– De acuerdo -Ellie le lanzó una sonrisa coqueta-. Por sellar el trato.

Capítulo 8

Liam maldijo para sus adentros. Jamás debería haber dejado que Ellie hiciera eso, ponerla en peligro. Le entraron ganas de abrir la puerta y ver qué clase de beso se estaban dando exactamente. Pero sabía que no debía. Además, Sean estaba vigilando desde el desván. Si pensara que Ellie estaba en apuros, lo habría llamado al móvil, tal como habían quedado.

Liam esperó impaciente a que empezaran a hablar de nuevo, preguntándose cuánto tiempo iba a durar el beso. Por fin, le llegó el sonido de sus voces a través de la puerta.

– Está claro que te subestimé -dijo Ronald-. Has cambiado, Eleanor.

– Es posible -contestó ella, provocativa.

– ¿Sabes? Tú y yo podíamos tener un futuro muy agradable.

– No sé, Ronald. Un cuarto de millón de dólares no da para tanto en los tiempos que corren.

– Si es por eso, tengo mucho más -Ronald rió-. ¿No te has preguntado cómo lo he hecho tan fácilmente?

– La verdad es que sí.

Sobrevino una pausa prolongada. De pronto, Liam también sentía curiosidad.

– Ya lo he hecho antes. Tres veces en tres bancos distintos. Empecé con una cantidad pequeña en un banco de Omaha, Nebraska. Luego cambié de identidad. Ese es el secreto. Haces el trabajo y desapareces. Es increíble lo que se puede conseguir si se tiene el dinero suficiente -contestó con satisfacción-. Después de Omaha, estuve en otros dos bancos en Seattle y Dallas. Con las inversiones que he hecho a lo largo de los años, tengo dos o tres millones netos.

– ¡Ronald! -Ellie paró-. Si es que te llamas Ronald. Es una historia alucinante.

– ¿Y sabes lo que sería más alucinante? Que te vinieras conmigo. Podríamos formar un equipo.

– ¿Y para qué me necesitas cuando puedes utilizar a cualquier empleada para echarle la culpa?

– Bueno, eso seguiríamos haciéndolo. Tendría que enrollarme con alguna para que no sospecharan de nosotros. Pero entre dos podríamos conseguir sumas más grandes.

– Solo dime una cosa -murmuró Ellie. Liam supo que lo estaba tocando. Quizá había apoyado una mano sobre el torso de Ronald. O le estaba rodeando la nuca con un brazo. Pero el tono de voz era elocuente: ese tono profundo y seductor que empleaba cuando coqueteaba con él.

– ¿Qué quieres saber?

– Cómo te llamas de verdad.

Soltó una risotada y Liam se imaginó que era Ronald quien la tocaba de pronto, la sujetaba por la cintura o le daba un beso en el cuello. Contuvo el impulso de irrumpir en el salón e interponerse entre los dos. ¡Las cosas estaban yendo demasiado lejos!

– Cuando me digas que estás de acuerdo, te diré mi nombre.

– Tengo que pensármelo -contestó Ellie-. ¿Puedo responderte dentro de unos días?

– O esta noche si quieres. Después de que recuperemos el tiempo perdido.

Esa vez, tuvo la certeza de que se estaban besando. Oyó a Ronald gruñir, un suspiro de Ellie. Estaba que explotaba. Se preguntó hasta dónde llegaría Ellie. Ya había quedado con Ronald para el día siguiente. ¿Lo estaba haciendo solo para atormentarlo, sabedora de que estaba escuchándolo todo detrás de la puerta?

– Creo que será mejor que vayamos con calma -respondió Ellie-. Es un paso importante.

– No tenemos mucho tiempo -dijo Ronald con cierta tensión.

– El dinero no va a moverse de donde está, Ronald. Además, las cosas que merecen la pena se hacen esperar. Piensa en lo que puedes conseguir: el dinero… y a mí -Ellie abrió la puerta del apartamento-. Yo te llamaré, Ronald.

– Buenas noches, Eleanor.

La puerta chirrió mientras cerraba. Liam la oyó echar el cerrojo. Esperó unos segundos y por fin salió del dormitorio, casi corriendo, mientras ella iba hacia el cuarto de baño. La siguió dentro sin esperar a que la invitase.

– ¡Puaj! -dijo Ellie mientras agarraba el cepillo de dientes-. Creía que iba a vomitar -añadió mientras se limpiaba los dientes y la lengua.

– ¿Se puede saber qué estabais haciendo?

– ¿Has oído lo que ha dicho? -preguntó con el cepillo colgándole en la boca.

– Claro que lo he oído. He oído cada palabra y cada silencio.

