Recordó a la esposa de Garwood, la madre de Lyle, aristocrática y autoritaria, cuando preguntó: “¿Quién es esta mujer?”. Kelsa no podía decir que le simpatizara la poco cordial señora, pero de todos modos comprendió qué a ella tampoco le había ido muy bien en ese asunto. Debió haber sido muy infeliz cuando su marido se enamoró de otra mujer.
Mientras Lyle conducía el coche en un área que le parecía conocida a Kelsa, ella de pronto se preguntó si el padre de Lyle estaría enamorado de su madre. Y recordando cómo se separó de ésta, cuando su esposa le dio un ultimátum, ¿se había casado Garwood con Edwina por su dinero?
Alicia Ecclestone no lo había dicho específicamente, pero siendo una persona sensitiva, no lo haría frente a Lyle. Sin embargo, ¿era a eso a lo que se refería cuando hablaba de su ambición, de su empuje, de que cuando conoció a una rica heredera, se casó con ella?
Los pensamientos de Kelsa vagaron de los padres de Lyle, a él, que estaría furioso por el dolor que su padre le había causado a su madre. Pero su meditación era melancólica, por la hermana que había perdido, cuando de pronto se dio cuenta de que Lyle estaba estacionándose frente al edifico donde ella vivía.
– ¡Yo voy de regreso a la oficina! -exclamó, sobresaltada.
– Rectifico… Yo voy a la oficina; usted, no.
– Pero…
– Pero nada -la interrumpió él-. Está emocionalmente trastornada. Ande, vamos -ordenó con calma.
Kelsa siempre pensó que le gustaba estar al mando de su propia vida, pero tuvo que reconocer que no era tan desagradable que alguien la dominara suavemente de vez en cuando. Tampoco lo era, que la cortés mano de Lyle detuviera su codo al escoltarla dentro del edificio y hasta la puerta de su apartamento.
– ¿Estará bien? -preguntó él con gentileza, al abrir la puerta y ver en los brillantes ojos azules que Kelsa luchaba contra la depresión.
– Sí, claro -respondió y, sintiéndose llorosa, dijo-: Me siento ridícula.
– No; no lo es -negó él en voz baja y entró con ella a la sala-. Quería una hermana y la acaban de privar de ella.
– También a usted lo privaron de una hermana -mencionó ella.
– Ah, pequeña Kelsa -murmuró él y la tomó en los brazos-. Yo tengo más familia -señaló y muy tiernamente le dio un leve beso en la boca.
– Ah… ¿Se supone que esto va a hacerme sentir mejor? -preguntó, luchando por controlar sus emociones.
– ¿No lo logré? -preguntó él y a ella le encantó su sonrisa. Su respuesta fue zafarse de sus brazos y él la soltó-. ¿Ya está bien? -preguntó él y ella comprendió que estaba por retirarse.
– Un poco nerviosa, pero en general bien -Kelsa sonrió-. Gracias por llevarme a ver a la señora Ecclestone.
– Creo que los dos necesitábamos saber la verdad -replicó él en voz baja.
Cuando Lyle estaba junto a la puerta, de espaldas a Kelsa, ella lo llamó. Él se detuvo y se volvió.
– ¿Qué sucede? -la ayudó él al ver que ella, al parecer, no sabía cómo continuar.
– Mi madre… -dijo ella- era buena y bondadosa. Era… una dama.
– ¿Qué está tratando de decirme?
– Ella… mi madre… -las lágrimas se le atoraban en la garganta- ella no era una prostituta -dijo solemnemente y él se le quedó mirando un buen rato.
– Lo sé -replicó él.
– ¿Lo… sabe?
Él sonrió y el corazón de Kelsa aceleró sus latidos cuando él dijo con suavidad:
– ¿Cómo podía serlo… y tener una hija como usted? -y al momento siguiente, él se había dado la vuelta y desaparecido.
Kelsa se hundió en su sillón, cuando se cerró la puerta tras Lyle y, una hora después, todavía seguía sentada ahí, pasmada. Porque, sin tener mucho tiempo de analizar el porqué se sentía tan feliz con las últimas palabras de Lyle, advirtió de pronto varias cosas a la vez. Que él hubiera dicho eso, significaba que no sólo ya no la consideraba una cazafortunas, sino que él… ¿la apreciaba un poco? Y Kelsa esperaba ansiosamente que así fuera, porque ahora sabía que estaba muy enamorada de él.
Cuando se fue a acostar esa noche, se preguntó por qué estaba tan sobresaltada al advertir sus sentimientos hacia Lyle. De seguro era obvio desde la primera vez que él la había besado, cuando ella le respondió con tan inusual abandono, que había algo en él muy especial que ella percibía.
