Por ahí habían empezado los problemas. Siempre quería el postre antes que los entrantes y la comida. Con Brian, se había centrado en obtener una gratificación inmediata, convencida de que sólo quería sexo con él. Pero en esos momentos se preguntaba qué habría ocurrido si hubiese hecho las cosas siguiendo el orden correcto.
Se llevó la cuchara a la boca y dejó que la crema de plátano se le derritiera en la lengua.
– Esto es mucho mejor que el sexo -murmuró-. Sólo necesito tomar más postres. Y conseguiré que desaparezcan estos sentimientos disparatados.
Capítulo 4
– Necesito a la diosa de la cámara -Brian se puso la chaqueta, abrió el cajón del escritorio en busca de una corbata. Le gustaba dar una imagen respetable en directo, pero las noticias no siempre surgían cuando se estaba bien vestido. Salió del despacho, atravesó el departamento de redacción y encontró a Taneesha en la sala de montaje-. Venga, tenemos que irnos.
– Tengo que tener esta pieza editada a mediodía -dijo ella, levantando la mirada del monitor-. Quieren ponerla en el telediario de las seis.
– Esto es más importante -dijo él-. Jerry puede terminarla por ti. ¿Puedes, verdad? -añadió dirigiéndose a este.
Jerry asintió con la cabeza y Taneesha se levantó.
– ¿Qué pasa? -preguntó mientras seguía a Brian.
– Un juez acaba de dictar una orden de requerimiento contra el proyecto portuario de Patterson. Alega irregularidades en la financiación y ha ordenado que se abra una investigación. Dave me va a conseguir una transcripción del informe judicial. Tenemos que preguntarle a Patterson qué piensa. Grabar su reacción.
– Quinn, el director de informativos y la junta directiva del canal te han pedido que te olvides de Patterson. Si le plantamos una cámara en la cara, se nos va a volver en contra. Nos acusará de hostigamiento si no tienes cuidado.
– Asumo toda la responsabilidad -dijo él-. Vamos en la furgoneta de Bob. Tienes que conseguirme una buena imagen. Te digo que tenemos una historia.
Taneesha aceptó a regañadientes, aceleró el paso mientras iban al aparcamiento. Tal como había prometido, Bob los estaba esperando con el motor en marcha. Taneesha era la mejor cámara del canal y, para Brian, Bob era el mejor conductor. Sabía hacerse hueco entre los coches, sorteando los atascos para llegar de los estudios al distrito financiero en diez minutos. Aparcó en una zona donde estaba prohibido estacionar, frente a las oficinas de Patterson.
– Bueno, ¿cómo vamos a hacerlo?
– Patterson tiene una reunión con sus inversores esta tarde en su club. Está previsto que su chofer lo recoja aquí dentro de unos minutos – Brian apuntó hacia un Lincoln aparcado frente a ellos-. Ese es su coche. Así que supongo que tiene que pasar por aquí.
– ¿Cómo te has enterado de la reunión? – preguntó Taneesha mientras agarraba la cámara. Comprobó la batería y se la cargó al hombro.
– El dueño de la empresa que le alquila los coches a Patterson es un viejo amigo del instituto. Una vez robamos un televisor juntos.
– ¿Robaste un televisor? -preguntó asombrada ella.
– Estaba a mano en un camión de reparto con las puertas abiertas. De pequeño tenía muy malos impulsos.
– No creas que has cambiado tanto -murmuró Taneesha mientras Brian miraba hacia la entrada de las oficinas.
– Verá nuestra furgoneta cuando salga. Si se da la vuelta y sale corriendo, grábalo también. El hecho de que no quiera dirigirse a los medios de comunicación será significativo de por sí – dijo justo antes de que se abrieran las puertas-. Ahí está, prepárate.
Pero, cuando ya iba a salir de la furgoneta, reparó en una mujer que salía del edificio tras Patterson. Lily. Brian se quedó helado, incapaz de moverse durante unos segundos.
– ¡Quinn! -susurró Taneesha.
– ¿Qué?
– Si no sales ahora mismo, no tendré tiempo de enfocarlo. ¡Venga! -lo apremió. Brian abrió la puerta de la furgoneta, se apeó, agarró el micrófono y lo encendió. Taneesha lo siguió con la cámara-. Lo tengo. Adelante.
Brian clavó los ojos en Patterson, por miedo a mirar siquiera a Lily. Era la peor distracción que podía imaginarse, con su traje de negocios convencional y el moño remilgado tras la nuca. Pensó en quitarle las horquillas y… Dios, tenía que concentrarse.
