Sin embargo, en los siguientes dos segundos, descubrió que había tenido una felicidad engañosa al pensar eso. Pues, saliendo de la oficina de su padre y caminando hacia ella, con el rostro hecho una máscara de piedra, estaba Lyle.
– Buenos… -el saludo murió en la garganta de Kelsa cuando, sin mirarla, sin hablarle, con la mirada fija hacia adelante… como si la visita de la noche anterior no hubiera existido… él abrió la puerta y salió.
Desconcertada por lo que acababa de suceder, Kelsa se quedó mirando la puerta. Conteniendo el aliento por el impacto, la cerró lentamente y se dejó caer en su silla. ¡Y la joven creía que él cambiaría su opinión sobre ella!
Le gustaría creer que Lyle, pasando junto a ella como si no existiera, tendría quizá otra interpretación que la obvia. Pero ya se había equivocado la noche anterior, pensando que él le creería. Ya no volvería a engañarse. Él tenía todo el derecho de estar en la oficina de su padre… más derecho que cualquiera. Pero, mientras en el fondo ella quisiera pensar que tal vez, al recoger él unos papeles de su padre, lo conmovió su reciente muerte y quedó trastornado, estaba segura de que no era así. Obviamente, Lyle lamentaba haberle dado un instante de crédito y la odiaba con renovado vigor esa mañana.
Kelsa quería estar furiosa por ese hecho, pero no podía. En cambio, se sentía herida y vulnerable en lo que a él concernía.
Habiendo llegado temprano para adelantar algo del trabajo, descubrió que no había hecho absolutamente nada, cuando Nadine entró.
– ¿Todo bien en tu esquina? -preguntó Nadine.
– Muy bien -repuso Kelsa, forzando una sonrisa.
– Tienes una mirada pensativa en esos ojos -comentó Nadine.
– Tengo mucho en qué pensar estos días.
– Pues si necesitas otra cabeza, tan sólo tienes que pedirlo.
– Gracias, Nadine -dijo Kelsa, pero sintió que no había mucho que pudiera confiarle o en lo que Nadine le pudiera ayudar, más de lo que ya sabía; pues Nadine sabía más que otros, que Garwood Hetherington le había dejado la mitad de su fortuna y que su hijo no estaba nada contento con eso. Y si Nadine tuviera alguna idea acerca del motivo por el que el señor Hetherington la hubiera mencionado en su testamento, Kelsa estaba segura de que aquella ya se lo habría dicho.
Las dos se pusieron a trabajar, cuando a las doce y media, entró la secretaria particular de Lyle por unos documentos que le había dejado Ramsey Ford con Nadine el día anterior.
– Lyle quiere revisarlos antes de la junta de esta tarde -explicó Ottilie.
– ¿Mucho trabajo? -preguntó Nadine.
– Hasta el tope. Aunque, gracias a Dios, Lyle salió por un par de horas en la mañana y eso me dio oportunidad de terminar los papeles que quiere para esta tarde.
Y mientras Kelsa se preguntaba si Lyle saldría del edificio inmediatamente después que ella lo vio, Nadine comentó:
– Parece trabajo muy pesado.
– ¿Qué te puedo decir? -respondió Ottilie-. Lyle está tan determinado, que si tiene que suplicar, pedir prestado o robar, lo haría para financiar sus planes -con eso, recogió los papeles que quería y salió.
– Así que la junta de esta tarde debe ser acerca de… los planes de diversificación de Lyle -sugirió Kelsa y Nadine sonrió.
– Ya estás aprendiendo.
– ¿Y los asuntos en que se ocuparía Lyle hoy temprano consistirían en ver a banqueros, expertos en finanzas y otros por el estilo?
– Sigue así y pronto estarás en mi puesto -sonrió Nadine.
Kelsa se fue a su casa ese día, más perturbada que nunca. Mientras se preparaba algo ligero para cenar recordó el comentario de Nadine acerca de que ella ocupara su puesto. Con el lugar del presidente vacío, había rumores en Hetheringtons de un reacomodo general entre los altos ejecutivos. Y mientras era seguro que Lyle sería el nuevo presidente, Nadine no había mencionado si le habían ofrecido un ascenso, dejando su puesto libre para Ottilie Miller, o cuáles eran sus planes. Y mientras Kelsa fantaseaba acerca de que ella y no Ottilie Miller, ocuparía el puesto de secretaria particular del presidente, se sintió muy excitada. Ver a Lyle todos los días…
Con la misma brusquedad con que le hubieran echado un cubo de agua fría encima, Kelsa salió disparada de su ensueño. Sabía que ella no tenía la suficiente experiencia como para que le ofrecieran el puesto de secretaria particular del presidente. ¡Pero como si lo quisiera! ¡Como si quisiera verlo todos los días! ¡Debía estar volviéndose loca! Esa preocupación de la herencia que le dejó el señor Hetherington debía estarla afectando. ¡Si ni siquiera le gustaba Lyle Hetherington!