– Ya lo había hecho tres veces más -continuó Ellie-. Y no se llama Ronald Pettibone. No ha querido decirme su verdadero nombre, pero quizá podamos conseguir averiguarlo. Ha tocado la copa de vino. Podemos enviarla para que analicen las huellas dactilares.

– Claro, ahora mismo la enviamos a una tienda de análisis de huellas en una hora, a ver qué nos dicen.

– No hace falta que seas tan sarcástico -Ellie llenó un vaso de agua y se enjuagó la boca-. He conseguido unos días de margen. ¿Crees que Sean lo habrá grabado todo? No se ha acercado a las flores, pero era el lugar perfecto para esconder el micro… Lo he hecho bien, ¿verdad? Ahora Sean podrá presentar las pruebas al banco y ellos harán que lo detengan -añadió tras limpiarse la boca con la toalla, girándose hacia Liam.

– Te has arriesgado mucho -contestó irritado.

– ¿Qué dices? Le he sacado que no era su primer delito de malversación. He conseguido que reconozca que robó el dinero de Intertel y de otros tres bancos. ¡Y ahora quiere que me vaya con él para que sigamos saqueando más bancos!

El móvil sonó. Era Sean.

– Déjame hablar con Ellie -dijo.

Liam le pasó el teléfono y la miró mientras Ellie oía a Sean. Primero sonrió, luego rió hasta dos veces antes de darle las gracias y despedirse.

– Dice que lo he hecho muy bien. Y que lo ha grabado todo. Y que dejes de quejarte y me des las gracias.

Liam salió del baño, encontró el pequeño micrófono oculto en el florero, lo agarró y se giró hacia la ventana que daba al desván:

– Desconecta el condenado micrófono ahora mismo -dijo. Luego tiró de las cortinas y cerró para que Sean no pudiera verlos.

– ¿Se puede saber qué te pasa? -preguntó Ellie con las manos en las caderas-. ¿Tienes algún problema?

– Sí, tú. Tú eres el problema -respondió al tiempo que recogía su abrigo del sofá.

– ¿Yo? ¡Encima! Que yo sepa, soy yo la que debería estar enfadada. Yo no he hecho nada. Yo no he robado al banco. Yo no he mentido acerca de mis motivos para empezar esta relación. Yo no he espiado a alguien a quien no tenía por qué espiar. Aquí la inocente soy yo.

– Sí, inocentísima. ¿Y quieres que me lo crea después de cómo te has portado con Ronald Pettibone?

– Eso ha sido estrictamente profesional – contestó ella.

– La profesión más vieja del mundo, sí.

A Ellie se le desorbitaron los ojos al oír aquel insulto velado. Se acercó hasta estar a escasos centímetros de Liam.

– Debería darte una bofetada.

– Adelante -la desafió él.

Los ojos le brillaron de furia, pero Ellie no entró en la provocación. Apretó los puños y se giró. Pero, un segundo después, Liam la había agarrado por la cintura, le había dado la vuelta y la estaba besando con voracidad.

Al principio se resistió, pero al sentir su lengua dentro de la boca, fue aflojándose entre sus brazos, sometiéndose al calor de las caricias. Liam le puso las manos por detrás y la atrajo contra el cuerpo para que sintiese su erección contra el ombligo.

No pudo evitar gemir, rodearle la nuca con ambas manos, rendirse al beso. Liam sabía que, si la levantaba en brazos y se la llevaba a la habitación, no encontraría oposición. Pero quería que Ellie lo necesitase tanto como ella a él, que lo deseara hasta tal punto que no fuese capaz de sobrevivir sin él. Así que puso fin al beso, se apartó, dejándola con las rodillas temblando, se dio la vuelta y abrió la puerta.

– ¿Qué… qué haces? -preguntó confundida Ellie.

– Demostrarte lo que te perderías si decidieras irte con Ronald Pettibone -contestó Liam Luego salió al rellano y cerró. Estaba en la segunda planta cuando oyó un cristal roto contra el suelo. Y luego otro-. Parece que me ha entendido -murmuró sonriente.


– ¿Estás lista?

Ellie miró a Sean Quinn, sentado al volante del coche, con la vista clavada en la fachada del banco Rawson.

– Creo que sí -contestó-. Un poco nerviosa.

– No tienes por qué. Liam dice que Pettibone ya está dentro esperándote. También hay agentes del FBI.

– ¿Ha venido el FBI?

– Ronald ha infringido unas cuantas leyes federales -explicó Sean.

– ¿Cómo sabré quiénes son?

– No te hace falta. Ellos te conocen. Si surge algún problema, no tienes más que dar un grito.

– ¿Problemas?

– No te preocupes. Es un lugar público. No pasará nada.

