– Pasión.

– Exacto.

– Creía que en la limusina acordamos que…

– Voy a llamarte -interrumpió él al tiempo que le abrochaba los botones de la blusa-. Y vamos a salir juntos.

Lily dudó. Aquello no formaba parte del plan. Sabía los peligros a los que se exponía si intentaba sacar adelante una relación con Brian. Si todo se reducía a un intercambio sexual, no había riesgos. Pero si compartían algo más, podría hacerle daño. Brian Quinn era la clase de hombre que podía destrozarle el corazón en mil pedazos.

Cambiaba de mujer tanto como de calcetines. Lo había leído en el informe. Perseguía a las mujeres hasta que conseguía conquistarlas y después pasaba a otra. Ya había conocido a hombres así. Lo que no significaba que no se sintiera tentada.

– De acuerdo -aceptó finalmente, justo antes de girarse hacia la puerta.

Un segundo después, notó que Brian la rodeaba por la cintura. Le dio la vuelta despacio. La miró a los ojos. Luego, se acercó y volvió a besarla mientras le acariciaba las mejillas como si no pudiera cansarse de tocarla. Cuando terminó, exhaló un suspiro.

– Ve saliendo.

– ¿Sola?

Brian sonrió y se miro hacia los pantalones.

– Creo que voy a necesitar unos minutos… para relajarme.

– Sí… -Lily se ruborizó-. Bueno, nos vemos luego. Tenemos una cita.

– Te llamaré.


Brian aparcó frente al hotel Eliot y buscó a Lily en la acera. La vio de pie, junto a la puerta, charlando con el botones, y la contempló en silencio. Se había vestido con un bonito vestido de algodón, con una falda de vuelo amplio que se levantaba ligeramente con la brisa del verano. Llevaba el pelo, lleno de rizos, recogido en una cola de caballo con una cinta colorida.

Cuando el sol dio sobre el vestido, se transparentó la tela y pudo intuir la forma de sus piernas.

– Pero qué bonita es -murmuro Brian.

Llevaba toda la semana pensando en ella, pero había retrasado la llamada adrede hasta el día anterior. Había esperado que tomándose cierto tiempo, lograría entender su atracción hacia Lily y, de ese modo, podría controlarla. Pero la única conclusión a la que había llegado era que se trataba de un deseo irracional.

Debía odiarla o, cuando menos, desconfiar de ella. Pero apenas se hablaba ya del artículo del Herald. Lo habían reincorporado al canal y, según los estudios realizados, hasta había mejorado su imagen al ser considerado un hombre corriente, con el que cualquiera podía identificarse.

Así que, en esos momentos, estaban en una especie de tregua profesional y en un cruce de caminos personal. Quizá, tras la primera cita, consiguiera por fin alguna pista. Brian tocó el claxon y Lily se giró hacia él. Salió del coche a recibirla. Teniendo en cuenta su último encuentro en los estudios de televisión, no sabía qué ocurriría entre ambos. Pero Lily lo saludó con una sonrisa.

– Hola.

– Hola, ¿estás lista?

– Sí. Aunque no estoy segura para qué. Brian rodeó el coche y le abrió la puerta. Antes de que entrase, la rodeó por la cintura y se la acerco para darle un beso fugaz. Lily no se resistió. Levantó la cabeza y le devolvió el beso. Así debían ser las cosas, pensó él. Sencillas, con naturalidad. Cuando separó los labios, sentía que habían limado las asperezas, al menos por ese día. Le agarró el bolso, lo lanzó al asiento trasero y fue hacia la puerta del conductor.

– ¿Adonde vamos? -preguntó Lily cuando ya estaban en marcha.

– Sorpresa -dijo él-. Pero vamos a divertimos, te lo prometo.

– Me alegra que me hayas llamado -comentó Lily-. No estaba segura de que fueras a hacerlo. Quería volver a decirte que siento mucho lo qué pasó.

Brian se encogió de hombros, estiró un brazo y enredo los dedos en el pelo de la nuca de Lily.

– No hablemos de trabajo.

– De acuerdo -convino ella-. Bueno, ¿de qué quieres hablar?

– Tampoco hay que forzarlo -dijo Brian-. Seguro que se nos ocurre algo.

El trayecto se les hizo corto y, tal como había predicho, no les costó encontrar de qué hablar, aunque Brian estaba mucho más ocupado admirando lo bonita que era que dándole conversación. Lily comentó que quería encontrar algo que hacer en el tiempo libre mientras estuviera en Boston y Brian le sugirió algunas cosas. Pero no le propuso, como primera opción, que se pasara cada minuto que tuviese acostándose con él. Y eso a pesar de que le parecía le mejor forma en que podía aprovechar el tiempo. Pero no creía que a Lily le gustara un comentario tan directo en la primera cita. Cuando cruzaron el puente del Congreso, ya casi la había convencido para que recibiera clases de remo.

