– Llevaba pensando en esto toda la mañana -susurró él.
– Me habías prometido que no…
– Bueno, ¿qué ha pasado? -atajó Brian-. Entiendo que la señora Wilburn no ha abierto la boca.
– No. Se lo contó a Patterson y me llamó a su despacho. Piensa que estaba utilizando mis armas de mujer para… distraer tu interés. Ya sabes, vender mi cuerpo a cambio de tu silencio.
– ¿Eso te ha dicho?
– No con esas palabras, pero lo dio a entender. Y me felicitó por ello. Así que supongo que tenemos luz verde. Si es por él, podríamos reservar una habitación de hotel ahora mismo -Lily soltó una risotada-. Bueno, ¿de qué querías hablarme?
– Ahora mismo de nada. Ahora sólo quiero besarte. Ya hablaremos luego -Brian paseó el pulgar por el labio inferior de Lily-. ¿Tú quieres besarme? -le preguntó, acercando la boca a la de ella.
Lily separó los labios, pero Brian tuvo la sensación de que se estaba reservando. La había besado suficientes veces para intuir sus sentimientos. Y ese beso no sabia a felicidad. Brian se retiró, le agarró una mano y entrelazó los dedos.
El taxi los dejó cerca de la laguna y ambos pasearon por el césped, todavía de la mano; con la que le quedaba libre, él sujetaba el sobre con las fotografías. La laguna era uno de los sitios más bonitas del río Charles.
– Cada día me enseñas un lugar más bonito que el anterior -comentó ella.
– Sentémonos -dijo Brian apuntando hacia un banco.
Lily tomó asiento en un extremo, alejada, para que no pudiera tocarla. Brian respiró hondo. No estaba seguro de, si estaba haciendo lo correcto, pero no tardaría en averiguarlo. Le entregó el sobre y la miró mientras lo abría. A medida que pasaba de una foto a otra, los ojos se le iban agrandando,
– ¿De dónde las has sacado?
– Eso no importa.
– ¿Vas a utilizarlas?
– Esa mujer es la directora de urbanismo. Es el eslabón que me faltaba. Sólo es cuestión de tiempo. Lo acusaran de soborno a un funcionario público y acabará en la cárcel. He pensado que le gustaría saberlo.
– ¿Por qué?
– No sé. Para que estés preparada -dijo Brian-. Esto se va a poner feo, Lily, sólo quiero que nosotros nos quedemos al margen.
– No puedo… -Lily volvió a mirar las fotografías-, No puedo ponerle un lacito a esto para intentar adornarlo. Esto no tiene remedio… Tengo que irme -añadió al tiempo que se ponía de pie.
– Lily, vamos a hablarlo. Entiéndelo: ese hombre está infringiendo la ley. Tengo que informar. Si fueran sospechas sin fundamento. quizá podría olvidarme; pero dentro de unos días tendré todas las pruebas que necesito.
– Haz lo que quieras -dijo Lily-. Se acabó -agregó justo antes de echar a andar.
– ¿Que quieres decir con se acabó? -Brian le dio alcance unos metros después.
– Que me vuelvo a Chicago. Que manden a otro para arreglar este lío.
– No puedes marcharte -Brian la detuvo agarrándole una mano.
– Sí puedo. Dimitiré. En realidad es muy sencillo. Mi jefe enviará a otra persona y asunto solucionado. De ese modo, tú podrás seguir con tu reportaje y recoger los premios,
– No -contestó enfurecido Brian. Lily no era de las que se rendían. Pero parecía agotada, como si las fotografías la hubieran dejado sin energías.
– Es lo mejor -dijo-. En serio. Sabíamos desde el principio que estábamos en bandos opuestos, Y no veo la forma de que los dos salgamos de esta con la integridad intacta. Debería haberme mantenido alejada de ti. Debería haber sido más fuerte. Pero siempre es igual. Siempre elijo al hombre equivocado. Parece adecuado, pero, antes o después, descubro que es una relación imposible. Se acabó. Es lo mejor. No insistas, por favor -añadió soltándose la mano.
Brian la siguió con la mirada. Quiso seguirla, encontrar alguna forma de arreglar las cosas. Pero, aunque el corazón se lo pidiese a gritos, la cabeza le decía que no harían sino dar vueltas y más vueltas para llegar a la misma conclusión.
– Hasta aquí la maldición familiar -murmuró.
