– No sabía quién era cuando lo conocí. Debería haber cortado nada más descubrirlo. Sabía que no tenía futuro, pero… tiene algo. Y sentía curiosidad por saber cuánto podía durar -Lily trago saliva-. Y ahora me temo que quizá tenga que dejar el encargo. Tengo un conflicto de intereses muy serio.

– ¿A que le refieres con cuánto podía durar?, ¿el qué? ¿Estáis saliendo?, ¿os habéis acostado?

– Más o menos.

– Tal como lo veo, tienes dos opciones – dijo Emma-. Una, olvidarte del tipo, centrarte en el trabajo, venir aquí y que DeLay te ponga en un altar. O dos, llamar a DeLay, decirle que lo dejas, ver como te despide, perder la casa, el coche y renunciar a volver a comprarte unos zapatos de marca. ¿Qué eliges?

Desde esa perspectiva, la decisión debería ser muy sencilla, pensó Lily.

– Hay otra opción -dijo sin embargo-. Richard Patterson descubre que estoy saliendo con Brian Quinn, me despide, DeLay me vuelve a despedir y salto por un puente.

– ¿Y si te entra vértigo?

– Si me despiden -continuo Lily-, siempre podríamos crear nuestra propia empresa, como tantas veces liemos hablado. ¿No sería genial? Relaciones Públicas Carsten Gallagher. Hasta dejaré que tu apellido vaya primero.

– No te molestes en venir el fin de semana, iré yo a visitarte. Iremos de compras, comeremos juntas y aclararemos las cosas -propuso Emma al tiempo que llamaban al despacho de Lily.

– Tengo que irme, te llamo esta noche y hablamos. Adiós, Em -se despidió. Colgó, respiró profundamente y se preparó para recibir a Richard Patterson-. Adelante.

– Han traído algo para usted -dijo en cambio Marie tras abrir la puerta.

– ¿El informe que pedí? -preguntó Lily. Cuando Marie regresó, apareció con un enorme ramillete de preciosas flores rosas.

– Es muy bonito. Hay una tarjeta. ¿Quiere que se la lea?

– No, sé de quién son.

Lily se levantó, agarró el ramo y puso las flores en un jarrón situado en el medio del escritorio.

– Sí que son bonitas -comentó mientras sacaba la tarjeta del sobre. Tal como esperaba, era un detalle de Brian. La echaba de menos y la invitaba a cenar esa noche. Lily sonrió, se sentó. No habían hablado desde la noche de los fuegos artificiales. Se había propuesto no pensar en Brian Quinn en todo el fin de semana y casi había llegado a convencerse de que, pasara lo que pasara, podría con ello… sola.

¡Si al menos supiera lo que sentía por Brian! De ese modo, quizá fuese más fácil imaginarse un futuro a su lado. Pero su historial con los hombres la hacía desconfiar de sus sentimientos. Porque sí, era obvio que se sentían atraídos. ¡Pero no era amor!

– La secretaria del señor Patterson acaba de llamar -añadió Marie-. Quiere verla lo antes posible.

– De acuerdo, gracias -Lily sintió un nudo en el estómago-. Dígale que voy en seguida.

La señora Wilburn era una empleada leal. Era lógico que no ocultara algo así, Patterson la despediría, DeLay la despediría… El corazón le martilleaba contra el pecho. Nunca la habían despedido. No sabía qué esperar.

Lily corrió al ascensor, pero luego reparó en el cartel de averiado. Mientras subía las escaleras, se preguntó si debía tomar la iniciativa. Si dimitía nada más entrar, al menos no la echarían. No tendría un borrón en el currículo.

– La está esperando -dijo la secretaria de Patterson cuando la vio-. Puedes entrar.

Lily llamó a la puerta y pasó, preparada para lo peor. Pero Richard la recibió con una sonrisa de oreja a oreja.

– Buenos días -saludó Lily, devolviéndole la sonrisa con cautela,

– Siéntate -dijo Richard-. Sólo quería felicitarte por el trabajo tan estupendo que estás haciendo,

– Gracias -contestó ella, totalmente atónita.

– La señora Wilburn me ha contado que te vio con Brian Quinn el viernes por la noche. Se extrañó mucho, pero yo siempre he creído en eso de mantén cerca a tus amigos, pero más cerca a tus enemigos. Me alegra que esté dispuesta a hacer lo que sea para tenerlo vigilado,

– Por… por supuesto.

– Bien, no me importan los detalles, pero el hecho de que te prestes a… llegar,a esos extremos es admirable -finalizó Patterson tras carraspear-. Un plan magnífico. Adelante, haz lo que tengas que hacer.

