– ¿Por qué estaba indecisa? -preguntó él-. ¿Un amiguito?

– Ah, no -replicó ella con ligereza-. Supongo que por el hecho de haber nacido y crecido en Drifton Edge, me parecía un paso gigantesco empacar, y dejar todo. Principalmente teniendo una casa ahí.

– ¿Tenía una casa ahí? -la instó él y la conmovió su aparente interés.

– Todavía la tengo… era la de mis padres -explicó ella-. Supongo que pronto tendré que tomar una decisión acerca de qué hacer con ella… venderla o rentarla. Pero mientras tanto, regreso a Drifton Edge casi todos los fines de semana y…

– ¿Casi todos los fines de semana? -Lyle entrecerró los ojos-. ¿Está segura de que no tiene un amiguito escondido en las selvas de Herefordshire? -preguntó.

– ¡Segura!-se rió ella y por un loco instante pensó que él sonaba un poco celoso, lo cual era tan ridículo, que lo descartó de inmediato-. Sólo voy allá para ventilar el lugar, verificar si no hay tuberías congeladas, ver a mis amistades… -esperaba no estarlo aburriendo con sus historias, pero como él tenía la habilidad de mostrarse interesado en todos los detalles que ella mencionaba, le contó que su amiga más íntima, Vonnie, fue la que le dio el empujón para encontrar un trabajo más estimulante que el que ella hacía allá.

– Así que tenemos que agradecerle a su amiga Vonnie, el que nosotros la hayamos encontrado -comentó Lyle y, al acelerarse el corazón de Kelsa y estar sus ojos fascinados con la curva superior de la maravillosa boca de Lyle, la joven supo que éste no era uno de los momentos más maravillosos para ella, sino que era la más maravillosa experiencia de su vida. ¿Qué otra cosa podía ser? Estaba ahí, con el hombre a quien amaba y, aunque sabía que él debía conocer a muchas otras mujeres más sofisticadas, tan sólo por esa noche, él parecía estar disfrutando de su compañía.

Esa idea todavía estaba en su cabeza cuando, habiendo terminado su café, salieron del restaurante y Lyle la llevó a su apartamento. Al estacionarse frente al edificio, Kelsa sintió que no quería que terminara esa velada; y aunque acababan de tomar café, la joven tuvo la esperanza de que él tampoco quisiera despedirse todavía y se quedara, aunque fuera quince minutos más.

– Mi café es instantáneo, una pérdida de rango, después de lo que acabamos de tomar -se volvió hacia él para decirle rápidamente-, pero es bienvenido, si gusta…

– Me gustaría mucho -sonrió él-. Aún más, yo lo prepararé… ¿Qué tal? -ofreció.

El corazón de Kelsa dio un salto de júbilo, aunque rehusó.

– No, gracias, su café sabe a té.

Riéndose, entraron ambos al edificio y hasta la puerta del apartamento de Kelsa, donde él le tomó su llave y abrió la puerta. Juntos caminaron hasta el centro de la sala; pero cuando Kelsa se volvió para preguntarle si quería su café negro o con leche, lo miró a los cálidos ojos grises y al instante se le olvidó la pregunta que le iba a hacer.

Estaba parada muy cerca, casi tocándolo y no tenía idea de lo que él vio en sus ojos, pero lentamente Lyle extendió un brazo y lo colocó alrededor de sus hombros, volviéndola un poco más para que quedara frente a él y más cerca.

– Eres hermosa -jadeó, dándole todo el tiempo del mundo para apartarse, si así lo quería, y la acercó a su cuerpo, aún más.

Pero Kelsa no tenía deseo de apartarse.

– Ah, Lyle -susurró y, al juntarse ambos cuerpos, le rodeó el cuello con los brazos.

Él la besó con gentileza y ella le devolvió el beso con dulzura.

– Amor mío -dijo él con un suspiro y volvió a inclinar la cabeza.

Su beso fue más intenso esta vez y Kelsa, con el corazón acelerado y sus emociones sin control, se apoyó sobre él al entregarle sus labios. Lo amó al terminar ese beso y lo amó también cuando Lyle besó su cuello y la apretó aún más.

En la firmeza de sus brazos, ella se aferró a él. Quería gritar su nombre, pero su cálida y maravillosa boca había caído sobre la de ella nuevamente, esta vez con más intensidad y con tanto sentimiento, que la joven percibió cómo se encendían llamas de deseo en su interior.

Una vez más se besaron. Ella sintió que las manos masculinas bajaban a sus caderas y la apretaban más contra él. Oyó un gemido de deseo que salía de su boca y, al aumentar el deseo por él, Kelsa tuvo que exclamar su nombre.

– ¡Lyle! -sentía fuego en su cuerpo y se apretó más contra él… oyendo un gemido que era un eco de lo que ella sentía.

