– ¿Haces el telediario de esta noche? -le preguntó Seamus tras acercarse con el mandil puesto.

– Sí. A las once. Tengo que estar en el estudio a las siete. Me apetecía comer algo antes.

– Tenemos coles. Te sirvo un plato.

– No, mejor una hamburguesa con queso, sin cebolla. Y un refresco sin burbujas, no me vaya a entrar hipo.

– ¿Por?-Seamus enarcó una ceja.

– Tengo que leer las noticias. No puedo arriesgarme a estar con hipo.

Seamus le acercó el refresco, luego apuntó el pedido y fue a la cocina a encargarle a Henry la hamburguesa.

Brian y Sean se quedaron en silencio, mirando sus bebidas. No necesitaban hablar. Desde que habían nacido, compartían un lenguaje secreto, una capacidad especial para adivinar el estado de ánimo del otro o lo que estaban pensando. Aunque Sean no solía abrirse con los demás hermanos, cuando estaba a solas con Brian sí podía sincerarse.

Brian sabía que todos pensaban que Sean era tímido y reservado. Pero también sabía que su hermano utilizaba una fachada de indiferencia para ocultar su sensibilidad. Se protegía tras una armadura y permitía a muy pocas personas que miraran dentro.

De todos los hermanos Quinn, Sean había sido el que había llevado peor la infancia que le había tocado. Se había rebelado contra las circunstancias. Nunca había aprendido a confiar y se había vuelto un hombre solitario. Había dejado el cuerpo de policía y se había hecho detective privado para poder trabajar a su aire.

– ¿Qué tal el trabajo? -preguntó Brian.

– Ni bien ni mal.

– Creía que habías pillado un buen pellizco con el caso ese de Liam, Eleanor y ese tal Pettibone.

Meses atrás, un banco de Manhattan había contratado a Sean para que resolviese un caso de malversación y este había pedido ayuda a su hermano Liam, al que le había encargado que vigilara a la sospechosa. Liam se había enamorado de ella. Después de limpiar su nombre y demostrar su inocencia, Eleanor Thorpe y Liam habían seguido viéndose y habían anunciado su compromiso el día después de la boda de Brendan y Amy, a principios de mayo.

– Lo pillé -dijo Sean-. Pero me lo he pulido con las costas de otro caso grande. A mi cliente rico no le ha gustado lo que he descubierto. Resulta que su mujer lo estaba engañando. Y ha decidido no pagarme los honorarios. He tenido que contratar a un abogado y presentar una denuncia.

– Vaya -lamento Brian-. Ojalá pudiera echarte una mano.

– Estoy bien -contestó Sean-. Liam está ganando dinero últimamente. Está pagando el alquiler del apartamento… por una vez. Seguirá con Ellie hasta que se muden a finales de verano. Hasta entonces no tendré problemas.

– ¿Cómo llevas lo de vivir con los dos?

– Le gusta limpiar -dijo Sean, encogiéndose de hombros, en alusión a Ellie-. Es un poco maniática con la tapa del váter. Y le agradecería que no dejara colgando… sus trapitos íntimos por todo el baño.

– Ya, supongo que pueden distraerte -murmuró Brian, recordando al instante el sujetador y las braguitas negras de encaje a juego de Lily Gallagher. Respiró profundamente y se sacó la imagen de la cabeza. Llevaba todo el día pensando en Lily y ya era hora de parar. Sí, era guapa e interesante y habían pasado una noche inolvidable; pero no debía concederle más importancia de la que tenía.

– Le gusta cocinar. Siempre hay restos en la nevera -continuó Sean después de un sorbo de Guinness-. Entre eso y, cuando vengo al pub, me estoy ahorrando un montón de dinero en comida.

Brian asintió con la cabeza. Miró hacia el fondo de la barra y captó las miradas de dos rubias despampanantes. Una de ellas lo saludó con la mano. En cualquier otra circunstancia, Brian le habría devuelto el saludo. Pero, tras su experiencia con Lily, había decidido tomarse un respiro con el sexo opuesto.

Conocer a Lily Gallagher lo había desconcertado. Nunca había perdido el control como con ella. Por supuesto que había seducido a unas cuantas mujeres, hasta había tenido aventuras de una noche, pero con Lily había sido distinto. En vez de sentirse saciado al despertar, se sentía inquieto, como si hubiese hecho algo… algo malo.

¿Pero qué? Ella lo había buscado tanto o más que él. Y, desde luego, no había necesitado presionarla. Le había dado la oportunidad de parar en aquella carrera alocada hacia la intimidad.