Luego, aceptó la conclusión de que, después de tener tantas esperanzas de encontrar a su hermana, ahora sabía que no había ninguna hermana.
Sin embargo, cuando las imágenes de Lyle empezaron a penetrar en la tristeza de sus pensamientos, Kelsa las dejó entrar. Cuando por fin se durmió, supo que no había ninguna equivocación en lo que sentía por él.
Y si acaso pensaba que, al despertar el jueves, encontraría que se lo había imaginado todo, esa idea fue cancelada inmediatamente, pues él estaba en sus pensamientos aun antes de abrir los ojos. Y lo amó más, porque ella había dejado su coche en Hetherington el día anterior y cuando salió para tomar el autobús, se encontró con que su auto, mágicamente se encontraba en el área de estacionamiento de su edificio.
Condujo al trabajo con una sonrisa en los labios, porque Lyle debió arreglar que alguien lo trajera y, con suerte, podría verlo ese día.
Y sí tuvo suerte, pues alrededor de las diez, esa mañana, mientras Nadine estaba en la oficina interior con el señor Ford, se abrió la puerta exterior y alto, moreno, vestido inmaculadamente, entró Lyle.
– ¿Cómo está? -preguntó, acercándose al escritorio y apoyándose en él.
– Bien -sonrió ella y, aunque sabía que Lyle no había venido especialmente a verla, el corazón le latió más fuerte. Vio que la mirada de él iba de sus ojos a su sonriente boca y luego volvía a sus ojos.
– Una disculpa mía es muy atrasada -le dijo con seriedad-. ¿Me perdonará, Kelsa, por todas las cosas malas que le dije?
¿Cosas malas? ¡Eso no era nada!
– Desde luego -respondió con calma.
– ¿Entonces me permitirá invitarla a cenar esta noche? -preguntó él con sonrisa encantadora.
– ¿Quién puede resistir esa invitación? -se rió ella y mientras su corazón se aceleraba… ¡Iba a salir con él esa noche!… Lyle se apartó del escritorio.
– Pasaré por usted a las ocho -sonrió él y entonces se abrió la puerta de la oficina interior y Nadine salió, seguida por el señor Ford.
– ¡Ah, Lyle! -lo llamó él-. Quería hablar contigo. ¿Algo nuevo de tus planes para…?
– Estoy trabajando en eso, Ramsey -replicó Lyle y Kelsa observó cómo, de muy buen humor, entró a la oficina de su padre-. Anoche pensé en una manera excelente de conseguir el apoyo que necesito -comentó cuando se cerró la puerta tras los dos hombres.
Y entonces se acordó Kelsa de que no había tenido oportunidad de decirle a Lyle, que no creía tener algún derecho sobre la herencia de su padre, ni la quería y, lo que era más, tenía intenciones de renunciar a ella.
Pero… con una mirada soñadora y una sonrisa en los labios… tendría bastante tiempo para decírselo esa noche, pensó.
Capítulo 8
Lyle pasó por ella unos minutos antes de las ocho, pero Kelsa ya estaba lista desde las siete y media. Con una expresión apacible, en su elegante vestido de fina lana color salmón, sonrió serenamente al abrirle la puerta y esperó, al invitarlo a entrar, que él no advirtiera lo acelerado de los latidos de su corazón, al verlo.
– Sólo voy por mi bolso -murmuró con un tono de voz agradable y tuvo que hacer un esfuerzo para apartar la vista de ésos cálidos ojos grises que, según le pareció, la admiraban. Caminó lentamente a su alcoba, pero una vez ahí, pasó saliva con fuerza, al advertir que estaba temblando por dentro; tomó su pequeño bolso, y todavía tuvo que esperar unos segundos para controlarse-. Lista -dijo con ligereza cuando regresó a la sala.
Creyendo que ya estaba tranquila, de inmediato se desmoronó cuando Lyle, deteniéndose un momento antes de partir, la miró a los brillantes ojos azules y le dirigió un cumplido:
– Kelsa, está encantadora.
– Ah, gracias -ella logró replicar, como si estuviera acostumbrada a recibir cumplidos de él todos los días-. Y gracias por mandarme mi coche, por cierto. Se me olvidó mencionarlo esta mañana.
– Fue un placer -murmuró él con ligereza y la escoltó del apartamento al coche y de ahí a un elegante, pero discreto restaurante.
