Faith.

Se había enamorado de ella. Y maldita sea, en lugar de decírselo, había intentado ignorarlo. Después de todo, tenía trabajo, una reunión… nada, nada era tan importante como ella.

Metió marcha atrás y regresó a la carretera a pesar de la tormenta.

Aquello no podía esperar y aunque era casi la una de la mañana y la carretera estaba hecha un desastre, condujo hasta casa de Faith. Para no asustarla cuando llamara a la puerta, decidió llamarla primero desde el móvil. Iba a ir a verla y tenían que solucionar aquello.

Pero, increíblemente, ella no contestó. ¿Dónde estaría? Habría ido alguien a la clínica a última hora para pedirle ayuda. Sí, era lo más probable. Luke aceleró al pensar que podía estar sola con alguien desconocido. Ella creía que era invencible, y que puesto que lo único que quería hacer era ayudar a la gente, nadie le haría daño.

Nervioso, aparcó justo detrás del coche de ella. Se fijó en que se había dejado las luces puestas, y los limpiaparabrisas. El coche estaba arrancado y mal aparcado, como si hubiera llegado tan cansada que…

Entonces vio una silueta desplomada sobre el volante y sintió que se le detenía el corazón. Corriendo bajo la lluvia, abrió la puerta del coche.

– Faith -dijo él, y se arrodilló junto a ella.

La movió y, al ver que no respondía, sacó el teléfono y llamó a una ambulancia.

Al momento, ella levantó la cabeza y lo miró:

– ¿Luke?

– Soy yo -dijo él, guardó el teléfono y respiró hondo para tranquilizarse. Era médico. Un buen médico, así que no había motivo para que todo su conocimiento se evaporara sólo porque la mujer de la que se había enamorado estuviera en su coche semiinconsciente y confusa-. Te has desmayado, ¿lo recuerdas?

Ella cerró los ojos y se tocó la cabeza.

– Ahora estoy bien. Si te quitas, podré salir.

– Arrastras las palabras -dijo él con toda la calma posible-. Has tocado fondo, ¿no es así?

– ¿Qué?

– Tu nivel de azúcar.

– No… yo… -apoyó la cabeza en el reposacabezas-. Puede.

Luke colocó la mano sobre su muñeca para tomarle el pulso. Notó que estaba temblando.

– ¿Dónde diablos tienes el bolso?

– Me lo dejé sin querer en el restaurante.

Él sacó unos caramelitos del bolsillo. No eran una pastilla de glucosa, pero era mejor que nada. Le metió dos en la boca.

Faith rozó con la lengua la palma de la mano de Luke y experimentó un inapropiado, pero fuerte, deseo.

– ¿No has cenado?

– Yo…

– ¿Has ignorado todos los síntomas? ¿Es eso?

– Bueno…

– ¿Qué te crees, que eres el conejito de Duracell? Cielos, Faith, tienes que escuchar a tu cuerpo.

– Lo sé, yo…

– Calla -la llevó hasta la puerta de la clínica para esperar a que llegara una ambulancia.

– Las llaves están en el coche -dijo ella cuando llegaron a la puerta principal.

Él la dejó en el suelo, corrió a por las llaves y regresó. Faith se apoyó contra la puerta, sintiéndose agotada.

– Faith…

– ¿Quieres abrir la puerta? -preguntó ella-. Te prometo que comeré. Ya he tenido mi epifanía, Luke, así que no tienes que perder el tiempo gritándome. He prometido que nunca permitiré que mi nivel de azúcar en sangre llegue a ser tan bajo, que comeré de manera regular, que mi salud es lo primero.

Él abrió la puerta y ella entró en la clínica, después se volvió para mirarlo con una sonrisa.

– Gracias -y después, increíblemente, comenzó a cerrarle la puerta en las narices.

– Faith.

Ella lo miró a los ojos.

– ¿No sientes ni una pizca de curiosidad por saber por qué estoy aquí a la una de la madrugada?

– ¿Es tan tarde?

Luke colocó el pie en la puerta por si ella decidía que no quería oír lo que él tenía que decir.

– Tenía un motivo para venir hasta aquí.

– ¿Quieres decir antes de que empezaras a gritarme? -con un gemido, se tocó la cabeza-. Maldita sea.

