– No te preocupes.

– No hagas ninguna tontería, ¿de acuerdo? – le advirtió su hijo-. No tengo tiempo para ir a la comisaría a sacarte de la cárcel.

La multitud empezó a gritar y Brian se giró hacia dos limusinas negras que iban levantando polvo por la carretera. Los periodistas se apiñaron para recoger la salida de Richard Patterson. Pero Brian esperaba a otra persona. Lily se apeó de la segunda limusina y frunció el ceño ante el bullicio de los manifestantes y periodistas.

Brian sintió una ligera presión el pecho. No le gustaba como empezaban las cosas. Los manifestantes parecían un poco exaltados y los periodistas estaban más interesados en ellos que en Patterson. Trató de entablar contacto visual con Lily. pero esta se había pegado a su jefe y le susurraba algo al oído. Luego se dirigieron a la pequeña plataforma que habían instalado en el embarcadero.

– ¡Arriba el puerto! -empegó a corear la multitud-. ¡Abajo el proyecto Wellston!

Lily se obligó a sonreír mientras se situaba frente al micrófono. Pero, al ir a presentar a Patterson, se desencadenó la batalla. Algo voló sobre la multitud y cayó en la plataforma. En seguida, empezaron a lanzarse más objetos contra Patterson. Sólo entonces advirtió Brian que le estaban tirando peces muertos y, a juzgar por el olor, podridos desde hacía unos días.

– Vuelve a la furgoneta -le gritó a Bob-. Taneesha, sigue grabando.

Brian se abrió paso entre los manifestantes mientras estos invadían la plataforma. Los periodistas se retrasaron por miedo a recibir el golpe de algún pescado. Richard Patterson ya había desaparecido tras un muro de guardaespaldas, pero había dejado a Lily sola, para que se defendiera como pudiese.

– Ven -le dijo cuando llegó a ella. que todavía intentaba aplacar los ánimos de la multitud-. Tienes que salir de aquí.

– ¡No!

Brian maldijo, se agachó y la levantó en brazos. Sin darle tiempo para reaccionar, enfiló hacia la furgoneta, donde Bob los esperaba con la puerta abierta.

– ¡Bájame! -exigió Lily, pataleando-. ¡Puedo controlar la situación!

– Ni loca -contestó Brian.

– ¡Brian, suéltala! -gritó Seamus antes de que alcanzaran la furgoneta-. No te hagas el héroe. Ya sabes lo que pasa.

Brian no hizo caso a su padre ni al pescado que le golpeó en un hombro. Otro pescado aterrizó un segundo sobre la cabeza de Lily.

– ¿Se puede saber qué haces? -exclamó ella una vez dentro de la furgoneta.

– Salvarte el pellejo.

– No pienso dejar que me intimiden -replicó Lily-. Si de verdad quieres ayudarme, ¿por qué no has llamado a la policía para que dispersen la manifestación?

– No había tiempo.

– Seguro que te lo estás pasando bomba – contestó ella-. Para ti será un notición.

– ¿Crees que quería rescatarte? -preguntó Brian irritado-. Antes me pondría un ancla en el cuello y me tiraría al fondo del mar. Ahora tengo que casarme contigo.

– ¿Qué? -preguntó anonadada Lily.

– La maldición -Brian se mesó el cabello-. Te he salvado la vida, se acabó. Ya no hay marcha atrás.

– No digas tonterías. No me has salvado la vida. Nadie se muere porque le caiga un pescado podrido.

– Bueno, pero te he salvado de una situación peligrosa. Más de una vez. Cinco o seis si llevo bien la cuenta.

– ¿Y por eso tengo que casarme contigo? Estás loco.

– No depende de ti ni de mí -contestó él-. Es la maldición de los Quinn. Ya está decidido.

– Eh… -Bob carraspeo-. ¿Queréis que os deje solos?

– Aunque no me parece tan mala idea – continuó Brian sin hacer caso al conductor-. No negarás que hay algo entre nosotros. Y algo más que una mera atracción sexual.

– Te equivocas. Y sabes que estás equivocado -Lily negó con la cabeza-. A ti lo que te gusta es la conquista. Vas detrás de mí igual que vas detrás de una noticia. Pero una vez me conquistes, te fijarás en otra mujer, cualquier mujer más guapa o más interesante, alguien que consiga retener tu atención más tiempo que yo.

– No es verdad.

– Si, definitivamente, os dejos solos -Bob abrió la furgoneta.

