– Iba por la calle y vi que un intruso se colaba en el portal.
– Sí, claro, ¿y cómo sabe que era un intruso y no su marido?, ¿o un vecino cualquiera?
– No estoy casada -dijo Ellie.
– Llevaba un gorro de esquiar y me dio mala espina -explicó Liam-. Mi hermano es inspector de policía en la comisaría del centro. Llamad y lo comprobaréis. Conor Quinn.
– Somos de esa comisaría -dijo el agente más alto al tiempo que le daba la vuelta a Liam- y no conozco a ningún…
– Yo sí -dijo el otro agente-. Conor Quinn. De homicidios. Alto, moreno. Su mujer acaba de tener un bebé. De hecho, se parece mucho a este tipo.
– El DNI lo tiene ella -Liam apuntó hacia Ellie, la cual le entregó al agente la cartera.
– Dice la verdad. Se llama Liam Quinn y es fotógrafo. Y… creo que me he equivocado.
El agente bajo esposó a Liam y lo empujó hacia la puerta.
– Lo llevaré al coche mientras le tomas declaración a la víctima -dijo.
– ¡Adiós! Encantada de conocerte -se despidió Ellie mientras se llevaban a Liam-. Agente, asegúrese de que un médico le mira la brecha que tiene en la frente. Puede necesitar puntos.
– ¿Por qué no se sienta y tratamos de averiguar qué ha pasado? -sugirió el agente.
– De acuerdo. Pero quiero que sepan que ha sido muy amable y correcto mientras ha estado aquí. Y es verdad lo que dice. Había otra persona en el apartamento. Lo vi escaparse. Creía que eran socios, no que estuviera intentando salvarme.
– Sus intenciones no están muy claras, señorita. Ahora cuénteme su versión de los hechos. Ellie apoyó las manos en el regazo y empezó a narrar los hechos de aquella noche desde que se había despertado. Mientras lo hacía, no dejaba de recordar el momento en que había posado los ojos sobre los de Liam, la intensa corriente de electricidad que había fluido de uno a otro. ¿Se lo había imaginado o la atracción era mutua? Se obligó a no pensar al respecto mientras hablaba.
Podía tratarse de un ladrón y acabar en prisión. Aunque, en el fondo, esperaba que no fuera así. Esperaba que fuese cierto lo que le había dicho: que un apuesto desconocido había acudido a rescatarla sin pararse a pensar en su propia seguridad.
– ¿Lo meterán en la cárcel? -preguntó.
– ¿Quiere que vaya a la cárcel? -replicó el agente.
– Sinceramente, creo que ha dicho la verdad. Si ustedes también lo creen, deberían soltarlo.
– ¿Le falta algo?
– Liam dijo que el tipo estaba registrando mi escritorio cuando llegó -contestó Ellie mirando a su alrededor-. Pero ahí no tengo nada de valor. No se ha llevado el ordenador, ni el televisor ni la cadena de música.
– Bueno, si echa algo en falta, llámeme y lo incluiré en el informe -el agente le entregó una tarjeta antes de ponerse de pie-. Y más vale que cambie la cerradura. Los ladrones repiten algunas veces.
Ellie acompañó al policía hasta la puerta, luego la cerró y se aseguró de echar la cadena. Después agarró el cuchillo, se sentó en el sofá. Le daba miedo volver a la cama, miedo de que quienquiera que hubiese entrado regresara. Se levantó, tomó una silla y la puso bajo el pomo de la puerta. Pero lo cierto era que no quería que su seguridad dependiera de una cadena, una silla y un cuchillo de cocina.
¿De qué le servía tener un caballero de brillante armadura en la cárcel?
– Debería haberlo dejado atado en el suelo -murmuró Ellie. Pero, de alguna manera, sospechaba que no habría permanecido atado mucho tiempo. Liam Quinn la habría convencido para que lo soltara… ¿y quién sabía lo que habría ocurrido después?
Capítulo 2
Liam estaba tumbado sobre el frío banco de la celda. Había estado atestada de delincuentes de poca monta hasta hacía unos minutos, pero se los habían ido llevando a lo largo de la noche hasta dejarle para él solo aquellos aposentos tan espartanos como malolientes.
Y todo por su culpa. De pequeño había pasado demasiado tiempo oyendo estúpidas historias sobre los Increíbles Quinn y en cuanto tenía ocasión, se prestaba para el rescate. Podía haber esperado a que llegase la policía, o haber avisado a algún vecino, o haber armado ruido en la calle para asustar al intruso y que se diera a la fuga. Pero se había sentido impulsado a allanar el apartamento de Eleanor Thorpe para salvarla del peligro.
