– Me arrepiento de no haberte hecho el amor nunca como de verdad quería -contesto-. ¿Y tú?, ¿te arrepientes de algo?
Lily dudó. Estaban diciendo la verdad. ¿Por que no ser sincera?
– Estaba pensando que nunca te he visto… desnudo -respondió.
– Eso tiene remedio -Brian empezó a desabrocharse la camisa y Lily comprendió que la sinceridad no había sido la opción más prudente.
– Ni se te ocurra.
– ¿Por que no? Ya que estamos encerrados, por lo menos pongámonos cómodos -Brian se quitó los zapatos y los calcetines. Lily pensó que la estaba provocando, que se detendría ahí. Pero luego siguió desabrochándose la camisa.
Se la abrió, dejando al descubierto sus pectorales, cubiertos por una mata de vello que bajaba desde la clavícula hasta más allá de la cintura. Lyly sintió un picor en los dedos, ansiosa por tocarlo. Aunque el corazón se le había acelerado, trató de aparentar calma, como si estuviese acostumbrada a ver hombres desnudos.
Brian se levantó, empezó a desabrocharse el cinturón. Cuando terminó, lo agitó con un brazo y se lo lanzó a la cara.
– Así me gusta -dijo Lily-. Ahora mira a la cámara.
– ¿Que cámara?
– La de seguridad -Lily apuntó hacia el cristal que había sobre el panel de botones-. Pueden ver todo lo que haces.
Brian sacó una navaja multiusos del bolsillo, desatornilló la cámara. Luego la metió dentro de un calcetín.
– Estamos a solas -dijo Brian un instante antes de que sonara el teléfono.
– Así que a solas -Lily rió.
– Sí, está aquí -dijo él tras contestar. Luego le pasó el móvil a Lily-. Es el vigilante.
– Señorita Gallagher, ¿está bien? La cámara de seguridad no funciona.
– Estoy bien -contestó ella. Los ojos se desorbitaron al ver que Brian se despojaba de la camisa y la tiraba al suelo-. Pero sáquenos pronto.
– Tardaremos un par de horas -contestó vigilante-. ¿Seguro que está bien? Si hace falta llamo a los bomberos. Podrían forzar la puerta y…
– No, no hace falta -interrumpió Lily, pensando de repente que quizá le apetecía quedarse. Colgó y le devolvió el móvil a Brian-. Tenemos dos horas por delante.
– En dos horas podemos hacer muchas cosas -Brian estiró una mano-. Venga. No pienso quitarme la ropa. Podemos bailar. Hay música -dijo al tiempo que la ayudaba a levantarse-. Empezamos bailando, ¿recuerdas?
Claro que se acordaba. Se acordaba perfectamente de lo bien que se había sentido entre sus brazos aquella primera vez, de cómo el baile había sido el preludio del acto de seducción más atrevido de su vida. Brian la apretó contra el pecho y, nada más hacerlo, Lily supo que había cometido un error. Se quedó sin respiración y, de pronto, la cabeza le daba vueltas y las piernas se le habían aflojado.
Apoyó una mano sobre su hombro y se movieron al compás del hilo musical del ascensor. Aunque solo hacía tres semanas que se conocían, había momentos en que tenía la sensación de que lo conocía desde siempre. Se sentía cómoda en sus brazos, como si aquel lugar le perteneciera. Lily dejó caer la cabeza sobre su hombro. Si pudieran quedarse allí eternamente, solos en el ascensor, todo estaría bien.
La música no terminaba nunca, de modo que siguieron bailando. Brian fue deslizando las manos por su cuerpo, despertando algo nuevo con cada caricia. Era inútil luchar contra el deseo. Tenían dos horas por delante. Si no se entregaba en ese momento, acabaría sucumbiendo luego.
Pero esa vez dejaría que Brian marcase el ritmo. Quería que fuese él quien llevara la iniciativa y estaba segura de que, si lo hacía, le regalaría una noche inolvidable… aunque fuese en un ascensor.
Mientras bailaban, Brian le quitó con cuidado la chaqueta y la tiró al suelo junto a su camisa. La balada que sonaba no era lo más apropiado para un espectáculo de striptease, pero los encuentros íntimos con Lily nunca habían sido convencionales. Prenda a prenda, terminaron de desnudarse, tomándose tiempo para explorar cada centímetro de piel recién expuesta.
Lily se sintió vulnerable cuando le quitó las bragas. Hasta entonces, habían llegado al sexo impulsados por el deseo. Pero esa vez era distinta: aunque quería la pasión, también anhelaba el contacto, la proximidad, tocarle el alma a ser posible.
