– Querido mío -susurró ella-. ¿Fue por eso que te comportaste tan brutalmente cuando llegaste?

– ¿De ese “querido mío”, puedo inferir que me has perdonado? -preguntó él y cuando ella sonrió, continuó-: La cosa empezó a mejorar una vez que empezamos a hablar. Entonces, pude vislumbrar por momentos, a la joven con quien cené el jueves. Cuando me dijiste cómo te visitó mi madre el domingo, me sentí más seguro de tus sentimientos hacia mí.

– Porque, después de su visita, ¿renuncié a mi trabajo y huí?

– Por lo que he sabido de ti, cariño, recordando nuestras riñas, diría yo que no eres del tipo que huye.

– No lo soy -convino ella.

– A menos que hubiera sucedido algo… emocionalmente… que temieras que fuera mucho más terrible, si te quedabas a enfrentártele.

– ¡Sí eres avispado! -sonrió Kelsa.

– Así que deja de tenerme en suspenso y dile a este hombre, que no es tan avispado como te imaginas, que quiere por esposa a una bella mujer con los más maravillosos ojos azules… ¿Sí o no me amas? ¿Estás enamorada de mí o no?

– Sí -susurró ella-. Te amo, Lyle. Estoy enamorada de ti.

– ¿Y te casarás conmigo? -preguntó él con júbilo en los ojos.

– Y me casaré contigo -aceptó ella.

– Mi ángel -suspiró él-. ¡Te adoro! -la acercó más a sí y declaró con voz ronca-. No puedo soportar la idea de estar separado de ti más tiempo, mi amor. ¿Vendrás conmigo a Suiza esta tarde?

– ¡Ah, Lyle! -exclamó ella-. ¿Yo? ¿Esta tarde?

– ¿Y bien? ¿Aceptas?

Kelsa aspiró profundamente y luego aceptó:

– Sí -y al unirse sus labios y acelerarse su corazón, Kelsa supo que ella tampoco podría estar separada de él por más tiempo.

Jessica Steele


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