Cuestión de principios
Cuestión de principios (1995)
Título Original: Relative values (1994)
Capítulo 1
Kelsa se subió a su coche, consiguió poner en marcha el motor y alejándose sacó el auto fuera de su lugar de estacionamiento de su apartamento, para llevarlo al taller de servicio que siempre utilizaba. Sólo tenía viviendo en Londres tres meses, pero ya los mecánicos del taller estaban familiarizados con ella. Casi no pasaba una semana sin que su Ford Fiesta -desde luego un modelo viejo- no tuviera que visitar el taller automotriz.
En el fondo, Kelsa sabía que ya tenía que cambiar de coche; pero como ése pertenecía a sus padres y siempre fue el auto familiar, todavía no soportaba la idea de tener que deshacerse de él. Para ella fue un gran paso venir a trabajar a Londres y sentía que necesitaba un tiempo de respiro, antes de dar otro más grande.
Hasta tres meses antes, ella vivía en Drifton Edge, un pueblo de mediano tamaño en Herefordshire, donde nació y creció. Era un sitio agradable y Kelsa fue feliz ahí hasta dos años atrás, cuando su padre y su madre fallecieron en un accidente, al estar de vacaciones en el extranjero.
Ella tenía veinte años entonces y durante casi un año, estuvo aturdida por el impacto, apesadumbrada y tratando de afrontar el hecho de que las dos personas a quienes más amaba, ya no existían y que ella estaba sola en este mundo. Hija única; ni siquiera tenía abuelos a quienes acudir, pues su padre fue huérfano y los padres de su madre eran ya mayores cuando nació ella y murieron unos años después.
Kelsa sentía que tenía que agradecerle a su amiga Vonnie la ayuda que le ofreció, lo cual dio por resultado que ella abandonara su empleo en Herefordshire. Seis meses antes, ella fue la dama de honor principal en la boda de Vonnie y cuando le ayudaba a cambiarse para el viaje de luna de miel, comentaron algo acerca de la “nueva vida”. Vonnie se volvió hacia ella y con seriedad le preguntó:
– ¿Y qué va a pasar con tu vida, Kelsa?
– ¿Mi vida? Ah, supongo que seguiré trabajando en Coopers y… -empezó a decir Kelsa con una sonrisa, pero Vonnie, con la expresión seria, la interrumpió.
– Estás desperdiciando tu vida ahí -declaró categóricamente, siendo empleada de la misma compañía y consciente de que no se aprovechaban bastante las capacidades de su amiga-. Y de hecho, estás desperdiciando tu vida en Drifton Edge también.
– ¡Pero siempre he vivido en Drifton Edge! -protestó Kelsa.
– ¡Precisamente!-respondió Vonnie.
– Ah, yo estoy bien -Kelsa se encogió de hombros. Ahora no era el momento de confesarle a su amiga que de un tiempo para acá, se sentía inquieta, con una necesidad que la invadía de vez en cuando, de hacer algo diferente a lo que hacía.
– Me preocupas -dijo Vonnie.
– ¡Por amor de Dios! -exclamó Kelsa, intentando bromear-. La única persona que debe preocuparte ahora es tu marido -pero en lugar de que su amiga olvidara el tema al recordarle a su flamante marido, Kelsa notó que no podía desviar a Vonnie de su propósito; pues, en lugar de que su semblante se tornara sonriente, permaneció tan grave, que Kelsa tuvo que ceder-. Está bien, buscaré en el periódico mañana, para ver qué hay en los empleos.
– Mañana, no. Hazlo hoy -insistió Vonnie.
– Si eso te pondrá una sonrisa en el semblante, será hoy -prometió Kelsa y se fue a su casa, después de la boda, con esa sensación de inestabilidad nuevamente. Quizá Vonnie tenía razón y debería de pensar en encontrar un empleo más estimulante que el que tenía en Coopers. Era inteligente, ¿no?
De hecho, su maestra de aprovechamiento en la escuela insistió en que Kelsa solicitara su ingreso a una universidad… pero su madre, con sus estrictas ideas de cómo debía educar a su hija, estuvo absolutamente en contra de esa propuesta. En cambio, y firmemente apoyada por su marido, sugirió que Kelsa se inscribiera en la escuela local de enseñanza comercial para secretarias, lo cual hizo pensar a Kelsa que tal vez había problemas financieros en su familia que impedirían, a futuro, su manutención. Así que reprimió la breve excitación ante la idea de asistir a una universidad y se inscribió en el colegio para secretarias.