– Siéntate antes de que te caigas -dijo él, asustado. La dejó en una silla y sacó zumo y un poco de queso de la nevera. No se relajó hasta que no comió un poco. Se oía la sirena de la ambulancia y Faith suspiró-. Vas a ir al hospital.

– No voy a ningún sitio -dijo ella-. Estaré bien en cuanto haya comido y…

– Vas a ir y yo te haré los análisis…

– No voy a ir, Luke.

Tenía los ojos cerrados y no se había movido ni una pizca. Él la tomó entre sus brazos.

– Me encuentro bien… Luke…

– No has descansado, no has comido bien…

– Sí, pero…

– ¿Trabajas en una clínica y ni siquiera utilizas las técnicas que empleas para curar?

– Te lo he dicho, yo…

– Sí, dime, ¿de qué va todo esto?

– ¡Mira quién habla! -le señaló el pecho con un dedo-. Trabajas a turnos como yo, das prioridad a tus pacientes y te olvidas de tus necesidades…

– Si tuviera que cuidarme por una enfermedad, ¡te prometo que lo haría!

– ¿De veras? Bueno…

– Bueno, ¿qué? -preguntó Luke-. No tienes nada que decir, ¿verdad?

– Sí lo tengo, yo… -frunció el ceño.

– ¿Ahora vas a quedarte callada?

Faith se cruzó de brazos, enojada.

– He terminado de gritarte… ¡esto es ridículo!

– ¿De veras? -juntó su nariz a la de ella-. He venido a decirte algo. Algo muy importante, y te encuentro desplomada sobre el volante. Me has dado un buen susto, maldita sea.

– No era mi intención, pero cielos, Luke, eres un mandón.

– ¿Mandón?

– Y pensaba que no iba a volverte a ver, y…

– Espera un minuto. Fuiste tú la que dijo que no querías continuar con esto cuando terminaran mis tres meses de trabajo…

– ¿Y crees que no lo sé? -a Luke le daba vueltas la cabeza-. Luke, maldita sea, yo…

– Te quiero -gritaron ambos a la vez.

Después se miraron asombrados.

Llegó la ambulancia. Bajaron dos médicos y se acercaron a la clínica. Ambos reconocieron a Luke, quien les hacía gestos para indicarles que necesitaban un momento a solas.

– ¿Qué? -preguntó Luke-. ¿Qué has dicho?

– Creo que lo mismo que tú -apoyó la cabeza sobre su pecho. Necesitaba el apoyo. De reojo, vio los ojos de Luke y vio que la rabia se había transformado en asombro.

Seguro que su mirada expresaba lo mismo.

Él la quería. ¿Era posible?

Luke dio un paso atrás y se sentó en una silla. Colocó a Faith en su regazo.

Los médicos dieron un paso adelante, pero Luke los miró para que retrocedieran.

– ¿Faith?

– ¿Sí?

– Intentémoslo de nuevo, pero esta vez vas tú primero.

– Oh, no -dijo ella-. Tú eres el que ha venido para hablar conmigo a mitad de noche. Lo menos que puedo hacer es dejarte que hables primero.

– ¿Tratas de volverme loco? ¿No es así?

– Siento haberlo hecho, Luke. Prometo que nunca más arriesgaré mi salud si tú me prometes que darás a nuestra relación todo lo que le das a tus pacientes.

– No sabía que quisieras que diera nada a nuestra relación -dijo él.

– Lo sé y, en parte, es culpa mía por no haberte dicho lo que sentía.

– Pero vas a decírmelo ahora.

– Sí -ella sonrió entre lágrimas-. Te quiero, doctor Luke. Te quiero con todo mi corazón.

– ¿Aunque sea un mandón?

– Especialmente porque eres un mandón. Eso es lo que más me gusta de ti, tu seguridad, la confianza que tienes en ti mismo…

Luke la besó en los labios para que se callara.

– ¿Doctor Walker? -llamó uno de los médicos-. ¿Alguien va a ir al hospital? Estamos mojándonos aquí fuera y…

– Nadie va a ir al hospital -dijo Faith mirando a Luke.

– ¿Dijiste que el mandón era yo?

– Sí. Y no creas que no me he dado cuenta de que he sido yo quien lo ha dicho todo.

– Sí -dijo él sin dejar de mirarla-. Lo siento, chicos, falsa alarma. Pasadme la factura del viaje, pero creo que tengo la situación bajo control -esperó a que se marcharan para decir-. Pensaba que mi vida estaba completa, aunque mi hermano y Carmen me decían que estaba equivocado y que necesitaba amor.

