Comprendiendo que no estaría en condiciones de trabajar al día siguiente, si no descansaba un poco, Kelsa se fue a acostar a la medianoche, para estar medio despierta y excitada. Aunque entre los muchos pensamientos que revoloteaban en su mente, nunca encontró la respuesta al porqué, si tanto deseaba encontrar a su hermana, no quería tener a Lyle como hermano.

Capítulo 7

Kelsa casi no pudo dormir, pero no fue ése el motivo de que, al estar sentada tras su escritorio la mañana siguiente, no pudiera concentrarse en su trabajo. Todavía estaba aturdida por la impresionante información que Lyle le dio la noche anterior.

Parecía increíble que ella tuviera una hermana de la que nunca escuchó hablar. ¿Habría la otra Kelsa tratado de encontrar a su familia?, se preguntó. Era un terreno muy sensible, si ella también había sido dejada en la ignorancia o si… horrible pensamiento… no quería que la encontraran.

¡Pero sí debía querer! Si se parecía en algo a su hermosa madre, sería cálida, amorosa y… Los pensamientos de Kelsa volaron a su madre, como sucedía con frecuencia desde su charla con Lyle. Su pobre y querida madre… Había tanto que Kelsa querría saber. ¿Cómo había roto con Garwood Hetherington? ¿Había sido decisión de ella o de él? No cabía duda de que, de cualquier manera, ella debió de haber sufrido mucho, pues nadie daba un bebé en adopción sin tener un gran dolor.

¿Era por eso que su madre la había educado tan estrictamente? ¿Para salvaguardarla? ¿Porque, consciente de los peligros latentes de la vida, no quería que su hija conociera los desgarradores sentimientos que ella vivió?

Con los pensamientos oscilando, de su madre a su necesidad de encontrar a su hermana, y luego a Garwood Hetherington, Kelsa advirtió que su medio hermana también lo era de Lyle. No parecía muy entusiasmado de tener una hermana, pensó al recordar su actitud la noche anterior, cuando ella le comprobó que ellos no estaban emparentados. Lo cual, pensó, hacía que Lyle fuera una persona bastante agradable, pues, aunque podía no tener mucho interés en encontrar a su medio hermana, sí había tratado de ponerse en contacto con su tía, cuando vio que, a pesar de lo alterada que estaba Kelsa, también estaba decidida a encontrar a su hermana mayor.

¿Se comunicaría con ella, como dijo? ¿O habría cambiado de opinión acerca de buscar a su tía para ver si sabía algo?

Media hora después, como a las diez y media, cuando sonó el teléfono de comunicación interna de su escritorio, Kelsa tuvo la respuesta.

– ¿Kelsa? -la profunda voz de Lyle le crispó los nervios.

– Sí -confirmó en voz baja.

– Ya logré comunicarme con mi tía.

– ¿Y? -preguntó ella con ansiedad, sin dejarlo continuar.

– Que iremos a verla.

– ¿Iremos? -preguntó Kelsa, temblando, pues era seguro que si Lyle pensaba ir a ver a su tía con ella, significaba que la señora Ecclestone debía saber algo.

– Tengo un día muy ocupado -continuó Lyle, dando por sentado el “nosotros”-; pero puedo tomarme un par de horas esta tarde. ¿Cómo anda usted?

¡Esta tarde! Las cosas estaban moviéndose rápido; Kelsa sabía que tenía que aprovechar la disposición de Lyle, y ordenó sus pensamientos.

– Esto es lo bastante importante para mí, como para encontrar el tiempo necesario -dijo con toda la calma que pudo.

– Nos vemos a las dos, entonces -acordó él y colgó.

Kelsa estaba temblorosa, y supuso que tendría un aspecto alterado, pues cuando vio a Nadine, advirtió que la miraba con preocupación.

– Estoy bien -le aseguró Kelsa rápidamente y continuó-: Era Lyle. Hay… un asunto importante que surgió y vamos a ir a… tratarlo esta tarde -tragó en seco y luego preguntó-: ¿No hay problema si me tomo un par de horas?

Por un momento, Nadine le examinó el rostro y cuando vio que le regresaba el color, sonrió.

– ¡Tú eres la que manda aquí! -le recordó.

Y, mientras Kelsa retornó a su trabajo, también recordó que ahora tenía la respuesta a las preguntas que tanto la atormentaban cuando consideraba que Garwood Hetherington nunca hacia nada sin un motivo. Pues, aunque desde luego ella no era la que mandaba ahí, era obvio que el buen hombre la había dejado tan bien provista, sólo porque creía que ella era su hija. Y como era igualmente obvio que ella no lo era, naturalmente renunciaría a todos sus derechos sobre la herencia.

