– Puesto que, obviamente, está usted aquí para verme, supongo que debo invitarlo a pasar -dijo con tono belicoso. Lo invitaría a pasar, pero de ninguna manera le diría que se sentara-. Espero que esto no tome mucho tiempo -agregó con insolencia, cuando, cerrando la puerta, él entró detrás de ella a su bien arreglada sala. Ese hombre le debía una gran disculpa y, de pronto, deseó esa disculpa más que ninguna otra cosa.

Pero no hubo ninguna disculpa, pues él casi no esperó a que ella se detuviera y se volviera para verlo, cuando le preguntó con tono maligno:

– ¿No ve a mi padre esta noche?

– Evidentemente, no ha visto a su padre para notificarle la ridícula versión que tiene usted de que él y yo tenemos una vulgar y barata aventura amorosa -explotó Kelsa, empezando a hervir de ira.

– Vulgar, sí; barata, lo dudo mucho -profirió él de modo insultante. Y, por primera vez en su vida, Kelsa comprendió a las mujeres que le daban una bofetada a un hombre. Aunque ella tenía más control sobre sí misma que eso, desde luego, pero eso no impedía que estuviera furiosa, especialmente, cuando él continuó-: Ridícula versión, ¿eh? -pero cuando ella abrió la boca para contestar, él la interrumpió-: ¿acaso niega que salió a cenar con mi padre anoche, que…?

– Estuvimos trabajando hasta tarde -interrumpió ella, pero no tuvo oportunidad de agregar que Nadine Anderson estuvo ahí también y que él la habría visto, si se hubiera esperado.

Sin dejarla agregar nada, él tronó:

– ¡Las mujeres como usted me dan asco!

– ¡Un momento!

– ¡Él es lo bastante viejo como para ser su abuelo!

– ¡Eso lo sé! -replicó ella, alzando la voz.

– Pero de todos modos no le importa, ¿verdad?

– ¡Claro que no me importa! -casi gritó ella-. No tiene por qué importarme. Sólo soy la asistente de su secretaria…

– Pues no se ganó ese puesto con su duro trabajo. Usted…

– Si se refiere a la forma en que obtuve mi ascenso -interrumpió ella acaloradamente-, sé que no parece muy… correcto; pero me encontré con su padre, un día, en el trabajo y una cosa llevó a otra y…

– ¡Vaya que si la llevó!

– Y -continuó ella, furiosa- él me preguntó mi nombre y como le pareció muy poco usual, lo recordó cuando Nadine Anderson mencionó que le caería bien tener una asistente -¡vaya; hasta que logró aclarar eso.

Sólo que Lyle Hetherington, con la mirada dura, no creía una sola palabra de lo que ella decía.

– Y, desde luego, él no la encuentra atractiva -se burló él.

– Yo…

– Y, desde luego, él nunca le ha demostrado ninguna señal de… digamos, ¿afecto?

– Yo… -Kelsa iba a decir que no, cuando recordó la forma afectuosa en que el señor Hetherington le había alborotado el cabello ese día. Pero no tuvo oportunidad de decir nada, porque Lyle Hetherington, al ver su titubeo, continuó el ataque.

– ¿Algo le detuvo su mentirosa lengua?

– ¡No! -protestó ella-. Creo que su padre me aprecia, pero…

– Vamos, señorita Stevens -se burló él-, de seguro lo sabe usted.

– Muy bien, entonces -se encendió ella, aunque vio por la forma en que él entrecerró los ojos, que él esperaba una confesión que estuviera de acuerdo con su tesis-. Claro que su padre me aprecia, como yo lo aprecio a él. Pero eso es lo normal, ¿no?

– Su idea de lo que es normal difiere mucho de la mía.

– ¡Oiga usted! -exclamó ella, ya hastiada-. Hasta usted, con su mente torcida, debe reconocer que nunca toleraría trabajar con una secretaria particular, o su asistente, que le fuera antipática o desagradable.

– Y a mi padre le agrada verla, ¿eh?

– Él… -empezó a decir ella, pero recordó que en esa misma habitación, su jefe al ver la foto de su madre, declaró que era hermosa y que Kelsa era exactamente como ella. También ese mismo día, comentó que era una niña preciosa. Pero vaciló demasiado, y en un instante, el duro hombre que estaba frente a ella volvió al ataque.

