– Pero suena como si te gustara que lo fuera -contestó Sean, enarcando una ceja.

– Ahora mismo, Lily y yo somos incapaces de estar en una habitación sin encontrar alguna razón para discutir. No parecemos abocados al matrimonio precisamente.

– Algo te habrá gustado de ella.

– Primero hicimos el amor en el asiento trasero de una limusina. Es una fantasía sexual hecha realidad. Y luego me dijo que no quería volver a verme. A la mayoría de los hombres le habría encantado oír algo así. Pero yo quería volver a verla. Sigo queriendo.

– Anda, toma un poco de pizza y echa un trago -dijo Sean-. Te sentirás mucho mejor. Luego podemos bajar al pub, a ver si hay alguna mujer que te interese.

Brian asintió con la cabeza. Pero no le bastaba con cualquier mujer. La única mujer que de veras le interesaba era Lily. Y aunque ya había hecho el amor con ella una vez, necesitaba repetir.


Lily estrelló el periódico contra la mesa de la sala de conferencias y asesinó con la mirada a los cuatro miembros del departamento de relaciones públicas.

– ¿Quién ha filtrado esto? -exigió saber. Los cuatro sospechosos la miraron como si acabase de preguntarles quién de ellos había nacido en Plutón. Lily agarró el Boston Herald y lo blandió en el aire-. Tiene que haberlo filtrado alguien. Página doce. Dos columnas enteras con todo lo que aparecía en el informe sobre Brian Quinn. Alguien se ha hecho con una copia y uno de vosotros se la ha tenido que proporcionar.

– Yo no he filtrado nada -Derrick acusó con la mirada a Margaret.

– Yo tampoco. Te llevaste la copia que teníamos -le dijo esta a Lily.

– ¿No tenías más copias?

– Recibimos el informe anteayer -intervino John-. Apenas tuvimos tiempo de leerlo.

– El señor Patterson tenía una copia -señaló Allison-. A veces le gusta actuar por su cuenta.

Lily tomó aire y trató de serenarse. No le gustaba perder los nervios en el trabajo, pero se trataba de un grave error.

– De acuerdo. Yo me ocupo de esto. Volved al trabajo. Y no habléis con la prensa sin consultármelo antes, ¿está claro? -Lily agarró el periódico, salió de la sala de conferencias y enfilo directamente hacia el despacho de Richard Patterson. Cuando llegó a la mesa de la señora Wilburn, no se molestó en pararse-. ¿Está dentro?

– Señorita Gallagher, no puede…

– Si está dentro, dígale que necesito verlo – interrumpió Lily-. Inmediatamente.

La señora Wilburn descolgó el teléfono, susurró al auricular y asintió con la cabeza.

– Puede pasar -le dijo a Lily.

Sabía que debería haber esperado a calmarse un poco, a descubrir por qué estaba tan enfadada en realidad. ¿Le disgustaba que hubiesen desobedecido sus instrucciones?, ¿o le daba miedo que el artículo pudiese hacerle daño a Brian Quinn? Le había dejado claro a Richard Patterson que era ella la que llevaría las relaciones con los medios de comunicación. Y ensuciar la trayectoria de Brian era decisión de ella y de nadie más.

– ¡Lily!, ¿has visto el Herald? -preguntó Richard cuando la vio entrar.

– Sí.

– Me habría gustado poder ponerlo más cerca de la portada, pero la página doce está bastante bien. Le hará daño.

Lily respiró hondo antes de hablar. No le serviría de nada dirigirse a Patterson a gritos.

– La última vez que hablamos, llegamos a un acuerdo. Te pedí que no interfirieras, que me dejaras ocuparme de tus asuntos para que te ayudase con tu… problemilla.

– Sólo le comenté a un amigo lo que sabía -Patterson levantó las manos haciéndose el inocente-. Se lo habrá contado a la prensa.

– No me vengas con cuentos -replicó Lily-. Sé lo que has hecho. Hiciste una copia del informe y se la diste a un amigo que, a su vez, la ha filtrado al Herald.

Patterson pareció sorprendido por la sagacidad de Lily… y por la falta de respeto con que le hablaba. Pero a Lily le daba igual. Como si la despedía. Aunque aquel encargo podía aportar una buena inyección de dinero a DeLay Scoville, si Patterson la echaba, podría volver a Chicago sin tener que reconocer que no había sido capaz de defenderlo. Siempre podía alegar que era un cliente muy difícil.

– Y no me amenaces con despedirme porque dimitiré antes de que tengas oportunidad de hacerlo -lo avisó Lily.