– Señor Patterson -lo atajo-. El juez Ramírez ha dictado orden de requerimiento contra el proyecto portuario. ¿Alguna declaración?
– Sin comentarios -gruñó Patterson, mirando directamente a la cámara.
– Afirma que una comisión de expertos independientes ha descubierto irregularidades económicas. ¿Le importa explicar a qué se refiere?
– Sin comentarios -repitió él, acelerando el paso.
– ¿Cuanto dinero aportó su empresa a la última campaña del senador Jerry Morgan?, ¿esperaba favores a cambio?
Patterson se metió en el coche y cerró de un portazo.
– El señor Patterson tiene una reunión, pero responderé encantada a cualquier pregunta que tenga -intervino Lily. Aunque sonreía, sus ojos delataban que estaba enojada-. Las aportaciones del señor Patterson a la campaña de Jerry Morgan son de dominio público. En cuanto al requerimiento, confiamos en responder satisfactoriamente a cualquier pregunta del tribunal. El proyecto portuario ofrecerá trabajo a centenares de personas y el señor Patterson considera que ayudará a los ciudadanos de Boston en estos tiempos de dificultades económicas. Si tiene más preguntas, no dude en llamarme para concertar una entrevista, gracias.
– ¿Su nombre, por favor? -preguntó Brian.
– Lily Gallagher. G-a-1-l-a-g-h-e-r. Lily, con una ele -precisó con sarcasmo.
Luego se dio la vuelta y echó a andar hacia las oficinas. Brian la siguió con la mirada, atento al contoneo seductor de sus caderas y al movimiento del trasero.
– Me estoy helando -dijo Tanecsha, girándose hacia la furgoneta-. Ha sido una pérdida de tiempo. Un comentario de la dama de hielo y punto.
¿La dama de hielo? La descripción no podía estar más alejada de la realidad, pensó Brian. Pero no estaba dispuesto a decirle a su compañera que Lily era capaz de generar más calor que ninguna otra mujer a la que hubiera tocado. Le bastaba oler su cabello o el sonido de su voz para hacer que la deseara.
– Fin de la grabación -murmuró al tiempo que le entregaba el micrófono a Taneesha-. Te veo a la vuelta en los estudios -añadió justo antes de correr hacia la entrada.
– ¿Adonde vas? -gritó ella.
– Quiero hacer un par de preguntas más – Brian se despidió con un movimiento de la mano y no dejó de correr hasta alcanzar a Lily en el ascensor-. Hola, Lily. Lily, ¿verdad? Lily G a 11 a g h e r -repitió con ironía.
– No… no tengo nada más que decirte – contestó ella, cruzando los brazos sobre el pecho.
– Te dije que no me echaría atrás -le recordó Brian-. La gente está empezando a hablar de Patterson. Es cuestión de tiempo, Lily. No puedes salvar a este tipo.
– Voy a hacer mi trabajo -respondió con más firmeza que antes.
– Y yo el mío -Brian le agarró un brazo-. ¿Has comido ya? Conozco una marisquería estupenda a dos pasos de aquí. Venga, te encantará.
Lily miró los dedos de Brian. Luego, de pronto, se soltó.
– ¡No! No voy a comer contigo. No pienso ir a ningún lado contigo. Tú y yo no vamos a vernos salvo cuando me dirija a los medios en representación de los intereses de Patterson.
Pulsó el botón del ascensor con reiteración, como si estuviese desesperada por separarse de Brian, pero las puertas seguían sin abrirse. Segundos después, apareció un técnico de mantenimiento con una caja de herramientas.
– Está estropeado -anuncio-. Algún idiota le ha dado al botón de parada y ahora no arranca. Pueden esperar al otro o subir por las escaleras.
– Me han contratado para hacer un trabajo y voy a hacerlo -insistió Lily mientras empujaba la puerta que daba acceso a las escaleras.
– ¿No tienes ningún reparo ético en defenderlo? -Brian la siguió al trote.
– ¿De qué estamos hablando?, ¿de un pedazo de tierra con vistas al agua? -replicó Lily tras llegar al primer descansillo-. No estamos hablando de guerras, enfermedades o hambruna. Hablamos de un centro comercial, unos restaurantes y unos chalés. Creo que eres tú quien debería ver las cosas en perspectiva. ¿Por qué no investigas a un narcotraficante o a un asesino?
Brian la miró intensamente. Estaba harto de hablar de trabajo. Había cosas mucho más interesantes de las que hablar con Lily.
– Ahora mismo estás pensando en besarme, no digas que no -la desafió.
– ¿Qué? -preguntó sorprendida ella.
