– Pero es uno de los periodistas más populares -dijo Derrick Simpson-. Sus índices de audiencia están por las nubes desde hace un año, sobre todo entre las mujeres.
Lily suspiró. Sí, tenía un trabajo complicado por delante y no cabía duda de que a las mujeres de Boston les resultaba tan irresistible como a ella misma. Pero tenía que haber alguna forma de frenar a Brian Quinn. Bastaría con un par de rumores desafortunados para que los inversores retiraran su confianza en Patterson.
– Tenemos que desviar la atención -dijo Lily-. Necesitamos un escándalo mayor. Algún ministro aceptando un soborno o un famoso que se acueste con su hermanastra. Podríamos… podríamos dejar pistas falsas. Que Brian Quinn no sepa qué fuentes creer y cuáles descartar.
– Buena idea -dijo John Kostryki-. Dejaremos pistas falsas. Si se confía y no comprueba las fuentes, destruirá su reputación en esta ciudad.
Lily dudó. No debería tener reparos en pegar a Brian Quinn donde más le dolía: en su reputación. Pero tampoco quería destruirlo.
– Es una posibilidad -murmuró.
– Podríamos sorprenderlo en una situación comprometida -sugirió Allison Petrie.
– Tengo entendido que le gustan mucho las mujeres -añadió Margaret-. Si lo pillamos con la clase equivocada de mujer, podríamos hacer que se calmara.
La idea le resultó despreciable. Por no hablar del ataque de celos que le entraba sólo de pensar en Brian con otra mujer.
– Son opciones, son opciones -comentó ella.
– Tiene antecedentes -apuntó Derrick.
– ¿De escándalos con mujeres?
– Penales -precisó Derrick-. Antecedentes penales.
– ¿Brian Quinn está fichado? -preguntó asombrada Lily-. ¿Cómo lo sabes?
– El señor Patterson contrató a un detective para que lo investigara.
– He leído el informe. Pero no recuerdo nada de eso.
– Esta es la última actualización del detective -Margaret le acercó una carpeta-. Ha llegado esta mañana. Al parecer, Quinn ha tenido unos cuantos encuentros con la policía. Da la impresión de que la única razón por la que no está en la cárcel es porque su hermano es policía.
– ¿Sabías que Quinn tuvo la desfachatez de colarse en la fiesta de recaudación de fondos que ofreció Richard Patterson el fin de semana pasado? -intervino Allison-. Lo vieron unas cuantas personas.
– A partir de ahora, quiero ser la primera persona en ver los informes del investigador – dijo Lily tras agarrar la carpeta-. Margaret, asegúrate de que me la hagan llegar según se reciba. Nos vemos mañana por la mañana otra vez. A ver si se nos ocurren más opciones. Necesito tiempo para leer esto -añadió, dando por zanjada la reunión,
Salió de la sala de conferencias y, antes de entrar en su despacho, fue a la mesa de su ayudante Mary y recogió los mensajes que le habían dejado. Había dos de Brian, uno desde el teléfono del canal y otro desde su móvil.
– Bajo a comer algo -te comunicó mientras metía el informe del investigador en el bolso-. Y puede que luego me dé un paseo por el parque. Si vuelve a llamar Brian Quinn, dile que no tengo nada que decirle… No, mejor que le agradecería que deje de llamarme. No, espera, no le digas eso. No digas nada. Tómale el recado nada más.
Mientras caminaba hacia el ascensor, apenas podía contener la curiosidad. El informe, al igual que el anterior, era muy claro y detallado. Pero este se centraba en la vida privada de Brian más que en su carrera profesional.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Lily se unió al grupo de trabajadores que bajaban en la hora de la comida. Una vez fuera del edificio, se confundió entre la masa anónima de peatones que abarrotaban la acera. De pronto, sintió el peso abrumador de la soledad, tan asfixiante como el aire caliente y húmedo de la ciudad.
Desde que estaba en Boston, no había dejado de sentirse como una extranjera. No tenía amigos, nadie en quien pudiera confiar, a quien contarle sus problemas. Nada más conocía a Brian Quinn y había decidido expulsarlo de su vida para siempre.
Lily suspiró y se encaminó hacia el parque de la plaza de Correos, un pequeño oasis en medio de tantos rascacielos. Una vez allí,,se dirigió a la fuente de cristal y encontró un hueco de césped cerca, desde donde se oía el sonido relajante del agua.
Se puso la carpeta en el regazo y agarró el informe, pasando la vista a toda velocidad por encima hasta encontrar la alusión a la fiesta de recaudación de fondos.