Rápidamente, Kelsa se controló. Lo cierto era que ella no le agradaba nada a él; ni él querría verla todos los días. Aún más, probablemente se volvería loco de gusto, si nunca la volviera a ver.
Habiendo aclarado ese punto, Kelsa cenó y luego lavó los trastos. Cuando estaba decidiendo qué haría, sonó el timbre de la puerta.
Pensando que posiblemente era alguno de sus vecinos, se dirigió a abrir y, mientras el corazón le daba un brinco, descubrió que, por algún motivo, Lyle Hetherington si quería volver a verla. Pues era él, con la misma máscara de emoción controlada, quien estaba parado ahí.
“Parece cansado”, pensó Kelsa y comprendió que él debió de haber tenido una junta muy difícil esa tarde. ¿Habría tenido tiempo de comer?, se preguntó. Pero al darse cuenta de que estaba pensando en ofrecerle algo de comer, al ver su fruncido entrecejo porque ella no lo invitaba a entrar, advirtió que tenía que endurecer su actitud.
– Si ha venido a reafirmar su creencia de que yo era la amante de su padre, ¡Eso ya lo he oído antes! -dijo con aspereza, viendo por su expresión sombría, que podía olvidarse de cualquier cortesía.
– ¡No he venido a eso! -aclaró él con tono cortante.
– ¿No? -Kelsa se le quedó mirando y vio un tic nervioso en su sien. De pronto, con la misma corriente afectiva que sentía a veces por su padre, advirtió que Lyle estaba sumamente tenso por algo-. Pase usted -lo invitó por fin, pensando que, si no había ido a reclamarle de nuevo el mismo tema, entonces estaría ahí para insistir en que no se acabara el dinero de la compañía-. ¿Se quedará aquí mucho rato? -preguntó al pararse frente a él, en el centro de la alfombra.
– ¡Quiero que me dé muchas respuestas! -advirtió él y se apartó de ella, como si estuviera contaminada y no quisiera acercársele.
Descubrió Kelsa que eso le dolía mucho. Con un piquete de orgullo, estuvo a punto de reiterarle que ya le había dado su palabra de no tocar un centavo de su herencia, hasta saber el porqué su padre la había nombrado beneficiaría en su testamento.
Pero su altivez se desvaneció al ablandarse su corazón de sólo pensar en el día tan pesado que seguramente Lyle tuvo.
– Tome asiento -le dijo con frialdad, señalando el sofá y, volviéndole la espalda, fue a sentarse en el sillón donde estuvo la noche anterior-. Así que -empezó a decir fríamente, decidida a ser tan dura como él-, no vino usted a acusarme otra vez de ser la…
– ¡Ya le dije que no! -la interrumpió él agresivamente y agregó, para asombro de Kelsa-: Ahora sé que ustedes no eran amantes. Tengo la prueba.
Toda la frialdad que ella se esforzó en aparentar, se desvaneció de pronto por un instante, se le quedó mirando con la boca abierta.
– ¿Lo sabe? -exclamó ella-. ¿La tiene? -preguntó, confundida porque él, en vez de mostrarse feliz por ese descubrimiento, parecía todo lo contrario-. ¿Cómo? -tuvo que preguntar, extrañada de que si ella no podía probarlo, él sí.
Sin embargo, la respuesta la dejó igual de desconcertada que antes, pues no era tal respuesta, sino una tensa acusación.
– ¿Por qué no me lo dijo?
– ¿Decirle? -exclamó Kelsa, furiosa de pronto con ese hombre que nunca creyó ni una palabra de lo que ella decía y ahora la acusaba de ocultarle hechos que ella le había repetido mil veces-. ¡Santo cielo! ¡Traté de decírselo! ¡Hasta me ponía morada al tratar de decirle que su padre y yo no éramos…!
– ¡Eso no! -rezongó él, interrumpiéndola como de costumbre.
– Si no eso, ¿entonces qué?-se enfureció ella.
– ¿Insiste en que no lo sabe? -la retó él y Kelsa observó que Lyle estaba perdiendo la paciencia.
– Estoy perdida -confesó ella, aunque no era muy cierto.
– ¡Cómo no! -gritó él.
– ¡No tengo idea de lo que me está hablando!
– ¿Sí? -el fuego de la ira ardía en los grises ojos-. ¿Fue pura coincidencia que vino a trabajar a Hetherington?
Completamente desconcertada, Kelsa se le quedó mirando con los ojos muy abiertos.
– Pues no sé qué coincidencia pueda haber en ello. Yo vivía en Herefordshire cuando…
– ¿No Warwickshire? -interrumpió él.