– ¡No! -gritó Lily-. Soy yo la que se va – añadió justo antes de escabullirse y saltar fuera para echar a correr entre los manifestantes hacia la segunda limusina.

Brian la miró, dispuesto a acudir en su ayuda si alguien intentaba detenerla. Pero los manifestantes parecían darse por contentos con haber saboteado el acto y se limitaron a lanzarle insultos. Nada más entrar en la limusina, el conductor arrancó, pisando a fondo el acelerador.

– ¿Acallas de pedirle que se case contigo? – preguntó Bob.

– No -contestó Brian.

– ¿Estás seguro?

– Le he dicho que me iba a casar con ella – matizó-. No se lo he pedido. Hay una diferencia.


– Ha sido un desastre -dijo Lily-. Pescados podridos por todas partes. Ha salido en todos los medios. Y en la página nueve del Herald había uno foto de mi trasero.

Lily agarró el periódico mientras paseaba arriba y abajo por el despacho. Tras el espantoso acto del día anterior, había tenido que improvisar para lavar la imagen corporativa. Había emitido un comunicado a la prensa en el que destacaba la firme convicción de Patterson sobre el derecho de los pescadores a manifestarse, aunque continuaba decidido a seguir adelante con el proyecto Wellston. Había respondido las preguntas de numerosos periodistas y había analizado el tratamiento que los medios de comunicación habían dado a lo que había sucedido.

– No será tan horrible -contestó Emma-. Siempre tiendes a exagerar cuando estás disgustada.

– Me levantó en brazos y me sacó de la plataforma -murmuró Lily.

– ¿Patterson?

– No, Brian Quinn. Fue… humillante. El Herald sacó una foto y ha salido en todas partes. Dos canales grabaron la escena y la van a poner… y no sólo en informativos. En programas de humor -rezongó Lily-. Pero eso no es lo peor.

– ¿Todavía hay algo peor?

– Creo que quizá me ha pedido que me case con él. No estoy segura. O sea, no fue una declaración convencional. Me plantó en la furgoneta y me dijo que teníamos que casarnos.

– A ese tío le falta un tornillo. Primero te agarra como un cavernícola y luego te pide que te cases con el. Lily, ¿me puedes explicar qué ves en un hombre así?

– En realidad no es así -contestó Lily-. Normalmente es muy dulce y considerado. Pero también es peligroso. Y divertido… Y es inteligente, muy inteligente.

– Suena a que estás enamorada.

– Lo que estoy es confundida… y puede que un poco enamorada.

– ¿Sólo un poco?

– Sí -reconoció Lily-. O quizá esté enamorada de la idea de estar enamorada. Ha sido una relación tan intensa. No creía que pudiese ser tan apasionada. Pero mi parte racional me dice que eso se apagará con el tiempo y entonces descubriré que no estoy enamorada. O puede que no se apague, pero sea él el que descubra que no esta…

– No le des tantas vueltas -atajó Emma-. ¿Estas o no estás enamorada?

– Ya he escrito mi carta de dimisión -dijo Lyly, obviando la pregunta de su amiga-. Aquí ya no me respetarán. Me he convertido en una diana para hacer chistes.

– Lily, no te precipites. No reacciones impulsivamente. ¿No es lo que siempre les dices a tus clientes? Tómate algo de tiempo, espera a ver cómo se desarrollan las cosas. Quizá no sea tan terrible como piensas.

– Te aseguro que la fotografía de mi trasero es espantosa -contestó Lily tras mirar el periódico un segundo-. Si quieres venir a Boston, creo que puedo convencer a Patterson para que siga contando con DeLay Scoville. Y, de ese modo, quizá salve mi trabajo en la agencia. Si no, tendré que abrir la prestigiosa empresa de Relaciones Públicas Gallagher y llevaré una dieta de sándwiches de crema de cacahuete.

Golpearon con suavidad a la puerta y Marie asomo la cabeza.

– El señor Patterson quiere hablar contigo – susurró preocupada la ayudante.

– Gracias, Marie -Lily animó a la chica con una sonrisa. Luego devolvió la atención a Emma-. Tengo que colgar. Reunión con el jefe. Deséame suerte.

– No la necesitas. Ya verás cómo todo sale bien.

Lily se despidió. Luego se levantó y echo un último vistazo al despacho. Ya había reunido los pocos objetos personales que había llevado y los había metido en una bolsa, por si acaso. Pero, mientras salía del despacho, se sentía curiosamente tranquila.

Era como,si todo formase parte de un plan cósmico. Según Brian, habían estado destinados a estar juntos desde que sus vidas se habían cruzado. Pero no era más que una fantasía. Era demasiado sincera como para engañarse.