– ¡Conque mi mente torada! Cuando en este mismo apartamento estuvo agasajando a un hombre lo bastante viejo como para…

– Él sólo se quedó un momento para hacer una llamada telefónica que había olvidado -intentó ella aclarar, pero vio por la mirada despectiva de Lyle Hetherington, que no le creía. Ella nunca había experimentado un desprecio así, y se dio cuenta de que no sólo le dolía, sino que le provocaba náuseas-. ¡Si tiene algo más que agregar, hágalo por escrito! -explotó y con sus ojos azules llameando, lo rodeó para enseñarle la puerta; pero no llegó tan lejos, ya que él estiró la mano y la tomó de un brazo, atrayéndola de regreso hasta que estuvo frente a él-. ¿Y ahora qué? -exclamó ella, furiosa-; ¿para qué vino usted acá? -le gritó-. No está interesado en escuchar lo que…

– Olvídeme a mí -la interrumpió él- y vamos a hablar de lo que a usted le interesa.

– ¿A mí? -repitió ella, con el entrecejo fruncido al tratar de adivinar lo que significaban esas palabras.

Con los helados ojos grises fijos en ella, él la dejó estupefacta cuando dijo:

– Puesto que es obvio que lo que a usted le interesa, es el dinero de los Hetherington, estoy aquí para preguntarle, ¿cuánto?

Fue tan fuerte el impacto en Kelsa, que al principio no asimiló lo que él decía. Luego tartamudeó:

– ¿Cu… ánto? ¡Usted cree que voy tras el dinero de su padre!

– ¡Sin duda que así es! Y como mi dinero es tan bueno como el de mi padre, ¿cuánto me costará a mí?.

– ¿Costarle a usted? -jadeó ella, todavía con un poco de incredulidad de lo que él proponía.

– Sí; ¿cuánto por dejar en paz a mi padre? -confirmó él con arrogancia-. Dejarlo y… -eso fue todo lo que pudo decir. Una nube roja le nubló la visión a Kelsa y sin pensarlo, abofeteó ese arrogante rostro con todas sus fuerzas. Todavía se oía el eco del violento bofetón, cuando la reacción de él fue igualmente explosiva e inmediata-. ¡Vaya! Es usted… -rugió él, indignado. Era obvio que ninguna mujer lo había abofeteado antes y, al estirar él una mano y asirla de nuevo, Kelsa advirtió que no le permitiría salirse con la suya.

Demasiado tarde para alejarse de él, Kelsa seguía parada ahí, cuando, en vez de regresarle el golpe, él la atrajo hacia sí y, al instante, ella adivinó sus intenciones, al rodearla él con el otro brazo y empezar a resistirse ella.

– ¡No se atreva! -gritó, y se quedó sin aliento cuando él la abrazó con fuerza y su boca cayó sobre la de ella-. ¡No! -jadeó, cuando él apartó su boca; pero su liberación sólo duró un instante, pues él parecía resuelto a enseñarle una lección que nunca olvidaría y su boca cubrió la de ella nuevamente-. ¡Suélteme! -gritó ella con pánico cuando tuvo oportunidad, pero de nuevo los labios de él estuvieron sobre los de ella. Con valentía, lo pateó y lo golpeó, pero quedó aterrorizada cuando de pronto sintió las cálidas manos del hombre bajo su camisa. Ella se había quitado el sostén y cuando esos cálidos dedos capturaron sus hinchados senos, Kelsa explotó-. ¡Quíteme las manos de encima! -gritó y, con un sollozo de miedo, lo empujó con todas sus fuerzas. Sin embargo, el resultado fue que ambos perdieron el equilibrio y cayeron sobre el sofá.

Para suerte de ella, Lyle quitó las manos de sus senos para suavizar la caída, pero curiosamente, al estar ella acostada debajo de él en el sofá, sin aliento, mirándolo con los aterrorizados ojos azules, pareció que su miedo lo entendió él, pues la siguiente vez que la besó, sus labios fueron tiernos y gentiles.

Cerró los ojos y sintió que los besos se desviaban de su boca a su cuello, acariciándolo tiernamente, y de pronto, los pensamientos de Kelsa se dispararon, pues le estaba sucediendo algo que, en lugar de querer luchar contra él, quería recibirlo con gusto. Sin pensarlo en absoluto y actuando instintivamente, lo rodeó con sus brazos, y un suspiro de placer escapó de sus labios, cuando una vez más él tocó con sus labios los de ella.

– ¡Lyle! -jadeó ella y advirtió que nunca había conocido algo tan hermoso como ese beso que compartieron, tan intenso, que ella se aferró a él y obedeció su instinto de apretarse contra él-. ¡Ah, Lyle! -suspiró al sentir el movimiento de su cuerpo.

Cuando él apartó su boca de la de ella, Kelsa mantuvo los ojos cerrados y los labios entreabiertos, para invitarlo a seguir con más besos. De pronto, se dio cuenta de un sonido ahogado de él, al apartarse de ella. Abruptamente, Kelsa abrió los ojos.

