– Lo comprobaremos -Liam le entregó la llave a Sean.
– No -dijo Ellie.
– ¿No? -preguntó Sean.
– Tengo un plan. Voy a llamarlo y le voy a decir que sé lo de la malversación y que quiero parte del dinero a cambio de la llave.
– Ellie, no quiero que…
– Voy a hacerlo -Ellie levantó una mano interrumpiendo la objeción de Liam-. Lo haré con vosotros o por mi cuenta. Pero, si no aclaro esto, siempre pensarán que tuve algo que ver en el asunto.
Liam se levantó, agarró una mano de Ellie y tiró con delicadeza para que se pusiera de pie.
– Discúlpanos, necesito hablar con Ellie a solas.
Mientras la conducía hacia a la cocina, Ellie trató de soltarse.
– Lo voy a hacer -insistió.
Una vez en la cocina, Liam la acorraló contra la encimera y le puso las manos en la cintura, bloqueándole cualquier intento de escapada.
– Ellie, este tipo ya ha demostrado que está dispuesto a matar por dinero. No quiero que estés en peligro. Sean y yo encontraremos el dinero y avisaremos a las autoridades.
– No -dijo Ellie.
– Si no lo hacemos bien, Ronald acabará echándote la culpa y podrías acabar en la cárcel cumpliendo la condena que le corresponde a él. ¿Es eso lo que quieres?
– Yo no he robado el dinero -afirmó Ellie.
– Lo sé.
– ¿Sí?
– Ellie, nunca llegué a creerme que estuvieras implicada -dijo Liam tras suspirar-. Pregúntale a Sean. Desde el momento en que te conocí, puse en duda que hubieras participado en esto. ¿Crees que habría salido contigo si de veras pensase que eres una delincuente?
– ¿Y por qué has salido conmigo?
– Porque… no sé… no he podido evitarlo.
– ¿Quizá porque era parte de tu trabajo?
– Sé que estás dolida y que sientes como si te hubiera engañado, pero…
– Es que me has engañado.
– Lo siento -Liam la miró a los ojos y Ellie parpadeó para que no se le saltaran las lágrimas. Cuando le acarició una mejilla y se agachó, supo que estaba a punto de besarla. En el último momento, Ellie giró la cabeza y lo esquivó.
– Bueno… ¿qué vamos a hacer?
– No sé qué quieres que diga.
– Me… me refiero con Ronald. Creo que debería llamarlo e invitarlo a casa. Pero no quiero enseñarle la llave allí. Podría…
– Maldita sea, Ellie, no puedes…
– Para -atajó ella-. Podía decirle que tengo la llave en un lugar seguro. Luego ir por ella, después ir al banco y, cuando lleguemos, lo detienes.
– Yo no puedo detenerlo. Y Sean tampoco. Según mi hermano, primero hay que avisar al banco. Luego, ellos llaman a las autoridades. Después se envía una orden de detención y por último lo detienen. Es más complicado de lo que parece.
– Puedo hacerlo -aseguró Ellie-. Puedo conseguir que confiese.
Esa vez no dudó. Liam la agarró por los hombros, se la acercó y le dio un beso largo y prolongado. Ellie no se apartó. Apoyó las manos sobre su torso y luego las entrelazó detrás de su nuca. Cuando comprendió que Liam no pararía mientras ella no lo hiciera, se echó hacía atrás. Quiso decirle que le había hecho mucho daño, cuánto lo quería y lo vulnerable que se sentía.
Pero no estaba dispuesta a abrirle su corazón. Si Liam no le correspondía, sabía que se le partiría en mil pedacitos. Y esa vez no podría recomponerlo. Estaba enamorada de Liam Quinn, de verdad, por primera vez en su vida.
– Tengo que irme -dijo.
– No. Tenemos que tomar una decisión. Si vas a seguir adelante, quiero estar seguro de que estás a salvo -murmuró Liam.
– ¿Qué debo hacer? Dímelo tú.
– Llama a Ronald esta noche y dile que quieres verlo. Pero tiene que ser en algún sitio donde podamos vigilaros. Y oíros -arrancó él-. No le digas de qué quieres hablar. Si te pregunta, dile que es por lo de esos contactos para encontrar trabajo. Sé simpática, hazle creer que tiene una oportunidad.
– No puedo creerme que haya podido gustarme. Debería haberlo plantado antes de que él cortara conmigo -Ellie frunció el ceño-. Lo que no entiendo es por qué rompió antes de que le devolviera la llave.
– Supongo que confiaría en que podría recuperarte cuando quisiera. Pero trastocaste sus planes cuando dejaste el banco y te viniste a vivir a Boston -dijo Liam-. Quizá debería estar contigo cuando lo llames.