– Según varios invitados -leyó en voz alta-, Brian Quinn estuvo presente en la fiesta de recaudación patrocinada por Richard Patterson, celebrada en el hotel Copley Plaza el sábado 14 de junio. Entró sin invitación y fue visto en compañía de una mujer pelirroja de identidad desconocida, con la que estuvo bailando hasta el final de la fiesta.
Lily respiró profundo. No había referencia alguna a lo que Brian había hecho después de bailar con ella, a nada de lo que había ocurrido en la limusina. Aliviada, Lily regresó al principio del informe y empezó a leer con más detenimiento. El detective había descrito pormenorizadamente la historia de una infancia bastante dura.
Lily leyó sobre los viajes de pesca del padre de Brian, sobre el abandono de su madre, sobre las dificultades para llegar a fin de mes en la casa de la calle Kilgore en Southie, sobre cómo el hermano mayor había cuidado de los menores antes de hacerse policía. Otro hermano había entrado en el cuerpo de bomberos.
– Conor y Dylan. Brendan, escritor. Sean… detective privado -Lily frunció el ceño. Y el hermano menor, Liam, era fotógrafo. También había una hermana, pero Lily se saltó los detalles de lo que parecía una historia compleja.
Hasta ese punto, no había encontrado nada que pudiera utilizar en su contra. No era delito haber tenido una infancia dura, con un padre apenas presente en casa y una madre que había abandonado a la familia cuando Brian tenía sólo tres años. Pero, al llegar al siguiente párrafo, redobló su atención:
– Brian Quinn cometió diversos delitos siendo menor de edad, entre los que cabe destacar hurtos en tiendas, vandalismo y pequeños robos. Existen pruebas del robo de un coche cuando tenía quince años, pero su hermano mayor, Conor, recién incorporado a la policía, convenció al propietario para que retirase los cargos.
Había robado un coche. Lily no creía que sus jefes en televisión conocieran aquel incidente. Pero, ¿estaba dispuesta a sacar a la luz su pasado? Aunque ya se había visto obligada a jugar sucio en alguna ocasión, nunca había hecho daño a nadie a propósito. Y divulgar esa información podría perjudicar seriamente la carrera de Brian.
– Y eso que, con la suerte que tengo, igual le dobla los índices de popularidad -murmuró.
Lily se tumbó sobre el césped y se cubrió la cara con el informe, protegiéndose del sol. Necesitaba relajarse, olvidarse de cualquier preocupación durante un rato. El murmullo del agua resultaba relajante. Pero las imágenes que acudían a su cabeza no eran de cascadas bucólicas y árboles mecidos por el viento. Más bien, veía cuerpos desnudos, ropas arrugadas, lugares turísticos a través de las ventanas tintadas de una limusina. Esa vez se permitió recrearse en el recuerdo.
– ¡Qué sorpresa!
La voz parecía salida de la nada y, al principio, Lily pensó que formaba parte de su ensoñación. Pero luego se dio cuenta de que se había quedado dormida en el parque. Se quitó el informe de la cara y vio una figura formidable de pie ante ella. Aunque el sol le impedía verle la cara, no le cupo duda de quién era. Lily se incorporó y echó el informe a un lado.
Lo miró. Brian deslizaba los ojos por su cuerpo. Llevaba un traje de negocios, no podía decirse que fuese una indumentaria atractiva. Pero entonces se dio cuenta de que tenía la blusa abierta y la falda subida hasta los muslos.
– ¿Puedo sentarme? -preguntó Brian mientras ella se cerraba la blusa y estiraba la falda.
Lily trató de no hacer caso a la violencia con que le latía el corazón, ¿Por qué tenía que ser tan encantador? Aun vestida con aquel traje de trabajo, Brian la hacía sentirse la mujer más sexy del planeta.
– No, pero puedes seguir ahí de pie. Me he olvidado la crema protectora y me das sombra.
– Siempre soñé con ser árbol de mayor – bromeó él mientras se sentaba y ponía una bolsa sobre el regazo de Lily.
– ¿Qué es esto?
– La comida. Llamé a tu despacho y tu ayudante me dijo que estarías en el parque.
– ¿Te dijo dónde encontrarme? -preguntó estupefacta.
– Nada más decirle que era un viejo amigo de la universidad, que había venido a Boston en viaje de negocios. También le dije que tenía una voz muy bonita y que Marie era mi nombre favorito. Qué quieres, he desarrollado cierta habilidad como periodista de investigación.
– No me puedo creer que te lo haya dicho -insistió Lily. Apartó la bolsa y se levantó, ocultando el informe bajo un brazo, antes de que Brian pudiera verlo-. Tengo que irme -añadió camino de la acera- Luego se giró y lo encontró sonriendo.
