¿De veras quería arrojarse en brazos de un desconocido para satisfacer un capricho? Brian pasó las manos sobre el corpiño del vestido, le agarró las caderas y la apretó contra el cuerpo. Sí, gritó el cerebro de Lily. Por supuesto que era lo que quería.

Al colocarla debajo, la amplia falda del vestido se arrugó, creando una barrera tan eficaz como un cinturón de castidad. Brian cesó en su frenética exploración.

– ¿Que escondes ahí? -preguntó y Lily soltó una risilla.

– De haber sabido que iba a terminar la noche le así, habría elegido otro vestido -contestó ella. Algo más corto, con botones por delante, pensó.

Brian sonrió, miró por la ventana.

– El Jardín Público -murmuró-. Ahora nos acercamos a una estatua de George Washington.

– Olvídate de las vistas -dijo Lily, tirándolo de la camisa hacia abajo-. Ya tendré tiempo de verlas.

– ¿Intentas seducirme, Lily? -preguntó él, posando la vista en sus labios.

– Si tienes que preguntarlo es que no lo estoy haciendo muy bien -Lily suspiro-. La verdad es que nunca había seducido a un hombre antes.

Brian le acarició una mejilla, luego deslizó la mano hacia el cuello.

– Créeme: lo estás haciendo muy bien -dijo mientras metía los dedos bajo el tirante del vestido. Jugueteó con él un momento y lo apartó del hombro-. Dime qué quieres -murmuró justo antes de apretar la boca contra su clavícula.

– Eso me gusta -dijo Lily. Brian bajó la mano hasta que los dedos rozaron la curva de sus pechos-. Y eso también -añadió ella, conteniendo la respiración.

– Dime -Brian paseó los dedos sobre el vestido, subiendo y bajando en una caricia perezosa.

Lily cerró los ojos y se arqueó hacia arriba, apoyándose sobre los codos. De pronto ya no era ella la que llevaba las riendas de la seducción.

– Tócame -susurró.

Sintió las manos de Brian alrededor de la cintura. Luego la incorporó y la sentó en el asiento situado enfrente. Cuando consiguió echarle a un lado la falda, le agarró un pie.

– Empezaba a preguntarme si tenías piernas debajo -dijo mientras le quitaba el zapato izquierdo y le másajeaba el pie.

Lily emitió un gemido delicado, se recostó contra el respaldo. Al pedirle que la tocara, no había pensado en un másaje. Pero la sorprendió lo sensual que resultaba sentir sus pulgares sobre el arco del pie. Sobre todo, cuando puso el pie entre sus piernas y subió las manos hacia la pantorrilla.

El pie reposaba sobre un lugar muy íntimo y, con cada movimiento de Brian, se frotaba contra su creciente erección. Lily nunca había tomado la planta del pie como un punto erógeno, pero cuando notó las manos de Brian por los muslos, supo que este le enseñaría unas cuantas cosas.

Se preguntó hasta dónde llegarían… si es que no llegaban hasta el final. Dado que no podía ver lo que le estaba haciendo por debajo del vestido, cerró los ojos y disfrutó de la sensación de sus palmas cálidas sobre la piel. Cuando se deslizó hacia la cara interior de los muslos, contuvo la respiración.

– Mira eso -dijo él y Lily abrió los ojos-. El Ateneo de Boston y el Cementerio Antiguo. Hay muchos soldados famosos enterrados ahí… Me encanta la ropa interior negra -añadió cuando llegó al elástico inferior de las bragas.

Metió los dedos, tiró hacia abajo con suavidad. Lily cambió de posición para que se las sacase del todo. Después se echó hacia adelante, pero, de nuevo, el vuelo de la falda se interpuso entre ambos. Se puso de rodillas delante de él. Aunque se había quitado la chaqueta y la corbata, seguía con la camisa abrochada hasta el cuello. Lily empezó a desabotonarla.

Después de abrirla, plantó las manos encima del torso, firme y musculoso. Luego besó la ligera mata de vello. Fue descendiendo hacia el ombligo. Pero al llegar a los pantalones, Brian le retiró las manos.

– ¿Estás segura de esto, Lily?

Ella sonrió. No necesitaba hacerse el caballero, pero se alegraba del intento.

– No hay nada malo… -Lily volvió a echar mano al botón de los pantalones- en que dos adultos que consienten compartan… sexo -finalizó tras bajarle la cremallera.

La mayoría de los hombres soñarían con una afirmación así. Lily nunca había imaginado que pudiera decir tal cosa. Pero estaba cansada de relaciones. ¿Por qué no disfrutar un poco? Siempre había querido sacar más de donde sólo había atracción física y había acabado decepcionada.