– Señorita Gallagher, ¿va todo bien? -le preguntó Marie.

– No creo. Pero no te preocupes. No es culpa tuya.

Lily fue al ascensor y esperó a que llegara. Pero nada más entrar, comprendió que debía haber subido por las escaleras. No pudo evitar recordar el rato que había pasado atrapada allí dentro con Brian. ¿Cómo podía haber accedido a hacer el amor en un ascensor?

Pero, cuando las puertas se abrieron, pareció como si se hubiera quedado paralizada. Se acordó de lo que Brian le había dicho. Todavía no podía creérselo. ¿De verdad la quería o sólo se había declarado llevado por la pasión del momento?

Salió por fin y la señora Wilburn la recibió con frialdad, sin molestarse en ofrecerle un café ni sonreír. La cara de Patterson tampoco era amigable. Nunca la habían despedido antes, pero toda vez que había aceptado su destino, se sentía tranquila.

– Señorita Gallagher, siéntese, por favor.

– Prefiero quedarme de pie -contestó ella-. Dígame.

– Está bien -Patterson asintió con la cabeza.- No vamos a seguir necesitando sus servicios. Después de la fotografía del periódico, no creo que la puedan seguir tomando en serio. Y tengo la sensación de que su relación con Brian Quinn no está jugando a mi favor. He llamado a su jefe y le he dicho que puede quedarse con la mitad del cheque por los adelantos. Me ha pedido que le diga que espera verla mañana por la mañana en su despacho.

– Señor Patterson, sé que no he sido muy eficiente, pero DeLay Scoville puede ayudarlo de todos modos. Tenemos una plantilla muy cualificada. Si nos da la oportunidad, puedo recomendarle a otra asesora especializada en relaciones públicas.

– No hace falta. Ya me he puesto en contacto con una empresa de Nueva York.

Ante eso. Lily comprendió que sería inútil seguir discutiendo. Patterson ya había tomado una decisión.

– De acuerdo. Recogeré mis cosas. Pero me gustaría poder decirle a Marie que sigue trabajando aquí.

– Puede hacerlo -dijo él.

– Gracias -Lily se giro, salió y bajó las escaleras hacia su despacho. Hizo una pausa en el rellano y tomó aire-. No ha ido tan mal. Supongo que a todos nos despiden alguna vez en la vida.

Ya sólo le quedaba averiguar si podría conservar el trabajo en la agencia. De no ser así, se le abría un mundo nuevo de posibilidades.

Capítulo 9

– Se ha ido.

Brian se sentó en el brazo del sofá del apartamento de Sean y Liam. Todavía no se lo creía. Todo había sido tan rápido, que aún no había tenido tiempo para reaccionar.

– ¿Le has dejado un mensaje? -preguntó Liam.

Su hermano pequeño estaba tumbado en el sofá, con una cerveza en la mano y una bolsa de patatas fritas sobre el vientre. Sean ocupaba una silla v tenía los pies apoyados sobre la mesa de café. Aunque Ellie no solía separarse de Liam, esa noche había ido a un seminario en Hatford y había dejado a los tres hermanos solos de nuevo.

– No está aquí -explicó Brian-. Se ha ido. Ha desaparecido.

– Creo que yo también me marcharía -dijo Liam, apuntando hacia el ejemplar del Herald que Sean había dejado en la mesa-. No es una foto muy favorecedora que digamos. ¿Qué clase de objetivo estaba usando ese fotógrafo? Parece que tiene un trasero más grande que el estadio de béisbol de Fenway.

– Cállate, tiene un trasero bien bonito.

– Solo digo que el objetivo lo hace parecer más grande. Y las sombras realzan…

– Cierra la boca -Sean le lanzó una almohada a Liam-. ¿No ves que nuestro hermano está disgustado? ¿Qué vas a hacer? -le preguntó a Brian.

– Creía que ya lo tenía decidido -murmuró este-. Había pensado abandonar el reportaje. Bueno, no exactamente. Cederle mis notas a un periodista nuevo de redacción. Quería decírselo a Lily y, cuando la llamé al despacho, la recepcionista me informó de que ya no trabajaba ahí. Luego llamé al hotel y también se había ido.

– Esa suerte que tienes -dijo Sean-. Parece que te has librado de la maldición de los Quinn.

– No lo creo. Estoy enamorado de ella – Brian cerró los ojos-. Sé que sólo hace un mes que la conozco, pero tengo claro que la quiero en mi vida.