Era preciosa. Y tenía un cuerpo diseñado para sus manos. Brian miró a las chicas de la barra. Le resultó curioso pensar que un par de noches atrás le habrían resultado atractivas. Pero en esos momentos eran… demasiado. Tenían demasiado pintados los labios, demasiados reflejos en el pelo, demasiado ajustada la ropa y pechos demasiado grandes para ser naturales.

Lily no había necesitado mejoras para ser bonita. El cabello, la piel, la silueta esbelta. Todo le había parecido perfecto. De pronto la vio con la falda subida, con los ojos cerrados, en el momento del orgasmo. Brian emitió un gruñido débil y se frotó la frente.

– Lily -murmuró.

– ¿Qué? -preguntó Sean.

– ¿Qué de qué?

– Has dicho Lily -contestó Sean-. Lily, ¿qué?

– Ah… Lily. La conocí anoche. En la fiesta de recaudación de fondos en el Copley Plaza.

– Aja.

– ¿Qué significa eso?

– Nada.

– Entonces cierra la boca.

– No la tomes conmigo -dijo Sean-. Era por darte conversación.

– Bueno, pues no me la des -murmuró Brian. De nuevo se quedaron en silencio, ambos mirando sus bebidas, hasta que Brian soltó otro exabrupto.

– ¿Era guapa? -preguntó Sean.

– Sí. Y divertida, inteligente, muy sexy. Llevaba un vestido dorado que le sentaba… no te lo imaginas. De verdad, creo que me dejó sin respiración. ¿Alguna vez te ha pasado eso?

– Parece que te ha dado fuerte.

– He pasado una noche con ella.

– Dime que no la salvaste de una situación de vida o muerte -dijo Sean-. Si no, la has fastidiado.

– No, no la sal… -Brian frenó en seco. Maldita fuera. Sí la había salvado, no de un peligro mortal, pero sí de un acompañante aburrido. De hecho, Lily le había dado las gracias por el favor y el no se había dado cuenta de la importancia de sus palabras hasta ese momento-. Sí, supongo que la salvé.

– Pues ya la has liado. Brian, ¿es que no prestas atención? Conor, Dylan, Brendan y Liam. Hasta Keely. Es una maldición, ya lo sabes. Nadie es inmune. Ni siquiera tú.

– Ni tú -replicó Brian.

– ¿Ah, no? Yo no estoy llorando en la barra por una aventura de una noche.

– No fue una simple aventura -contestó.

– ¿Tienes su teléfono?, ¿has quedado en volver a verla? ¿Piensas llamarla?

– No.

– Entonces fue una aventura de una noche.

– Dicho así suena… bueno, no fue una aventura. Fue distinto. Además, si quisiera encontrarla, la encontraría.

– ¿Sabes dónde vive?

– No.

– No tienes su teléfono. ¿Te dijo donde trabaja?

– No, pero sé cómo se llama: Lily Gallagher.

– ¿Estás seguro de que es su verdadero nombre?

– Deja de hablar como un detective. Si quisiera encontrarla, la encontraría -repitió Brian. Lo cierto era que no había dejado de preguntarse justo eso desde que había salido de la limusina. Podía llamar al organizador de la fiesta y conseguir su dirección de la lista de invitados. Podía llamar a la empresa de alquileres y preguntar quién había contratado la limusina. Si de verdad quería localizarla, podía buscar su apellido en la guía telefónica de Chicago-. Yo no creo en la maldición -dijo por fin.

– Quizá sólo haya sido un aviso -comentó Sean-. La próxima vez ándate con más cuidado. No puedes fiarte de las mujeres.

Brian sabía que los prejuicios de Sean no se basaban del todo en las citas que había tenido. Su desconfianza se remontaba a la infancia, cuando su madre los había abandonado a los tres años. Brian no tenía recuerdos de Fiona Quinn siendo niño. Su padre les había contado que se había ido y se había matado en un accidente de coche. Al cabo de muchos años, Fiona había vuelto a sus vidas y Brian la había perdonado. Pero Sean parecía seguir resentido.

– Mamá está en casa de Keely y Rafe -dijo Brian-. Keely ha llamado esta mañana y quiere que vayamos todos a celebrar el Cuatro de Julio. Ahora que está trasladando el negocio aquí, Fiona está pensando en venirse también. Creo que Keely quiere convencerla de que todos queremos que esté con nosotros. ¿Vendrás?

– No, estoy ocupado. Estaré trabajando en un caso… fuera de la ciudad.

– ¿Qué tienes con ella? Eres adulto, no un chiquillo enrabietado. Papá y mamá lo pasaron mal, los dos cometieron errores. Si papá puede perdonarla, tú también deberías.

