Al atardecer, Kelsa seguía con la misma agitación mental. Sabía que, aun cuando vivía con la esperanza, la fría lógica tenía que declarar que una cena, unos cuantos besos, aun cuando fueran de calidad explosiva, más una preciosa canasta de flores, no podían constituir una prueba de que Lyle estaba interesado en ella. De pronto, sorpresivamente, alguien tocó el timbre de la puerta y los pensamientos de Kelsa quedaron suspendidos en el aire.

Aun cuando trataba de controlarse, de calmarse y de convencerse de que no fuera tan tonta y de que no era posible que Lyle ya estuviera de regreso, había esperanza en su corazón. Con las piernas temblorosas, fue a abrir la puerta.

Desde luego, no era Lyle la persona que estaba parada ahí… como si ella tuviera un poco de sentido común, debió saberlo desde un principio, sin excitarse tanto. Pero cuando reconoció a la mujer que había visto una vez en la iglesia y otra vez en la oficina de los abogados, supo que era un miembro de la familia de Hetherington.

– ¡Señora Hetherington! -exclamó, sorprendida, mientras la alta y majestuosa mujer, de expresión pétrea, la miraba autoritariamente.

– ¿Puedo tener unos minutos de su tiempo? -sugirió la madre de Lyle con una voz muy cultivada.

– Sí, claro -Kelsa recordó sus buenos modales-. ¿Gusta pasar? -invitó, pero por más que vagaban sus pensamientos en todas direcciones, no encontraba una respuesta al porqué la madre de Lyle tenía que visitarla. ¿Lyle? -preguntó de pronto con ansiedad-. ¿Está bien?

Su ansiedad fue, por lo visto, advertida por su visitante y la mujer apretó los labios.

– ¡Los hombres Hetherington siempre están bien! ¡Ellos se esmeran por estar siempre bien! -replicó la señora Hetherington con rigidez-. Son las mujeres en su vida las que sufren.

A Kelsa no le gustó lo que dijo, aunque tanto su madre, como la mujer que estaba frente a ella, habían conocido el dolor a través de Garwood Hetherington; no podía discutiese hecho. Sin embargo, como parecía que Lyle estaba bien de salud, de otro modo la señora Hetherington ya lo habría mencionado, Kelsa invitó:

– Por favor, tome asiento -y se preguntó si debía ofrecerle algo de beber. Ese pensamiento se desvaneció al instante, cuando su invitada se detuvo a observar las flores de la mesita. Y mientras Kelsa se arrepentía de haber puesto la tarjeta de Lyle en un lugar muy visible donde pudiera descubrirse, ya que significaba tanto para ella, la señora Hetherington se inclinó para echarle un vistazo.

– ¡Así que ya empezó! -declaró vagamente y como para ratificar el hecho de que ésa no era visita social y que no se quedaría mucho tiempo, la señora se sentó en el brazo de un sillón.

– ¿Perdón? -preguntó Kelsa, sentándose cortésmente frente a la mujer-. No entiendo…

– Las flores… obviamente, son de Lyle -y mientras Kelsa parpadeaba, la señora continuó con altanería-: Cuando mi cuñada me contó por teléfono, esta mañana, que usted, junto con mi hijo, fueron a verla el miércoles, supe de inmediato lo que él estaba tramando.

Kelsa se le quedó mirando con los ojos abiertos por la sorpresa.

– ¿Tramando? -repitió.

– Él, desde chico, fue una persona que siempre iba directo a conseguir lo que deseaba. Es obvio que sólo esperó que se leyera el testamento de su padre y va tras lo que está determinado á tener.

– ¿Determinado a tener? -atónita por la actitud agresiva de la mujer, Kelsa supo que la madre de Lyle no tenía ningún sentimiento cordial hacia ella. No que la culpara por eso; pero…

– Usted no creyó que Lyle iba sumisamente a permitir que usted se llevara lo que él considera que es legítimamente suyo, ¿verdad? -interrumpió la señora sus pensamientos con tono áspero.

– Pues… no -repuso Kelsa, aunque nunca pensó en eso; pero no podía imaginarse a Lyle dejando pasar algo sumisamente. Al empezar a despejarse su cerebro, sugirió-: Si habla usted del dinero, de los valores y…

– Mi hijo, señorita Stevens -interrumpió Edwina Hetherington con descortesía-, independientemente de lo que él le haya dicho, está dispuesto a pelear por lo que quiere. Sin importar lo que cueste, él irá tras su meta. Es inherente en él.

