpeó la bola blanca y metió la número nueve en una de las troneras laterales.

– ¿Y son verdad las historias?

– ¿Qué historias?

– Las de los chicos Quinn. Las mujeres comentan cosas, ya sabes.

– ¿Y qué es lo que comentan?

– Que sois los mejores -respondió echándose el cabello hacia un lado y lanzándole una sonrisa seductora.

Liam gruñó para sus adentros. Estaba demasiado cansado para entrar en el juego esa noche. O quizá demasiado aburrido. O demasiado preocupado.

– La verdad es que se nos da bien jugar – dijo mientras ponía tiza a la punta del taco-. En cuanto a los demás rumores, no son más que eso: rumores.

Cuando la pelirroja metió la negra en el agujero equivocado, Liam agarró la moneda que había puesto sobre la esquina de la mesa y la introdujo en la ranura. Las bolas cayeron una tras otra y Liam agarró el triángulo.

Una partida de billar. Y si no le parecía… interesante, se marchaba. Después de colocar las bolas, colgó el triángulo en un gancho de la pared. Y si conseguía pasar quince minutos sin pensar en Ellie, lo consideraría un triunfo.


Ellie estaba frente al Pub de Quinn, mirando los neones de las ventanas. Una brisa húmeda le llevaba el olor salado del mar. Se apretó el abrigo con más fuerza y respiró hondo.

No estaba segura de qué hacía allí, pero sí de que tenía que hablar con Liam. Había observado el desván frente a su apartamento y no había advertido movimiento alguno. Luego lo había buscado en su casa y tampoco estaba. El pub era la siguiente parada.

¿Qué hacía allí?, ¿quería que se explicase?, ¿que le presentara disculpas? ¿O solo quería asegurarse de que todo había terminado con Liam?

Durante la discusión en el desván, había estado tan rabiosa y dolida, que no había sido capaz de pensar. Solo había querido insultarlo. Pero una vez en su apartamento, después de organizar un poco el desbarajuste, comprendió que daba igual lo que Liam creyese o dejara de creer. La junta directiva del banco Intertel pensaba que ella había robado un cuarto de millón de dólares.

Antes de empezar una nueva vida, tendría que acabar con la anterior. Y para eso tendría que demostrar su inocencia… y averiguar la forma de racionalizar su apasionada pero breve relación con Liam Quinn. Ellie miró antes de cruzar la calle, subió las escaleras que daban al pub y se recordó que debía permanecer serena mientras hablaba con él.

Cuando se sintió preparada, empujó la puerta y entró. La primera persona a la que reconoció fue a su padre, Seamus Quinn. Luego vio a Dylan, el bombero, también detrás de la barra. Lo saludó con una mano y este se acercó a recibirla.

– ¡Hola, Ellie!

– ¿Qué tal? -contestó ella, devolviéndole la sonrisa, alzando la voz por encima de la música.

– Así que has decidido aventurarte a entrar en el pub de los Quinn. ¿Qué quieres?, ¿te pongo una Guinness?, ¿o prefieres algo más propio para los gustos de una dama?

– La verdad es que no me apetece nada. Estaba buscando a Liam. ¿Sabes dónde está?

– Estaba ahí con Sean y Brian -dijo tras girarse hacia el extremo de la barra-. Pero no lo veo. Voy a…

– No, ya les pregunto yo. Gracias.

Se acercó a los hermanos. Cuando la vieron, Sean miró hacia un hueco que había al fondo. Una multitud se había reunido en torno a la mesa de billar, donde localizó a Liam junto a una rubia de curvas peligrosas y vaqueros ajustados. Ellie sintió una punzada de celos y rabia al mismo tiempo. ¡No había tardado mucho tiempo en olvidarla!

Lo miró unos segundos mientras Liam se inclinaba sobre la mesa y tiraba. Tenía una complexión atlética que hacía provocador el mero hecho de estar empuñando el taco. Ellie se dio cuenta en que la rubia que lo acompañaba le estaba mirando el trasero. Que estuviera o no con ella no cambiaba lo que había ido a decir.

Se acercó a la mesa y esperó a que Liam la viese. Después de tirar otra vez, levantó la mirada y sus ojos la encontraron. Ellie sintió que se quedaba sin respiración y tuvo que obligarse a tomar aire. Al principio pareció sorprendido, luego le sonrió. Sin dejar de mirarla, dejó el taco sobre la mesa de billar y la rodeó hasta estar frente a Ellie.

– Estás aquí -murmuró, registrando cada facción de su cara como si hiciese años que no la veía-. Pensé que quizá te hubieras ido de la ciudad.

– ¿Puedo hablar contigo?

– Sí.

– ¿En privado?

– Liam, ¿no vas a terminar la partida?

– No puedo -se disculpó él, mirando la cara de puchero de la rubia-. Búscate otro Quinn. Aquí hay muchos.

– Creo que también tengo que hablar con Sean -comentó Ellie.

Liam llamó a su hermano y lo instó a que se acercara. Se reunieron en una mesa situada en un rincón sombrío y se sentaron, Sean y Liam a un lado y Ellie enfrente.

– No sé si seguís buscando a Ronald Pettibone -arrancó sin rodeos-. O sea, sé que sabéis dónde está, pero creo que yo sé lo que quiere – añadió al tiempo que sacaba del bolso una cajita de música.

– ¿Qué es eso? -preguntó Liam al tiempo que estiraba una mano para agarrar la cajita.

– Me la dio Ronald unas semanas antes de cortar conmigo. Y luego, justo antes de que me fuera de Nueva York, me pidió que se la devolviera. Dijo que la había heredado. Pero no es tan antigua. Estaba tan enfadada con él, que no se la di. Luego me vine a Boston. Y, de repente, Ronald se presentó aquí. Creo que puede ser él quien ha estado entrando en mi apartamento.

– Y yo -dijo Liam. Sean también asintió con la cabeza.

– Y creo que busca esto. La tenía guardada en el trastero del casero. A Ronald no se le ocurrió mirar ahí -Ellie le agarró la cajita de música a Liam y le dio la vuelta-. Tiene doble fondo – añadió al tiempo que echaba adelante un botón.

– Hay una llave -dijo Liam.

– Es de una caja fuerte de un banco de Boston -explicó Ellie-. Vinimos un puente y coincide con el día que me dio la cajita de música. No pasamos todo el tiempo juntos, así que quizá estuvo en el banco. Es el banco Rawson. Tienen una sucursal a unas manzanas del hotel donde nos alojamos. Creo que, sea lo que sea lo que haya en esa caja fuerte, tiene que ver con el dinero robado.

– Si pudiéramos ver el contenido…

– Imposible -atajó ella-. A no ser que pusiera la caja fuerte a mi nombre, no podremos abrirla.