Brian la apretó contra el pecho y la besó.
– No puedo creerme que estemos haciendo esto -murmuró ella sin aliento.
– ¿Bailar desnudos en un ascensor? Tampoco es tan extraño -la pinchó Brian.
– ¿Lo habías hecho antes?
– No -reconoció el-. Ni había hecho el amor en una limusina nunca. Ni visto un espectáculo de fuegos artificiales desde un tejado. Ni bebido champán del ombligo de una mujer.
– Eso no lo hemos hecho.
– Entonces supongo que queda pendiente para más adelante.
Lily suspiró. ¿Por qué tenía que ser tan romántico?, ¿por qué no podía ser reservado, egocéntrico y distraído como cualquier otro hombre? No había ido a Boston en busca del hombre perfecto. Sólo había querido una aventura de una noche. Y ahí estaba Brian, haciéndola sentir todas esas cosas que no quería sentir, haciéndola creer en el amor.
Le puso una mano debajo de la barbilla y le levantó la cara para que lo mirase a los ojos. Y volvió a besarla, con dulzura al principio, luego con más convicción. Un instante después, la chispa del deseo había estallado y se estaban devorando los labios fogosamente. Siempre había sido así entre ellos: primero, delicadeza, luego pasión desbordada.
Lily gimió mientras Brian trazaba un reguero de besos del cuello a sus pechos. Le lamió un pezón hasta tenerlo erecto y fue a por el otro pecho, Lyly echó la cabeza hacia atrás y disfrutó del temblor que estremecía su cuerpo. Pero Brian no se detuvo en los senos. Bajo hacia la cintura, y todavía siguió descendiendo para hacerle el amor con la lengua.
Lily sintió una sacudida y, por un momento, las rodillas se le aflojaron. No podía pensar, no podía hablar, no podía seguir de pie, pero era consciente de todas las sensaciones que la invadían. Brian siempre había sabido darle placer.
Pero esa vez estaba yendo despacio, acercándola al abismo poco a poco. Lily jadeaba con dificultad, apoyada contra la puerta fría y metálica del ascensor. Abrió los ojos y lo vio sacar un preservativo de la cartera.
Aunque no hubiese podido protegerse, Lily habría sido incapaz de resistirse. En aquel instante necesitaba sentirlo dentro, necesitaba el calor, la erección, la capitulación definitiva. Necesitaba asegurarse de que lo que sentía era de verdad. Brian le entregó el preservativo tras sacarlo del paquete y la dejó que lo enfundara. Mientras lo desenrollaba a lo largo del miembro, Brian cerró los ojos y suspiró.
Cuando volvió a abrirlos, Lily observó una mirada en sus ojos que la volvió a estremecer.
Brian la deseaba y nada se interpondría en su camino. La levantó en brazos, poniéndole las piernas alrededor de la cintura, y luego la empujó contra una pared del ascensor.
– No tienes que pedir permiso -murmuró ella al ver que Brian esperaba unos segundos-. Lo deseo tanto como tú.
Palpó su húmeda entrada y luego, muy despacio, la penetró. La sensación de tenerlo dentro era más de lo que podía soportar. Ni siquiera en la limusina había sentido un placer tan intenso. Lily gruñó y se movió hasta que le tocó el punto más erógeno.
Brian se movía a un ritmo lento, pero Lily estaba tan cerca del precipicio que con cada arremetida corría el riesgo de caer. Murmuró su nombre, pero no supo si Brian la había oído. Le acarició el pelo, volvió a buscar sus labios. Lo besó con desesperación y, entonces, de repente, sintió una tensión entre las piernas que la convulsionó de pies a cabeza. Una marea de placer la inundó y, un segundo después, Brian se unió a ella, empujando una última vez con las fuerzas que le quedaban.
No entendía cómo podía seguir de pie, sujetándola, pero todavía alcanzó a besarla de nuevo antes de posarla en el suelo. Luego, mirándola a los ojos, dijo:
– Estoy enamorado de ti.
– No digas eso -Lily le puso un dedo en los labios.
– Tengo que hacerlo. Es lo único que sé con seguridad ahora mismo. Eso y que no quiero que esto acabe. No espero que tú sientas lo mismo, pero quería que lo supieras.
Se quedaron en silencio y, por un momento, le entraron ganas de confesar que le correspondía. ¡Seria tan fácil decirle que lo quería! Pero ya había pronunciado antes esas palabras y al final se le habían vuelto en contra y había salido herida.
– Todo tiene que terminar en algún momento -murmuró Lily.
