– De acuerdo. Nos repartimos el dinero arriba.
Ronald se lo pensó unos segundos. Era evidente que había planeado algo para no entregarle su parte. Y tenía que decidir si mantenerla a su lado o tomar el dinero y echar a correr.
– Pensándolo bien, algunos bancos no permiten entrar a las cajas fuertes más que a la persona que las tiene a su nombre. Quizá sea mejor que esperes fuera.
– No pienso salir del banco sin mi parte -lo advirtió-. Te espero.
Ronald asintió con la cabeza antes de subir las escaleras. Ellie lo miró hasta que desapareció tras una puerta, incapaz de entender cómo podía haber estado tan enamorada de él.
– Ha subido -dijo. Luego se quedó un buen rato al pie de las escaleras, esperando, sin saber qué hacer. Tenía miedo de moverse, de que estuviera mirándola desde arriba.
Por fin se giró, vio a Liam acercarse a ella con expresión preocupada.
– Venga -dijo después de darle la mano-. Acaban de detenerlo. Vámonos.
– No -contestó Ellie-. Quiero quedarme. Quiero que sepa quién ha hecho esto.
Segundos después, Ronald reapareció en las escaleras, flanqueado por dos hombres con uniformes oscuros. Llevaba las manos esposadas a la espalda y uno de los agentes llevaba el maletín. La miró con odio y se paró junto a ella al llegar abajo.
– Sabía que no debía confiar en ti.
– Parece que sí me subestimaste, Ronald.
Los agentes lo agarraron por los brazos y lo arrastraron fuera. Ellie miró cómo se lo llevaban, pictórica de satisfacción. Había hecho lo que tenía que hacer y por fin era libre para seguir con su vida en otra parte.
– Bueno, ya está -dijo Liam.
– Sí… -Ellie lo miró. No quería despedirse, pero tenía que tomar una decisión-. Muchas gracias… por todo lo que has hecho. Y dale las gracias a Sean también.
– Puedes dárselas tú. Había pensado que podíamos acercarnos al pub a celebrarlo.
Ellie sabía que, si lo acompañaba, no tendría fuerzas para separarse luego. Y tenía que aceptar la realidad: Liam la había engañado. No era distinto a los demás hombres que habían pasado por su vida. Pero sí más peligroso, pues tenía su corazón en sus manos.
En las últimas semanas había fantaseado mucho con compartir su vida con Liam, pero su instinto le decía que debía alejarse. Sus anteriores parejas le habían hecho daño, pero Liam Quinn podría destrozarla.
– Prefiero irme a casa -contestó finalmente, justo antes de echar a andar hacia la puerta.
– Ellie, tienes que darme una oportunidad.
– ¿Por qué?
Le agarró una mano y entrelazó los dedos con los de ella.
– No lo sé -Liam hizo una pausa-. Sí, sí lo sé. Te necesito, Ellie. Eres lo primero en lo que pienso cuando me despierto por la mañana y lo último en lo que pienso antes de dormirme. Y, entre medias, no dejo de pensar en ti. No sé por qué, pero tiene que tener algún sentido.
– Ahora lo tiene -contestó ella-. Pero créeme: desaparecerá. Eres un hombre. Antes o después, querrás cambiar de mujer.
– No me compares con Ronald y los demás tipos que te han herido.
– ¿Por qué voy a creer que eres distinto? – preguntó Ellie, deseando oír una respuesta convincente.
– ¿Quizá porque es posible que esté enamorado? -preguntó Liam.
Ellie tragó saliva, lo miró a los ojos. Ya había oído esas palabras con anterioridad y la experiencia le decía que anunciaban el final de una relación, más que el principio. Una vez que el hombre las pronunciaba, no se esforzaba por complacerla, el aburrimiento se instalaba y un día todo acababa.
Nunca se había dado cuenta de lo escéptica que se había vuelto. ¿Seguiría siendo capaz de amar a un hombre y atreverse a confiar en él?
Llevaba casi toda su vida de adulta buscando a esa persona especial que la hiciera sentir que no estaba sola en el mundo.
– Es un sentimiento muy bonito, pero no cambia nada con decirlo.
– Maldita sea, Ellie, no puedes marcharte así.
– Sí puedo -contestó, controlando la emoción que le oprimía el pecho-. Adiós, Liam. Cuídate.
Ellie reanudó la marcha hacia la puerta, rezando para que esa vez él le dejara alcanzarla. Al mismo tiempo, estaba deseando darse la vuelta y lanzarse a sus brazos. Pero había tomado una decisión y viviría en consecuencia. Recuperaría el control de su vida y pensaría qué quería aparte de una relación romántica.