– Dulce amor -dijo él con voz ronca y con la pasión al máximo, con su boca sobre la de ella, se movieron juntos, instintivamente acercándose a la alcoba. Ante la puerta, él se detuvo y la miró a los ojos, con una pregunta en la mirada.

Pero ella lo amaba y quería más. Su respuesta fue alzar la cabeza y besarlo… Lo próximo que supo era que estaban dentro de la habitación, donde, habiendo él desechado la chaqueta por el camino, Lyle la guió para sentarse en su cama individual.

Estar tan cerca cuando él se quitó la corbata y ella le pasó las manos por la espalda, era una dicha; pero más emocionante era la forma en que él acariciaba sus senos y los moldeaba tiernamente.

Ella no supo cuándo, sin sentir vergüenza alguna, él le deslizó el vestido; pero después de un delicioso beso de deseo, de júbilo, ella se dio cuenta de que ambos estaban acostados en la cama, sin la ropa exterior. Pero fue timidez lo que hizo que Kelsa escondiera el rostro en el velludo pecho de Lyle.

– ¿Estás bien, pequeña? -preguntó él con ternura.

– Ah, Lyle -jadeó ella y con los cuerpos tan juntos en la estrecha cama, tan ardientes, alzó la cabeza y le rodeó el cuello con los brazos desnudos-. Sí, estoy bien -sonrió-, mejor que nunca.

Se besaron y ella sintió las manos de él que se entretenían con su sostén.

– Creí que no usabas esas cosas -murmuró Lyle, al desabrochar expertamente el sostén y, para crear más estragos en las emociones de Kelsa, sus manos tibias y tiernas acariciaron los sedosos senos que había descubierto.

Él inclinó la cabeza para saborear los endurecidos pezones y, fuera de sí por el deseo, Kelsa vagamente se dio cuenta de que él probablemente se refirió a que ella no llevaba sostén la última vez que estuvo en sus brazos.

– Es que estuve lavando mi ropa interior… Quiero decir… Yo siempre… -interrumpió su balbuceo y sintió el rubor en sus mejillas por lo torpe que sonaba. Lo que le preocupó fue que él advirtiera lo ingenua que era en esa situación. Quiso disculparse, pero Lyle se detuvo.

Algo cambió, advirtió Kelsa, cuando Lyle se apartó un poco y mirando su ansiosa expresión inquirió:

– Dime, Kelsa -hablando con voz grave, y la pasión acechando-, esa historia de que eres virgen, ¿es verdad?

– ¿Se… nota? -preguntó ella, sin aliento, con timidez, pero sin sospechar que sus palabras tuvieran el efecto que tuvieron en Lyle. Pues, para asombro de Kelsa, en un solo movimiento, él balanceó las piernas sobre la cama y, mostrándole la espalda desnuda a Kelsa, se sentó en el borde del lecho. Pero a pesar de la firmeza de su tono, su respiración era irregular.

– Kelsa, primor, eres una criatura hechicera y puede uno perder la cabeza contigo, pero… -empezó a decir, y se interrumpió; y pareciendo hacer un gran esfuerzo, juntó su ropa y pronunció las peores palabras que Kelsa había oído en toda la noche-. Más vale que me vaya.

– ¿Irte…? -repitió ella, demasiado aturdida, demasiado excitada para ocultar el hecho de que no quería que él se fuera. Pero sabía que Lyle hablaba en serio, pues aunque parte de su mente le decía que no era posible que él se fuera y la dejara así, se estaba poniendo los pantalones y tomando la camisa.

Él estaba a medio camino hacia la puerta cuando se volvió y le dijo en voz baja:

– Voy a salir del país por una semana -y luego prometió-: te llamaré cuando regrese -en seguida se fue.

El ruido de la puerta del apartamento al cerrarse, todavía resonaba en sus oídos cinco minutos después y Kelsa seguía sin poder creer que, así sin más, Lyle se había ido.

Eran cerca de las tres de la mañana cuando Kelsa pudo finalmente descansar un poco de todas las preocupaciones que se habían presentado, la principal de las cuales era: ¿Por qué desistió Lyle de hacerle el amor?

Bajo la fría luz del viernes en la mañana, luego de un sueño irregular, Kelsa pensó que ya tenía la respuesta. Iba camino a la oficina cuando, sin lugar a dudas, dedujo que Lyle al darse cuenta de lo ignorante que era ella cuando se trataba de hacer el amor, se había desanimado.

Fue una suerte que no hubiera tanto trabajo en la oficina ese día, porque Kelsa no podía concentrarse en lo absoluto en su trabajo. Sin embargo, alrededor del mediodía, se animó al recordar cómo, a pesar de su ingenuidad, él la había llamado una criatura hechicera y dijo que un hombre podía perder la cabeza por ella. Pero luego advirtió, sobresaltada, que el amor la hacía olvidadiza, pues de repente recordó que había planeado decirle durante la cena su intención de renunciar a la herencia que su padre le había dejado tan equivocadamente. Tan arrobada estaba por el hecho de estar con él que, aunque hablaron de muchos temas, a ella se le había olvidado el más importante.

– ¿Te importaría que me tomara una hora en cuanto pueda arreglar la cita? -le preguntó a Nadine, decidida a actuar ahora mismo, antes que el amor le borrara la memoria por completo-. Necesito hablar con Brian Rawlings.

– Claro que puedes -sonrió Nadine-. De todos modos, hoy no tenemos mucho trabajo.

Agradeciéndole con una sonrisa, Kelsa se comunicó con Burton y Bowett y luego con la secretaria de Brian Rawlings, sólo para, descubrir que el señor Rawlings iba a estar fuera todo el día.

– Y el lunes -se disculpó la secretaria- también tiene su agenda completa, señorita Stevens -y cuando le preguntó de qué asunto se trataba, y Kelsa le informó que era acerca de la herencia de Hetherington, la secretaria exclamó-: ¡Ah, esa señorita Stevens! -y como si el nombre Hetherington hubiera abierto una puerta mágica, dijo-: Creo que puedo abrirle un espacio a las cuatro y media, el lunes, si le parece bien.

– Perfecto -aceptó Kelsa y colgó para avisarle a Nadine que saldría de la oficina el lunes como a las cuatro.

Terminado eso, hizo un esfuerzo por dedicarse al trabajo, pero con Lyle en la mente, le fue muy difícil. Cuando por la tarde, trajeron un enorme arreglo floral a la oficina, ya fue imposible concentrarse en el trabajo.

– Alguien se interesa -murmuró Kelsa sonriente, mirando a Nadine y creyendo que las flores eran para ella, probablemente de su prometido.

– Ciertamente así es -sonrió Nadine y dirigió al mensajero al escritorio de Kelsa.

– ¿Para mí? -preguntó Kelsa, atónita y sintió que se sonrojaba de sorpresa y emoción cuando, viendo que, en efecto, el sobre venía dirigido a la señorita Kelsa Stevens, lo abrió y sacó una tarjeta que decía: “¿Puedo suponer que estás pensando en mí tanto como yo pienso en ti?” Y firmó “L”-. ¡Oh! -exclamó y no podía creerlo. ¿Tanto como él pensaba en ella? Pero si él estaba en su mente todo el tiempo-. Son… de un amigo -murmuró cuando vio que Nadine la miraba.

– Ya me lo imaginé -replicó Nadine con una sonrisa, aunque cuando vio que Kelsa no sería más explícita, volvió discretamente a su trabajo.

Diez minutos después, Kelsa todavía trataba de contener los acelerados latidos de su corazón. ¡Lyle le había mandado flores! ¡Unas flores bellísimas! Ella ni siquiera sabía en dónde estaba él… pero dondequiera que estuviese, pensaba en ella.

Todavía seguía exaltada y con los ojos brillantes cuando, con su precioso arreglo floral en el coche, conducía a su apartamento esa noche. ¡Lyle pensaba en ella! Él le había prometido comunicarse en cuanto regresara. Amándolo como lo amaba, Kelsa luchó contra el peligro de leer en sus palabras o sus acciones algo que pudiera no estar ahí; pero aun cuando se esforzaba por tener los pies en la tierra, sentía que podía estar segura de que, al mandarle flores y al sugerirle que pensaba en ella, seguramente significaba que al comunicarse, a su regreso, no sería por cuestión de negocios.

A causa de Lyle, porque él estaba en su mente y en su corazón y porque se sentía tan inquieta, no tenía deseos de encontrarse con los antiguos amigos; así que decidió nuevamente no ir a Drifton Edge ese fin de semana. No esperaba que Lyle se comunicara con ella tan pronto… Se acababa de ir… De ninguna manera podía estar de regreso todavía. Había dicho que sería como una semana; eso sería alrededor del jueves.

Pasó el sábado haciendo labores domésticas, sentada a ratos y mirando al espacio soñadoramente o admirando la canasta con flores, que tenía un sitio de honor en el centro de una mesita baja.

El domingo por la mañana, estaba ansiosa por ver a Lyle de nuevo y, siendo el amor un capataz terrible, empezó a sentirse enferma al advertir que, aun suponiendo que Lyle regresara a Inglaterra el jueves, eso no quería decir que ella lo vería inmediatamente. También descubrió que el amor quitaba el apetito, pues no deseaba comer al mediodía. Tal vez… tenía que enfrentarse a la horrible idea de que Lyle dejaría pasar una semana antes de comunicarse con ella.