Instintivamente, saltó fuera de su camino, pero cuando el coche se detuvo y Kelsa caminó unos pasos hacia la ventanilla del conductor, se confirmaron sus temores, al mirar los hostiles ojos de Lyle Hetherington.
Como ella, él también había sufrido un choque emocional ese día; pero una mirada a su expresión iracunda le confirmó a Kelsa que a él no le hubiera molestado en lo absoluto haberla atropellado. De pronto, el brío que la había abandonado, le revivió.
– ¡Me iré antes de los tres meses, si tanto le molesta! -explotó; lo que no se esperaba era que él la atacara con una expresión malévola y volcánica:
– ¿Para qué irse? ¡Si es propietaria de la mitad del maldito negocio!
Aunque aturdida, Kelsa trataba de encontrar una réplica áspera; pero lo único que se le ocurrió fue alzar la barbilla y replicar desdeñosamente:
– ¡No había pensado en eso!
– ¡Cómo no! -gritó él y estaba tan encendido que, sin importarle que ella estuviera cerca del coche, puso el pie en el acelerador y arrancó rápidamente.
“¡Cerdo!”, pensó ella y quedó tan alterada por ese encuentro, que después no recordó cómo llegó al taller automotriz.
Capítulo 5
El chisme en la oficina acerca de la herencia de Kelsa, fue el tema dominante el siguiente par de días.
– Supongo que me corresponde felicitarla -dijo cortésmente Ramsey Ford, que era más o menos de la misma edad que Garwood Hetherington, al detenerse frente al escritorio de Kelsa, el viernes.
– Gracias -murmuró ella, mirando el sagaz semblante. Parecía sincero.
– No creo que piense quedarse como asistente de Nadine, ¿verdad? -comentó él con la misma sonrisa cortés.
Si él sugería que, con su nueva riqueza y las acciones de la compañía, ella pensaba en formar parte de la junta directiva, Kelsa no se sintió capaz de enfrentarse a eso y sólo respondió amablemente:
– No tengo planes por el momento, mas que seguir trabajando con Nadine unos meses hasta que las cosas se estabilicen.
– Muy bien -él le dirigió otra sonrisa y siguió su camino.
Ese mismo viernes, aunque ambas estaban muy ocupadas, parecía que había un solo tema que dominaba sus conversaciones.
– ¿Todavía sientes el impacto del choque? -preguntó Nadine, cuando se tomaron cinco minutos para tomar una taza de té, en la tarde.
– Son tantas cosas que tengo que absorber -suspiró Kelsa-. Todavía me parece increíble… Desde luego, me agradaba mucho el señor Hetherington.
– Uno no podía trabajar todos los días con él y no apreciarlo -convino Nadine, comprensivamente.
– Pero hasta hace seis semanas, yo nunca lo había conocido. Sólo porque él recordó mi nombre, me incluyó en el grupo que tú entrevistaste cuando… -algo en la expresión de Nadine hizo que Kelsa se interrumpiera-. ¿Acaso dije algo malo?
– Pues… tal vez no debiera decirte esto -repuso Nadine pensativamente-; pero, de hecho, tú fuiste la única que entrevisté.
– Yo… -Kelsa no le veía ni pies ni cabeza al asunto. Aunque sólo se trataba de ser la asistente de la secretaria particular, era un empleo muy apreciado y muy confidencial-. No lo entiendo -tuvo que confesar.
– Tampoco lo entendía yo; pero el señor Hetherington nunca hacía nada sin un motivo, así que cuando me dijo tu nombre y que te entrevistara, pero que… pasaras la prueba o no, que te contratara yo, pues…
– ¿Qué? -exclamó Kelsa, traumatizada nuevamente, y empezó a preguntarse hasta cuándo terminaría de recibir esos impactos, desde que murió su patrón.
– No te preocupes -la tranquilizó Nadine-; has demostrado tu valía desde que trabajas conmigo.
Pero Kelsa sí estaba preocupada y lo único que se le ocurrió decir fue:
– Tú sabes que no había nada… nada… entre el señor Hetherington y yo… ¡Que no tenía una aventura amorosa con él!
– Conociéndote a ti y conociéndolo a él, estoy segura de que no había nada entre ustedes -le aseguró Nadine.
– Quisiera que Lyle Hetherington fuera tan fácil de convencer -suspiró Kelsa.