– Pero él no… -Kelsa iba a explicar que Lyle no tenía que pelear por nada en relación a la herencia, pues ella iba a renunciar voluntariamente a todos sus derechos a ella.

Sin embargo, no tuvo oportunidad de terminar lo que había empezado, pues, para su sobresalto, la señora Hetherington comenzó a decir con hostilidad:

– Déjeme aclararle esto, señorita Stevens. Mi única preocupación al venir a verla es que no la quiero como nuera.

– ¡Nuera! -exclamó Kelsa, atónita.

– No quiero que sea la esposa de mi hijo -se lo explicó más claramente la señora.

– Pero… -balbuceó Kelsa, sin poder creer lo que oía-… Lyle no me ha pedido…

– Si sé algo de los Hetherington… y viví con uno durante cuarenta años… es que él lo hará. Tiene la mirada puesta en su fortuna y, al igual que su padre, estará dispuesto a casarse para obtenerla.

– Yo… -trató Kelsa de interrumpirla.

– Y, al igual que su padre -continuó la señora Hetherington-, se casará con la heredera de una fortuna. Pero usted no tiene ninguna necesidad de despertar una mañana, como lo hice yo, para encontrarse con la cruda verdad de que no sólo se casó su marido con usted por su dinero, sino que incluyó una amante en el trato. Ya se lo advertí y, además, no tiene usted necesidad de casarse con él por su dinero, ya que está en buena posición de decir que no. O, lo que sería una mejor alternativa, puesto que Lyle heredó el habla persuasiva de su padre, niéguese a tener nada más que ver con él.

Mirando con asombro cómo esa mujer dominante le explicaba todos los detalles, Kelsa supo de cuál de sus padres había heredado Lyle su carácter agresivo, que le había visto al principio. Pero mientras que en todo lo que le había lanzado su madre, había mucho que asimilar; Kelsa empezó a sentir una extraña inquietud acerca de Lyle, en especial cuando se le ocurrió que precisamente en ese mismo sitio, cuando él creía que ella era su hermana, se había mostrado agresivo y hostil. En cambio, cuando supo que no estaban emparentados, cambió y se volvió amable y considerado. ¿Había sido eso porque de inmediato él advirtió que, por lo tanto, ella era… ¡casadera!?

De pronto, su mente empezó a registrar lo que decía la madre de Lyle y, aunque quería discutirle que estaba del todo equivocada, no podía dejar de preguntarse si ella misma tal vez lo estaba. Sintiendo náuseas por los nervios, Kelsa experimentó una urgente necesidad de estar sola. Bruscamente, se puso de pie. Más que nanea en su vida, supo que tenía que estar sola para poder pensar.

– Gra… cias por venir a… advertirme, señora Hetherington -sugirió y para su alivio, la señora se puso de pie.

– Tengo su palabra… -empezó la señora a decir altaneramente.

Pero Kelsa, aunque tenía cierta cortesía innata, ya no pudo más y su ánimo, que había estado por los suelos, de pronto se levantó.

– Me temo que no -replicó suavemente, pero con firmeza. Con desesperación deseaba que la señora se fuera.

– Usted ya tiene dinero, así que no tiene ninguna necesidad de casarse con él para obtenerlo -reafirmó la señora bruscamente. Kelsa no quiso refutar el argumento, aunque vio que la señora Hetherington no estaba nada complacida; y para rematar, la mujer declaró con frialdad-: Y si está enamorada de él, ¡más tonta es! -con eso, salió arrogantemente y, al cerrarse la puerta, Kelsa se dejó caer en una silla.

Una hora después continuaba ahí, repasando una y otra vez cada palabra que habían intercambiado ella y Lyle. Y para entonces comprendió la tonta enamorada que había sido.

Instintivamente, trató de ser objetiva; pero cuando repetía y examinaba todo, había más incidentes que la hacían creer que la madre de Lyle tenía razón y que él la engañaba para alcanzar sus propios fines, y menos muestras de que él genuinamente la quería.

Sin embargo, en cuanto a la afirmación de la señora Hetherington de que él se casaría con ella para apoderarse del dinero que su padre le había dejado… y Kelsa contuvo el aliento al recordar lo mucho que Lyle necesitaba ese financiamiento… ella no podía creer que él fuera capaz de algo así.

Teniendo en cuenta lo rudo que lo había visto en más de una ocasión, tal vez lo concebía planeando comprometerse con ella, convencerla de que le traspasase los bienes a él… y luego, rompería el compromiso. Pero que en realidad él llegara al grado de casarse con ella… no; eso no lo concebía. Aunque… ¿acaso no había pensado ella misma si su padre se habría casado con su madre por su dinero? ¿No lo había dicho la misma señora Hetherington una hora antes? ¿Y no había dicho la tía de Lyle lo mucho que se parecía él a su padre? ¿Que estaba hecho en el mismo molde?

A la medianoche, sintiéndose agotada de tanto pensar, Kelsa llegó a la triste conclusión de que los hombres Hetherington eran capaces de hacer cualquier cosa por dinero… incluso casarse, si tenían que hacerlo.

Una vez más, recordó el dramático cambio que hubo en Lyle, en cuanto supo que no era su hermana. Ahora que lo pensaba, él había pasado de detestarla a conseguirle una copa de brandy. ¡Vaya que pensaba rápido! En cuanto descubrió que no era su hermana, le preparó una taza de té. En unos segundos, había cambiado de un hombre que no tenía tiempo para ella, a un hombre que encontraría el tiempo para ella. Ella no tenía que descubrir cómo encontró él tiempo de su muy ocupado día el miércoles para llevarla a ver a su tía.

Para cuando se acostó, en la madrugada del lunes, Kelsa estaba exhausta. Había repasado cada detalle muchas veces. Recordó cómo Lyle le había llamado para pedirle que no exprimiera a la compañía hasta que él pudiera conseguir el financiamiento… supuestamente para comprarle sus valores. Pero lo que más salía a flote en sus pensamientos era la forma en que él la había llamado, cuando creía que estaban emparentados; pero debió pensar con extrema rapidez cuando supo que no era su hermana. Kelsa escondió la cabeza bajo la manta… ¡Había sido un blanco muy fácil!

Despertó a las seis y su primer pensamiento fue para Lyle. Durante unos diez segundos, estuvo segura de que estaba completamente equivocada y que también la madre de él tenía una idea del todo errónea. ¡Era demasiado increíble para ser creíble! Pero luego, la cruda realidad la dominó. Cruda, porque Lyle había dicho que un hombre podía perder la cabeza por ella… pero él no había perdido la cabeza, ¿verdad? Todo el tiempo que la estuvo conquistando, debió de tener la mente muy clara. A diferencia de ella, que entonces y desde entonces había sido completamente estúpida. ¡Qué inexperta era! La dolorosa verdad era que él nunca perdería la cabeza por ella. ¡Si ni siquiera le gustaban las rubias! Con demasiada claridad recordó a la hermosa y elegante mujer que lo había acompañado la última vez que ella y Nadine habían cenado con su padre y, bruscamente, saltó de la cama.

Entró a la sala, invadida por los celos, porque aunque Lyle la había sacado a cenar una vez, no eran las rubias las que le gustaban, sino que siempre preferiría a las morenas.

A Kelsa todavía se le hacía difícil creer, que él iría tan lejos como casarse, para obtener el control del Grupo Hetherington. Luego, de pronto recordó algo más que le cayó como un golpe y le heló la sangre. Sus pensamientos regresaron al jueves pasado. Ese había sido el día siguiente a aquél en que fueron a ver a su tía Alicia… cuando la señora Ecclestone había confirmado que ella no era la hermana de Lyle, porque su medio hermana había muerto desde pequeña. Lyle había pasado por la oficina de Kelsa el jueves y, después de unas palabras, la había invitado a cenar esa noche. Ella, desde luego, había aceptado y había estado hechizada por el encanto de él toda la velada. Pero regresando a la mañana en la oficina, cuando Ramsey Ford vio a Lyle y le preguntó acerca de sus planes de expansión, Lyle le respondió: “Estoy trabajando en eso”, y teniendo en cuenta que él y Kelsa no estaban emparentados, había dicho: “Anoche pensé en una manera excelente de conseguir el financiamiento que necesito”.

Atónita, al darse cuenta de que ella debía ser tan ingenua como su madre, Kelsa comprendió que había llegado el momento de tomar una decisión. Puesto que, de todos modos, tenía la intención de transferirle toda su herencia a Lyle, no tenía importancia si él se casaba con ella por interés o no. Lo que estaba en juego era su orgullo y cómo se sentiría cuando, al enterarse Lyle de que toda la fortuna era suya, olvidara por completo sus promesas de: “Me comunicaré contigo cuando regrese”, olvidara que le envió flores, y su mensaje de: “¿Puedo suponer que estás pensando en mí como yo pienso en ti?” y, probablemente, la ignoraría por completo la siguiente vez que se encontraran en los corredores de Hetheringtons. O lo que sería peor, ejecutaría su amenaza de despedirla, en cuanto él estuviera al mando. Sin pensarlo más, la cuestión estaba resuelta para Kelsa.