– De acuerdo -Lily se dio la vuelta y salió del despacho. Le temblaban las piernas-. Genial. Ni pierdo el trabajo ni cree que lo traiciono. Cree que soy una zorra -murmuró cuando se hubo alejado de la señora Wilburn,

Bueno, al menos tenía permiso para disfrutar de una o dos noches más de sexo tórrido con Brian Quinn. La cuestión era, ¿por qué, de repente, parecía ser lo último que quería hacer?


Brian entró en el comedor y miró a los clientes que ya estaban sentados. Era un lugar frecuentado por miembros de los medios de comunicación. Ofrecía comidas, tazas gigantescas de café y las noticias de la CNN veinticuatro horas al día. Había muchos sitios libres en la barra, así que,se sentó en un taburete, confiado en que Sean y él podrían encontrar mesa cuando su hermano llegase.

Pidió una Coca-Cola. Luego sacó del bolsillo el móvil y marcó el teléfono de Lily en el trabajo. Pero, antes del primer pitido, colgó. Necesitaba que Lily arreglase sus problemas laborales por su cuenta. El viernes por la noche se había quedado preocupado por ella al verla tan afectada, convencida de que el hecho de que la secretaria de Patterson los hubiese sorprendido supondría el final de su carrera.

Brian agarró la carta y le echó un vistazo. No quería hacer daño a Lily, pero era obvio que la relación entre ambos resultaba conflictiva. La semana anterior habían pasado juntos cada segundo libre. No le había costado comprender que lo que sentía por ella era mucho más profundo que una simple atracción física.

Y aunque nunca se había enamorado, se estaba acercando peligrosamente. Esperaba con ilusión el momento de volver a verla y se sentía inquieto cuando Lily no estaba cerca. Le encantaba su voz, cómo se le iluminaba la cara al sonreír.

Brian cerro los ojos y respiró profundamente antes de abrirlos y devolver la atención al menú. La llamaría después del trabajo. Con suerte, habría superado el disgusto de haberse cruzado con la señora Wilburn.

– O quizá la han echado y está buscando a alguien a quien echarle la culpa -murmuró.

– ¿Brian Quinn?

El hombre que lo abordo se sentó al lado. Brian disimuló un suspiro. Sólo quería comer tranquilamente, pero desde que salía en televisión le costaba pasar inadvertido. Se echó la mano al bolsillo para sacar un bolígrafo. Ojalá se conformase con un autógrafo.

– Sí, soy yo -contestó sonriente.

– Vi el reportaje que hiciste sobre el inspector de edificios que aceptaba sobornos. Un gran trabajo -el hombre le tendió una mano-. Jim Trent. Dirijo el suplemento local del Globe.

– Encantado. Me encanta ese periódico – Brian trató de ocultar su sorpresa-. Antes trabajaba allí.

– ¿De veras?

– Sí, cuando iba al instituto y luego en la universidad. Cargaba los camiones de prensa. Pero de eso hace más de diez años. Entonces no estabas tú. El director local era Marcus Reynolds. Era muy bueno, pero tú lo estás haciendo mejor todavía.

– Es posible. Pero me estás poniendo las cosas difíciles. Este último año nos has pisado casi todas las historias. Deberíamos habernos adelantado nosotros.

– Es mi trabajo -dijo Brian.

– Das bien en cámara, pero, ¿qué tal escribes?

– ¿Qué me estás preguntando?

– ¿Sabes escribir o sólo eres un rostro con gancho?

– Trabajé en un par de periódicos, en Connecticut y Vermont, antes de entrar en WTBN. Creo que lo hacía bien. Y sigo escribiéndome mis textos. ¿Por qué?, ¿me estás ofreciendo un trabajo?

– Tengo una vacante para un periodista de investigación -dijo Trent-. ¿Te interesa? Tendrías que empezar desde abajo.

Brian no quería parecer demasiado interesado, pero apenas podía contener el entusiasmo. El Globe era uno de los mejores periódicos del país, junto con el New York Times y el Washington Post. Empezaría desde abajo otra vez, pero tendría ocasión de demostrar su valía, en vez de apoyar su éxito en una cara bonita.

– Me interesa. Pero, de momento, esto tiene que quedar entre nosotros.

– ¿Cuándo terminas tu contrato con televisión?

– Medio año -dijo Brian-. Pero ya están empezando a renegociarlo. A mi agente no le va a hacer gracia. Un puesto en un periódico no cubre su comisión.

– Estaré en contacto. O me llamas -Jim le estrechó la mano-. Antes de marcharme, ¿no te importaría decirme en que estás trabajando ahora?