Con todo, al salir a la calle, no pudo evitar que los ojos se le llenaran de lágrimas. Quizá estuviera despidiéndose del mejor hombre que jamás había conocido. Quizá estuviera cometiendo el mayor error de su vida. Pero nunca podría saberlo salvo que, de veras, se marchara.
Respiró profundamente y siguió andando. Fue lo más difícil que había hecho en su vida.
Liam estaba en el bar, sentado frente a una pinta de Guinness. Era la hora de comer y en el pub solo había algunos de los clientes habituales. Seamus estaba tras la barra, charlando con uno de ellos, mientras Liam echaba un vistazo al último número del Globe.
Le había hecho una buena foto al gobernador en la inauguración de una fábrica de Woburn, pero parecía que no se la habían publicado. Al menos se la habían pagado. Y tenía en el bolsillo el dinero por el caso de malversación.
Había pensado en comprarse un objetivo nuevo, o quizá otra cámara. O gastarse el dinero en unas buenas ampliaciones e intentar exponerlas en alguna galería. Pero había otra posibilidad: darle el dinero a Sean y pedirle que encontrase a Ellie Thorpe.
Se había ido de Boston el mismo día que habían detenido a Ronald Pettibone. Liam se había acercado a su apartamento por la noche para intentar convencerla de que se quedara y el casero le había dicho que se había marchado. Había encargado que llevaran sus cosas a un almacén hasta que se instalara en algún sitio. Pero no había podido indicarle dónde.
Desde entonces, no sabía cómo localizarla. No conocía a ningún familiar, ningún amigo. Había hablado de San Francisco o Chicago, pero eran ciudades grandes y sería muy fácil perderse.
No le quedaba más remedio que aceptar que todo había acabado. No volvería a verla. A no ser que se le ocurriera una forma de encontrarla. No había tardado en comprender el error que había cometido y reconocer lo que sentía por ella. Estaba enamorado de Ellie Thorpe.
– Hola, hermano.
Liam se giró hacia la entrada al oír la voz de Keely. Cerró el periódico y lo puso en un taburete vacío.
– Hola, hermanita. ¿Cómo te va?
– Te estaba buscando.
– Pues me has encontrado.
Se sentó en un taburete junto a él. Seamus se acercó y Keely le pidió un refresco de limón. Seamus le guiñó un ojo mientras le servía. Aunque solo hacía un año que había descubierto a su hija, había aprendido a disfrutar del cariño que Keely le profesaba.
– Tomarás algo de comer también.
– Un filete con patatas fritas -contestó ella.
– Marchando -dijo Seamus tras anotarlo en su libreta.
– Bueno, ¿de qué querías hablar? -le preguntó Liam.
– De unas fotos.
– ¿Cuándo y dónde?
– No, de unas fotos que ya has hecho. ¿Te acuerdas de las que le hiciste a Rafe sobre lugares típicos de Boston para la sala de conferencias?
– Sí.
– Pues hay una mujer que está escribiendo un libro sobre Boston y le gustaría ilustrarlo. Parece que está muy interesada en tus fotos. Quizá quiera comprar alguna -Keely le entregó una tarjeta de trabajo-. Su número. Espera tu llamada.
– Gracias. Qué sorpresa.
– Siempre he creído que tus fotos eran muy especiales. Me alegra no ser la única.
Liam le pasó un brazo por los hombros y le dio un abrazo.
– ¿Sabe Rafe lo afortunado que es?
– No dejo de recordárselo -bromeó Keely. Luego se le borró la sonrisa-. Sean le contó a Conor lo de tu amiga Eleanor. Y Conor se lo ha dicho a Olivia y Olivia a mí. Siento que no sigáis juntos. Parecía una chica estupenda.
– Supongo que la maldición de los Quinn no ha funcionado. Seguí las reglas: fui a su rescate. Se suponía que Ellie tenía que haberse enamorado de mí, pero ha sido al revés. Me he enamorado yo de ella.
Keely parpadeó sorprendida. Luego soltó una risotada.
– ¡Vaya!, ¡estás enamorado! ¿Te tomaste la molestia de decírselo?
– Sí. Más o menos. No me planté y se lo dije directamente, pero…
– ¿Se puede saber qué os pasa a los hombres? -atajó Keely-. ¿Por qué os cuesta tanto expresar lo que sentís?
– ¿De verdad necesitas preguntarlo? -Liam apuntó con la barbilla hacia Seamus-. Supongo que no has oído suficientes historias sobre los Increíbles Quinn. Se supone que no debemos enamorarnos. Las mujeres son perversas y su misión es destrozarnos la vida.
– ¡Eso son chorradas! Y si crees que vas a conseguir olvidarte de la mujer de la que te has enamorado, ya te digo yo que no va a pasar.
– Gracias por los ánimos -contestó Liam.
– Soy una Quinn. Decimos la verdad como la vemos -Keely le agarró una mano-. Venga, encuéntrala. Dile lo que sientes y conseguirás arreglarlo. No dejes escapar la oportunidad por unas leyendas estúpidas.
Liam emitió un gruñido y puso la frente sobre la barra.
– ¿Qué estoy haciendo? Debería ir por ella, convencerla para que vuelva. Pero me da miedo que me rechace otra vez y saber que se ha acabado definitivamente. Prefiero seguir en este limbo, con la esperanza de que todavía tengo una oportunidad.
– No te engañes -replicó Keely-. ¿De verdad crees que vas a conseguir lo que quieres sentado en la barra del bar?
– Pero no sé dónde está -dijo Liam. De pronto, se puso de pie-. No sé dónde está ahora. Pero sí dónde estará. Tiene que testificar para el juicio de Ronald Pettibone. Y nosotros tenemos que ir a Nueva York para hablar con los fiscales el mes que viene. Seguro que estará allí.
– Entonces tienes un mes para decidir qué vas a decirle. Un mes para pintarle un futuro tan irresistible, que no pueda decir que no.
Liam bajó del taburete y agarró su abrigo.
– Gracias, Keely.
Luego sacó el móvil del bolsillo y llamó a Sean mientras andaba hacia la salida. Pero no respondió. Sabía que no estaba fuera de la ciudad ni trabajando, de modo que estaría en casa.
Liam le había hecho muchos favores y había llegado el momento de que le devolviese uno.
Solo necesitaba saber dónde se encontraba, asegurarse de que estaba bien. Entonces podría volver a dormir por las noches. Por primera vez desde hacía casi una semana, Liam miró el futuro con optimismo. Tenía dinero en la cuenta del banco y una persona interesada en comprar algunas de sus fotos. Y había conocido a la mujer con la que quería pasar el resto de su vida.
Ya solo le quedaba encontrar la forma adecuada de decírselo.
Capítulo 9
La librería Manhattan era un refugio tranquilo para resguardarse del tráfico y los peatones que congestionaban la calle a la hora de la comida. Ellie se preguntó si le daría tiempo a picar algo. Consultó el reloj. Tenía media hora antes de ir a la oficina del fiscal para hablar sobre su testimonio en el caso de malversación de Ronald Pettibone… o David Griswold. El fiscal la había informado de que Ronald no era más que uno de los cinco nombres que su ex novio había utilizado.
El juicio tendría lugar el mes siguiente y le habían dicho que tendría que declarar. Pero en esos momentos no estaba pensando en el juicio, ni siquiera en la entrevista con la fiscal. Ese día era más que probable que volviese a ver a Liam.
Sintió un cosquilleo por el cuerpo y se paró a respirar profundamente para serenarse. Había pensado en ese momento desde que se había marchado de Boston hacía un mes, preguntándose qué sentiría al verlo de nuevo, intrigada por descubrir si la atracción habría desaparecido. Hasta se había tomado el día libre para prepararse y se había pasado casi toda la mañana revolviendo el armario y peinándose.
Había creído que no le costaría olvidarlo. Se había ido muy dolida, confundida y enfadada. Decidida a empezar de cero. Pero el banco Intertel la había llamado desde Nueva York para ofrecerle otro puesto, como recompensa por su colaboración para atrapar a Ronald. Ante la perspectiva de tener que pelearse por encontrar trabajo en una ciudad nueva, había aceptado la oferta, consistente en un ascenso y un incremento en el sueldo.
Era como si hubiese retrasado las manecillas del tiempo a cuando no conocía a Liam Quinn ni se había fijado en Ronald Pettibone. Su vida había vuelto a la normalidad: tenía amigos, un apartamento agradable en una ciudad en la que se sentía a gusto. Pero a Ellie ya no le interesaba esa normalidad. Lo normal era aburrido.
Cada vez que pensaba en su futuro, no podía evitar imaginarse junto a Liam Quinn. Al principio había tratado de racionalizarlo: había sido el último hombre con el que había estado y su imagen seguía rondándole por la cabeza. Luego había decidido que Liam Quinn era el hombre que más se había acercado a su ideal de perfección. Pero, al final, se había visto obligada a reconocer que seguía enamorada de él.
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