– Está bien -Ellie asintió con la cabeza-. Repasemos: entro, le doy a Ronald la llave y espero a que abra la caja fuerte. Cuando salga, lo detienen. Y me marcho.

– Exacto. Ya te han tomado declaración, aunque quizá te pidan más detalles los federales. Y luego está el juicio de Ronald. O los juicios, según cuántos decidan denunciarlo.

– ¿Tendré que testificar? -preguntó Ellie.

– Probablemente.

– ¿Y si no va a la cárcel? ¿Crees que irá por mí?

– Irá a la cárcel -aseguró Sean-. Serás abuela para cuando termine de cumplir condena.

– Dado mi historial con los hombres, eso es tanto como una cadena perpetua para Ronald – Ellie sonrió.

Sean le devolvió la sonrisa, la primera sonrisa sincera que le había visto. Por lo general estaba muy tenso, muy preocupado siempre. Pero cuando sonreía, su rostro se transformaba y se convertía en el segundo hombre más guapo del planeta. Ellie le estaba agradecida por todo su apoyo durante los últimos días, con los interrogatorios, las declaraciones y explicaciones. Aunque Liam se había mostrado distante, Sean siempre había estado cerca para tranquilizarla.

– Sé que parece enfadado, pero no lo está – dijo de pronto.

– ¿Liam?

– Nada de esto es culpa suya -contestó Sean-. Lo convencí para que me ayudara en este caso. Nunca creyó que hubieras robado el dinero.

– ¿Te ha pedido que me lo digas?

– Liam es encantador, pero no tanto -respondió él, negando con la cabeza-. Nunca digo cosas que no pienso.

– Eso me lo creo, ya ves tú.

– Bueno -Sean respiró profundo-, ¿lista para entrar?

– Sí.

– Entonces venga. Estaré unos metros detrás de ti.

Ellie abrió la puerta del coche, salió y echó a andar hacia el banco. Mientras caminaba, se repitió las palabras de Sean. Deseaba creer en Liam, confiar en tener un futuro a su lado. Pero ya había salido escaldada muchas veces con hombres mucho menos encantadores. ¿Qué pasaría si lo perdonaba?, ¿cuánto tardaría en volver a traicionarla? Y en tal caso, ¿conseguiría superarlo alguna vez?

Sí, por supuesto que era maravilloso, dulce, guapo y seductor. Pero esas cualidades atraían a todas las mujeres. ¿Cuánto tiempo tardaría en encontrar a otra más interesante que Eleanor Thorpe, contable y detective privada amateur?

Ellie sabía que no era una supermodelo ni tenía mucha experiencia en la cama. No era más que una chica corriente que quería que un chico corriente la amara. El problema era que se había topado con un hombre increíble y no estaba segura de qué hacer con él.

Soltó una palabrota. ¡No era el momento de considerar su vida amorosa! Tenía un trabajo que hacer, una obligación antes de poder marcharse de Boston y empezar una nueva vida en cualquier otra parte. Ellie cruzó la calle y redujo el paso a medida que se acercaba a la entrada del banco.

– Estoy en la puerta -dijo.

Uno de los guardias de seguridad, de pie en el interior, se la abrió y ella le sonrió mientras pasaba. ¿Sería uno de los agentes del FBI o un empleado que se limitaba a hacer su trabajo? Una vez en el vestíbulo, se giró en busca de Liam. Lo encontró sentado en un banco, leyendo un tríptico publicitario. Sus miradas se cruzaron un segundo y el corazón le dio un vuelco. Luego siguió escudriñando el vestíbulo.

Ronald la esperaba en un extremo. Llevaba una maleta en una mano y zapateaba contra el suelo con impaciencia.

– Llegas tarde. Pensé que quizá no vinieras.

– No tengo coche. He tenido que llamar a un taxi y se ha retrasado.

– ¿Tienes la llave?

Ellie metió la mano en el bolso y se la entregó. Ronald sonrió y ella suspiró aliviada. Había cumplido su parte.

– Bueno, ¿qué?, ¿has pensado en mi oferta, Eleanor?

– Sí -contestó ella-. Y es muy tentadora. Pero creo que esperaré a tomar mi decisión hasta que hayamos terminado esta transacción. Tengo que estar segura de si puedo confiar en ti.

– ¿Por qué no me acompañas y te enseño el botín? -Ronald le agarró una mano y la condujo hacia una escalera ancha-. Las cajas fuertes están en la segunda planta.

No pudo negarse. De haberlo hecho, lo habría hecho sospechar. ¿Y qué podía hacerle en un sitio público? Había mucha gente vigilándolos y bastaría con que diese un grito para que corrieran en su auxilio.