De pronto la recordó con aquel camisón casi transparente. Tras encender la luz del salón, había podido ver a través del delicado tejido.
Liam gruñó, se tapó los ojos con un brazo, intentando borrar aquella imagen de su cabeza. Pero, incapaz de expulsarla, decidió recrearse en ella, en vez de combatirla. Tenía unas piernas increíblemente largas, esbeltas, perfectas, y unas caderas con un contoneo muy seductor. Por no hablar de sus pechos. Sus pechos eran… Tragó saliva y cerró las manos en puño.
Tampoco era la mujer más guapa que había visto en su vida. Ni de lejos. De hecho, sus facciones no eran tan especiales. Aunque tenía ojos bonitos, su boca era un poco ancha, los labios demasiado gruesos. Y el pelo le caía sobre la cara como si acabase de levantarse de la cama… lo que, de hecho, había sucedido.
Mientras repasaba el encuentro, comprendió que no solo se había sentido atraído por su aspecto. Pero, ¿qué más le había llamado la atención?, ¿la forma susurrante de hablar cuando estaba nerviosa?, ¿o su modo de moverse, casi divertido de puro extraño?
Quizá fuese que no había reaccionado como las demás mujeres lo tenían acostumbrado. No había coqueteado con él ni había buscado la menor excusa para tocarlo. No había agitado las pestañas ni le había dedicado miradas coquetas. No. Ellie Thorpe le había dado en la cabeza con una lámpara y luego lo había atado como si fuese un esclavo en una fantasía sadomasoquista. Ni siquiera tras estar seguro de haberla convencido de su inocencia, había sucumbido a su encanto.
– Porque no me lo he propuesto -murmuró Liam.
Se oyó un portazo en una celda cercana y se incorporó; un agente lo observaba a través de los barrotes. Se puso de pie y cruzó la celda.
– ¿Puedo hacer mi llamada telefónica?
– Ya la has hecho.
Liam había pensado que Conor era su única oportunidad de aclarar aquel lío. Pero al telefonearlo, había saltado el contestador automático y Liam había coleado sin dejarle mensaje.
– No pude ponerme en contacto con mi hermano. Si no hablas con nadie, no cuenta.
– ¿Ahora resulta que eres tú el que pone las reglas?
– No, solo digo que…
– Te pillamos allanando una casa. Deberías estar pensando en el juicio y cómo vas a pagar la fianza para salir.
– No tenia pensado pasar la noche del viernes así -Liam apoyó la frente contra las frías barras de la celda-. Cancelé una cita con una mujer. Debería haber ido a esa cita en vez de molestarme en salvar la vida de Eleanor Thorpe. Espero que al menos se sienta agradecida.
– Supongo que lo está -el policía abrió la puerta de la celda-. Su versión concuerda con la tuya. Y hemos localizado a tu hermano. Está abajo, hablando con los dos agentes que te detuvieron,
– ¿Puedo irme?
– No te vamos a fichar. Pero ándate con cuidado. La próxima vez que veas a alguien colándose en una casa, llama a la policía y espera a que llegue.
– Lo haré -Liam sonrió-. Prometido. El policía abrió la puerta. Sin perder tiempo, Liam agarró su chaqueta y fue hacia la salida. Pero, en el ultimo momento, se giró para echar un último vistazo. A veces se preguntaba qué clase de ángel le guardaba las espaldas. Su infancia no había sido la mejor de las posibles. Su vida podría haberse torcido muy fácilmente con tomar un par de decisiones equivocadas.
Pero, en vez de convertirse en delincuente, se había vuelto un adulto responsable. La clase de adulto que intentaba salvar a una mujer de un allanador. Quizá, después de todo, las historias de los Increíbles Quinn no fuesen tan perjudiciales. Claro que tampoco tenía intención de hacer carrera como superhéroe.
– Está abajo -dijo el agente mientras salían de la zona de prisión preventiva-. Tienes que firmar para recoger tus cosas.
– Gracias.
Liam vio a Conor antes de bajar del todo las escaleras. Su hermano mayor estaba de píe, de brazos cruzados, con los ojos desorbitados de furia. Liam sonrió mientras corría a abrazarlo, pero en seguida notó que no estaba de humor.
– Hola, hermanito -dijo, dándole una palmada en un hombro-. Sabía que podía contar contigo.
– Calla -lo advirtió Conor-. Más vale que lo siguiente que salga de tu boca sea una disculpa si no quieres que te encierre otra vez y te pudras.
