Supuso que era natural, bajo esas circunstancias, que los latidos de su corazón se acelerarán al ver al hombre alto, bien vestido, que estaba parado frente a ella. Puesto que estaba segura de que él no iba a perder el tiempo en saludos, ella tampoco lo saludó.

– Pase -lo invitó y, tratando de siquiera empezar la reunión con cortesía, preguntó-: ¿Le puedo ofrecer un café?

La respuesta inicial fue quedarse mirando fríamente los bellos ojos azules; pero después de unos segundos, él contestó secamente:

– Mientras más pronto exponga el asunto, más rápido podré irme a mi casa.

Con esa respuesta, y al percibir la sugerencia de que él no podía soportar estar en su compañía, Kelsa supuso que le hablaría a ella, no con ella.

– Si va a ser breve, podemos quedarnos parados -encontró bastante valor para decir.

– Entraré después de usted -espetó él y esperó a que ella se sentara en el único sillón que había; luego se sentó en el sofá-. Supongo que ya recibió la notificación del contenido del testamento de mi padre -empezó sin ningún preámbulo.

– Sí; recibí el sábado una carta detallando todo -convino ella-. Todo lo que me concierne a mí -agregó; luego confesó-: Todo parece muy complicado y no puedo empezar a comprender… -se interrumpió al ver, por la expresión del semblante de él, que no tenía ninguna duda de que, si ella hubiera encontrado algo muy complicado en su nueva riqueza, habría corrido de inmediato a ver a los abogados; pero como ella estaba en su escritorio, desde temprano en la mañana cuando él entró, Kelsa supuso que eso era todo lo que necesitaba para creer que ella había comprendido todo perfectamente bien-. El caso es que -dijo con sequedad, alzando la barbilla ante ese cínico monstruo-, yo puedo manejar mis problemas. ¿Cuál es el suyo?

El entrecerrar de ojos ante el tono insolente de Kelsa, mostró que ella tampoco era persona muy grata para él. Bueno, ya estaba cansada de esa actitud, de todos modos.

– Usted no es tonta, señorita Stevens -dijo él bruscamente-. Mi problema es obvio -Kelsa percibió que Lyle miraba la larga y esbelta columna de su cuello y se preguntó si había sido lo bastante inteligente encerrándose con él en su apartamento… ¿Acaso todavía podía estrangularla? Sin duda, eso le daría una enorme satisfacción-. Pero -agregó él con tono cortante-, yo puedo arreglármelas, si… -un músculo saltó en su sien y Kelsa comprendió que lo que estaba a punto de decir se le atoraba en la garganta-; si usted suspende el fuego.

Ella no tenía idea de lo que Lyle hablaba, pero si él le pedía un favor… y ella creía que de eso se trataba… entonces tenía mucho que aprender acerca de pedir favores.

– ¿Suspender el fuego? -repitió-. Yo… ¿Puede ser más específico? -preguntó y recibió una de sus miradas fulminantes. Pero, como seguía sin entender lo que él quería decir, se quedó sentada en silencio, con la mirada en el hostil, pero bien parecido rostro. Él le lanzó una dura mirada y empezó a explicarse, conteniendo a duras penas el sarcasmo.

– No habrá estado trabajando con Nadine Anderson y con mi padre, sin tener una idea de que estoy trabajando en un amplio plan de expansión del negocio.

– Algo he oído acerca de eso -convino ella.

– Así que también sabrá, que necesito todo el respaldo que pueda recibir para esa empresa.

¿Acaso él le pedía que ella votara con sus acciones por su plan? ¿Acaso ella tenía el derecho a votar? No tenía la menor idea.

– ¿Y? -murmuró.

– Y -repuso él con aspereza y desagrado- puesto que, para el buen futuro de la compañía, es vital que consiga todo el financiamiento posible quedo muy presionado para obtener recursos adicionales.

– ¿Necesita… recursos adicionales? -preguntó Kelsa.

– ¡No se haga la tonta, señorita Stevens! -explotó él-. Bastante duro es para mí, tener que venir a pedirle que se contenga antes de succionar a la compañía, hasta que yo esté en una posición financiera en que pueda comprar sus…

– ¿Succionar a la compañía? -interrumpió ella y su expresión era tan genuinamente sobresaltada, que por primera vez Lyle Hetherington pareció darle un poco de crédito.

– Que venda alguno de los bienes que le dejó mi padre -explicó él y su mirada ya no era totalmente hostil, ni furiosa, sino con reflexión-. Si usted dispone de sus acciones antes que…

– ¡No sabía que podía hacerlo! -exclamó Kelsa con sorpresa.