Más adelante, se dio cuenta de que no había ningún problema financiero en especial, sino que el deseo de sus padres de mantenerla en casa, sólo era una extensión de su actitud protectora, que incluía un fuerte énfasis en su ética moral, a tal grado, que se extendía a sus amigos y amigas. Kelsa no se sentía reprimida por la autoridad de sus padres, pues los amaba mucho y sabía que era correspondida.
Salió de su meditación, al introducir el coche al patio del taller. Pero, mientras esperaba al encargado, que estaba ocupado con otro cliente, empezó a recordar cómo fue que se trasladó de Herefordshire a Londres. Fiel a la promesa que le hizo a Vonnie, buscó en los anuncios clasificados del periódico y encontró varias vacantes de trabajo aceptables, pero le llamó la atención una en especial… donde solicitaban empleados en una sucursal del Grupo Hetherington, una enorme compañía multinacional. Una compañía de ese tamaño, advirtió Kelsa, debía tener una gran rotación de personal; ¿pero quería ella trabajar para ellos?
No le tomó mucho tiempo llegar a la conclusión de que en un lugar tan grande, seguramente existía algún puesto que ella pudiera calificar de “estimulante”. Sin pensarlo más, mandó la solicitud para el puesto en Hetheringtons en un pueblo cercano, y quedó asombrada de cómo funcionaban las grandes compañías, pues rápidamente le ofrecieron un trabajo… ¡en Londres!
– ¡Pero… pero yo vivo aquí! -exclamó en la entrevista, después de haber resumido sus circunstancias.
– Pero no hay nada especial que la retenga aquí, ¿o sí? Además, le ayudaríamos a encontrar alojamiento.
Kelsa se fue a su casa, diciendo que lo pensaría. Y lo pensó durante mucho tiempo. De hecho, Vonnie regresó de su luna de miel, antes que Kelsa tomara una resolución. Le contó a su amiga acerca del puesto que le ofrecieron, cuando Vonnie pasó a verla a la oficina, al día siguiente de que regresó.
– ¿Qué puedes perder? -fue su reacción-. Podrías rentar tu casa mientras estás allá y haces la prueba. Si no resulta, estarían felices aquí de volver a darte tu puesto.
Era cierto, ¿qué podía perder? De pronto, después de tanto tiempo de meditarlo, Kelsa supo lo que iba a hacer. Tomó una hoja de papel y una pluma.
– Tengo el honor de dar aviso de mi renuncia -declaró y sonrió cuando Vonnie soltó una exclamación de gusto y la abrazó.
La siguiente decisión de Kelsa, fue la de no rentar su casa. Por alguna razón, no le gustaba la idea. Tal vez más adelante, si las cosas iban bien en Londres, pensaría en venderla; pero por el momento, no podía asimilar la idea de tener gente extraña viviendo ahí, con las cosas que sus padres amaban y, en algunos casos, guardaban como un tesoro.
– ¡Señorita Stevens! -el encargado del taller, que se le acercó y le dio una palmada al capó del coche, la sacó de sus pensamientos, ya que, como ella temió, empezó a explicarle con detalles técnicos las fallas de su coche.
– ¿Pero lo puede arreglar? -interrumpió Kelsa cuando él se detuvo un instante-. ¿Y puedo pasar por él esta tarde?
– Sí lo puedo arreglar -replicó el hombre-, pero no estará listo antes de mañana. Enero es un mes muy atareado, como sabrá.
Kelsa no lo sabía, aunque sospechaba que sería porque el mal tiempo causaba muchos accidentes. Sus padres habían muerto en un accidente automovilístico y rápidamente apartó su mente de ese tema.
– Entonces pasaré por el coche mañana -acordó y, dándole al encargado las llaves, salió rápidamente del taller.
Advirtió que tendría que tomar el autobús esa noche para ir a su pequeño apartamento; en seguida, se dirigió a Hetheringtons, que afortunadamente estaba bastante cerca del taller. También lo estaba el apartamento, que encontró por sí misma sin ayuda de la empresa; no tenía muebles y ella utilizó algunos de su propia casa.
El edificio Hetherington apareció ante su vista y Kelsa esbozó una sonrisa. Con una sensación de calidez pensó en lo bien… lo sorprendentemente bien que había progresado desde su primer día de trabajo ahí, hacía casi tres meses.
No es que hubiera empezado muy bien, pues al tardar demasiado en aceptar el puesto que le ofrecieron inicialmente, cuando respondió, ya no estaba vacante; pero habiendo quemado ya sus naves al presentar su renuncia en el otro empleo, se consideró afortunada de que le ofrecieran un puesto de mucho menos categoría, como secretaria de Ian Collins, en la sección de transportes en la oficina matriz. Sin titubear, lo aceptó.