– Clases de remo -murmuró Lily-. Se me daría bien. En el gimnasio soy una máquina con el aparato de remo.

Brian apuntó por la ventana hacia el Museo Infantil.

– Estamos yendo a Southie -comentó-. Mi barrio.

– ¿Vives aquí?

– Ya no. Tengo un apartamento cerca del canal. Pero crecí aquí.

– ¿Vamos a la casa donde vivías?, ¿sigue en pie?

– ¿Te he hablado de Southie? -preguntó él.

– Lo… leí en el informe.

– Quizá debería leerlo yo también -bromeó Brian-. No querría repetir nada que ya sepas.

– Creía que no íbamos a hablar de trabajo – dijo ella-. Aunque quizá no sea un tema tan importante dentro de poco.

– ¿Por qué lo dices?

– Estoy pensando en traspasarle el trabajo a algún compañero de la agencia -Lily se encogió de hombros-. No estoy segura de que pueda ser todo lo eficiente que debería.

– ¿Te irías de Boston?

– Sí. No debería haber ido a los estudios de televisión el otro día. Ni debería haberme enfadado por que el informe saliera en el periódico -contestó Lily-. Pero me enfadé.

Brian desvió la mirada, incapaz de creer lo que estaba oyendo. Luego, se tragó un exabrupto y detuvo el coche tras doblar una curva.

– No tienes por qué marcharte -dijo-. Si esto es lo peor que puedes hacerme, podré soportarlo.

– Pero…

Acalló la respuesta con los labios, estrechándola en un abrazo desesperado. La idea de que se fuera no debería haberlo afectado. Debería haberle dado igual. Pero le importaba mucho… aunque no supiese con seguridad por qué. Lo único que sabía era que necesitaba retenerla cerca de momento.

– No te marches. Al menos por mí -le dijo al tiempo que le acariciaba una mejilla-. Haz lo que tengas que hacer por Patterson. Lo entenderé. Sin resentimientos.

– Eso lo dices ahora. Además, está afectando a mi forma de trabajar -Lily rió-. Espera a que venga Emma Carsten. No tendrá piedad. Cuando termine contigo, Richard Patterson te parecerá un angelito.

– Creía que no íbamos a hablar de trabajo – murmuró Brian con los ojos clavados en la boca de Lily, acariciándole el labio inferior con un pulgar. No quería pasarse el día discutiendo si debía quedarse en Boston o salir de su vida para siempre.

– Dejaré de hablar de trabajo si me dices adonde me llevas.

– Tiene que ver con el agua y con la comida.

– ¿Es una adivinanza?

Brian miró hacia atrás y se reincorporó a la circulación. Giró a la izquierda y se encaminó hacia el puerto. Había estado en el embarcadero de Southie un millón de veces de pequeño y conocía muy bien la zona. Aunque su padre descargaba lo que pescaba en Gloucester, el Increíble Quinn siempre atracaba en el puerto de Southie.

– Allí está el embarcadero de los turistas – Brian encontró sitio para aparcar-. Y este es el de los pescadores. Estos edificios tienen casi cien años. Antes se concentraba aquí la industria pesquera, pero ya no. La pesca está de capa caída y están pensando en transformar la zona para construir apartamentos v un parque. Algunos prefieren que se conserve como ha sido siempre. Por los pescadores y toda la historia.

– ¿Me estás hablando del proyecto Wellston? -preguntó ella.

– No. Pero podría serlo. Es algo parecido. El sector inmobiliario está arrasando con toda la propiedad portuaria. Para ellos no es más que un negocio. Para la gente que vive del mar, es su vida. Dentro de nada será imposible imaginar que en Boston había pescadores -Brian hizo una pausa-. Pero ya basta de charlas. Lo bonito es venir de madrugada, sobre las seis y media. Cuando se subasta el pescado. Es muy divertido.

– Quizá podamos venir algún día -comentó Lily.

Salieron del coche y echaron a andar hacia el embarcadero de Southie. Brian recordaba haber jugado allí de pequeño con sus hermanos. Agarró una mano de Lily y le enseñó un arco en el que estaba tallada la cabeza de Neptuno.

