– Debes de ser el hombre más creído y egoísta que he conocido en la vida.
– Pero tampoco has conocido a ningún hombre que te bese como yo.
Lily apretó los dientes, se dio la vuelta y cruzó la calle hacia un taxi. Brian la siguió con la mirada, negó con la cabeza y se dirigió hacia su coche. Tras despedirse de ella la primera noche en la limusina, había creído que no volvería a verla. Pero esa vez tenía la certeza de que, antes o después, volverían a encontrarse. Y, cuando eso ocurriera, estaba seguro de que sería una experiencia interesante.
Lily soltó el maletín sobre el sofá y se descalzó. Eran cerca de las siete y se había pasado el día en el despacho, repasando todos los artículos que se habían publicado sobre Richard Patterson en el último año. Había echado un vistazo a numerosas revistas de negocios hasta hacerse una idea de qué periódicos estaban de su parte y dónde tenía enemigos. Se había reunido con el equipo de abogados para que la asesoraran en ese terreno. Y había diseñado una estrategia para controlar cualquier escándalo que pudiera explotar.
Estaba segura de que Brian Quinn iba a ir por ellos con todas sus fuerzas. Por lo que había podido ver, era tenaz y paciente cuando estaba detrás de una historia jugosa. Y, en el fondo, no podía culparlo. Desde que había comenzado a ejercer como relaciones públicas, ella era la primera que había puesto sus cinco sentidos en alcanzar sus objetivos.
Y nunca había dudado de su capacidad. Pero, de repente, se preguntaba si no se habría tirado donde más cubría sin chaleco salvavidas. Si los negocios de Richard Patterson resultaban tan turbios como se temía, le costaría impedir que le explotara algún escándalo. Y un cliente insatisfecho podía ser muy peligroso. Además, tenía que enfrentarse a un periodista perseverante que tenía la capacidad de arrebatarle el juicio con un simple beso.
– Limítate a hacer tu trabajo -se dijo mientras se desplomaba sobre el sofá. Se echó la mano a la nuca y se quitó la horquilla del moño para que el cabello le cayera suelto con libertad.
Brian ya había sacado por televisión las protestas contra el proyecto Wellston en el puerto y era obvio que tenía a Patterson entre ceja y ceja. Quinn era más peligroso que los grupos locales que se oponían al proyecto. Podía llegar a miles de telespectadores en una sola noche e influir en las decisiones de las personas con poder.
Se sentía casi impotente. Le había mostrado su debilidad la tarde del pub y, si era buen periodista, la explotaría en su beneficio a la menor oportunidad. Gruñó y se frotó las sienes, tratando de despejar la cabeza. Con ese encargo, más que con ningún otro, tenía que desconectar al salir del despacho y disfrutar del tiempo libre.
Pero una cosa era decirlo y otra distinta conseguirlo. En Boston no tenía amigos, de modo que no le quedaba más remedio que pasarse día y noche pensando en el trabajo. Ya había roto la promesa de ponerse a dieta. Lily agarró las chocolatinas que había comprado en una máquina expendedora y se metió una en la boca. Empezaría el régimen al día siguiente.
Llamaron a la puerta y se levantó como un resorte. Todavía no había pedido la cena. ¿Quien sería? Al abrir la puerta se encontró con Brian Quinn. Llevaba un ramo de flores y una sonrisa luminosa embellecía su cara. El corazón le dio un vuelco.
– Hola -lo saludó él, mirándola a los labios.
Lily hizo ademán de cerrar, pero Brian empujó la puerta con suavidad.
– ¿Qué haces aquí? -pregunto ella-. ¿Cómo has averiguado dónde me alojo?
– Soy Brian Quinn, periodista de investigación -bromeó este-. Tengo muchas fuentes fiables.
– No quiero hablar contigo. No tenemos nada que decirnos.
– De acuerdo, entonces no hablaremos. Vamos.
– ¿Adonde?
– A cenar. Eres nueva en Boston. Conozco los mejores restaurantes y puedo entrar sin necesidad de hacer reserva. Te invito a que me acompañes a cenar. No tienes que decir una sola palabra. No hablaremos de trabajo, no hablaremos de sexo, no hablaremos de nada. Sólo comeremos.
– ¡No voy a salir contigo! -gritó Lily.
– ¿Quién ha dicho que esto sea una cita?
– ¿Es que no hablo suficientemente claro? – Lily esbozó una sonrisa sarcástica-. ¿Eres Brian Quinn, periodista de investigación, o Brian Quinn, mulo con incapacidad auditiva?