– ¿Él piensa…? ¡Oh, Dios mío! -exclamó Nadine, pero después de un instante, agregó-: Bueno, no puedes esperar… -titubeó y luego continuó-: Para ser justos, Kelsa, él ha recibido un choque tremendo -y mientras Kelsa se abstuvo de contarle que él la había acusado de tener relaciones amorosas con su padre antes que éste muriera y que se leyera el testamento, Nadine prosiguió-: El que tú hayas heredado en esa forma, puede perjudicar seriamente sus planes futuros.
– ¿Cómo? -exclamó Kelsa.
– Fácil. Aunque él tenía sus propias acciones antes que su padre le dejara la mitad de sus valores, eso todavía no le da el control mayoritario de la compañía, que él necesita.
– ¿Y si su padre le hubiera dejado todo a él, tendría el cincuenta y uno por ciento de los valores? -preguntó Kelsa, sin saber mucho de cómo funcionaban esas cosas, pero suponiendo que eso sería lo que él necesitaría.
– Probablemente más -conjeturó Nadine-. Aunque no conozco los detalles de los planes de diversificación de Lyle, diría yo que él necesita mucho dinero para llevarlos a cabo. Ahora que ha perdido la fuerza del voto de su padre, creo que tú, Kelsa, tienes el poder de bloquearlo.
– ¡Santo cielo! -exclamó Kelsa y se fue a su casa esa noche, con muchas cosas en qué pensar.
Nuevamente, no partió hacia Drifton Edge y para el lunes, tuvo que reconocer que, aunque había aprendido mucho en su trabajo, todavía era una novata en cuestión de grandes negocios. El correo del sábado le trajo un grueso sobre de Burton y Bowett abogados, con una carta de Brian Rawlings describiendo detalladamente toda una lista de sus bienes, finanzas y valores, con la seguridad de que cualquier problema o duda que tuviera no vacilara en comunicarse con él.
¿Dudas? ¡Le tomaría un año analizar todo!
Después de una hora de examinarla, dejó la carta a un lado y salió a caminar un poco para despejar la mente.
Mientras caminaba y pensaba en todo el tiempo que necesitaría para entender sus nuevas finanzas, se le ocurrió que probablemente a los señores Burton y Bowett también les tomaría como un año terminar su parte del asunto. Con los impuestos a la sucesión y los impuestos sobre utilidades del capital de los que ella había oído hablar, empezó a pensar que en Burton y Bowett tendrían demasiado trabajo.
Por primera vez en mucho tiempo, Kelsa se sintió un poco más relajada y entonces pudo llegar a la conclusión de que, si era probable que pasara todo un año antes que sucediera algo, ella podía tomarse su tiempo para llegar a una decisión.
Le tomó un buen rato asimilar la impresión que había recibido, y cuando empezaba a recuperarse, su primera reacción fue decirle a los abogados que ella no quería el dinero o las acciones o lo que fuera. Pero Nadine aseguró que el señor Hetherington nunca hacía nada, sin un motivo y desde entonces, esas palabras le daban vueltas en la cabeza.
Supuso que por el impacto emocional que recibió, no se había preguntado el porqué, antes. Porque ahora eso obsesionaba a Kelsa y sabía que no estaña tranquila hasta que lo supiera. Lo único que se le ocurría era que se llevaban muy bien los dos, que habían compartido la misma empatía y que el señor Hetherington, probablemente sentía por ella el mismo afecto que ella sentía por él.
Lo cual, pensó mientras conducía a la oficina, de ninguna manera era motivo para que él le dejara la mitad de su fortuna… Kelsa todavía seguía intrigada cuando Nadine entró a la oficina.
– No me dijiste que el señor Hetherington se había acordado de mí en su testamento -mencionó Nadine complacida, después de saludar.
– Lo siento -se disculpó Kelsa-. No estaba captando las cosas. ¿También recibiste una carta el sábado?
– Sí; notificándome el legado del señor Hetherington. Todavía no tengo el dinero, desde luego -sonrió-, ni lo tendré en mucho tiempo -agregó, de acuerdo con la idea de Kelsa-; pero es agradable saber que se acordó de mí.
Ambas se pusieron a trabajar, y media hora más tarde, se abrió la puerta y entró Lyle Hetherington; su sombría expresión le indicó a Kelsa que él también había recibido la notificación el sábado. El corazón de la joven se aceleró inmediatamente cuando, con un saludo a Nadine, él se volvió hacia ella y le dijo con brusquedad:
– ¡Tengo que hablar con usted!
Nadine, diplomáticamente, se levantó y los dejó solos, lo cuál desconcertó a Kelsa por un momento; pero aunque él la perturbaba y estaba confundida por la herencia que le dejó su padre, no por eso iba a permitir que la humillaran.
– ¡Pues dispare de una vez! -dijo con frialdad y vio que a él no le gustó mucho su tono de voz.