El cenar con Lyle fue una de las más maravillosas experiencias de su vida, decidió Kelsa. Él era ingenioso y encantador y ella no podía recordar el tiempo en que lo consideraba un monstruo. Era un hombre experimentado y conocedor, pero al mismo tiempo le pidió su opinión sobre varios de los temas que trataron… ninguno relacionado con negocios; y así, la velada transcurrió rápidamente para Kelsa.
Kelsa casi no supo lo que comió; lo único que sabía era que Lyle parecía disfrutar de su compañía, igual que ella disfrutaba la de él… y eso hacía que el mundo de la joven fuera perfecto.
– Tomaremos café en el anexo -le sugirió Lyle a un atento camarero y, con sorpresa, Kelsa advirtió que se había acabado cuatro platillos, casi sin darse cuenta.
El anexo era una pequeña habitación a un lado del gran salón, y Kelsa se sintió más feliz cuando compartieron un sofá y su conversación se refirió por primera vez, a algo de la oficina, al revelarle Lyle:
– La murmuración en la sala de sesiones de la junta directiva es, que mi padre parecía ser completamente feliz las últimas semanas de su vida.
– Yo lo conocí durante poco tiempo -replicó Kelsa, sensible al hecho de que Lyle había estado en Australia esas últimas semanas de la vida de su padre y debía sentirse triste por eso-, pero, aunque algunas veces se enfadaba, como todos, a mí me parecía siempre feliz.
– Me parece, Kelsa, que él nunca se enfadó con usted. De hecho, estoy seguro de que nunca lo hizo.
Un poco intrigada por saber a dónde quería llegar él, aunque por su cálida y amigable mirada no parecía que fuera algo que la alterara, Kelsa comentó:
– No, en realidad, nunca lo vi irritado conmigo; pero… no entiendo a qué se refiere -tuvo que confesar.
– Dulce Kelsa -replicó él y si eso no fuera suficiente para que el corazón de ella se desbocara, la gentil sonrisa que Lyle le dirigió, hizo que ella se estremeciera de alegría-. Por lo visto, feliz con la mayor parte de su vida, tenía un rincón de su ser que debió haberle dado momentos de tristeza y de remordimiento.
– ¿Mi… madre? -preguntó ella tentativamente, sin querer ofenderlo, en caso de que Lyle se sintiera afligido acerca de su propia madre.
– Mi padre, por lo que dice mi tía, recibió un ultimátum; pero aunque abandonó a su amante y a su hija, habiendo tomado la decisión de no volver a verlas, no puedo imaginarlo, ya que era un hombre honorable en todos los aspectos, soportando tal situación, sin pagar un precio por ello.
– ¿Sintiéndose infeliz acerca de eso? -conjeturó Kelsa.
– Sí; infeliz y creo que, aunque aprendió a vivir con la decisión que tomó, una pequeña parte de su ser sentía que le faltaba algo… hasta que la vio a usted en los corredores de… -Lyle se interrumpió y luego agregó-: Encontró a la Kelsa equivocada, pero tengo que agradecerle a usted, querida, por el hecho de que, una vez que él supo que la madre de usted había muerto y por su creencia de que usted era la hija que había perdido, usted hizo que su vida fuera completa y que él se sintiera feliz.
– Ah, Lyle -dijo Kelsa con un suspiro-, qué cosa tan linda me dice. Gracias -agregó suavemente. Él ya se había disculpado por las cosas tan horribles que le había dicho y que ella ya le había perdonado; pero lo que acababa de decir borraba todo lo malo que él le había dicho antes. Trató de dominarse para que Lyle no notara lo mucho que le importaba su opinión sobre ella-. Fue una verdadera coincidencia encontrarme con él en el corredor.
– Estaba escrito en sus cartas desde el primer día que estuvo en el edificio… o hasta en el estacionamiento.
– Sí… supongo que sí -convino ella-, y creo que debe haber sido el destino todo el tiempo, porque nunca fue mi intención irme de Drifton Edge, cuando solicité el empleo de Hetheringtons.
– Desde Herefordshire -comentó él y ella sonrió porque él recordó de dónde venía ella-. Pero -continuó Lyle, con los ojos en la curva de los labios de Kelsa-, la persona que la entrevistó vio de inmediato su potencial y le ofreció un trabajo importante.
– No sé si vio mi potencial… Recuerde, subí con trabajos desde la sección de transportes -Kelsa sonrió con malicia, feliz porque él se rió-. Aunque es verdad -confesó, tratando de controlar los latidos de su corazón porque él se había reído de su broma-; sí me ofrecieron un puesto importante en otra sección… pero lo perdí porque estaba indecisa acerca de qué hacer y me tardé demasiado en resolver.
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