El edificio de Inversiones Patterson estaba tranquilo, las luces de los despachos apagadas en su mayoría, el sonido de las tareas del personal de limpieza se colaba por la puerta abierta de la oficina de Lily. Eran casi las siete, pero había estado todo el día preparando los detalles para el anuncio oficial del proyecto portuario ante los medios de comunicación el viernes por la tarde. Ya sólo le quedaba esperar… y tener suerte.
Lily sacó del cajón del escritorio un paquete de chocolatinas. Se metió unas cuantas en la boca para calmar la ansiedad. Días atrás, sólo estaba ansiosa por volver a ver a Brian Quinn. Pero había vuelto a los dulces.
– Pesaré quinientos kilos, pero al menos no me partirán el corazón -murmuro.
Se había pasado la semana entera esperando que Brian Quinn divulgara la noticia contra Richard Patterson. Era como esperar un terremoto. Sabía que llegaría antes o después, pero no estaba segura de lo violento que sería hasta que sucediera. Lily había preparado diversos planes para defender a Patterson según sallase la noticia.
Había hecho bien cortando con Brian. No había respondido a sus mensajes en el contestador y había evitado verlo. En no mucho tiempo, se habría olvidado de él. Lily negó con la cabeza. Sabía que se engañaba, pero, en esos momentos, necesitaba creer que era posible.
El teléfono sonó y dudó antes de responder. No le había dado el número a Brian. pero sí a Emma. Sí, quizá pudiera pedirle consejo a su mejor amiga.
– Lily Gallagher -respondió por fin.
– Señorita Gallagher, le hablo de Seguridad. Hay un caballero que quiere verla -dijo el agente. Después bajó la voz-. Es Brian Quinn, el de las noticias.
– Dígale que no estoy.
– Me temo que es imposible. Está justo aquí.
– En seguida bajo -dijo Lily. Luego colgó, se levanto y se alisó la falda. Mientras caminaba hacia el ascensor, pensó en qué le diría. Había roto muchas veces, pero siempre la habían dejado a ella. Quizá funcionase un ultimátum: el reportaje o ella. Sabía que escogería el reportaje y todo habría terminado-. Parece demasiado sencillo, pero a veces lo más fácil es lo mejor.
Pulsó el botón del ascensor y entró. Mientras bajaba, se repitió que debía ser fuerte. Pero nada más verlo en el vestíbulo empezaron a flaquearle las fuerzas.
Llevaba una camisa impecablemente planchada y unos pantalones plisados, su indumentaria habitual de trabajo, menos la chaqueta y la corbata. Para ser sincera, lo cierto era que estaba increíble se pusiera lo que se pusiera. Frunció el ceño. A pesar de los momentos tan íntimos que habían compartido, en realidad no lo había visto nunca desnudo por completo. El corazón se le aceleró sólo de pensar en desvestirlo. Sería una vista tan hermosa…
Se acercaron despacio y no supo descifrar la expresión de su rostro. Brian no parecía enfadado, pero tampoco parecía alegrarse de verla.
– Hola -murmuró ella.
Brian le agarró una mano y la metió en el ascensor para librarse de la mirada curiosa del vigilante de seguridad.
– ¿Se puede saber qué pasa, Lily?
– No se a qué te refieres.
– Te llamo al hotel y no contestas. Te dejo mensajes en la oficina y no respondes. ¿Qué pasa? Si quieres cortar conmigo, al menos dímelo a la cara. No me hagas imaginármelo.
– Hemos pasado unos días maravillosos, pero…
– No voy a publicar esas fotos -atajó Brian-. Ni siquiera voy a informar de la aventura con Creighton.
– ¿No?
– ¿Qué quieres de mí, Lily? O vamos adelante con esta historia o no. De ti depende. Personalmente, creo que estamos muy bien juntos. Nunca he conocido a una mujer como tú.
– Sabes que tendrá que terminar en algún momento -murmuró ella-. Si no es por este reportaje, será por otra cosa.
– Puede. Pero puede que no. No lo sabremos si no lo intentamos. Y yo quiero intentarlo.
Lily lo miró. sorprendida por la confesión de Brian. Había dado por sentado que se estaba tomando la relación como algo mucho menos serio que ella. El instinto le aconsejaba batirse en retirada. Si seguía adelante con el reportaje contra Patterson, tendrían que enfrentarse en directo, cámaras de televisión por medio, en una discusión sin barreras. Y si no seguía adelante, podía dar por terminado su trabajo y regresaría a Chicago a la semana siguiente.
– ¿Y si te pido que te olvides de este reportaje? -pregunto Lily-. ¿Lo harías?
Brian abrió la boca para contestar, la cerró sin decir palabra. Consideró la respuesta unos segundos antes de decir:
– Creía que habíamos quedado en separar lo personal de lo laboral.