– Hay quien dice que Boston se desarrolló gracias a la industria pesquera. Pero la pesca ya no da casi dinero. Creo que, cuando mi padre se dio cuenta de que ninguno de sus hijos quería seguir sus pasos, se llevó una desilusión. Fue entonces cuando compró el pub -Brian hizo una pausa para cambiar de conversación. Por fin, apuntó hacia una caseta antigua repleta de turistas-. Ahí comían los pescadores y los trabajadores del muelle. Todavía se come de maravilla. Pero vamos ahí -añadió, señalando hacia una línea de barcos amarrados al embarcadero,

– ¿Vamos a montar en barco? -preguntó Lily.

– Pero no en el Increíble Quinn. Ese está en Gloucester. Mi hermano Brendan acaba de casarse y el padre de Amy les ha comprado un barco de regalo de bodas. Brendan quería hacer un viajecito y me ha pedido que vayamos con ellos.

Cuando Brendan y Amy lo habían invitado, Brian se había mostrado reticente. Pero habían insistido y, de repente, les había dicho que sí, convencido de lo mucho que disfrutaría compartiendo un día de verano en el mar con Lily. Aunque presentarla a la familia era un paso importante, tenía sus motivos para hacerlo.

En esos momentos, Lily era una fantasía para él, una mujer que ocupaba un espacio secreto e inaccesible en su vida. Compartían una pasión increíble. Pero si de verdad quería entender lo que estaba pasando entre los dos, tendría que integrarla en su mundo, hacerle un hueco en la familia.

Mientras paseaban por el embarcadero, Brian vio a Brendan sobre la cubierta de un yate nuevo. Lo saludó y agarró una mano de Lily antes de subir a la embarcación.

– ¡Vaya!, ¡esto esta mejor que el Increíble Quinn!

Brian se giró hacia Lily, la sujetó por la cintura y la plantó en la cubierta. Cuando Lily puso las manos sobre su pecho para mantener el equilibrio, Brian sintió un fogonazo de deseo, pero lo sofocó devolviendo la atención a su hermano.

– El caso es que yo sólo había pedido un motor nuevo para el Increíble Quinn. Pero el padre de Amy decidió comprarnos el yate. No creo que a Avery Sloane le gustara la idea de ver a su hija en un barco tan antiguo.

Amy, la mujer de Brendan, salió del camarote. Llevaba pantalones cortos, un top, el pelo despeinado, como si acabaran de salir de la cama.

– Cielo, mi padre tiene segundas intenciones. Cree que ahora que nos ha comprado el yate, te sentirás obligado a enseñarle a dirigirlo. Luego nos los pedirá prestado y se llevará a sus socios a pasar la tarde en el mar tomando martinis -dijo y le tendió la mano a Lily-. Hola, soy Amy Aldrich. Digo… Amy Quinn, la mujer de Brendan.

– Amy, Lily Gallagher. Lily, mi hermano Brendan -los presentó Brian-. Brendan es escritor y Amy derrocha dinero -añadió antes de darle un beso en la mejilla.

– La última vez que vi tu cartera, no estaba llena de telarañas precisamente -contesto Amy.

– Brendan y Amy se han casado este mes pasado -explicó Brendan.

– Otra víctima de la maldición de los Quinn -bromeó Amy.

– ¿La maldición de los Quinn? -Lily frunció el ceño.

– No creo que a Lily le apetezca que le contemos las supersticiones de la familia -dijo Brian, rodeándola por la cintura.

– Pues sí me apetece -contestó ella.

– Ya te lo contaré -dijo Brian-. No puedes saber tan rápidamente todos nuestros secretos. ¿O formaba parte del informe?

Brian vio que la sonrisa de Lily se desvanecía y lamentó al instante lo que había dicho. El informe había sido un punto de fricción entre ambos y debería haber evitado mencionarlo. De alguna manera, Amy intuyó el cambio de humor y agarró una mano de Lily.

– Ven, te enseñaré el yate. Brian dice que querías probar algo típico de Nueva Inglaterra.

– Yo… -Lily pestañeó sorprendida.

– Tranquila. Los el chicos se encargan de la comida. Nosotras sólo tenemos que tomar refrescos y tostarnos al sol.

Brian las vio desaparecer por el camarote. Luego se giró hacia su hermano, que lo observaba sonriente.

– Es guapa -comentó-. ¿Es ella?

– ¿Ella?

– Sí. ¿La has salvado? Corren rumores de que sí.

– ¿Quién te lo ha dicho?

– Puede que Sean se lo comentara a Liam y Liam se lo dijese a Ellie, que comió con Amy hace unos días -Brendan se encogió de hombros-. En esta familia todo se sabe. Como se te ocurra estornudar por la mañana, a la hora de la cena no hay nadie que no sepa que estás resfriado. Estaba pensando en inaugurar un tablón de anuncios, para colgar los comunicados oficiales.