– Mi madre venía de Warwickshire; yo…
– Sé que ella venía de Warwickshire -gruñó él-. Ya he…
– ¿Cómo diantres sabe eso? -lo interrumpió a su vez Kelsa-. Le mencioné a su padre que mi madre venía de un lugar llamado Inchborough, pero no creí que eso fuera tan importante para él como para transmitírselo a…
– ¡Importante! ¡Vaya! El… -de pronto, parecía como si Lyle no pudiera soportar más la presión, pues se puso de pie bruscamente y con un tono más controlado; preguntó-: ¿Por qué no me dijo que… -la miró directamente a los ojos- es usted mi hermana?
– ¿Hermana? -exclamó, del todo pasmada.
Ella todavía lo miraba tontamente, cuando él reveló:
– Mi padre también venía de Inchborough.
– ¿De veras? -Kelsa se quedó otra vez boquiabierta-. No me dijo nada cuando le conté que mi madre venía de allá -comentó, sorprendida, pero cuando empezó a aclarar sus ideas, afirmó-: Bueno, pero eso no quiere decir que yo sea su hermana. Eso es ridículo.
– Ridículo, ¿eh? Dígame, ¿cuál era el apellido de su madre antes de ser Stevens?
– Whitcombe -replicó ella, aunque no le veía el caso-; su apellido de soltera era Whitcombe…
– Entonces sí es usted mi hermana.
– ¿Y cómo llega a esa conclusión? -exclamó ella y, tratando de entender el razonamiento de Lyle, supuso que provenía de la afirmación de él de que tenía la prueba de que ella no era la amante de su padre-. Esa prueba que dice usted tener de que su padre y yo no éramos amantes debe basarse en que, por la coincidencia de que el señor Hetherington y mi madre provenían del mismo pueblo, usted supone que yo soy… la hija de su padre. ¿Y qué? Usted no puede relacionar ese hecho con que, habiéndome tropezado con su padre…
– Usted le dijo su nombre… y rápidamente la ascendieron a esta oficina -terminó él por ella.
– ¡Pero eso no quiere decir que él fuera mi padre! -insistió ella. Por algún motivo, no le gustaba la idea de que Lyle fuera su hermano-. Frank Stevens era mi padre -afirmó categóricamente- y no veo cómo pueda usted probarme lo contrario.
– Ah, pues sí puedo probarlo -replicó él con dureza, todavía de pie, guardando la distancia, como si temiera la contaminación.
– Está bien -retó ella-; ¿dónde está esa prueba? ¿Dónde y cuándo la encontró usted?
– La prueba la tengo aquí y provino de un cajón cerrado con llave, del escritorio de mi padre, esta mañana.
– ¿Esta mañana? Usted salía de la oficina de su padre cuando yo llegaba…
– Así es -asintió él y se ablandó lo suficiente como para explicar-: Ramsey Ford me mencionó ayer, que había un cajón cerrado con llave en el escritorio de mi padre y del cual él no encontraba la llave. Esta mañana fui con las llaves de mi padre a revisar ese cajón, para ver si no había nada personal o privado, antes de entregarle la llave a Ramsey -Lyle se detuvo y metió una mano en el bolsillo interior de su chaqueta-. Pues encontré algo muy personal y muy privado -dijo con tono cortante y sacó una hoja de papel doblada-. Encontré esto… Y mientras contesta muchas preguntas origina muchas más.
– ¿Qué es?
– Un acta de nacimiento de una niña, llamada Kelsa Primrose March.
– ¡Mis nombres! -exclamó Kelsa.
– Una niña cuyos padres fueron March Whitcombe y Garwood David Hetherington -continuó Lyle.
– ¡No! -exclamó ella y tan sobresaltada que sintió que palidecía, un hecho que no escapó a los duros ojos de Lyle, pues de pronto su tono cambió.
– ¿Está usted bien? -preguntó con algo de preocupación-. Parece que se va a desmayar.
Ella negó con la cabeza mientras trataba de dominarse.
– Estoy bien -murmuró-; un poco consternada, pero…
– ¿No lo sabía?
– ¡Eso no es verdad! -negó ella-. Mi padre era…
– Lo lamento; pero así es -y acercándose a ella, le mostró el acta de nacimiento.
Kelsa tomó la hoja de papel, pero, al bailar las letras delante de sus ojos, pasó un par de segundos antes que pudiera leer que el siete de diciembre, en el Hospital General de Inchborough, March Whitcombe dio a luz una niña, llamada Kelsa Primrose March. El padre de la niña era Garwood David Hetherington.
"Cuestión de principios" отзывы
Отзывы читателей о книге "Cuestión de principios". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Cuestión de principios" друзьям в соцсетях.