– Perdón -murmuró Liam-. No sabía a quién más llamar.
Conor se dio la vuelta, echó a andar hacia la salida, saludando con un gesto brusco al agente situado en la zona de recepción.
– Gracias, Willie. Te debo una.
Cuando llegaron al coche de Conor, Liam se puso el cinturón de seguridad y miró a su hermano en silencio mientras se incorporaban al tráfico.
– Tengo el coche en Charlestown. Si me puedes acercar…
– No te voy a acercar al coche. Ya lo recogerás mañana.
– ¿Adonde vamos?
– A ver a papá.
– Buena idea -dijo Liam-. Me apetece una copa.
– Yo me voy a tomar una copa y tú me vas a explicar por qué me has sacado de la cama a la una de la mañana un viernes por la noche. Olivia y yo no dormimos más de tres horas desde que nació Riley y, cuando sonó mi busca, se despertó y rompió a llorar.
– ¿Cómo está? -preguntó Liam.
– Supongo que despierto todavía. No hace otra cosa que dormir y comer. Y si no, es que está llorando. Olivia está agotada.
El ambiente siguió tenso y Liam se alegró cuando por fin llegaron al pub. Los viernes por la noche siempre había movimiento y el bar seguía abarrotado cuando entraron. Dos chicas bonitas lo llamaron nada más verlo y Liam las saludó con la mano tratando de recordar sus nombres. Se sorprendió comparando su belleza, evidente, con la de Eleanor Thorpe, mucho más sutil.
No era guapa en el sentido tradicional. No tenía labios de puchero, ojos sensuales ni un cuerpo diseñado para una revista de hombres. Más bien era todo lo contrario al tipo de mujer en el que solía fijarse. Pero tenía algo que le resultaba innegablemente atractivo.
Quizá fuese el hecho de que había reducido a un intruso ella sola. No se había acobardado detrás de una esquina ni se había encerrado en el baño. Había agarrado una lámpara y le había dado con ella en la cabeza. Liam se frotó las muñecas, todavía rozadas por las ataduras. Eleanor no había sabido quién había entrado ni con qué intención. Podía haber sido un asesino en serie, pero había salido a defenderse.
Seamus, que estaba atendiendo en la barra, sirvió sendas pintas de Guinness a sus hijos y estos se sentaron en un extremo de la barra.
– No esperaba verte esta noche, Con -dijo. Luego se dirigió a Liam-. Y tú, ya podías haber venido a echarme una mano. Tu hermano Brian es el único que me ha ayudado esta noche y se fue con una rubia hace una hora. ¿Dónde está Sean cuando lo necesito?
– No está en la ciudad -dijo Liam.
Seamus se encogió de hombros. Luego se fue a hablar con un cliente.
– ¿Qué hacías en el apartamento de esa mujer? -le preguntó entonces Conor tras dar un sorbo a la Guinness y lamerse el labio superior.
– Justo lo que le he dicho a la policía. Intentaba protegerla.
– Empieza por el principio.
– Vi que el tipo se había colado en el apartamento.
– ¿Desde la calle?
– No, desde el ático del edificio de enfrente.
– ¿Y qué hacías en el…? -Conor paró-. No me lo digas. Estabas ayudando a Sean en uno de sus casos, ¿verdad? Sabes de sobra que siempre se mueve al borde de la ley. ¿Qué es esta vez?, ¿otro de sus divorcios?
– Bueno, como diría Sean, sus clientes esperan la máxima confidencialidad. Solo puedo decir que estaba vigilando el apartamento. Le dije al poli que estaba paseando y se lo tragó.
– ¿Pudiste ver al ladrón?
– Estaba a oscuras y llevaba un gorro de esquiar -Liam negó con la cabeza-. No era muy alto. Un metro setenta o algo así. Ni muy grande. Y era algo patoso. No parecía un camorrista. Ya se lo he dicho a los polis.
– ¿No me vas a decir en qué clase de caso estáis trabajando?
– Creo que es mejor que no preguntes. Y no hemos infringido ninguna ley… al menos de momento. Lo juro.
– Aparte de que estabas en la calle, ¿le has dicho a la policía alguna otra mentira? -quiso saber Conor.
– No.
– Bien. Si la mujer no insiste en presentar cargos, no creo que pase nada.
– Eleanor. Ellie Thorpe. Es muy agradable. Algo nerviosa, pero agradable.
– ¿Qué? -Conor enarcó una ceja-. ¿Hablaste con ella?
– No pude hacer mucho más después de que me atara. Se me hizo eterno hasta que llegó la policía.
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