Aunque habría preferido contar con su apoyo, no quería retomar la relación con Liam tan rápidamente. Era muy fácil quererlo, depender de él. Pero, por una vez en la vida, se iba a quitar las gafas de color de rosa y vería al hombre que era en realidad: un hombre que la había engañado y traicionado.
– Yo te llamaré -contestó por fin.
– Te llevo a casa -Liam le rozó los labios con un dedo antes de que pudiese protestar-. Solo quiero asegurarme de que estás a salvo.
Ellie asintió con la cabeza. Se sentía mucho más segura junto a él… al menos físicamente. Emocionalmente, sabía que bastaría un solo beso más para arriesgarse a perder el corazón. Liam había acudido en su rescate antes, pero en ese momento era ella quien debía rescatarse.
Ellie se alisó el vestido de noche, luego se subió el escote para no mostrar tanta piel. Había comprado el vestido hacía casi tres años para una cita con un corredor de Bolsa de Wall Street, pero en el último momento la había llamado para cancelarla y nunca había vuelto a tener noticias de él.
Al menos podría sacarle provecho esa noche. Estaba decidida a atrapar a un hombre y, de paso, limpiar su nombre. Debía estar asustada, pero desde que había conocido a Liam, había aprendido que era capaz de explotar su sensualidad a su favor. Tal vez no fuese una mujer fatal, pero había ganado seguridad en sí misma.
Dio un tirón al bajo de la falda, que le llegaba hasta medio muslo, pero al hacerlo se le bajó el escote.
– Déjalo así -se dijo mientras se ajustaba el sostén. Luego se examinó con ojo crítico frente al espejo-. Estoy… muy guapa. Haré con él lo que se me antoje.
– ¿Vas a ir con ese vestido?
El corazón le dio un vuelco al oír la voz de Liam. Sean y él habían llegado a su apartamento hacía unas horas para poner un micrófono. Desde entonces, Liam había estado revoloteando a su alrededor, viendo cómo se preparaba para la cita, observándola en silencio y volviéndola un poco loca. Sean se había limitado a desearle buena suerte y había regresado al desván del edificio de enfrente.
– ¿Qué tal estoy? -le preguntó Ellie al reflejo de Liam en el espejo.
– ¿No vas un poco… ligera de ropa? Ellie se giró hacia él. Estaba celoso. Sonrió para sus adentros, secretamente complacida.
– Quiero provocar a Ronald, demostrarle que no soy una mosquita muerta. Y para eso necesito mostrarme sexy y atractiva, la clase de mujer capaz de lo que sea para conseguir lo que quiere.
– ¿Y no puedes hacer eso con otro vestido?
– ¿Qué pasa?, ¿quieres que esto salga bien o no? -contestó ella. Liam soltó un exabrupto, se dio media vuelta y regresó al salón. Ellie lo siguió-. ¿Qué es lo que te molesta?, ¿que el vestido sea demasiado atrevido o que Ronald vaya a ver más piel de lo que te parece apropiado?
– Ellie, Ronald ya ha intentado matarte. No me parece conveniente que lo provoques.
– Pero… tú vas a estar aquí para protegerme si pasa algo. Y Sean está vigilando desde el desván. No tengo miedo. Solo me preocupa meter la pata…
– Recuerdas en qué hemos quedado, ¿verdad? Si en algún momento no te sientes segura, pronuncia la palabra «hambre». Pregúntale si tiene hambre, lo que sea. Yo saldré de la habitación de inmediato.
– De acuerdo. Pero, ¿qué pasa si quiere que le entregue la llave aquí mismo?
– Dile que has guardado la cajita de música en otra caja fuerte y que no puedes recuperarla hasta mañana por la mañana. La recogerás, quedarás con él en su banco y os llevaréis el dinero.
– Y ahí es cuando lo pilláis con las manos en la masa, ¿no?
– Exacto. Sean ha llamado a Intertel y han avisado a las autoridades de que Ronald está aquí. Lo detendrán en cuanto se haga con el dinero.
– ¿Y yo?
– Tendrás que contarles la verdad. Pero es evidente que no has tenido nada que ver con todo esto -Liam le agarró una mano y le dio un pellizquito-. Puedes hacerlo, Ellie.
– No me queda otra.
Ellie respiró profundamente, sintió como si el nudo que tenía en el estómago se le apretara. Cuando se solucionara todo, se había jurado empezar otra vez de cero, marcharse a otra ciudad, dejar el pasado atrás. Pero al pensar en una vida sin Liam el nudo del estómago se le trasladaba al corazón.
– Ronald -dijo después de sonar el telefonillo-. Se ha adelantado.
– Voy al dormitorio. Desde allí lo oiré todo.