– ¿No ha tratado de venderlas? -preguntó él con la mirada más calmada, pero con la rudeza habitual por si ella trataba de engañarlo.

Kelsa notó que su tono no era burlón, ni sarcástico y de pronto empezó a sentirse mejor y más animada.

– ¡Claro que no! -repuso francamente-. Nunca pensé que todo el papeleo involucrado en una herencia, tardara menos de un año. Y -se apresuró a decirle ahora que parecía dispuesto a creerle- ni en sueños tocaría yo un centavo de lo que me dejó el señor Hetherington. No…

– ¡Vamos! -exclamó él, furioso. Obviamente, su confianza en lo que ella tuviera que decir duró muy poco-. Que…

De pronto, ambos estuvieron de pie, Kelsa tan furiosa como él, cuando lo interrumpió:

– ¡A ver si se calla y me deja terminar!

– Usted tiene la palabra… Yo ya me voy -sentenció él y ya estaba en camino a la puerta cuando Kelsa, frustrada a lo máximo, lo siguió.

– ¡Me va a escuchar!-gritó, con los ojos llameantes de ira y, habiendo perdido la paciencia, lo asió de un brazo.

Lyle Hetherington se detuvo y se volvió, con una mirada furiosa, clavándola en los chispeantes ojos azules de Kelsa. En seguida, su mirada bajó a la mano que detenía su brazo y, al instante, ella quitó la mano. Luego, fijando la mirada en el ruboroso e iracundo rostro, expresó con tono cortante:

– Estoy escuchando.

– Pues termine de escucharme -replicó ella y de inmediato empezó su explicación-: Soy buena en mi trabajo porque lo conozco y, en el poco tiempo que he trabajado con Nadine, he aprendido mucho. Pero no conozco el trabajo de usted, y no lo comprendo, así como no comprendo otros trabajos para los que no he sido capacitada. Así que, aunque como dijo usted, no soy tonta, como no he tenido nada que ver con acciones y valores, ni bienes de los que me dejó su padre, sé muy poco acerca de eso -se detuvo a tomar aire.

– ¿Es eso todo? -gruñó él.

– ¡Todavía no termino! -exigió Kelsa-. Cuando dije que ni en sueños tocaría yo un centavo de esa herencia, lo dije en serio, porque -continuó con firmeza-, porque yo tampoco entiendo por qué me dejó algo a mí.

– ¿Acaso quiere que se lo dibuje yo? -soltó él con tono punzante, antes que ella recobrara el aliento.

– ¡Acabe de escucharme! -gritó ella, a punto de darle un puñetazo. Él se encogió de hombros y Kelsa continuó, mientras él todavía estaba ahí-: Hasta que no sepa yo por qué, no voy a tocar lo que el señor Hetherington me dejó.

Él no le creía, eso lo podía ver Kelsa; se notaba en su postura tensa e incrédula.

– ¿Ya es todo? ¿Ha terminado?

– Sí; ya terminé -repuso ella, habiéndola abandonado de pronto su ira.

– ¿Y todavía insiste en llamar a mi padre “señor Hetherington”?

– Así lo llamaba siempre en la oficina.

– Y fuera de ella…

Kelsa aspiró profundamente para calmarse. O era eso o era pegarle al incrédulo cerdo.

– Fueron muy pocas las veces en que estuve fuera de la oficina con su padre, pero en esas pocas ocasiones, siempre fue el señor Hetherington para mí.

– ¿Sigue sosteniendo que no había algo entre ustedes, más que negocios? -preguntó él con rudeza.

– No; no es eso lo que digo -replicó ella y retrocedió un paso al ver la mirada iracunda que él le lanzó, ante lo que parecía ser una confesión-. Y antes que se vuelva furioso y acusador -se apresuró a añadir-, su padre era un hombre maravilloso para trabajar con él, siempre amable y cortés, tanto así, que no creo que haya nadie que no se haya encariñado con él.

– Así que… estaba encariñada con él -dijo él, tenso.

– Sí; nos llevábamos bien. Tal vez él era así con todos… no lo sé; pero -se sintió ridícula al decirlo, pero le enseñaron a decir la verdad ante todo y tuvo que seguir-: yo sentía que había entre él y yo una corriente afectiva.

– ¡Qué tierna! -interrumpió él con acidez y Kelsa sintió comezón en la mano derecha.

– ¡Pues sí era tierna la relación! -explotó ella-. Me llevaba muy bien con su padre.

– ¡Vaya que se llevaba bien!