– ¿Por qué estás tan enfadada? Esto nos da una ventaja.

– Si hubiese querido utilizar esa información, y no digo que lo hubiera hecho, habría sido después, para contestar cualquier noticia que diese. Ahora, no tengo nada que utilizar si destapa algo contra nosotros. En un par de días se habrán olvidado del artículo y no tendremos nada para defendernos.

– No será tan grave como dices -dijo Richard a la defensiva, consciente del error que había cometido-. Siempre puedo pedirle al detective que busque más trapos sucios.

– ¿Y si lo vuelven en tu contra?

– No pueden.

– Por supuesto que pueden. En los medios de comunicación hay mucho corporativismo. Y quizá tengamos que explicar por qué has urdido esta venganza personal contra un periodista. Te describirán como una persona rastrera y rencorosa.

– Pues arréglalo -contestó Patterson entre dientes-. Para eso te he contratado, ¿no?

Lily asintió con la cabeza, se dio media vuelta y se marchó. Fue directamente a su propio despacho, agarró su bolso y se acercó a la mesa de Marie.

– Cancela todas mis citas para esta tarde -le dijo.

– ¿Adonde vas? -preguntó la ayudante.

Lily sabía lo que tenía que hacer y la perspectiva no le agradaba. Cada vez que pensaba que podría olvidarse de Brian Quinn, surgía alguna razón para volver a verlo. Quizá, en el fondo, se alegrase de que Patterson hubiese filtrado la historia. Quizá, inconscientemente, quería volver a ver a Brian una vez más.

Mientras bajaba en el ascensor, se preguntó cómo habría reaccionado al ver el artículo publicado. ¿Estaría furioso… o decepcionado? Estaba convencida de que le echaría la culpa a ella. Y, aunque tendría que aceptar que estuviera enfadado, necesitaba dejarle claro que no había querido hacerle daño. Sabía que era un buen hombre que intentaba hacer bien su trabajo. No se merecía que el pasado se le volviera en contra.

Una vez en la calle, paró un taxi y entró.

– A WBTN, el canal de televisión. Está en el Congreso. No sé exactamente…

– Conozco el sitio -dijo el conductor. Se incorporó a la circulación y apretó el acelerador. Lily se recostó en el asiento y trató de pensar qué le diría a Brian cuando estuviese frente a él. Quizá no fuese tan buena idea. Al fin y al cabo, no tenía por qué disculparse. ¿No era él quien decía que no había reglas?

Quizá no fuera más que una excusa para volver a verlo. Lily no podía negar que había estado pensando en él. Y no cualquier tipo de pensamientos. En concreto, no había parado de imaginar escenas en las que los dos aparecían con muy poca ropa y menos inhibiciones todavía.

Era como si se hubiese vuelto adicta a esa clase de fantasías. No podía evitarlas y, sin embargo, era consciente de lo peligrosas que podían ser. Necesitaba tocarlo, saborear su boca, deslizar las manos por su cuerpo. Estar con Brian la hacía sentirse traviesa, sensual, más viva de lo que jamás se había sentido antes con ningún hombre. Y, aunque los cinco sentidos le decían que se mantuviera alejada, el instinto la empujaba a buscarlo.

Intentó dejar la cabeza en blanco, pero las fantasías siguieron perturbándola, aumentándole el ritmo de los latidos, la temperatura de la sangre. Cuando el taxi se paró frente a los estudios de televisión, estuvo a punto de pedirle al conductor que diera la vuelta y la llevase de regreso a su despacho. Pero le pagó, se apeó del coche y, lentamente, atravesó la entrada de los estudios.

– Necesito ver a Brian Quinn -le dijo a la recepcionista.

– ¿Tiene una cita?

– No. Pero, si está aquí, dígale que Lily Gallagher quiere verlo. Supongo que estará esperándome.

La recepcionista pulsó unos botones y habló por el micro de los cascos que tenía en la cabeza.

– Lily Gallagher quiere verte -dijo-. De acuerdo, en seguida sale -añadió al cabo de unos segundos, dirigiéndose a Lily.

Un minuto después, se abrió una puerta y apareció Brian. Lily sintió como si una descarga eléctrica le recorriera el cuerpo. No sabía cómo se las arreglaba para estar más atractivo cada vez que lo veía. En esos momentos llevaba una camisa azul, con el botón del cuello desabrochado y las mangas subidas, y unos pantalones a la medida que acentuaban su cintura estrecha.