– No creo que el hecho de que estemos trabajando en bandos opuestos tenga nada que ver con que comamos juntos. Sé separar el trabajo de mi vida privada. ¿Tú no?
– Por supuesto -mintió Lily, volviendo hacia el sofá-. Pero no me apetece en estos momentos.
– Ni siquiera lo has intentado -Brian la siguió dentro-. Soy un hombre agradable, buen conversador. También soy ingenioso y guapo. Y modesto. Cena conmigo. Si te aburres, puedes volver al hotel. Al fin y al cabo, tienes que cenar, ¿no?
– Estoy cansada. Iba a llamar al servicio de habitaciones.
Brian se encogió de hombros, se sentó en el sofá, estiró los brazos sobre el respaldo y cruzó una pierna sobre la rodilla contraria.
– Tampoco es mala idea. ¿Me dejas ver el menú?
– Si no te levantas del sofá y te marchas de mi habitación ahora mismo, llamaré a seguridad para que te echen -le advirtió Lily con los brazos en jarra-. Pero antes avisaré a los medios de comunicación para que vengan y graben cómo te expulsan. Y quizá hasta añada algo sobre tu debilidad por los látigos, la ropa interior de cuero y los tacones altos. ¿Verdad que es odioso que los periodistas se conviertan en el centro de la noticia?
– Llevas tres días en la ciudad -Brian sonrió-. Todavía no tienes contactos. No conoces a nadie, así que no vendrá ningún medio. Bueno, ¿qué?, ¿dónde está el menú? A mí con una hamburguesa me vale. ¿A ti qué te apetece?
¡Le reventaba que siempre estuviera un paso por delante de ella! Si debía tomarlo como una indicación de cómo iba a controlar la situación, más valía que se montara en el primer avión de vuelta a Chicago. Suspiró, se pasó la mano por el pelo.
– No te vas a marchar, ¿verdad?
– No -contestó él. Lily se acercó a la mesa, agarró el menú y se lo lanzó. Brian lo agarró al vuelo-. Bueno, ¿qué tal te ha ido el día? -preguntó mientras ojeaba la carta.
– No pensarás de verdad que voy a contestar a eso, ¿no?
– Sólo intentaba darte conversación.
– Pues te seré sincera. Ha sido un día ajetreado. He estado mirando el seguimiento de los medios de comunicación a Richard Patterson. Juegas fuerte. Tu reportaje sobre el proyecto Wellston era implacable. Y no te has molestado en contrastar todos los datos -Lily reposó las manos sobre el regazo, lo miró y trató de convencerse de que no era tan guapo como recordaba-. ¿Sabes? Todavía me quedan dos preguntas.
– Eso era el sábado por la noche -contestó él.
– No recuerdo que pusiéramos un límite de tiempo, ¿no? Así que pregunta número cuatro: ¿qué tienes que puedas utilizar contra Richard Patterson?
– No pienso contestar.
– Tienes que hacerlo. Y ser sincero, ¿recuerdas? Ese era el trato -Lily no pudo evitar sonreír. Por fin tenía la sartén por el mango. Al menos, momentáneamente.
Permaneció callado unos segundos antes de responder.
– Pidamos la cena primero. Luego te cuento. ¿Qué vas a querer tú?
– Una ensalada César y una copa de vino tinto -contestó Lily tras examinar el menú-. Por cierto, Richard Patterson me cubre los gastos de alojamiento y manutención. No sé si te causa algún dilema ético, pero te aviso por si acaso. Estás comiendo a su costa.
– Pagaré yo -Brian agarró el auricular y llamó al servicio de habitaciones-. Sí, queremos dos filetes a la plancha con patatas asadas, crema de plátano de postre y una botella de su mejor champán. Ah, y un cóctel de gambas y unas ostras -añadió antes de facilitar el número de su tarjeta de crédito.
– Quería una ensalada -dijo Lily.
– Lástima. Pago yo, así que tendrás que comer lo que he pedido.
– No hay quien te aguante.
– Y todavía no me conoces -contestó Brian-. Bien, querías saber qué cosas tengo contra Patterson. Sé que la adjudicación del proyecto Wellston no ha sido transparente. Sobornos, primas en negro, enchufes. Ese proyecto es muy apetitoso. Tres contratistas han intentado conseguirlo durante años y no han podido. De pronto llega Patterson y se lo lleva. Huele mal.
– ¿Qué pruebas tienes?
– Ninguna… todavía. Pero las hay. Solo tengo que encontrarlas. Ahora, cambiemos de tema.
– Siguiente pregunta -dijo Lily-. ¿Qué…?