Pero la sonrisa desapareció de inmediato. Brian se puso de pie y me hacia ella.
– Cuidado con…
Lily metió el pie entre los radios de una bicicleta tirada sobre el césped- Perdió el equilibrio. Nada podría evitar el golpe… hasta que una mano firme la sujetó por un hombro. Cuando levantó la cabeza, Brian estaba a su lado.
– Ten cuidado -dijo al tiempo que le pasaba una mano por la espalda-. Venga, come conmigo -añadió justo antes de retroceder para recoger la bolsa del césped,
– No vas a aceptar un no por respuesta, ¿verdad?
– Soy un chico simpático, A las mujeres les cuesta oponerme resistencia -Brian se sentó y dio un golpecito en el césped a su izquierda-, No sabía qué te apetecería. Como el otro día pediste una ensalada, he pensado que debías de ser una de esas mujeres que comen como los gorriones.
– Justo. Has dado en el clavo -respondió con ironía ella, pensando en los suculentos postres que se tomaba a menudo-. Entonces, ¿qué?, ¿me has traído una ensalada? -añadió mientras abría la bolsa.
– No, te he traído un sándwich- Y una cerveza -dijo Brian al tiempo que sacaba un paquetito triangular y una botella. Lily desenvolvió el sándwich-. Ya verás, está buenísimo: tiene varios tipos de carne y queso. En Boston, hacemos unos sándwiches riquísimos.
– Alta cocina -bromeó ella-. Nada que ver con las vulgares pizzas de Chicago.
– Pensaba que, ya que estás aquí, te gustaría conocer algo de la ciudad -respondió Brian encogiéndose de hombros.
– ¿Y qué otros platos debo degustar según tu experta opinión? -preguntó Lily antes de dar un sorbo de cerveza. Brian le acercó una servilleta para que se secara los labios.
– Tenemos nuestras famosas judías Boston. A mí me gustan con pescado. Y luego la llamada cena de hervidos, plato tradicional irlandés. Como resulta que soy cien por cien irlandés, me alimenté a base de hervidos.
– ¿De veras?
– La verdad es que no -contestó Brian tras una pequeña pausa-. De pequeño no comíamos muy bien. Lo más parecido a una cena de hervidos era nuestra sopa de agua de salchichas.
Lily ya estaba al corriente de las precariedades que había sufrido de pequeño. Pero era distinto oírselo contar de su boca. Notaba que le costaba abrirse. A pesar de su encanto y de que había triunfado profesionalmente, no parecía que a Brian le gustara mostrarse vulnerable, menos con ella.
– ¿Qué es eso?
– Mi familia no tenía mucho dinero, así que nos las arreglábamos para estirar el presupuesto -Brian sonrió-. Cuando podíamos comprar salchichas para hacer perritos calientes, las hervíamos para la cena y reservábamos el agua. Así, al día siguiente, mí hermano Conor le echaba zanahorias, patatas, apio y tomate para hacer una sopa. No era un gran cocinero, pero al final nos acabó gustando la sopa de agua de salchichas.
– ¿Cocinaba tu hermano?
– Mi padre estaba trabajando y mi madre no estaba en casa. Se fue cuando tenía tres años – Brian dudó, como si no estuviera seguro de querer seguir hablando-.Mi familia vino a Estados Unidos desde Irlanda cuando yo no era más que un bebé. Nací allí, pero no recuerdo nada. ¿Y tus padres?
Había desviado el foco de atención con habilidad, pero a Lily no le importó. Al menos podía ofrecerle algo a cambio de su sinceridad.
– Viven en Wisconsin -contestó-. Crecí en una ciudad pequeña de la zona.
– ¿Vienes de una ciudad pequeña? -Brian parpadeó sorprendido-. ¿Cómo acabaste en Chicago?
– Me fui allí al terminar el instituto. Durante la universidad, conseguí unas prácticas en DeLay Scoville. Les gustó cómo trabajaba y me contrataron cuando me licencié.
– ¿Y Boston?, ¿cómo has terminado aquí… conmigo?
– Un empresario de Chicago se puso en contacto con DeLay Scoville para que nos ocupáramos de sus relaciones públicas -Lily le siguió el juego-. Tenía que solucionar un pequeño escándalo y me encargó que me asegurara de que los medios de comunicación le dieran el menor bombo posible.
"Cuando suena la melodía" отзывы
Отзывы читателей о книге "Cuando suena la melodía". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Cuando suena la melodía" друзьям в соцсетях.