– Eso dijimos. Pero no puedo separar las cosas en compartimentos diferentes. El trabajo forma parte de mi vida y, si tú estás en mi vida, estás también en mi trabajo Y si no estás, no estás -contestó Lily. Al ver que Brian no se decía, añadió-. No me llames. Se acabó. Lo he pasado muy bien contigo, pero, desde el principio, yo no buscaba algo… serio.
– Me niego -Brian se pasó una mano por el pelo-. No, me niego a tener esta conversación ahora. No deberíamos tomar una decisión tan precipitadamente. Es demasiado pronto.
– Tengo que irme -dijo Lily-. Todavía tengo trabajo pendiente y tú tendrás que ir a los estudios de televisión esta noche -añadió y estiró el brazo para tocarlo una última vez.
– Voy a dar la noticia esta noche -anunció.
– ¿Que? Pero acabas de decir…
– Hemos montado el reportaje por la tarde. Hemos pillado a Patterson y a la directora de urbanismo saliendo de un motel juntos. Venía a decírtelo. Espero que estés preparada.
– Lo estaré -contestó Lily, alzando la barbilla.
Luego se dio la vuelta y regresó al ascensor. Punto final, pensó mientras pulsaba el bolón de llamada. Lily se trago un sollozo. Nada más abrirse las puertas, entró, rezando para que se cerraran pronto. Brian la miró un instante y, en el último segundo, se coló también en el ascensor.
– ¿Qué haces? -preguntó Lily.
– Todavía no hemos terminado.
Brian pulsó el botón de la planta veinte y el ascensor empezó a subir. Pero Lily apretó el botón de la planta baja de nuevo.
– No quiero discutir -dijo ella.
– Quizá deberíamos hacerlo -replico Brian justo antes de oírse un extraño ruido.
– ¿Que ha sido eso? -pregunto Lily cuando, de repente, se paró el ascensor.
Brian pulsó el botón de la planta veinte de nuevo, pero el ascensor no se movió ni se abrieron las puertas.
– Creo que estamos encerrados.
– ¡No! -Lily pulsó los botones de todas las plantas-. No es posible.
– Creo que sí -Brian saco el móvil-. ¿Llamas tú o llamo yo? Aunque quizá sería mejor que no llamáramos. Puede que el destino esté intercediendo. Y a mí no me gusta discutir con el destino.
Capítulo 8
Lily estaba sentada en una esquina del ascensor, con las piernas estiradas, cruzadas a la altura de los tobillos. Miró a Brian, que se había acomodado en la otra esquina y tenía los ojos clavados en sus piernas. Alzó la vista y se dio cuenta de que lo había sorprendido mirándola.
– Tienes unas piernas muy bonitas -dijo. Lily tiró de la falda, bajándolas justo hasta las rodillas.
– ¿Cuánto tiempo van a tardar en sacarnos? -murmuró.
– Sólo llevamos quince minutos -contestó Brian al tiempo que miraba la hora-. Pero espero que no tarden mucho. Más vale. Tengo que llegar a los estudios de televisión.
– Puede que el destino esté intercediendo… para que no divulgues ese reportaje.
– O puede que el ascensor necesite una revisión técnica.
No debería estar hablando con él, pensó Lily. Después de todo lo que le había dicho afuera, era un poco hipócrita actuar como si nada hubiera pasado sólo por el hecho de estar atrapados. Había puesto fin a la relación y le iba a tocar volver a hacerlo.
– Tengo hambre -murmuró-. No he cenado.
Brian sacó del bolsillo una caja de caramelos de menta.
– Esto es todo lo que tengo.
– ¿Crees que nos tendrán encerrados mucho tiempo? -volvió a preguntar Lily.
– El vigilante de seguridad ha dicho que el técnico tardará una hora en venir. Podíamos aprovechar el tiempo -Brian sonrió-. ¿Jugamos a las preguntas de nuevo?
– De acuerdo -se resignó Lily-. Dos cada uno.
– Empiezas tú.
– ¿De verdad vas a lanzar el reportaje esta noche o sólo me lo has dicho para ver como reaccionaba?
– Voy a lanzarlo… si consigo salir a tiempo. Me toca. ¿De verdad vas a acabar con lo nuestro o sólo me lo has dicho para ver cómo reaccionaba?
– Hablaba en serio -contestó Lily. Luego se quedó un rato pensando antes de formular la siguiente pregunta-. ¿Te arrepientes de algo?
– De algunas cosas, sí -Brian asintió con la cabeza.
– No me vale. Tienes que decir de qué cosas.
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