– ¡Él me apreciaba! -ella ignoró la ironía y prosiguió antes que él pudiera lanzarle otro comentario mordaz-. Y debe de haberme apreciado mucho para dejarme toda esa fortuna. Pero… -de pronto, su ira se desvaneció nuevamente- le juro que nunca hubo algo más que eso entre nosotros -declaró sinceramente.

– ¿Me va a decir que mi padre nunca visitó este apartamento? -preguntó él, cuando sabía muy bien que sí lo había hecho.

– Sólo una vez, cuando me trajo a casa y luego recordó…

– Que tenía que hacer una llamada telefónica -interrumpió él fríamente.

– ¡Así fue! -protestó ella-. Mi coche tiene la costumbre de descomponerse y esa noche…

– Tampoco cenó con él, ¿verdad? -volvió a interrumpir él con aspereza.

– Obviamente se refiere a aquella noche, hace un par de semanas. Esa noche que nos vio usted… -Lyle estuvo ahí con una hermosa morena del brazo, recordó Kelsa y, curiosamente, sintió un piquete que, en otras circunstancias, habría parecido de celos. ¡Qué tontería!-. Habíamos trabajado tarde esa noche, los tres…

– ¿Los tres?

– Nadine Anderson estaba ahí, también -explicó Kelsa-. Nadine se comprometió hace poco y supongo que todavía no está acostumbrada a usar un anillo en el dedo. El caso es que regresó al tocador, para recoger el que había olvidado ahí al lavarse las manos… -de pronto, Kelsa se detuvo abruptamente-. ¡Oh! ¡Qué caso tiene! -suspiró con desaliento y, volviéndole la espalda a Lyle, caminó hacia el centro de la habitación. Ya no aguantaba más. Había tratado de explicarle, pero él no quería saber nada.

Sin embargo, inesperadamente, cuando estaba segura de que el próximo sonido que oiría sería el portazo de él al salir, lo que oyó fueron sus pasos al acercarse a ella.

– Parece estar harta de todo -comentó él y su voz no se oía iracunda, ni glacial.

– Eso es subestimar la realidad -replicó ella sin volverse.

– ¿Y no tiene otros “amiguitos?” -preguntó él y Kelsa se volvió.

– ¡Oiga! -replicó ella-. Por última vez, su padre nunca fue un “amiguito” mío en ese sentido -iba a volverle la espalda de nuevo, cuando recordó nuevamente a la acompañante morena de Lyle del restaurante y le pareció cuestión de honor contestarle-: Claro que tengo otros amigos… no soy una monja.

– ¡Pero es una virgen! -le lanzó él vivamente.

Kelsa suspiró. Jamás ganaría con él.

– Y no muy inteligente -repuso, de pronto cansada de tener que defenderse ante ese hombre-. He estado dándole vueltas y vueltas en la cabeza, al porqué su padre me dejó la mitad de su fortuna -se detuvo y luego lo retó-: Dicen que dos cabezas funcionan mejor que una… ¿Por qué usted no trata de solucionarlo?

– ¿Quiere decir, si tomo todo lo que me ha dicho, como una verdad indisputable?

– Categóricamente, me niego a repetir -explotó ella- que nunca fui la amante de su padre.

– Pues acaba de hacerlo -replicó Lyle y, después de dirigirle una larga mirada, caminó hacia la puerta y, desde ahí, para asombro de Kelsa, comentó en voz baja-: Veré qué puedo hacer -y se fue.

Unas horas más tarde, Kelsa se fue a dormir, tratando de registrar el hecho de que, por el último comentario de Lyle Hetherington, parecía que finalmente estaba dispuesto a creerle. Con una sonrisa en los labios, cerró los ojos.

Capítulo 6

Sin darse cuenta, Kelsa cantaba en la ducha a la mañana siguiente. Mientras se secaba, se percató de que se sentía muy feliz. Hasta tenía hambre.

Mordiendo unas rebanadas de pan tostado con mermelada, pensó en la visita de Lyle Hetherington la noche anterior. Entonces, advirtió que estaba bastante animada por el hecho de que Lyle parecía finalmente dispuesto a cambiar de opinión sobre ella y quizá creería que tal vez no era tan pecaminosa como él la consideraba. Más o menos, había prometido ayudarle a averiguar por qué su padre le había dejado esa fortuna, así que las cosas lucían mejor.

De hecho, cuando el coche de Kelsa arrancó al primer intento, todo le pareció mucho más brillante esa mañana. También llegó quince minutos antes a la oficina, así que podría adelantar algo de trabajo, antes que los teléfonos empezaran a sonar.

Con mucho mejor humor de lo que había estado últimamente, caminó por los corredores hacia su oficina, pero seguía siendo Lyle Hetherington el que ocupaba sus pensamientos.