Lily sabía que Brian Quinn no la decepcionaría. Esa noche no. Y, después, no le daría la oportunidad. Cada uno iría por su lado, satisfecho con el placer que habían dado y recibido.

– ¿Nunca te has dejado llevar por el momento? -preguntó ella.

– Sí -contesto él sonriente-. Creo que me está pasando ahora mismo.

Alcanzó la cremallera de la espalda y tiró de ella. Después sentó a Lily sobre su regazo, cara a cara, colocándole las rodillas a ambos lados de las piernas. Luego le desenganchó el sujetador y lo tiró.

Estiró una mano para apagar la luz, de modo que la única iluminación que se filtraba a través de los cristales tintados de la limusina era la del exterior. Brian exploró su cuerpo con las manos y los labios. De vez en cuando le apartaba algo de ropa para tocar piel desnuda, pero ambos seguían medio vestidos, manteniendo una barrera contra la rendición definitiva.

Lily le rodeó la nuca mientras Brian metía la mano bajo el vestido. Le había quitado la ropa interior y estaba desnuda bajo la falda. Lily le bajó los pantalones. Cuando echó mano a los calzoncillos, Brian le susurró que parara. Buscó la chaqueta al tiempo que ella se giraba hacia el bolso. Lily se adelantó y él sonrió aliviado al ver el preservativo.

– Por un momento, pensé que tendríamos que hacer un alto en una farmacia.

Lily se levantó, anticipando la sensación de tenerlo dentro. Luego bajó despacio hasta notar la punta caliente entre las piernas húmedas. Brian gimió, le agarró las caderas y controló el ritmo de Lily hasta que se hubo hundido por completo.

Hacía unas pocas horas que lo había conocido y, de pronto, estaban haciendo el amor en el asiento trasero de una limusina. Sólo pensarlo la hacía estremecerse de deseo. De eso se trataba: sexo puro y duro, la necesidad de estar con un hombre, de sentirlo dentro hasta alcanzar la liberación.

Pero, mientras se movían, no pudo evitar pensar que había algo especial en aquella intimidad tan espontánea. Quizá se hubiera enamorado un poco de Brian durante la velada. Era dulce, sexy, divertido. No podía haber elegido a un hombre mejor para esa pequeña aventura.

Le acarició la cara. Brian abrió los ojos, le sostuvo la mirada y empezó a aumentar la velocidad. Lily observaba sus reacciones, la expresión de su rostro, al principio relajado, cada vez más excitado. La subía y bajaba con las manos hasta que, de repente, se frenó. Sin previo aviso, la agarro por la cintura y se echó hacia adelante hasta tumbarla sobre el asiento. La besó.

Era tan delicado con ella que, cuando metió la mano bajo la falda y la tocó, Lily supo que no se contentaría con conseguir su propio placer. Empezó a moverse de nuevo mientras la acariciaba. Lily sintió un calambrazo, el cuerpo se le tensó.

Cerró los ojos y se concentró en las sensaciones que recorrían sus miembros. Estaba a punto de traspasar el límite y no pararía hasta liberar la presión que sentía entre los muslos. Echó las caderas hacia arriba, acogiendo cada arremetida de Brian, retándolo a que tomara todo lo que le ofrecía.

Pronunció su nombre en un susurro, no una vez, sino dos, suplicándole que le diera más.

– Ven… ven conmigo -gruñó Brian, labio contra labio-. Ya…

Entonces, como si hubiese estado esperando la invitación, Lily sintió que el cuerpo explotaba en un estallido orgásmico. Gritó, luego sintió la descarga de Brian, que la penetró una última vez y se apretó a ella, finalmente, mientras terminaban los espasmos.

Después se desplomó. Cayó encima de ella, se echó a un lado y la agarró por la cintura para apretarla contra su cuerpo. Luego se quedaron en silencio.

– ¿Estás bien? -le preguntó ella cuando recuperaron el aliento.

– No puedo creer lo que acabamos de hacer. Yo nunca… bueno, nunca había hecho algo así.

– Me cuesta creerlo -Lily esbozó una sonrisa precavida.

– Pues créelo -dijo él, frotándole el cuello con la nariz-. Ha sido increíble. Has estado… impresionante.

Lily arrastró los dedos sobre el cabello de Brian y lo besó. Nunca se había sentido tan plenamente satisfecha y, en otras circunstancias, se habría pasado una semana entera haciendo el amor con Brian Quinn en la limusina. Pero se había hecho una promesa y la mantendría. Una aventura de una noche era eso: una aventura de una noche.