Fue el momento de dejarse caer al suelo del ascensor y sentarse sobra las prendas desperdigadas. Lily se acurrucó contra el cuerpo desnudo de Brian, el cual le acarició un brazo en un gesto conmovedoramente posesivo. Después agarró su camisa y la cubrió para que no se resfriara.
Permanecieron en silencio, ensimismados en sus pensamientos. Lily no sabía qué decirle. Estaba confundida. Quizá sí que lo amaba y no se había dado cuenta. O quizá quería amarlo, pero va no era capaz de confiar. O podía ser que sólo fuera sexo y nada más.
¿Cómo podía estar segura de si lo quería?.¿Había hablado Brian en serio o había sido una reacción a lo que acababan de compartir? La cabeza no paraba de darle vueltas. Lily cerró los ojos en busca de alguna respuesta, de cualquier respuesta.
De pronto, el ascensor se movió, dio un tirón y se puso en marcha. Miro hacia las luces que había encima de las puertas y advirtió que estaban bajando. Pegó un gritito y corrió a recoger la ropa. Brian le acercó la blusa y la falda, pero Lily tuvo que guardarse la ropa interior en el bolso.
Entonces, horror, el ascensor se paró y se abrió en el vestíbulo. Se encontraron cara a cara frente al técnico de mantenimiento, que los miró con la mandíbula desencajada.
– Están bien, Barney -le gritó a un compañero.
Brian, totalmente desnudo todavía, sonrió y se giró un poco para cubrir el cuerpo de Lily.
– Estamos mejor solos -dijo al tiempo que pulsaba el botón de cerrar las puertas.
– Bueno, al final llegarás a tiempo para lanzar el reportaje esta noche -dijo ella mientras se abotonaba la blusa a todo correr-. Si te das prisa, llegarás a la tele con tiempo de sobra.
– No.
– Pero creía que…
– Sólo lo dije para ver cómo reaccionabas. Todavía no estoy preparado -dijo y volvió a besarla-. Recuerda lo que te he dicho, Lily. Piensa en ello. Estaríamos muy bien juntos.
Un aluvión de periodistas se había reunido junto a la obra. Brian reconoció furgonetas de otros tres canales de Boston y miró por la ventana mientras sus colegas charlaban entre sí. Era el día señalado para poner la primera piedra del proyecto portuario. Aunque no era un hecho tan destacado, las redacciones andaban escasas de noticias y habían decidido darle cobertura a aquel acto simbólico.
Habían pasado tres días desde la última vez que había visto a Lily, la tarde que se habían quedado atrapados en el ascensor. Después de lo que había ocurrido, estaba más seguro que nunca de que estaban hechos el uno para el otro. Pero convencer a Lily parecía imposible.
Maldijo a los hombres que la habían vuelto tan desconfiada. Aunque nunca le había hablado de su pasado, era evidente que le habían hecho daño, y más de una vez. Por otra parte, él ya le había confesado lo que sentía, de modo que todo estaba en manos de Lily.
– ¿A qué hora se supone que empieza? – preguntó Brian.
– A las tres en punto -contestó Taneesha-. ¿Por qué estamos aquí? Creía que ya tenías montado el reportaje.
– No estoy satisfecho del todo -contestó él-. Falta algo.
– ¡Anda! -exclamó Bob al volante-. ¿Y esto?
Brian miro por la ventana y vio una cola de vehículos entrar en la zona de la obra. Cuando se pararon, bajaron cinco o seis personas de cada coche, cada una con una bolsa de basura y una pancarta.
– Una manifestación -Brian sonrió-. Igual merece la pena cubrirla.
– ¿Quiénes son? -preguntó Taneesha-. ¿Qué hacen con las bolsas?
– Son pescadores y trabajadores del muelle -Brian reconoció una mata de pelo canosa-. ¡Si está mi padre! Preparaos, puede ser interesante -añadió al tiempo que salía de la furgoneta.
Brian se abrió hueco entre las pancartas de los manifestantes, todas con mensajes de rechazo al proyecto de Patterson. Alcanzó a su padre justo cuando Seamus Quinn estaba arengando a un grupo de trabajadores del muelle.
– ¡Papá!
– ¡Hola, chaval! ¿Has venido para sacarnos en la tele? Asegúrate de sacar mi perfil bueno – dijo Seamus, sonriente. Luego agarró el brazo de un hombre-. Deberías hablar con Eddie. Trabajó en un barco pesquero por aquí. el Maggie Belle. Un viejo amigo.
– ¿Qué hay en las bolsas de basura? -preguntó Brian tras intercambiar saludos con Eddie.
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