– No -interrumpió Brian-. Ya te he dicho qué puedo utilizar contra Patterson y qué pruebas tengo. Dos preguntas, dos respuestas.
Frustrada, Lily se levantó y fue hacia el dormitorio.
– Voy a cambiarme. Cuando vuelva, será un placer si te he perdido de vista.
Lily entro en la habitación, cerró la puerta y se apoyó contra ella un segundo para tomar aire. No podía negar que estaba entusiasmada por volver a ver a Brian. Aunque su presencia la distrajera, tenía un encanto especial que la desarmaba. El pelo negro que le caía de vez en cuando sobre la cara. Esos ojos entre verdes y dorados. Y el cuerpo. Definitivamente, tenía un cuerpo increíble.
Si no fuese una idea absurda, habría considerado la posibilidad de prolongar su relación algo más de tiempo. Suspiró. Luego fue al armario, sacó una camiseta y unos vaqueros. Se quitó la chaqueta y la falda, y se fue desabrochando la blusa camino del baño.
Una vez dentro, abrió el grifo y se lavó la cara. Después se quitó las medias antes de volver al dormitorio.
– Había olvidado lo bonita que eres. Se quedó sin respiración al ver a Brian en el umbral. Se quedaron mirándose unos segundos, marcados por los golpes que le daba el corazón. Le daba miedo moverse, respirar. Hasta que, por fin, emitió un gemido delicado y fue como una rendición. Acto seguido, se acercaron. Brian la agarró con ambos brazos, ella se dejó caer contra su cuerpo, sus bocas se encontraron en un beso desesperado. Brian pasó las manos con desesperación de arriba abajo, por la espalda, sobre el sostén negro, bajo la camisa, alrededor de las caderas.
Aunque sabía que debía oponerle resistencia, Lily no consiguió intentarlo siquiera. Le encantaba el sabor de su boca, sentir sus manos tocándola. La sangre corría por sus venas como un torrente desbocado, despertando cada nervio, hasta que la caricia más sencilla provocaba una oleada de placer en su interior.
La agarró por el trasero y la levantó. Lily le rodeó la cintura con las piernas. Sin dejar de besarse, Brian avanzó hacia la cama, pero se paró a medio camino para apretarla contra una pared. Chocaron cadera contra cadera. Lily se arqueó hacia él, recordando la deliciosa sensación de tenerlo dentro, el momento enloquecedor de la liberación final.
Le abrió la camisa, ansiosa por palparle el torso desnudo y él le bajó la blusa de los hombros, que pasó a explorar con la boca.
– ¡Dios!, ¿qué me estás haciendo? -murmuró Brian. Entonces, tan rápidamente como había empezado, frenó. Posó los labios sobre los hombros de Lily mientras recuperaba el aliento-. ¿Vamos a volver a hacerlo?
– Sí -dijo ella un instante antes de agarrarle la cara y besarlo de nuevo.
– Sí -repitió Brian. devorándola sin más reservas. De pronto, se retiro-. No.
– ¿No?
Lentamente, la devolvió al suelo. Luego le ajustó como pudo la ropa hasta poder abrocharle los botones de arriba.
– Aunque nada me gustaría más que pasar la noche en la cama contigo, creo que tenemos que aprender a controlarnos -Brian soltó una risa de incredulidad-. No puedo creer que yo esté diciendo esto. Estoy a punto de arrancarte esa blusa de un tirón… Será mejor que me vaya. Nos… vemos. Cenamos otro día. En un restaurante. Abarrotado y con mucha luz -añadió. Luego le dio un beso, se alisó la ropa y salió del cuarto.
Lily oyó cerrarse la puerta de la suite, se recostó contra la pared y esperó a que el corazón volviese a latirle a un ritmo normal. Se llevó las manos a los labios y suspiró. Todavía podía saborearlo, olerlo, sentir su cuerpo contra el de ella. No había sido un sueño, había estado ahí y habían estado a punto de volver a perder el control.
No supo cuánto tiempo permaneció allí, esperando a recuperar el resuello. Tenía los ojos cerrados cuando oyó que llamaban a la puerta. Por un momento, pensó en no contestar, convencida de que, si volvía a dejarlo pasar, acabarían en la cama. Pero luego comprendió que lo deseaba… más allá de toda lógica.
Corrió hacia la puerta, abrió. Pero sólo era el camarero del servicio de habitaciones.
– Buenas noches, señorita Gallagher. Traigo su cena.
Lily se echó a un lado mientras el hombre metía el carrito en el salón. Cuando consiguió superar la decepción, el camarero ya había servido la comida y estaba saliendo. Luego, una vez a solas, probó la crema de plátano.
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