– Si te cuento todos mis secretos, no querrás contratarme.

– Conozco tus secretos. Leí el Herald-dijo Jim. Luego se dio la vuelta, fue hacia la puerta y salió justo cuando entraba Sean.

– Invitas tú -dijo este tras unirse a su hermano y soltar un sobre encima de la barra.

– ¿Por que iba a hacerlo?

– Échale un vistazo -contesto Sean apuntando hacia el sobre.

– ¿Que es esto?

– Querías tener algo para utilizarlo contra Patterson, para devolverle el artículo del Herald. Pues aquí tienes. Fresco y jugoso.

Brian abrió el sobre y sacó un taco de fotografías. Al principio no estaba seguro de qué mirar… hasta que reconoció la cara de Richard Patterson… y su cuerpo… ¡y su trasero al aire! Brian guardó las fotos en el sobre.

– ¿De donde has sacado esto?

– No has llegado a las buenas -Sean agarró las fotos y las pasó hasta llegar a una en concreto en la que aparecían Patterson y una mujer desnudos.

– De acuerdo, Patterson y su esposa van por la casa en porretas -dijo Brian-. No tiene nada de malo.

– No es su esposa -dijo Sean-. Y están en un motel de tres al cuarto. El televisor es de los de echar monedas a cambio de pornografía.

– ¿Quién es ella?

– No sé -dijo Sean-. Esperaba queme lo dijeras tú. La seguí a su casa la otra tarde. Quedan a menudo de cinco a siete. El sale por la puerta trasera de la oficina y se va en un coche de la empresa. Ella lleva un Mercedes negro y vive en la misma casa que Dick Creighton.

– ¿Creighton? -Brian contuvo la respiración-. Louise Creighton es la directora de urbanismo. Es la que tiene la última palabra sobre las adjudicaciones de cualquier construcción de Boston. Es ella. Es Louise Creighton -repitió tras mirar a la foto de nuevo y reconocerla.

– Él le compra joyas -dijo Sean-. Caras. La semana pasada le regaló unos pendientes de diamantes.

– ¡Santo cielo, Sean! Es increíble. ¿Sabes lo que esto significa? Tengo la clave. Ya sé cómo consigue Patterson los contratos. Dios, este podría ser el escándalo del año. ¡Y tengo fotos!

– Bueno, ¿comemos o no? -preguntó Sean-. Me muero de hambre.

Brian sacó la cartera y se dirigió a la camarera que atendía tras la barra.

– Pásala -dijo, ofreciéndole la tarjeta de crédito-. Pago la comida de mi hermano. Ponle lo que pida. Es más, ponle cinco veces lo que pida. Y suma una propina para ti.

Brian agarró el sobre, salió a la calle a toda prisa y paró un taxi. Le indicó al conductor que fuese a las oficinas de Patterson. Por segunda vez en diez minutos, Brian marcó el teléfono de Lily y preguntó por ella cuando contestaron en recepción. Al oír su voz, no pudo evitar sonreír.

– Hola, soy yo. ¿Cómo estás?

– Sorprendentemente bien -dijo Lily-. Sigo teniendo trabajo.

– Tengo que verte. ¿Comemos?

– No puedo, Brian -Lily dudó-. Creo que no deberíamos seguir viéndonos. Tengo que centrarme en el trabajo.

– Es importante. Necesito hablar contigo. Te prometo que será una conversación estrictamente laboral.

– De acuerdo.

– Llegaré en cinco minutos. Espérame fuera -Brian tuvo que reprimir el impulso de decirle lo que sentía. Pero, ¿qué iba a decirle?, ¿que creía que se estaba enamorando de ella? ¿Cómo diablos podía estar seguro?-. Te veo ahora mismo.

Brian pulsó el botón de fin de llamada, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Quizá no debiera preocuparse. Teniendo en cuenta lo que les había pasado al resto de los hermanos Quinn, la decisión podía no estar en sus manos. Si la maldición había vuelto a golpear, se daría cuenta antes o después.

Claro que sólo lo estaba viendo desde un punto de vista. Lily tenía su vida en Chicago y, por el momento, conservaba su trabajo. La maldición podía hacer que se enamorara de Lily, pero no que esta sintiera lo mismo.

– Es demasiado pronto -murmuró-. O puede que demasiado tarde.

El taxi paró unos minutos después y Brian le pidió que esperase. Salió del coche, vio a Lily, la saludó. Cuando llegó junto a Brian, este le abrió la puerta. Luego, una vez dentro. Brian le indicó al conductor que los llevara a la laguna Storrow. Y, por fin, pasó un brazo sobre los hombros de Lily y le dio un beso.