Pasó el resto de la mañana tratando de concentrarse en su trabajo, pero al mismo tiempo los pensamientos sobre Lyle llenaban su mente. Su padre le comentó varias veces que él podía ser despiadado… Pero, ¿qué razones podía tener para ser rudo con ella? ¿Por qué molestarse? Ya era el director general y heredero del puesto de presidente cuando su padre decidiera retirarse; entonces, ¿era posible que un hombre que en un futuro iba a manejar un imperio como el Grupo Hetherington, perdiera su valioso tiempo con una asistente de la secretaria de su padre?

Kelsa comprobó que así era, cuando esa misma tarde, poco después de que salió Garwood Hetherington de la oficina para acudir a una cita que tenía pon los abogados de la compañía, se abrió la puerta exterior y entró su hijo.

Una mirada a su helada expresión cuando él cerró la puerta para aislarlos de los demás empleados, fue todo lo que necesitó Kelsa para saber que el hombre continuaba con la misma actitud áspera.

Sin embargo, en vez de enfrentarse a lo que parecía una guerra abierta, Kelsa empezó a decir:

– Me temo que el señor Hetherington salió temprano para una cita que tenía y no creo que regrese hoy a…

– ¡Eso ya lo sé! -la interrumpió bruscamente él-. He venido a verla a usted.

A Kelsa definitivamente no le gustó su tono de voz, pero siendo de buen carácter por naturaleza, preguntó con toda la calma que pudo:

– ¿Quería verme para algún asunto? -y se quedó atónita por la respuesta.

– ¿Qué diablos hay entre usted y mi padre? -ladró, furioso.

– ¿Qué? -exclamó ella y se le quedó mirando con la boca abierta, segura de no haberlo oído bien. Pero por su expresión sombría, Kelsa vio que Lyle Hetherington no tenía intenciones de repetir lo que dijo, lo cual la obligó a salir de su asombro y preguntar-: ¿Qué es lo que quiere decir?

– Lo obvio, desde luego -gruñó él, con la mirada más dura. Era evidente que no creía en el aspecto perturbado de Kelsa-. Es obvio que hay algo entre ustedes dos, además de haber visto la forma en que se toman de las manos a la primera oportunidad y se ríe usted con él…

– ¡Tomarnos de las manos! -exclamó Kelsa, a punto de perder la paciencia, pero tratando de seguir calmada. Él debió ver cuando ella tomaba la mano de su padre cuando le sacó la astilla, esa mañana-. Usted está equivocado -le explicó de inmediato-. Si hubiera usted llegado a la oficina del señor Hetherington unos segundos antes, habría visto cómo le sacaba una astilla de la m…

– ¡Vaya! ¡Por favor! -la interrumpió él con dureza-. ¿Acaso parece que nací ayer?

Ciertamente no lo parecía. El hombre era muy rudo, sofisticado y alguien tendría que ser muy astuto para poder tomarle el pelo. Pero ella no trataba de engañarlo, así que lo único que podía hacer era protestar.

– ¡Es la verdad! Se lo juro…

– Puede jurar todo lo que quiera, señorita Stevens -nuevamente la interrumpió haciéndola perder la calma-; pero, además, en cuanto salió usted de su oficina esta mañana, mi padre me dijo que tenía un asunto de índole personal que quería discutir conmigo…

– Pero eso qué tiene que ver conmigo -trató de interrumpirlo ella a su vez, elevando un poco la voz.

– Algo -continuó él, como si ella no hubiera hablado-, que era tan personal que no quería discutirlo aquí en la oficina…, ni en su casa, donde hay el riesgo de que mi madre…, su esposa durante los últimos cuarenta años…, pudiera oírlo.

– ¡Le digo que no tiene nada que ver conmigo! -insistió Kelsa con energía-. Lo que sea, será algo relacionado con otra persona. Le repito que no hay absolutamente nada entre su padre y yo y le…

– ¿Ni siquiera está encariñada con él? -preguntó él burlonamente y agregó con cinismo-: Aunque, desde luego, eso no es necesario.

– Pues estoy encariñada con él. ¡Es un hombre fabuloso! -replicó ella, acalorada-. Pero eso no quiere decir que tenga yo un amorío con él o lo que sea que está usted insinuando.

– Ah, no sólo lo estoy insinuando, señorita Stevens. Lo estoy afirmando. Tengo la evidencia de mis propios ojos, la evidencia de verlos a ustedes dos con risitas de colegiales cuando, sin esperar a que dieran las cinco, mi padre rompió con su tradición y se fue temprano de la oficina, para llevarla a usted a su casa, para estar en su ambiente de mayor intimidad.

Ante eso, Kelsa estalló.

– ¡No sea repugnante! -exclamó, con los ojos fulgurantes.

– ¿Niega que fue usted con él en su coche a…?

– No, eso no lo niego. Él me iba a llevar, porque mi coche estaba en el taller y…

– ¡Vaya! ¡Creía que yo pensaba con rapidez!

– ¿Dejará de interrumpirme? -gritó ella.

– ¿Por qué habría yo de hacerlo? Yo mismo vi cómo salieron ustedes alegremente del coche de mi padre y entraron al apartamento de usted. Y eso que sólo la iba a llevar.

Kelsa quedó tan sorprendida que parpadeó.

– ¿Nos vio? -y luego de pensarlo, preguntó-: ¿Nos siguió? -casi sin poder creerlo.

– Eso le cortó su hilo de mentiras, ¿eh? -sonrió él sombríamente-. Sí, los vi y los seguí; además, tengo muy buena vista.

– ¡Está usted equivocado! ¡Muy equivocado! Su padre subió conmigo a mi apartamento, sí, pero…

– ¡No necesito seguir escuchando esto! -la cortó él-. No necesito su inventiva para decir mentiras por más rápida que sea. Su ascenso a esta oficina desde la banca de mecanógrafas ha sido meteórica, en el poco tiempo que lleva aquí.

¡Banca de las mecanógrafas! Una furia hasta ahora desconocida por ella, la invadió ante la fría insolencia del hombre; obviamente, él la había investigado y supo que ella fue secretaria antes de su ascenso.

– ¡Pues soy una secretaria titulada -replicó, acaloradamente, y demasiado furiosa para seguir sentada, se puso de pie-. Y lo que es más, soy muy buena secretaria y hago muy bien mi trabajo -le gritó.

Para mayor ira de Kelsa, él no se inmutó, sino que, con sus helados ojos grises fijos en los de ella, le dijo con tono áspero y frío:

– Pues no lo seguirá haciendo mucho tiempo, si yo puedo evitarlo -y, habiéndole dado en qué pensar, Lyle Hetherington le dirigió una mirada mordaz y salió de la oficina.

Kelsa se dejó caer en su silla y, sintiéndose sin aliento, se quedó sentada ahí un largo rato, casi sin poder creer lo que acababa de suceder.

No supo cuánto tiempo permaneció ahí, mirando al espacio, atónita, tambaleante e incrédula; pero, para cuando pudo reponerse y salir al taller a recoger su coche, comprendió que su confrontación con Lyle Hetherington no había sido producto de su imaginación.

¡Contundentemente, ese hombre la había acusado de tener una aventura amorosa con su padre! Todavía no podía digerirlo. Aunque, cuando iba en su coche unos quince minutos después, recordó que una vez se preguntó si Lyle Hetherington tendría algo del encanto de su padre. ¡Encanto! Ese cerdo estaba totalmente desprovisto de eso. El incrédulo puerco… ¡Era antipático hasta los huesos!

Capítulo 2

Pensamientos sobre Lyle Hetherington, la mayoría de ellos furiosos, persiguieron a Kelsa durante casi toda la noche. ¡Su ascenso de la banca de las mecanógrafas! ¡Ese canalla arrogante, insolente! Y banca de las mecanógrafas o no, ¿cómo se atrevía a insinuar que ella había obtenido su ascenso gracias a su cuerpo?

Su furia se aplacó un poco cuando su sentido común le indicó que, con toda honestidad, ella no podía asegurar que obtuvo su promoción al puesto más alto, gracias a sus propios esfuerzos. En tan poco tiempo, no podía dejar ninguna huella, ¿o sí? Y era justo pensar que había muy pocas oportunidades de mostrar todas sus habilidades en la sección de transportes, lo cual la hizo reconocer que, de no haber sido por el tropezón que se dio aquel día el señor Garwood Hetherington, nunca habría ella estado entre las personas entrevistadas para el puesto, ni hubiera obtenido el ascenso que tuvo.

Desde luego, eso estaba a kilómetros de distancia de algo tan sórdido como lo que Lyle Hetherington se atrevió a sugerir. Ella estaba muy encariñada con su padre, pero no había nada de malo en eso. Él también la apreciaba, eso era obvio, pero hasta ahí llegaba la cosa. ¡Con un demonio! ¿Por qué tenía que defender lo que hasta ahora no había necesitado ninguna defensa?

Kelsa se levantó, se vistió, desayunó algo y luego se fue en su coche al trabajo, continuando su enojo por los injuriosos comentarios de Lyle Hetherington. Aunque admitía que tomó un atajo hacia su ascenso, sabía que se había desempeñado muy bien en su nuevo puesto y estaba demostrando que lo merecía.

Entró al edificio de Hetherington pensando que, aunque era cierto que Nadine no se mostró muy exigente en su entrevista para el puesto, se lo ofrecieron a Kelsa por merecimientos propios.

Habiendo establecido eso con satisfacción en su mente, entró a su oficina con el temor de que Garwood Hetherington hubiera tenido aquella discusión de “índole personal”, y que su hijo lo acusara de la misma forma que la acusó a ella. Sabía que se encogería de vergüenza, si su jefe se sintiera tan mal por el hecho de tener que pedir disculpas, a causa de las actitudes de su hijo.

Pero era evidente para Kelsa, fuera cual fuera la discusión entre ellos, que Lyle no le dijo ni una palabra de sus sospechas, pues su jefe la saludó como siempre y parecía estar muy contento, sin rastros de sentirse avergonzado.

– Buenos días, señor Hetherington -saludó Kelsa con una sonrisa de alivio y se puso a trabajar, con la cabeza atormentada con un problema que, para su consuelo, su jefe ignoraba por completo.

¿Por qué, se preguntó, Lyle Hetherington no abordaría a su padre sobre el asunto? Eso no eliminaba las evidencias que Carlyle creía tener: su rápido ascenso, el tener la mano de su padre entre las de ella, y que también hubiera entrado a su apartamento y que él siguiera creyendo que entre ellos existiera una aventura amorosa.

Kelsa se sintió tan asqueada, que estuvo a punto de entrar a la oficina de Garwood Hetherington, para contarle todo lo que había sucedido después que él se había marchado del edificio la tarde anterior. Pero no podía hacerlo; ¿Cómo iba a poder? El señor Hetherington tenía una altísima opinión de su hijo… Eso no iba a cambiar por cualquier cosa que dijera ella, y Kelsa no quería provocar ningún conflicto entre ellos, por mínimo que fuera. Las relaciones con su jefe eran fantásticas; pero si se lo decía, él advertiría que ella se sentía desconcertada y él también se sentiría igual, lo cual causaría una tensión entre ellos y toda la tranquilidad y también la corriente afectiva desaparecerían.

Kelsa se fue a su casa esa noche, después de esperar toda la tarde a que entrara Lyle Hetherington para confrontarla con su padre. Durmió un poco mejor esa noche, y cuando fue a su trabajo por la mañana, le dio mucho gusto que Nadine estuviera de regreso.

– ¿Has estado ocupada? -preguntó Nadine.

– ¡Estás bromeando! -se rió Kelsa. El movimiento dé trabajo en su oficina era tremendo.

– ¿Ha habido algún problema?

Kelsa se sintió tentada a confiar en Nadine, pero tampoco se animó a hacer eso.

– Nada que no pudiera yo manejar -respondió y se quedó pensando si habría podido manejar su encuentro con Lyle Hetherington de mejor forma.

El día pasó atareadamente y, aunque Kelsa seguía tensa pensando que él podría entrar en cualquier momento a la oficina para ventilar sus acusaciones, fue por medio de Nadine que se enteró de que podía relajarse al respecto.

Era media tarde; Garwood Hetherington salió a una reunión, y las dos se tomaron un breve descanso con una taza de té, cuando Nadine le preguntó a Kelsa si ya había visto a Lyle Hetherington.

– Sí; entró el martes a discutir algo con su padre -contestó Kelsa con precaución.

– ¿Y?

– ¿Y? -repitió Kelsa y Nadine se rió.

– Si no estás impresionada, serías la única mujer de este edificio que no lo está.

– ¿Impresionada?

– Anda, reconócelo. Él lo tiene todo, ¿no?

– Bueno, de que es bien parecido, no hay quien lo niegue.

– Y ninguno más que nuestro Lyle -sonrió Nadine-. No que salga con alguna de las empleadas de acá… Él mantiene su vida personal separada de los negocios.

– Entonces, no hay esperanzas para mí; ni modo -bromeó Kelsa, pensando que preferiría romperse una pierna, a salir con él… en el caso de que la llegara a invitar, lo cual sería imposible.

– Ni para ninguna de las chicas locales, por el momento -dijo Nadine y, ante la mirada interrogativa de Kelsa, aclaró-: Según Ottilie, él estará en Dundee el resto de esta semana.

– Ah -murmuró Kelsa y sintió cómo se relajaba-. Viaja mucho, ¿verdad? -comentó, consciente de que Ottilie Miller era la secretaria particular del director general-. ¿Y cuándo regresa? ¿Lo dijo Ottilie?