Durante unos segundos, Kelsa reflexionó sobre la corriente afectiva que compartía a veces con Garwood Hetherington. ¿Sería por el hecho de que tenía el modo de ser de su madre por lo cual existía esa empatía entre ellos? Eso la llevó a recordar la corriente de afecto que sintió con Lyle la noche anterior; pero como el ser hija de su madre no explicaba ese sentimiento, se dio por vencida.

De todos modos, había cuestiones mucho más importantes que atender, aparte de la empatía o los legados. Lyle la iba a llevar a ver a su tía, la hermana de Garwood Hetherington, esa tarde y…

De pronto, se le ocurrió a Kelsa que tal vez su hermana estaba casada y tenía sus propios hijos. Esbozó una sonrisa… ¡Qué maravilla! Ella podía ser también una tía; tener un sobrino o una sobrina… o los dos.

Por los nervios, no pudo probar bocado a la hora del almuerzo, así que se quedó trabajando en la oficina. A las dos menos veinte, fue a lavarse las manos y de pronto advirtió que Lyle no acordó con ella el lugar donde iban a verse.

Ya tenía el abrigo puesto sobre un suéter color de rosa y una falda plisada de fina lana gris. Eran diez para las dos y estaba a punto de salir de la oficina, cuando se abrió la puerta y entró Lyle.

– ¿Lista? -preguntó, recorriendo con los ojos grises el brillante cabello y el espléndido cutis.

Por toda respuesta, ella lo alcanzó en la puerta y, con un torbellino en su interior, advirtió que, aunque ella era alta, apenas le llegaba al hombro a Lyle. Junto a él, recorrió los corredores y bajó en el ascensor.

– ¿Comió algo? -preguntó él cuando se detuvieron en la mesa de recepción y la ruborosa joven que estaba ahí le entregó una bolsa de papel.

– No pude -replicó Kelsa y cuando estaba sentada junto a él en el Jaguar, él abrió la bolsa y compartió el botín con ella, pasándole un paquete envuelto en celofán.

– Pruébelo -sugirió él y puso en marcha el motor. Kelsa comprendió que él tampoco había tenido tiempo de comer.

– Lo lamento -se disculpó-. Lo estoy haciendo pasar por muchas molestias.

– No; esto me concierne a mí también, ¿sabe?

– Ah, lo siento -se disculpó por segunda vez-. Kelsa es hermana de usted también, pero… -ya no siguió. Si, después de todo, él sí estaba interesado en encontrar a su hermana, no sería muy cortés mencionarle que él había demostrado lo contrario.

– Coma su emparedado -ordenó él.

– Es una buena manera de decirme que me calle -comentó ella y, al mirarlo de reojo, se sorprendió de verlo sonreír. Hubo poca conversación por pocos minutos, pero los nervios de Kelsa estaban más tensos cada vez. ¡Pronto sabría algo!-. ¿Qué le dijo su tía? Quiero decir… ¿Qué le dijo usted cuando la llamó? -explotó cuando ya no pudo contenerse más.

– No fue una conversación muy larga -replicó Lyle, mirando de reojo su tensa expresión-. Empecé preguntándole si el nombre March Whitcombe significaba algo para ella.

Obviamente sí significó algo, pensó Kelsa; de otro modo, no estaría sentada junto a Lyle en camino a verla.

– ¿Y qué contestó ella? -preguntó de todos modos.

– Cuando me dijo: “Ya me extrañaba que nadie me preguntara eso”, comprendí que ella tenía la clave de muchas de nuestras dudas, Lo confirmó cuando le dije que March Whitcombe ya había muerto, pero que me gustaría ir a verla en compañía de la hija de March.

– ¿No… le molestó? -preguntó Kelsa en voz baja.

– Se alteró bastante al oír que la madre de usted había muerto… Parece ser que fueron muy amigas durante un tiempo.

– ¿De veras? -preguntó Kelsa, anhelante.

– Eso dijo la tía Alicia. En fin, cuando le dije que usted tenía urgencia por conocer ciertas respuestas, me respondió que ella sentía que le debía a usted explicaciones para llenar los huecos.

Eso era mucho mejor de lo que había esperado, pensó Kelsa. ¡Llenar los huecos! ¡Había vastos precipicios que llenar! Después de eso, se hizo el silencio en el coche y mientras más se acercaban a Olney Priors, donde vivía la señora Ecclestone, Kelsa sentía un vacío en el estómago, que iba en aumento.

Una vez que llegaron, fue obvio que no había cercanía entre los hermanos, por el hecho de que Lyle tuvo que pedir indicaciones para llegar a la casa de su tía. Desde luego, él nunca había estado ahí. Pero en unos minutos, encontró la dirección que buscaba y se detuvo frente a una modesta casa sola.

Kelsa caminó junto a Lyle por el sendero que daba a la puerta de entrada y trató de controlar sus emociones cuando él, al ver el estado en que estaba, la tomó de una mano y le dio un apretón. Entonces se abrió la puerta y la mujer de cuarenta y tantos años que Kelsa vio con los abogados, les dio una cálida bienvenida.

– Cuando la vi y oí su nombre, supe de inmediato quién era usted, querida -dijo, estrechando la mano de Kelsa y, sin poder contener su emoción, le dio un beso en la mejilla. Luego, los pasó a la sala y le quitó el abrigo a Kelsa-. ¿Puedo servirles una taza de té? La tetera está hirviendo -ofreció.

– Si no le importa, tía Alicia, Kelsa está ansiosa por oír lo que tenga usted que decirnos -declinó la invitación Lyle por los dos y Kelsa le lanzó una mirada de agradecimiento.

– ¿Nos sentamos, entonces? -sonrió Alice Ecclestone y una vez sentados, miró a Kelsa y le preguntó-: ¿Qué es lo que quiere saber? Con gusto ayudaré en lo que pueda.

– Hay muchas cosas que desconozco -explicó Kelsa-; pero Lyle me dijo que usted y mi madre eran amigas y… -se aclaró la voz- y yo me preguntaba, si usted sabía que mi madre… tuvo un bebé… antes que a mí.

– ¿No lo sabía usted? ¿Su madre nunca le dijo que…?

– Apenas anoche -intervino Lyle-, cuando le mostré el acta de nacimiento que encontré entre los documentos personales de mi padre, Kelsa se enteró de que mi padre y su madre se conocían… y no sabía que tuvieron un bebé.

– ¡Qué barbaridad! -exclamó su tía-. Seguramente fue una impresión tremenda para usted Kelsa… y para ti también, Lyle -agregó.

– Vaya que si lo fue -comentó él, pero sonrió.

– ¡Cómo te pareces a tu padre! -exclamó ella-. No tanto en el aspecto, aunque sí tienes el aire de los Hetherington; pero en tu modo de ser… He seguido tu progreso en los periódicos -confesó-. El tener pocas relaciones con tu padre todos estos años, no me ha hecho olvidar al joven que eras tú… Hasta que te vi en la oficina de los abogados la semana pasada, no te había visto en unos dieciséis años.

– Creo que Kelsa también se parece mucho a su madre -Lyle trajo su atención de nuevo a lo que le interesaba.

– Es el vivo retrato de ella. Lo siento -se disculpó con Kelsa-, usted está ansiosa por saber todo lo que sucedió antes que naciera y aquí estoy, sintiéndome culpable por no haberme reconciliado con Garwood, cuando él fue tan generoso de recordarme en su testamento.

– Está bien -repuso Kelsa en voz baja y la tía de Lyle la favoreció con una sonrisa de gentileza, que la hizo controlarse.

– Empezaré por el principio, pues, pero díganme si menciono algo que ya sabían.

– Bien, tía -convino Lyle y, con la misma atención de Kelsa, escuchó mientras su tía regresaba veinticinco años.

– Mmm… -titubeó Alicia Ecclestone, como sin saber por dónde empezar y luego declaró-: Bien, para enterarlos un poco de los antecedentes… aunque si les parece demasiado doloroso, deténgame -sonrió antes de continuar-. Garwood y yo proveníamos de una familia bastante pobre; si bien, lo que a mi hermano le faltaba en dinero, le sobraba en cerebro, astucia y empuje.

– Siempre iba a llegar a la cumbre -comentó Lyle.

– De eso no cabía ninguna duda… Siempre fue uno de los ganadores en la vida -convino ella-. Él tenía diecinueve años, cuando nací yo y, según mis padres, ya estaba lleno de ideas y de ambición -su sonrisa se desvaneció y sus ojos se llenaron de tristeza cuando reveló-: Vi por mí misma lo ambicioso que era, cuando abandonó a mi amiga.

– ¿Abandonó a mi madre? -preguntó Kelsa rápidamente, al registrar su mente lo que dijo la tía de Lyle.

– Temo que así fue -confirmó ella, pero agregó-: Aunque tal vez… yo no lo veía así. Entonces… él no tenía muchas alternativas. Pero… -se detuvo-, me estoy saltando cosas. Yo era todavía una niñita cuando Garwood se fue de la casa y no significó mucho para mí cuando él, a los veintiún años de edad, se casó con la heredera de una fortuna.

– Mi madre -concluyó Lyle.