Sobresaltada, advirtió que Lyle estaba sentado en el sofá, mirándola, pero no con la ternura y la gentileza que ella había sentido en sus labios, sino con toda la aversión y la agresividad que le había mostrado antes. Kelsa se sentó también.

– ¿Qué…? -jadeó con confusión.

Por toda respuesta, Lyle Hetherington se pasó el dorso de la mano por la boca en forma insultante. Luego se puso de pie y mirándola con arrogancia, le dijo con el tono más insolente y cortante que posiblemente tenía:

– Si cree que estoy interesado en las sobras de mi padre, está muy equivocada, queridita -se burló.

Kelsa se quedó con los ojos muy abiertos cuando él le volvió la espalda y salió.

Capítulo 3

Aun cuando mentalmente Kelsa le aplicaba a Lyle Hetherington varios calificativos desagradables, seguía sintiéndose perturbada cuando iba camino a su trabajo el miércoles por la mañana. Desde que él abandonó su apartamento tan insolentemente, ella revivía una y otra vez todo lo que sucedió desde el momento en que abrió la puerta y lo vio parado ahí.

Pero lo que más le asombraba era su propia reacción ante los besos que recibió de Lyle.

¿Era ella realmente la mujer deseosa y apasionada de la noche anterior?

Al salir de su coche, Kelsa todavía trataba de entender la facilidad con que Lyle Hetherington la transformó de una mujer con valores morales muy elevados, en una mujer anhelosamente participante con unos cuantos besos expertos. No tenía idea de lo lejos que pudo haber ido, si él no hubiera puesto un alto tan abruptamente. Sin embargo, esperaba que, tomando en cuenta su estricta educación y sus propias creencias, habría recobrado el sentido común muy pronto. Entró a su oficina, preocupada de que, aun cuando el hombre le desagradaba, no podía estar segura de sus reacciones ante él.

Pero todos esos pensamientos se fueron al fondo de su mente, pues tuvo preocupaciones mucho mayores. Por primera vez descubrió que llegó antes que su jefe y no es que eso la alarmara mucho, pero él todavía no se hallaba presente cuando, poco después, llegó Nadine.

– ¿No ha llegado el señor Hetherington? -preguntó la recién aparecida.

– No. ¿Crees que se haya atrasado por el tránsito?

– Posiblemente -repuso Nadine, pero como él siempre estaba ahí cuando menos media hora antes que ellas, Kelsa pudo ver que Nadine no lo creía. Y también vio que, aunque ambas empezaron a hacer algún trabajo, Nadine no podía estar tranquila, y cuando eran las diez cesó lo que estaba haciendo y dijo-: Creo que telefonearé a Lyle -pero cuando extendió la mano para tomar la bocina, sonó el teléfono y Kelsa pudo captar, por su conversación y por el tono de voz de Nadine al repetir el nombre de un hospital, que algo estaba muy mal.

– ¿Ese era…?-preguntó.

– El señor Ford.

– ¿Acerca del señor Hetherington? -preguntó Kelsa con urgencia.

– Está en el hospital… ¡Tuvo un ataque cardíaco! -informó Nadine con susto en la voz.

– ¡No! -exclamó Kelsa, pero de pronto le vino otro pensamiento a la mente-: ¿Cuál de ellos? -preguntó con voz ronca y cuando Nadine repitió el nombre del hospital, aclaró-: No me refiero a eso. ¿Cuál de los dos Hetherington? -quiso saber.

– Nuestro jefe: Garwood Hetherington -y pareció darse cuenta de que ninguna de las dos pensaba muy claramente en esos momentos de tensión. Kelsa todavía trataba de aclarar sus pensamientos, cuando Nadine le informó que Lyle Hetherington estaba al lado de su padre y que el señor Ford les iba a comunicar cualquier novedad que hubiera.

Que Garwood Hetherington estuviera luchando por su vida, ocupó la mente de Kelsa, más que el instantáneo pavor de que fuera su hijo Lyle el del infarto. Los ataques cardíacos no respetaban edades, ni personas.

Pero lo único que podía advertir era que su conciencia le remordía, por haber deseado que algo desagradable le sucediera a Lyle Hetherington, ya que casi se desmaya al creer que podía ser él el que se enfermó. También sintió miedo y rezó por su padre, el hombre a quien, en tan poco tiempo de conocerlo y de trabajar con él a diario, había llegado a apreciar y a tenerle afecto.

Ni ella ni Nadine pudieron concentrarse mucho en el trabajo, después de eso. Pero como media hora después, mientras Nadine contestaba una llamada interna, Kelsa tomó el teléfono exterior para contestar una llamada, quedándose aturdida al oír la voz de Lyle Hetherington, que le dijo cortante: