– Muy gracioso. ¿Estamos listos para zarpar?
– Ocúpate de la cuerda de popa. Luego ve a proa y suelta amarras mientras arranco.
Brian obedeció las instrucciones de su hermano y, minutos después, estaban surcando el agua. Hacía una tarde de sábado perfecta, con una brisa ligera y algún golpe de viento más fuerte. Subió los escalones que conducían a h cabina del timón y se sentó junto a Brendan.
– No es el Increíble Quinn -dijo este, mirando el panel del yate, lleno de dispositivos electrónicos.
– No, desde luego -Brian aceptó la cerveza que le ofreció su hermano-. El Increíble Quinn es único.
– Supongo que se lo devolveré al padre de Amy en cuanto le enseñe a manejarlo. Pero, de momento, me divertiré un tiempo con él.
– ¿Vivirás en el Increíble Quinn este verano?
– No lo sé -dijo Brendan-. La verdad es que me da igual dónde viva, con tal de que Amy esté conmigo. Sé que suena empalagoso, pero…
– No -lo interrumpió Brian-. No suena empalagoso. Suena agradable. Hace un par de semanas no te habría entendido, pero ahora sí.
– ¿De verdad?
– No es que quiera pasar el resto de mi vida con Lily. Pero entiendo que es posible que estas cosas pasen… que alguien… que yo podría querer sentar la cabeza. Digamos que ahora estoy abierto a esa posibilidad.
– Ya sólo quedáis Sean y tú.
– Sean no sucumbirá -dijo Brian-. Es una roca.
– Hasta papá se está ablandando. La semana pasada hablé con Keely y dice que nuestros padres salieron a cenar. Papá le mandó un ramo de flores a mamá a la mañana siguiente,
Brian recordó la conversación que había tenido con Sean sobre la infidelidad de su madre y se preguntó si Brendan sabría algo al respecto.
– El otro día Sean me comentó algo que me dejó sorprendido. Dijo que mamá engañaba a papá. ¿Tú te acuerdas de algo?
Brendan frunció el ceño, desconcertado también por el comentario.
– No, no puede ser.
– Creo que es por eso por lo que sigue enfadado con ella. ¿Crees que vio algo?
– No sé -dijo Brendan, todavía extrañado-. Supongo que eso explicaría muchas cosas. Pero sigo sin creer que sea cierto. A veces me pregunto qué habría sido de todos nosotros si se hubieran llevado un poco mejor, si papá la hubiese querido un poco más. Papá no le ponía las cosas fáciles. Pienso en mi matrimonio con Amy y ni se me ocurre hacer la mitad de las cosas que papá le hizo a mamá.
Brian debía reconocer que él también había pensado lo mismo en más de una ocasión. Siempre había sabido que el amor no tenía por qué ser algo sencillo. Y, sin embargo, con sus hermanos parecía lo más natural, como si no tuvieran que pensar al respecto, nunca dudaran de lo que sentían ni les costase el menor sacrificio. Mientras que con Lily todo era complicado, inestable, el preludio de un desastre. De modo que no podía ser amor. Pero, entonces, ¿qué era?
Había compartido el sexo más increíble la primera noche, en la limusina. Pero, aunque había descubierto sus curvas y los ángulos de su cuerpo desde el principio, en realidad seguía sin conocerla. Necesitaba saber más de la mujer que lo hacía sentir un deseo tan abrumador. Tenía que averiguar quién era Lily Gallagher y por qué la deseaba tanto.
Y ese día sería una buena ocasión de acercarse a ella. Pasarían la tarde acompañados. Estando con Brendan y Amy, no podrían entregarse a un acto de pasión desatada. De modo que al terminar el día, Lily dejaría de ser una fantasía y se convertiría en una mujer normal y corriente sin poder para hacerle daño.
Brian miró las islitas que salpicaban el mar. Así, cuando Lily regresara a Chicago, podría despedirse de ella sin dudas ni arrepentimientos. Pasaría a formar parte del pasado, como el resto de las mujeres que habían pasado por su vida, y volvería a empezar. Al fin y al cabo, Lily no podía ser la elegida. ¿O sí?
Capítulo 6
La hoguera crepitaba bajo el cielo de la noche. Lily se acurrucó contra Brian envueltos bajo una manta de lana. Estaba tumbada boca arriba, en la playa, y no recordaba la ultima vez que se había sentido tan contenta. Estaba… feliz. Era una palabra muy simple, pero era la única que encontraba para describir su estado de animo.
Allí, en esa pequeña isla, parecían estar a miles de kilómetros de cualquier problema. Casi podía imaginarse una vida así. De ese modo, podría conocer mejor a Brian, hacer lo que hacía cualquier pareja normal, encargar comida a un restaurante chino, ver películas de vídeo, discutir por la posición de la tapa del aseo.
– Podría quedarme aquí toda la vida -murmuró.
– Podríamos mandar a Brendan y Amy de vuelta -sugirió Brian-. Construiría una cabaña y pescaría para comer.
– Yo recocería algas y haría cortinas para la cabaña y ropa para vestirnos.
– Vaya. creía que estaríamos desnudos – bromeo el-. ¿No forma parte de tu fantasía?
– ¿Y que haréis cuando llegue el invierno? – preguntó Brendan desde el otro lado de la hoguera-. Cuando todo se cubra de nieve y la temperatura baje por debajo de cero.
– No seas aguafiestas -Amy le dio una palmadita juguetona.
– Sólo estoy siendo práctico. ¿Recuerdas el viaje a Turquía? Teníamos tiendas de campaña y sacos de dormir y aun así me pediste que te comprara más calcetines en el mercado. Ellos van a ir vestidos con algas y vivirán en una cabaña. Seamos realistas.
– Es verdad -dijo Brian-. Pasaremos el verano aquí, salvo la temporada de los mosquitos. Y cuando haga frío, nos iremos a Tahití.
– Pues vaya rollo de fantasía con temporada de mosquitos incluida -bromeó Lily.
Un silencio prolongado les envolvió, quebrado tan sólo por el chisporroteo de la hoguera. Lily suspiró, se apretó un poco más a Brian.
– ¿Por qué no me cuentas lo de la maldición de los Quinn? Es de noche, estamos alrededor de una hoguera. El ambiente perfecto para una historia de miedo.
– No, la maldición de los Quinn no -se resistió él.
– ¿Por qué no? -terció Amy-. Lily tiene que saber en lo que se está metiendo.
– Yo voto por contárselo -dijo Brendan-. Por si quiere huir mientras esté a tiempo.
– Pero antes deberíais contar una historia sobre los increíbles Quinn, para ir poniendo las cosas en contexto -contestó Amy.
– Antes encuentro un acantilado y me tiro – gruñó Brian-. ¿No creéis que lo de la maldición es digno de una cuarta o quinta cita?
– Historia de los increíbles Quinn -arrancó Brendan tras aclararse la voz-. Te haré un resumen para que te centres. Empezamos con un antepasado, normalmente listo, guapo o fuerte, pero que no ha desarrollado todavía todo lo que lleva dentro. Realiza un acto valeroso y, de pronto, se convierte en un héroe. Por lo general, suele haber una mujer por medio, malvada, manipuladora o codiciosa. Ejemplo: Paddy Quinn planta una semilla mágica y trepa por la planta para matar al gigante, pero una mujer le está cortando el tallo debajo de él.
– ¿Entonces no tienen final feliz? -Lily frunció el ceño.
– Sí, sí. Siempre -aseguró Brian-. Al final gana el increíble Quinn, el dragón muere y la mujer acaba convertida en sapo. Mi padre creía que estas historias nos enseñarían a desconfiar de las mujeres. Pero sólo consiguieron confundirnos.
– ¿Y esa es la maldición? -preguntó ella.
– La maldición es un fenómeno más reciente -explicó Brendan-. De hecho, empezó con nuestro hermano mayor, Conor. Y luego hemos ido cayendo Dylan, yo, Liam.
– Se pusieron a jugar a los increíbles Quinn y rescataron a una mujer en apuros -explicó Amy-. Pero, horror de horrores, acabaron enamorándose. Una historia tristísima. Tantos antepasados defendiendo la imagen de tipos duros para acabar con esta generación de sensibleros.
Brendan gruñó, la agarró por la cintura y la tumbó contra el suelo. Amy se revolvió, se puso de pie y echó a correr hacia la orilla, seguida de su marido. Sus risas se mezclaban con el chapoteo del agua bajo la noche.
– Creo que siguen en la luna de miel -dijo Brian.
– Hacen buena pareja -comento Lily-. Siempre he pensado que el matrimonio debería ser así… Aunque no estoy pensando en el matrimonio. Creo que hay personas que no están hechas para estar casadas.
– Puede -dijo Brian-. Yo solía pensar lo mismo. Pero cuando veo a mis hermanos con las mujeres a las que aman, me pregunto si me estoy perdiendo algo.
Un silencio incómodo se instaló entre los dos. Lyly no sabía que decir. No esperaba que un hombre como Brian hablase tanto de amor.
– La cena estaba riquísima -comentó por fin, cambiando de conversación-. Ya puedo volver diciendo que he probado una auténtica cena de Nueva Inglaterra. A cambio, tendré que enviarte una pizza de Chicago.
– ¿Cuándo crees que te volverás? -Brian la abrazó con fuerza y le hizo una caricia en el pelo con la nariz.
– Supongo que puedes saberlo tú mejor que yo -Lily se encogió de hombros.
– Quizá haya alguna manera de retenerte aquí -repuso él.
Lily levantó la cabeza para mirar a Brian y este aprovechó la ocasión para besarla, demorándose sobre su boca un rato largo. Lily sabía que debía parar, pero hacía tiempo que habían cruzado el límite. ¿Por qué negar que lo deseaba? ¡Se sentía tan bien pegada a él!
Brian le acariciaba la cara mientras aumentaba la presión del beso, cada vez más exigente. Lily ya conocía el sabor de su lengua. Podían encerrarla en una habitación a oscuras con cien hombres y habría reconocido a Brian de inmediato. Con él, cada beso era… perfecto.
Había estado con otros hombres, había tenido otras relaciones, pero todas parecían desaparecer en compañía de Brian. Se había convertido en un hombre especial, alguien en quien deseaba confiar. Pero seguían existiendo muchas barreras entre los dos. Aunque habían conseguido disfrutar de una tarde maravillosa, al día siguiente el trabajo los obligaría a luchar en bandos opuestos.
Brian la tumbó encima de él y Lily cubrió las cabezas de ambos con la manta, creando una burbuja de intimidad.
– Me alegro de haberte traído -murmuró él mientras recorría el cuerpo de Lily con las manos.
– Y yo de haber venido.
– No está mal para una primera cita -dijo Brian y Lily rió.
– Las he tenido peores.
Las luces de la ciudad iluminaban la noche mientras Brian conducía. Lily se había acurrucado contra su cuerpo, cubierta todavía en la manta, mientras echaba una cabezadita. La rodeó con un brazo y la apretó mientras esperaba a que cambiara el disco del semáforo. Luego le dio un beso en el pelo. Olía a sal y a fogata, un aroma más embriagador que cualquier perfume francés. Brian suspiró, extrañado por los sentimientos protectores que tenía hacia ella. Aunque había aceptado la rivalidad que los enfrentaba en el trabajo, esta no afectaba a lo que sentía por Lily. Había sido sincero al decirle que hiciera lo que tuviese que hacer.
Pero eso no significaba, en absoluto, que estuviese enamorándose de ella. Ni hablar. Lo que ocurría era, sencillamente, que Lily era la mujer más fascinante que jamás había conocido. Pero, al igual que con las demás mujeres que habían pasado por su vida, llegaría un momento en que se aburriría de ella… por más que en esos momentos le resultase inimaginable.
Cuando el semáforo se puso verde, giró hacia la avenida Commonwealth, a unas cuantas manzanas del hotel de Lily. ¿Cómo había pasado? Ya había tenido citas con otras mujeres, hasta había mantenido alguna que otra relación decente. Pero nunca había sentido algo parecido. Por más tiempo que pasara con Lily, nunca le resultaba suficiente. Aunque estuvieran una semana entera encerrados en la habitación de un hotel, sospechaba que seguiría deseándola más que el oxigeno que respiraba.
Cuando llegó frente al hotel, paró el motor, estiró un brazo y le acarició la cara con delicadeza.
– Despierta -susurró.
Lily abrió los ojos, se puso firme y lo miró como si no estuviera segura de dónde estaba. Luego sonrió adormilada.
– ¿Estamos en casa?
– Estamos en tu hotel -Brian abrió la puerta y le entrego las llaves al aparcacoches. Luego, rodeó el vehículo para ayudar a salir a Lily. La rodeó por la cintura y entraron juntos en el vestíbulo. El personal de recepción apenas les prestó atención mientras andaban hacia el ascensor. Había pensado dejarla allí, pero al final decidió acompañarla arriba, con la esperanza de obtener un beso de buenas noches.
Entraron en el ascensor. Lily se apoyó contra una de las paredes y lo miró. Brian cambió el peso del cuerpo a la otra pierna. Estaba tenso, se preguntaba si ella también estaría pensando en lo fácil que sería entrar juntos en su suite y hacer el amor toda la noche.
Las puertas del ascensor se abrieron en la tercera planta y ambos salieron. Cuando llegaron a la habitación. Lily le entregó la tarjeta con la que se abría la puerta.
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