– ¡No aquí! -gruñó él con impaciencia-. No podemos hablar aquí. La veré esta noche para cenar, a las siete…
– Sucede que sí estoy libre esta noche -interrumpió ella, controlando la asombrosa sensación agitada que la invadió… como si estuviera atraída por él y le gustara la invitación a cenar. ¡Qué cosa!-. Lo que sea que quiera usted discutir conmigo, preferiría no echar a perder mi digestión -la sorprendió qué él se quedara todavía parado, sin estrangularla… aunque, por la forma en que Lyle cerró los puños a los lados del cuerpo, como si luchara por controlarse, Kelsa supuso que él estaba muy cerca de hacerte-. Si quiere ir a mi apartamento por unos cinco minutos, cuando se desocupe aquí esta bien conmigo -ofreció.
La respuesta de él fue salir dando un portazo. “¡Vaya qué genio!”, pensó ella y luego se dio cuenta de que temblaba como una hoja al viento, por ese encuentro. ¡Con un demonio! ¿Por qué lo había invitado a su apartamento?
Sin embargo, se calmó unos minutos después, advirtiendo que, no queriendo él discutir nada en la oficina y ella prefiriendo no salir a cenar con él, a menos que tuvieran una “charla” en la calle, no le quedaba otra opción que su apartamento. Puesto que probablemente él no sería más amable con ella de lo que había sido, no quiso agradecerle que la invitara a charlar durante la cena… como si considerara que un restaurante sería terreno neutral.
“¡Al diablo con él!”, pensó, furiosa, pues algo en Lyle la corroía. Nunca estuvo más complacida de ver a Nadine, cuando ésta entró.
– ¿Está el terreno despejado? -preguntó.
– Sí. Él quiere hablar conmigo… pero no aquí -reveló Kelsa-. Le sugerí mi apartamento.
– No se necesita mucho para adivinar el tema que se va a tratar -comentó Nadine y se concentró en el trabajo que había interrumpido.
Poco después llegó el señor Ford y entró a la otra oficina; pero él no era el señor Hetherington y cuando Nadine salió, después de haber estado encerrada con él unos quince minutos, dejó la puerta entreabierta y Kelsa lo vio sentado detrás del escritorio del señor Hetherington. Sintió que se sofocaba.
Con todo, estaba contenta de estar ocupada, pues eso le daba poco tiempo para pensar en la visita de Lyle Hetherington esa noche. No es que él hubiera aceptado su improvisada invitación, pero Kelsa sabía que estaría ahí. Como comentó la señora Hetherington, él había trabajado muy duro para ese negocio y eso significaba mucho para él.
Cuando Kelsa llegó a su apartamento esa noche, se apartó de su rutina usual. Primero se dio una ducha, luego se aplicó la pequeña cantidad de maquillaje que usaba y, aunque se reprendía por ser tan tonta… ¡Como si él lo notara! ¡Como si a ella le importara!… se cepilló muy bien el largo y rubio cabello. Desechó el usual pantalón de mezclilla que usaba, para ponerse uno elegante y una blusa de seda.
Su estómago estaba tan retorcido, que no quiso prepararse nada para cenar, así que se entretuvo pensando en la hora en que él podría llegar. La única vez que había ido a su apartamento, fue como a las ocho y media, recordó Kelsa. Por otro lado, Lyle iba a sugerir que salieran a cenar como a las siete y media… Entonces, ¿a qué hora vendría él?
Kelsa estaba lista a las siete y deseaba haber sugerido una hora específica, en vez de “cuando se desocupe”. Si hubiera estado tan calmada por dentro como trataba de parecer, pudo haber sugerido cierta hora.
Sus pensamientos se ofuscaron por un momento al recordar la vez anterior que Lyle la visitó… y cómo la hizo perder la cabeza con sus besos. ¿Dónde estuvo entonces su estricta educación familiar? Tragó en seco ante el recuerdo… Nunca se imaginó que podría reaccionar de esa manera ante un hombre; que podría desear a un hombre como deseó a Lyle en ese momento.
Estaba sentada tomando a sorbos una taza de café, cuando de pronto se le ocurrió que tal vez por esa educación moral, no le parecía correcto desistir de la herencia del señor Hetherington sin antes saber por qué él lo había hecho.
Una vez más, le daba vueltas en la cabeza el “porqué”, sin más éxito que antes, cuando sonó el timbre de la puerta y, aunque ella lo esperaba, saltó del susto. Tratando de calmarse, caminó hacia la puerta, pero necesitó un par de segundos más para respirar profundamente, antes de abrirla.
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