– Tengo mis razones.

– ¿Qué razones? -preguntó Brian. Sean negó con la cabeza y dio un sorbo a su Guinness-. De verdad, te juro que eres el tío más testarudo y egoísta que he conocido.

– Lo engañaba -murmuró Sean.

– ¿Qué?

– Fiona -susurró Sean-. Engañaba a papá.

– ¿Cómo lo sabes?

– Una noche, después de que el Increíble Quinn llegara a puerto, Conor me mandó al pub para que trajera a papá a casa. Estaba borracho. Estaba hablando con unos amigos y les dijo que había sorprendido a Fiona con otro hombre. Que la había echado de casa y esperaba que no volviese nunca. No sabía que yo estaba oyéndolo.

– ¡Vaya, Sean! ¿Por qué no dijiste nada?

– ¿Qué iba a decir? Yo no la conocía. Y Con, Dylan y Bren hablaban de ella como si fuese la reina de la virtud.

– ¿Qué más dijo papá?

– Apenas me acuerdo. Estaba muy borracho. Casi no se le entendía -Sean suspiró-. Todas esas historias de los increíbles Quinn. No lo culpo. Dejar que una mujer tenga poder sobre ti puede ser muy peligroso.

– Tienes que hablar de esto con mamá.

– ¿Por qué?, ¿para que se invente una excusa? Se suponía que nos quería. Se suponía que tenía que ser fiel a papá. En eso consiste el matrimonio. Hasta que la muerte nos separe.

– La gente comete errores, Sean. Y estar casado ya es bastante difícil sin un marido que se pasa semanas fuera de casa y que se gasta el dinero en alcohol y apostando.

– ¿Estás diciendo que tenía motivos para engañarlo?

– Estoy diciendo que tienes que hablar con ella y aclarar las cosas. Fiona quiere recuperar a su familia y tú eres parte de esa familia.

– Dile a papá que mañana le echo una mano en la barra -dijo Sean. cambiando de conversación-. Tengo que irme -añadió al tiempo que se levantaba.

Brian suspiró mientras su hermano caminaba hacia la puerta. Quizá lo había presionado demasiado. Pero llevaba tenso todo el día y no había podido evitar forzar una discusión.

– Tengo que olvidarme de Lily Gallagher – murmuró-. Tengo que quitármela de la cabeza.


– No sé qué hago aquí. Patterson no me ha explicado lo que quiere -dijo Lily. Estaba sentada en el salón de su suite, haciendo garabatos en un papel mientras hablaba con su mejor amiga y compañera en la agencia, Emma Carsten-. Hemos quedado el martes, supongo que me lo dirá entonces.

– ¿Para qué tenías que estar en Boston esta semana?

– No sé -Lily dibujó un corazón y repasó el perfil una y otra vez-. Supongo que querría que asistiese a la fiesta de recaudación de fondos que daba para que viese lo bueno que es.

Emma y Lily habían empezado a trabajar en DeLay Scoville el mismo mes y se habían ayudado mutuamente el primer año, llamándose cada vez que tenían alguna duda. Aunque ya tenían más experiencia, seguían hablando de sus clientes.

– ¿Por que habrá buscado a una experta en relaciones de Chicago? -preguntó Emma-. En Boston tiene que haber un montón.

– No sé, tendré que preguntárselo.

– Sabrá que eres buena en casos de escándalos. ¿Crees que se trata de un escándalo?

– Si lo es, espero que no sea muy complicado, o me tocará tirarme una buena temporada por aquí,

– ¿Cómo son los hombres de Boston? -preguntó Emma-. ¿Son más guapos que en Chicago?, ¿conociste a alguien interesante en la fiesta?

Lily contuvo la respiración. No cabía duda de que Brian Quinn le había parecido interesante. ¿Cuántas veces había pensado en él desde la noche anterior? Había creído que podría concentrarse en el trabajo, pero hacer el amor en el asiento trasero de una limusina había sido la cosa más alocada y peligrosa que había hecho en su vida. Y, en vez de satisfacerla, la hacía desearlo más. Quería volver a probar su boca, acariciar su pelo, ese cuerpo increíble. Tragó saliva.

– No… no he venido a ligar -contestó por fin-. Me han contratado para trabajar.

– ¿Estás bien? -le preguntó Emma al cabo de unos segundos-. Te noto un poco rara. Tensa.

– No, estoy bien.

– ¿Estás pensando en Daniel? Este trabajo es lo mejor que puede haberte pasado. Así pondrás distancia entre él y tú y podrás seguir adelante con tu vida.

Pero Lily no había pensado en Daniel un solo segundo desde que había conocido a Brian.