– ¿Y si quiere entrar en el dormitorio? O sea, si tengo que…
– Si quiere entrar en el dormitorio, lo mandas a paseo -contestó Liam tajantemente-. Ya puede querer…
– ¡No! Quiero decir, si quiere que le enseñe el apartamento.
– Ah -Liam suspiró-. Bueno, intenta evitarlo. Si insiste, me esconderé en el armario.
Ellie asintió con la cabeza, se acercó a la entrada y pulso el botón de entrar. Liam le agarró la mano, le dio un pellizquito de ánimo. Luego se la llevó a la boca y le dio un beso en la muñeca.
– ¿Recuerdas la palabra?
– Hambre -contestó Ellie.
Esperó hasta que Liam se hubo ocultado en el dormitorio. Después abrió la puerta y salió al rellano a esperar a Ronald. Cuando lo vio subiendo por las escaleras, esbozó una sonrisa forzada.
– Hola, Ronald -lo saludó.
– Hola, guapa -contestó él.
– Pasa, siéntate.
– Una casa acogedora -comentó Ronald mientras entraba.
– Gracias -Ellie apretó los dientes. ¡Como si no la hubiese visto antes!-. ¿Quieres beber algo? Tengo un vino muy bueno.
– Estupendo.
Fue a refugiarse a la cocina. Necesitaba unos segundos para respirar y serenarse. Hasta el momento todo iba bien.
– ¿Tienes… -Ellie se paró antes de decir la palabra clave- ganas de comer algo?, ¿queso?
– No -contestó Ronald-. Con el vino vale. Cuando volvió al salón, lo encontró de pie frente a las estanterías, examinando los objetos decorativos.
– Gracias -dijo él tras tomar la copa de vino-. Estaba mirando, no veo la cajita de música que te di.
– Curioso que la menciones -contestó ella.
– ¿Por?
– Siéntate, Ronald. Tenemos que hablar – Ellie se sentó, dio un sorbo de vino para ganar unos segundos mientras reunía fuerzas-. Hace una semana hablé con Daña, del banco. ¿Te acuerdas de ella? Bueno, da igual. El caso es que me dijo que ya no trabajabas allí. Y que alguien había robado un cuarto de millón de dólares, ¿puedes creértelo?
Ronald negó con la cabeza y su rostro compuso una expresión de inquietud.
– ¡No me digas!, ¡qué horror!
– Pues sí. Y lo peor de todo es que tienen dos sospechosos.
– ¿Y qué tiene eso de malo?
– Que uno soy yo. Y el otro tú. Ahora bien, yo sé que yo no he robado el dinero, así que solo se me ocurre una respuesta: que fuiste tú.
– Ellie, no puedo creer que pienses…
– Ahórrate el teatro, Ronald. He encontrado la llave de la cajita de música. Sé lo que intentas. Entraste en mi apartamento hace unas semanas para recuperar la caja. Me has intentado atrepellar y has querido abrirme la cabeza con un ladrillo para mandarme al hospital y tener más tiempo para registrar mis cosas. Y en vista de que no lo conseguiste, volviste a entrar en mi apartamento y lo pusiste todo patas arriba.
– De verdad, Ellie, no sé de qué me hablas.
– Tengo la llave -dijo ella-. Tiene que interesarte mucho… si has llegado a estos extremos por conseguirla. De modo que, si la quieres, tú y yo vamos a tener que hacer un trato.
Ronald la examinó durante unos segundos, tanteando la situación y la decisión de Ellie.
– Supongamos que robé ese dinero. ¿Qué quieres sacar de esto?
– Pediría la mitad, dado que ya te has encargado de que parezca que he sido yo quien lo ha robado. Pero no soy tan codiciosa. Me conformaría con cincuenta mil dólares. Suficiente para tener algo de dinero que me permita empezar de cero en San Francisco, o quizá Chicago.
– ¿Tienes la llave aquí?
– No, la tengo en un sitio seguro. Si aceptas el trato, iré por ella, nos reuniremos en el banco y me entregarás mi parte.
Ronald abrió la boca, como si fuese a negarse. Luego soltó una risotada.
– Creo que te he subestimado, Ellie.
– Le pasa a la mayoría de los hombres. No se dan cuenta de lo que tenían hasta que lo han perdido -Ellie dejó la copa de vino y se puso de pie-. Entonces, ¿trato hecho?
– Supongo que sí -Ronald se levantó y dio un paso adelante-. ¿Sellamos el trato con un beso? Por los viejos tiempos.
No se le ocurría nada más desagradable que besar a Ronald Pettibone, aparte, quizá, de ir al dentista sin anestesia. Pero tenía que interpretar un papel y no quería que Ronald sospechase nada.
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