De repente, se arrepintió. Quizá no hubiera sido una buena idea. Después de lo que habían compartido, no quería marcharse sin más. Brian Quinn era un hombre estupendo. Y, si no se equivocaba, estaba disponible. Tragó saliva. No era momento de cambiar de planes.

– Creo que todavía me quedan dos preguntas, ¿no? -murmuró él.

– No sé -dijo Lily-. He perdido la cuenta.

– Bueno, ¿y ahora qué? -Brian le acarició un hombro-. No podemos dar vueltas en la limusina toda la vida. Se va a acabar la gasolina.

– Por mí seguimos hasta que se acabe -dijo ella, mirándolo a la boca.

– Podríamos ir a mi casa. O a la tuya -sugirió Brian.

De nuevo, Lily se tuvo que obligar a recordarse sus intenciones iniciales. Se incorporó, se arregló el vestido, echó mano a la cremallera, Brian le dio la vuelta y se la subió mientras le acariciaba un brazo con la mano libre.

El contacto le provocó un escalofrío, pero lo disimulo agachándose por la ropa interior y los zapatos. Guardó las bragas y el sujetador en el bolso, se calzó. Luego pulsó el botón del interfono:

– Por favor, llévenos de vuelta al Copley Plaza -le indicó al chófer. Después miró a Brian a la cara. Por un momento, se quedó embelesada con el color de sus ojos-. Seamos sinceros: esto ha sido sexo, lujuria. Y ha sido maravilloso. Toda una experiencia. Pero no tiene por qué ser más. No espero que lo sea.

– Pero al menos deberíamos…

– ¿Qué?, ¿debería darte mi teléfono? Puede que llames, pero puede que, después de pensártelo un par de días, decidas que es mejor dejar las cosas tal cual. Pero si te doy mi número, puede que espere tu llamada y, si no me llamas, me sentiré dolida. O puede que volvamos a vernos y que nos demos cuenta de que entre nosotros no hay… nada más que esto. O quizá descubramos que tenemos un montón de cosas en común y hasta empezamos a salir juntos. Pero tú acabarás aburriéndote o yo te exigiré demasiado. nos pelearemos y acabaremos odiándonos -Lily tomó aire antes de seguir hablando y sonrió-. Así que quizá sea mejor que no te dé mi teléfono y nos ahorramos dolores de cabeza.

Brian se abrochó los pantalones, se subió la cremallera, alcanzó la chaqueta.

– Lily, no creo…

Lily le puso un dedo en los labios, lo besó y le rodeó la nuca.

– Lo he pasado muy bien, corazón.

– Yo también, cariño -murmuró él, reticente a conformarse-. Pero eso no significa que…

– Sí, sí significa.

El coche se detuvo. Lily miró por la ventanilla, sorprendida al ver que ya estaban de vuelta en el hotel. Brian la agarró y la besó otra vez, en un nuevo intento de hacerla cambiar de opinión.

– Deja que por lo menos intente convencerte -susurró. Pero Lily se apartó, negando con la cabeza-. En fin, supongo que no volveré a verte.

– Supongo que no -Lily sonrió-. Lo he pasado muy bien, Brian.

Este la miró a los ojos. Luego se encogió de hombros y se acercó a la puerta.

– Buenas noches, Lily.

Acto seguido abrió la puerta y salió. Por un momento, Lily pensó que se volvería a decirle algo. Pero se limitó a cerrar. Se quedó mirándolo mientras se alejaba por la acera. Después, suspiró, se dejo caer contra el respaldo del asiento y se llevó una mano al pecho.

– ¿Qué he hecho?

– ¿Señorita Gallagher?

– Lléveme al hotel, por favor -le pidió ella, sobresaltada por la voz del chófer, tras pulsar el botón del interfono.

Mientras la limusina doblaba la curva, Lily cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás. No era momento de ponerse a dudar. Había ido a Boston para hacer un trabajo y, cuando terminara, volvería a Chicago. Y se llevaría un recuerdo increíble de un encuentro espontáneo y apasionado para que le hiciese compañía por las noches.

Apoyó las manos sobre el asiento y tocó con los dedos la pajarita de Brian.

– Sexo del bueno -murmuró mientras la acariciaba-. Eso ha sido todo -añadió. Pero su voz no sonó convencida.


– ¿No haces el telediario de esta noche? Brian se sentó en un taburete junto a su hermano gemelo, Sean, y saludo con la mano a su padre, al otro lado de la barra. El Pub de Quinn estaba relativamente vacío para ser un domingo por la tarde. Algunos clientes habituales estaban al fondo, jugando al billar, y una pareja estaba en una de las mesas próximas a la barra. Por los altavoces sonaba una suave balada irlandesa.