– Para alguien que no está interesado… -bromeó Nadine, pero le informó-: Creo que el lunes, porque supongo que, como es normal cuando se dedica a algún negocio, trabaja todo el fin de semana.
Para demostrar que no estaba interesada más allá de eso, Kelsa se levantó y recogió las tazas de té con un comentario ocioso:
– Parece ser un hombre muy ocupado.
Su propio fin de semana fue menos productivo. Se fue en su coche a Drifton Edge, pero estaba tan intranquila que regresó el domingo en la mañana, en lugar de en la tarde como acostumbraba. Aunque ya no estaba tan nerviosa como antes, todavía se sentía perturbada por la interpretación que Lyle Hetherington dio a los inocentes sucesos de que fue testigo.
Estaba furioso, recordó Kelsa, y esa furia se debía obviamente a la idea que tenía, de que su padre engañaba a su madre. Pero al notar que su jefe seguía siendo el mismo hombre encantador, Kelsa estaba segura de que su hijo no le había llamado por teléfono desde Escocia, para exponerle lo que él creía que había entre su padre y la asistente de su secretaria particular.
Pero Kelsa empezó a sentirse iracunda de nuevo, cuando se disponía a descansar el domingo por la noche, de sólo pensar en el descaro del hombre. ¡Cómo se atrevía!. Nuevamente sintió deseos de contárselo a su padre, pero de nuevo supo que no podía hacerlo. De repente recordó la advertencia de Lyle Hetherington, de que no le duraría su empleo mucho tiempo, pero no se imaginaba cómo podía lograrlo. No sin decirle a su padre el porqué, puesto que ella trabajaba para él, en cuyo caso, lo pondría en su lugar, diciéndole la verdad de las cosas. Lo único que esperaba era que, al ver lo absolutamente equivocado que estaba, Lyle Hetherington tuviera la decencia de pedirle una disculpa.
Tenían tanto trabajo en la oficina el lunes, que al mediodía, Nadine miró a Kelsa y le comentó:
– Me pregunto si podríamos tener otra asistente.
– ¿Y dónde la pondríamos?-se rió Kelsa.
– Tienes razón -sonrió Nadine y volvió a su trabajo.
Tuvieron un leve respiro cuando Garwood Hetherington se fue a su habitual reunión de los lunes en la tarde; pero cuando regresó, descubrieron que él estaba de humor para seguir trabajando.
– ¿Alguien está interesada en trabajar un poco de horas extra? -preguntó alegremente.
Era tan buen jefe, que tanto Nadine como Kelsa harían cualquier cosa por él.
– Claro que sí -contestaron a coro, y todavía seguían trabajando a las siete y media.
Poco después, entró el patrón y se quedó parado observándolas.
– ¡A cenar! -anunció-. ¿Quién está dispuesta a cenar?
Él ya las había llevado a cenar una vez en que trabajaron más tarde y Kelsa no vio nada malo en eso; pero ahora estaba demasiado afectada por las insinuaciones de su hijo y esta vez, prefirió esperar a que Nadine asintiera, antes de reconocer que estaba muerta de hambre.
– ¡Nada más vean con qué velocidad me pongo el abrigo! -aceptó Nadine y con la prisa de llegar a un restaurante, abordaron el coche de Garwood Hetherington sin lavarse las manos o peinarse, quedando en que él las llevaría de regreso al estacionamiento, para recoger sus coches, después de cenar.
Obviamente, una vez que llegaron al elegante restaurante, Kelsa y Nadine se dirigieron al tocador de damas.
– Y ahora, ¿qué gustan comer? -preguntó su anfitrión cuando estuvieron de regreso en la mesa; pero en ese momento exclamó Nadine:
– ¡Mi anillo! ¡Mi anillo de compromiso! -y, por primera vez desde que Kelsa la conocía, parecía nerviosa al disculparse y correr hacia el tocador.
– Entonces -se rió Garwood Hetherington-, ¿qué va a cenar usted, querida?
Kelsa apartó los ojos del menú y miró el rostro de su jefe, lleno de buen humor, y tuvo que reírse también… Era un hombre tan encantador; sin embargo, cuando él bajó la vista para concentrarse en el menú, la mirada de Kelsa voló a la entrada del comedor. Entonces, se quedó helada de horror. Esperaba ver a Nadine caminando de regreso a la mesa, pero ¡al que vio fue a Lyle Hetherington! Y él, desde luego, la vio a ella también.