– Ya me has oído -Brian miró el hueco de las escaleras y frunció el ceño-. ¿Se puede saber qué hacemos aquí? El despacho de Patterson está en la planta veinte.
– Estoy en forma -Lily subió al trote otro tramo de escaleras y Brian maldijo en voz baja. Aunque estaba entrenado, veinte pisos eran muchos pisos. Después de perseguirla tanto tiempo, quizá no le quedaran energías para besarla. Por fin, se quitó la chaqueta de mala gana, la dejó en el suelo y continuó subiendo.
– No pasa nada por que lo reconozcas -le dijo.
– ¿El qué?
– Que te gusto. A mí no me da miedo admitir que me gustas.
Lily se paró en el siguiente rellano. Muy despacio, se dio la vuelta, empezó a bajar escalones. Pero, cuando estaba ya frente a él, se tropezó y perdió el equilibrio. Brian la sujetó a tiempo entre sus brazos, amortiguando el peso de su cuerpo contra el torso. Luego la miró, sonrió y esperó a que se rindiera y le ofreciese los labios para besarla. Cinco segundos después, seguía esperando.
– ¿Ahora quién es el que está pensando en besar a quién? -contestó ella con una sonrisa débil-. Esto es la guerra. Y al enemigo ni agua.
– No tiene por qué ser la guerra -dijo Brian, echándose hacia adelante para rozar sus labios. Espero un momento, convencido de que se apartaría, pero no lo hizo. Cuando rodeó el perímetro de su boca con la lengua, Lily dudó, pero terminó abriéndola para darle la bienvenida.
Brian la agarró por la cintura, la apoyó contra la pared y le sujetó la cara entre las manos. El beso creció en intensidad mientras Lily deslizaba las manos por el torso de él. Besar a Lily siempre era una aventura. Nunca estaba seguro de cómo respondería, pero, cuando accedía a corresponderle, era como si un volcán de deseo explotara en su interior de inmediato.
Introdujo las manos bajo su chaqueta, le rodeó la cintura y la apretó hasta que las caderas contactaron. Les estorbaba la ropa, así que Brian le sacó la blusa de la cinturilla al tiempo que ella luchaba con los botones de su camisa.
¿Por qué la deseaba tanto? Había estado con muchas mujeres, pero Lily era distinta. Cada vez que estaba cerca de ella, incluso sin estarlo, necesitaba tocarla, besarla… asegurarse de que de veras estaba ahí. ¿Sería la emoción de la persecución?, ¿el hecho de que le estuviese poniendo las cosas difíciles? Brian era inexorable hasta conseguir conquistar a las mujeres, pero una vez que lo conseguía no tardaba en aburrirse.
De pronto, recordó la primera noche que habían pasado juntos, el momento en que la había salvado de una velada aburrida con un plomo de hombre. Quizá Sean hiciera bien en advertirlo. Sus hermanos ya habían sido víctimas de la maldición de los Quinn. Pero Brian pensaba que, si no creía en ella, esta no podría afectarle.
Oyeron el chirrido de una puerta sobre sus cabezas y Lily se quedó petrificada. Brian se retiró despacio y miró a los ojos desorbitados de ella.
– Te juro que es la última vez que dejo que me beses -dijo Lily cuando logró reaccionar. Luego se remetió la blusa a toda velocidad y siguió subiendo.
Brian no la siguió. Se apoyó contra la pared y se mesó el pelo. Quizá debería alejarse de ella. Al fin y al cabo, no parecía capaz de mantener el control cuando estaban cerca. Lo que era un problema, pues podía llevarlo a hacer alguna tontería… como enamorarse. Y la historia más reciente demostraba que, cuando un Quinn se enamoraba, no había marcha atrás.
– Necesitamos una estrategia -dijo Lily en la sala de conferencias-. Brian Quinn no va a quedarse de brazos cruzados.
Lily recordó el beso que habían compartido en las escaleras y comprendió que debería estar planteándose su innegable deseo hacia Brian, más que los problemas de Patterson.
Hasta ese beso, había conseguido engañarse, creyendo que seguía controlando lo que sentía por él. Pero había bastado el simple roce de sus labios para hacerle tomar conciencia de que Brian ejercía un poder extraño sobre ella, el poder de volverla una mujer obsesionada con el sexo. Tendría que esquivarlo, era la única solución que se le ocurría.
– Tendré que esquivarlo -repitió. Luego miró a los miembros del departamento de relaciones públicas de Patterson y se obligó a sonreír-. Necesito que enviéis mensajes positivos a los medios de comunicación. Tenemos que conseguir que el público le dé la espalda a Quinn. Tenemos que conseguir que vean el proyecto portuario como algo positivo para Boston.
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