Brian se paró a unos diez metros de ella. Tenía el pelo enmarañado, como si se hubiese estado pasando la mano por él, y Lily tuvo que contener las ganas de acariciarlo con sus propios dedos.

– Hola -acertó a decir ella.

– ¿A qué has venido? -preguntó Brian, enarcando una ceja.

– ¿Podemos hablar en privado?

– No creo que tengamos nada que decirnos -contestó él. Era evidente que estaba enfadado.

– Has visto el artículo del Herald, ¿verdad?

– Yo y todos mis compañeros.

– ¿Podemos hablar, por favor? Necesito explicártelo.

Brian asintió con la cabeza, se dio media vuelta y traspasó una puerta. Lily lo siguió. Cruzaron un pasillo largo, Lily varios pasos por detrás, hasta que Brian empujó una puerta. La sujetó para dejar que Lily pasase primero y entro en una habitación sin muebles, con las paredes enmoquetadas. Un cristal daba a la sala de control.

– ¿Qué es esto?

– Una sala de grabación -Brian cerró la persiana que había frente al cristal y se giró hacia Lily-. Di lo que has venido a decir -murmuró.

– Lo siento -se disculpó ella-. Sé que crees que he sido yo, pero no es verdad. Tenía la información, pero no creo que la hubiera utilizado. Tengo ciertos principios, al margen de lo que puedas pensar ahora.

– ¿Quién ha filtrado la historia? -quiso saber Brian.

– No puedo decírtelo.

– Así que entre tus principios no está decir la verdad -replicó él.

– ¿Quién crees que lo hizo? -preguntó Lily.

– Creo que algún colega de Patterson dio el soplo a algún periodista, con cuidado de no dejar pistas.

– No puedo desmentirlo ni confirmarlo – contestó ella, esbozando una leve sonrisa-. Lo único que puedo decir es que espero que no te cause muchos problemas. He manejado situaciones como estas con anterioridad. Habrá unos cuantos rumores, se hablará durante un tiempo, pero se olvidarán. No es que hayas cometido un asesinato o te hayas acostado con una prostituta. Simplemente tenías demasiadas energías mal encauzadas de pequeño.

– El director de noticias me ha parado nada más entrar a trabajar esta mañana. Le preocupa mi imagen y están pensando en quitarme de en medio una temporada.

– Lo siento -Lily estiró un brazo para acariciarlo, pero Brian se apartó.

– ¿De verdad te importa?

Lily lo miró a los ojos y, de pronto, supo que no sólo estaban hablando del informe.

– Por… por supuesto. No quiero que te hagan daño.

Se quedaron callados unos segundos, tanteándose, y luego, como si hubiese explotado una bomba, se lanzaron en brazos del otro. Brian le agarró la cara con ambas manos y se apoderó de su boca en un beso exigente. Lily plantó las manos sobre su torso, ansiosa por volver a sentir su piel.

La empujó contra una de las paredes y apretó las caderas contra las de ella para que no le cupiese duda de lo excitado que estaba. Lily bajó la mano para tocarlo justo ahí. Necesitaba comprobar por sí misma que seguía deseándola tanto como lo deseaba ella a él.

Despacio, lo acarició por encima de los pantalones mientras Brian seguía besándola. Luego él le apartó la mano, le agarró ambas muñecas y las clavó contra la pared por encima de la cabeza. Y empezó a desabrocharle la blusa.

Lily gimió cuando le desabrochó el sujetador y lo aparto para dejar expuestos sus pechos. Después sintió la boca de Brian sobre sus pezones. ¿Cómo iba a resistirse a las enloquecedoras sensaciones que estremecían su cuerpo? Brian la hacía temblar de deseo. Cuando estaba con él, apenas podía respirar, necesitaba tocarlo con urgencia.

Pero, tan pronto como había empezado, finalizó. Brian se separó, se puso firme y, con sumo cuidado, se aliso la ropa. Exhaló un suspiro entrecortado mientras miraba el escote abierto de Lily.

– No podemos hacerlo aquí. Ya tengo bastantes líos.

– Bésame otra vez -susurró ella, acariciándole una mejilla.

Brian obedeció, pero, en esa ocasión, el contacto fue menos desesperado. Esa vez fue un roce dulce, delicado.

– No podemos seguir así -murmuró él apoyando la frente sobre la de Lily-. Quiero algo más.

– ¿Qué es lo que quieres? Dímelo y te lo daré

– Quiero… una cita -contestó mirándola a los ojos-. Algo normal. Te recojo, salimos. Nos conocemos mejor. Quizá descubramos que entre nosotros hay algo más que…