No obstante, ese trabajo no resultó ser más estimulante que el que tenía en Coopers, pero cuando llevaba trabajando para Ian Collins dos meses, sucedió algo que cambió de manera dramática la situación. Sintió una cálida satisfacción al recordar el afortunado encuentro que tuvo un día con el presidente de toda la compañía. Tal vez no fue precisamente un encuentro, sino un tropiezo con él.
Kelsa iba camino de otro departamento a una diligencia, cuando vio a un hombre alto y canoso de unos sesenta años, que caminaba hacia ella. No había nadie más alrededor en ese momento, pero al irse acercando la miró como para saludarla y entonces el tropezó y tambaleó hacia ella.
En un instante, a pesar de su aspecto refinado y del elegante traje que portaba, Kelsa lo tomó del brazo para estabilizarlo.
– ¿Está usted bien? -preguntó con la voz gentil y musical como la de su madre, al mirarlo con preocupación.
– ¿Es usted… nueva aquí? -preguntó él, incorporándose.
Kelsa lo soltó, aunque se quedó cerca de él, pues todavía se veía pálido.
– Llevo aquí dos meses -sonrió, atrasando su partida por si acaso el hombre todavía no se recuperaba, como quería aparentarlo. Sin importar quién fuera, Kelsa no podía dejar al hombre, si estaba a punto de desmayarse-. Trabajo en la sección de transportes, para Ian Collins -agregó, mientras advertía que él parecía bastante afectado por su tropezón.
– Eso explica el porqué no la he visto por acá… Habría recordado esa sonrisa -comentó él, muy galantemente. Considerando los cientos de empleados que debían pasar por esos corredores, sería un milagro que él recordara el rostro y la sonrisa de todos. Ya estaba pensando que podría seguir su camino y dejar al hombre sin riesgo, cuando él, sin dejar de mirarla, dijo:
– Por cierto, yo soy Garwood Hetherington.
– ¡Ah! -murmuró ella, sin saber qué reacción esperaba él de ella, al darle esa noticia. Ella ya había intuido que él debía ser un alto ejecutivo de Hetherington, así que no fue mucha sorpresa enterarse de que no sólo lo era, sino que estaba en la misma cima de todos. El Presidente -murmuró e instintivamente le extendió la mano.
– ¿Y usted es? -preguntó él, estrechándole la mano.
– Kelsa Stevens -sonrió ella y advirtió que el señor Hetherington estaba tan ocupado, como debía estarlo cualquier presidente de una compañía, cuando, con un movimiento brusco, el hombre miró su reloj para ver la hora.
– Ese es un nombre muy poco usual -comentó él y, con un esbozo de sonrisa, preguntó-: ¿Y tiene otros nombres, también?
Sintiéndose extrañamente a gusto con su trato, Kelsa no experimentó ninguna timidez.
– Para librarme de pecados, mis padres me clasificaron con el nombre de Kelsa Primrose March Stevens -contestó ella, pero por si acaso a él le parecían sus nombres muy graciosos, Kelsa apartó la vista con el pretexto de ver la hora.
Pero no había ningún buen humor en la voz del hombre cuando, después de un par de segundos, comentó:
– Supongo que eso fue porque nació usted en marzo.
Ella lo miró, sintiéndose nuevamente cómoda con él.
– No, de hecho fue en diciembre -Kelsa sonrió-. El nombre de mi madre era March y creo que, como ella tenía un solo nombre, lo quiso compensar poniéndome tres a mí, pero…
– ¿Tenía? -la interrumpió Garwood Hetherington.
– Mis padres murieron en un accidente automovilístico hace dos años -repuso ella en voz baja.
– Lo… siento -dijo él con aspereza, y siendo obviamente un hombre muy ocupado, sin decir nada más, hizo una inclinación de cabeza y siguió su camino.
En los siguientes días, el hecho de que el presidente de la compañía se hubiera dignado charlar un buen rato con una de sus empleadas, comenzó a borrarse de su mente. Sin embargo, a la semana, cuando el trabajo tan monótono que hacía la hizo pensar en buscarse otro puesto, se dio cuenta de que el presidente de la compañía, no la había olvidado. Y estaba sorprendida de que, gracias a su nombre, que a él le pareció muy poco usual, la tomó en cuenta para auxiliar de su secretaria particular que estaba saturada de trabajo.
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