– Ha debido funcionar.

– No estaba buscando esto. No buscaba nada más que lo que tengo en el trabajo, y de pronto… -le acarició la mejilla-. No puedo imaginarme la vida sin ti.

– Eres tan dulce -susurró ella-. Y quiero oír eso una y otra vez, pero ahora quiero que me repitas esas dos palabras que empiezan por Te…

– Ya voy -dijo él. Ella se movió en su regazo y él la abrazó-. No me incites -dijo él sujetándole las caderas-. Intento entregarte mi corazón y sólo piensas en el sexo.

– Pienso en el sexo, y en algo más. Quiero tu corazón, Luke, más que nada. Prometo cuidarlo con mucho cariño.

– Sí. Eso estaría bien, ya que nunca se lo he entregado a nadie -suspiró-. Te quiero, Faith, y creo que te he querido desde el primer día en que te vi.

Faith sintió que la invadía la felicidad y lo rodeó con los brazos.

– ¿Crees que ahora podemos ir arriba?

– Tenía miedo de que me distrajeras y no fuera capaz de decirte lo que había venido a decir -dijo, poniéndose en pie con ella en brazos.

– Bueno… -dijo ella mordiéndose el labio inferior-. Ya has dicho lo que querías decir, ¿no? Así que ¿ya puedo distraerte?

– Sin duda, aunque deberías decir que lo primero que vas a hacer es comer.

– Y distraerte -le susurró al oído cuáles eran sus intenciones hasta el amanecer.

– Suena bien, pero preferiría que fuera hasta más tarde.

– De acuerdo, ¿qué tal hasta mañana por la noche?

– No. Quiero que sea para siempre. ¿Te parece bien? ¿Quieres compartir mi vida, mi corazón y mi alma para siempre?

Ella tragó saliva y los ojos se le llenaron de lágrimas.

– Supongo que eso es lo justo -susurró-. Ya que ese tiempo es el que quiero compartir lo mío contigo.

Epílogo

Dos semanas más tarde


Faith estaba sentada en la sala de personal con una taza de té verde sobre la mesa.

– ¿Quieres parar? -se quejó Shelby-. Me estás deslumbrando.

Faith sonrió y, por milésima vez, movió la mano izquierda para que la luz reflejara en su anillo de diamantes.

– Eh, vagas -dijo Luke al entrar en la habitación-. Es sábado y tenéis la clínica llena -dio una palmada-. Vamos -entonces, se fijó en lo que Faith estaba bebiendo y se quedó de piedra-. ¿Qué haces?

– Beber té verde. ¿Sabías que ayuda a regular el nivel de azúcar en sangre y de insulina?

– También baja el colesterol -dijo Shelby.

Luke retiró la taza.

– ¡Eh! -protestó Faith-. Acabo de hacérmelo.

Él la dejó sobre la encimera.

– El té verde no es bueno para las embarazadas.

Shelby se quedó boquiabierta.

Faith también.

– Antes que nada -dijo ella-. ¿Cómo sabes eso?

– No eres la única que sabe cosas de naturopatía.

Faith sonrió, pero enseguida se evaporó su sonrisa.

– No estoy embarazada, Luke.

– Pensé que no estábamos seguros.

– Hoy sí lo estoy -dijo dando un suspiro. No lo miró durante un instante porque se sentía insegura. ¿Cómo se sentiría al respecto? ¿Aliviado? ¿Disgustado?

Pero él se acercó a ella y la besó.

– ¿Estás bien?

– Por ahora -contestó ella-. Pero he de admitir que me he disgustado un poco.

– Sí -la miró-. Lo sé.

– Todavía quiero llevar tu anillo -dijo ella, y pegó la mano contra su pecho.

– Eso espero -dijo él.

Faith se levantó para abrazarlo.

– Pero siempre… -le mordisqueó el lóbulo de la oreja

– Marchaos a una habitación -dijo Shelby.

– Siempre… ¿qué? -preguntó Luke.

– Practicaremos -dijo ella con un susurro.

– No he oído nada -dijo Shelby, y se tapó los oídos con las manos.

Luke acarició el cuerpo de Faith y la besó en el cuello.

– Practicar… me gusta. Me gusta mucho.

Jill Shalvis

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