A Kelsa se le revolvió el estómago al notar su paso furioso hacia ellos, como si ahí mismo, enfrente de toda la clientela del restaurante, estuviera dispuesto a gritarles sus verdades. Desesperadamente, rezó para que regresara Nadine, porque era obvio que Lyle Hetherington pensaba que estaba cenando sólo con su padre; pero, desde luego, Nadine no apareció.
De pronto, Lyle Hetherington pareció recordar que estaba acompañado, ya que con un control que ella apenas podía creer, se dio la vuelta rápidamente. Y, mientras Kelsa se quedaba con la boca abierta, él empezó a escoltar a su hermosísima acompañante morena, hacia la salida.
Todo sucedió tan rápido, que Kelsa apenas podía digerirlo. Miró a Garwood Hetherington, pero él seguía ensimismado en el menú y no se había dado cuenta de que su hijo, furioso, había estado ahí y se había ido en el transcurso de un minuto.
Era obvio para Kelsa que, rápido en sus decisiones, Lyle Hetherington cambió de opinión acerca de tener un pleito con su padre en el restaurante.
Estaba todavía alterada cuando regresó Nadine, con una sonrisa en el rostro que indicaba que todo estaba bien.
– ¿Lo encontraste?
– Estaba en el mismo sitio donde lo dejé -repuso Nadine y, al ordenar la cena, Kelsa no estaba sorprendida de que, aunque diez minutos antes se estaba muriendo de hambre, ahora ya no tenía apetito.
Sin querer causar perturbaciones, hizo lo posible por comer, pero estaba segura de que al día siguiente, sin ninguna duda, Lyle Hetherington vendría furioso a la oficina de su padre, para tener una confrontación decisiva.
– ¿Lista? -preguntó Nadine.
– Sí -sonrió Kelsa, vagamente consciente de que su jefe y su secretaria particular estuvieron discutiendo los planes de su hijo. Garwood Hetherington, con admiración por su hijo en cada palabra, respaldaba su punto de vista de que, a pesar de la oposición que recibía de otros miembros, Lyle seguramente conseguiría el apoyo que requería para sus proyectos.
Era obvio, advirtió Kelsa mientras estaba con Nadine en el coche de su jefe, de regreso al estacionamiento de la compañía, que el señor Hetherington, siendo accionista mayoritario, pondría todo el peso del voto del presidente detrás de su hijo, si lo llegara a necesitar.
Pero cuando salieron del coche, en el estacionamiento, Kelsa estaba segura de que al día siguiente, cuando él oyera lo que su hijo le iba a reclamar, tal vez ya no lo admiraría tanto.
Se sintió tentada, a pesar de la turbación que le causaría a ella, a darle una indicación a su jefe, pero Nadine estaba ahí y todos acabarían incómodos; además, al estar parados bajo la luz de un farol, Kelsa advirtió de pronto lo cansado que se veía el señor Hetherington, y decidió dejarlo en paz por ahora. Mañana sería otro día.
– Fue una cena deliciosa y encantadora, muchas gracias -se despidió con una sonrisa antes de dirigirse a su coche.
– Muchas gracias a ustedes -replicó él y luego confesó, con gracia y sentido del humor-: Mi mujer se fue el sábado a un crucero de invierno y no veía yo la razón para cenar solo.
Kelsa se fue en su coche, con amables pensamientos sobre su patrón, al reconocer nuevamente lo encantador y gentil que era. Hasta había una sonrisa en sus labios al pensar en su frase de despedida.
Pero no había ninguna sonrisa en su rostro al día siguiente, cuando conducía hacia su trabajo. Ahora sí, Lyle Hetherington se presentaría en la oficina de su padre para acusarlo Y aún más, puesto que Garwood Hetherington solía llegar a la oficina antes que ella o Nadine y el hijo también, lo más probable era que ya hubiera ocurrido la confrontación.
Odiando toda clase de problemas, especialmente cuando ella se encontraba en el centro de ellos, entró a la oficina con el estómago revuelto, para encontrarse con un jefe todo sonrisas.
– ¿Cómo está Kelsa hoy? -la saludó él.
– Como nunca -sonrió ella y como Nadine llegó detrás de ella, se volvió para saludarla.
Toda esa mañana estuvo con los nervios de punta, esperando que la puerta se abriera y entrara Lyle Hetherington; pero él no llegó y Kelsa, todavía ansiosa, deseó poder sacar de su pensamiento a ese hombre.
No tenía hambre a mediodía, pero se compró un emparedado y un café en la cafetería, mientras se le presentaba otra nueva preocupación en la mente. ¿Acaso había otras personas que veían su rápido ascenso de la misma forma que Lyle lo hacía?
¡Oh, cielos!, se inquietó, empujando el emparedado que ya no quería, ¿acaso eso pensaban? ¿Debería ella actuar de manera diferente con su jefe?; ¿pero por qué? Sólo actuaba de forma natural, como era ella. Y seguramente Nadine, que era bastante franca, ya le hubiera hecho algún comentario, en el caso de que notara algo desfavorable. Y de todos modos… Kelsa empezó a ponerse nerviosa… ¡el señor Hetherington era lo bastante viejo como para ser su padre! ¡Su abuelo, viéndolo bien!
De pronto, se enfadó más. ¿Por qué debía de actuar de modo diferente? Las leves bromas de Garwood Hetherington la divertían durante el día; entonces, ¿por qué no reírse cuando lo deseaba? Era un placer trabajar para él y… su malintencionado hijo podía irse al diablo, o a Australia lo más pronto posible. ¡Ojalá nunca hubiera salido de ahí!
Se le olvidó su enfado unos cinco minutos después, al caminar por uno de los corredores del edificio, ¿y a quién encontró viniendo hacia ella? ¡A Lyle Hetherington! Se veía alto, distinguido, inmaculadamente vestido y, mientras le daba un salto el corazón, Kelsa supo que él no se dignaría hablarle, lo cual le parecía muy bien.
Estaba casi frente a él, cuando, bastante enfadada, le dirigió una mirada dura. Pero casi se amilanó cuando, con una expresión arrogante y helada, los ojos gris acero atravesaron los de ella con tanta frialdad, que Kelsa comprendió que había elegido a la persona equivocada para ser su enemigo.
Lo único que pudo hacer, fue echar la cabeza hacia atrás y pasar junto a él rápidamente, como si no hubiera visto esa mirada que indicaba que no había terminado con ella, todavía.
Pero su enfado se había desvanecido y en cambio, se sentía bastante perturbada cuando regresó a la oficina. Se pasó toda la tarde esperando que entrara Lyle Hetherington y acabó tan tensa, que ya no le hubiera importado que él viniera y hablara con su padre. Lo único que podía pasar era que su padre lo convenciera de la verdad y todo habría terminado. Realmente, eso era ridículo, pensó.
Pero esa tarde no hubo señales de Lyle Hetherington; y cuando a las cuatro y media, su jefe se detuvo delante de su escritorio para decirle que, como había trabajado de más la noche anterior, podía irse a su casa, la obstinación de no escapar, además de la cantidad de trabajo, la hizo rechazar el ofrecimiento.
– No -respondió, y le dirigió a su jefe una sonrisa encantadora-, me gusta estar aquí.
Después de un instante de mirarla, él extendió una mano y le revolvió el cabello como a una niñita de dos años.
– Preciosa niña -comentó él y pareció estar feliz, pensó Kelsa, al regresar él a su oficina.
Ya en su apartamento, Kelsa continuaba con sus divagaciones, mientras lavaba algo de ropa, como a las ocho de esa noche. ¡Cómo le hubiera gustado que su abominable hijo hubiera visto que su padre la trataba como a una niña, entonces no tendría ninguna duda acerca de que no había absolutamente nada entre ellos.
Suspiró ante lo inevitable de que Lyle Hetherington ocupara su mente todo el tiempo. Parecía que se había alojado ahí permanentemente, desde el primer día que lo vio en la oficina de su jefe.
Se preguntó por qué él no habría entrado a la oficina de su padre ese día; y para cuando su ropa quedó exprimida y colgada en su tendedero de la cocina, recordó a una mujer con quien había trabajado en Coopers. El esposo de la mujer tenía una aventura amorosa extramarital y, cuando lo confrontó su esposa, el hombre, para desdicha de la mujer, en vez de abandonar a su amante y regresar a su hogar, hizo lo contrario y se fue a vivir con la otra mujer. ¿Sería ése el motivo de que, a pesar de la maligna mirada que le lanzó Lyle Hetherington, él no hacía nada al respecto? ¿Había él decidido, siendo mucho más mundano y experimentado que ella, que el mejor beneficio para su madre radicaba precisamente en que él no hiciera nada?
Kelsa se preparó una taza de café y se la llevó a la sala. Todavía seguía pensando en lo mismo, cuando sonó el timbre de la puerta. Al abrirla, casi no lo podía creer… pues no contento con ocupar su mente todo el tiempo, ahí, enfrente de ella, con expresión sombría e inflexible, estaba el mismo Lyle Hetherington.
Eso era algo en lo que Kelsa no había pensado: que él decidiría visitarla en su apartamento. Pero, aunque su corazón latía a tamborazos mientras él lentamente la escudriñaba de arriba abajo, Kelsa no estaba dispuesta a que el hombre la impresionara.
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