– Despiértame dentro de diez minutos, ¿de acuerdo? -si conseguía dormir diez minutos estaría bien, volvería a ser humano y sería capaz de recordar los días en que le gustaba su vida, y amaba su trabajo.

– Era una chica simpática -dijo Carmen, disgustada-. Vino a buscarte. Y tú la asustaste.

– Era una mujer, no una chica.

– Así que te diste cuenta.

Sí, se había dado cuenta. La sexy dulzura de Faith McDowell contrastaba con la frialdad de su tono de voz y de sus ojos verdes, y cualquier hombre con sangre en las venas se habría dado cuenta.

Tenía el pelo largo y rizado, del color de una preciosa puesta de sol y llevaba los pantalones del uniforme y un suéter que se ceñía a su cuerpo y dejaba al descubierto parte de su piel. Disgustado consigo mismo, Luke se agarró a la barandilla y comenzó a subir.

Sin duda, llevaba mucho tiempo sin mantener relaciones sexuales si unos pantalones de uniforme lo habían excitado.

Pero, con un poco de suerte, podría cerrar los ojos y dormir un rato. Dormir era más importante que el sexo en días como ese. Después, se daría una ducha, se tomaría un café cargado, y se sentiría mejor.

– ¿Cómo se supone que vas a formar una familia si asustas a las mujeres? -gritó Carmen-. ¡Contéstame! -él contestó con una palabra concisa-. Fuiste maleducado con ella, y ¿no es tu jefa en la clínica?

Sí, y justo lo que él necesitaba, otra burócrata políticamente correcta diciéndole lo que tenía que hacer. Aun así… quizá Carmen tuviera razón. Si hacía un esfuerzo, si sonreía y utilizaba el encanto que empleaba para tranquilizar a los pacientes… quizá consiguiera reducir su condena.

Luke se imaginó la melena rojiza de aquella mujer ondeando con la brisa marina. El brillo de sus ojos. Pensó en cómo había respirado hondo justo antes de soltarle la reprimenda, como si estuviera tan enfadada, que apenas pudiera pensar.

No. Dudaba que pudiera reducir su condena como voluntario. Había firmado su propia condena de muerte.

Sonó el timbre.

– Diablos, ¿y ahora qué? -miró a Carmen-. He dormido cinco horas en dos días.

– Sí, cariño. Trabajas demasiado.

– Sólo necesito cerrar los ojos unos minutos más. Tú puedes echarla, ¿de acuerdo?

– ¿Y si es una emergencia?

– No lo es. Sólo es la pelirroja tratando de sacarme de mi escondite por no haber ido a mi hora.

– Sí que parecía una pelirroja con carácter, ¿verdad? Sabes, los rumores decían que eras capaz de calmar a las mujeres. Dicen que incluso te gustaban las mujeres.

Y todavía le gustaban. En la cama. Pero en esos momentos estaba demasiado cansado como para pensar en compartir su colchón, además, dudaba de que Faith McDowell estuviera interesada en ello. Faith parecía esperar más de una persona de lo que él tenía en mente.

Él no podía ofrecerle más. Se lo daba todo a su trabajo y a sus pacientes, así que al final del día, no tenía nada que ofrecer.

Quizá era así como lo habían criado, con unos padres que no le dedicaban tiempo ni a su hermano, Matt, ni a él, dejándolos con cualquiera que estuviera dispuesto a acogerlos. Quizá había pasado tanto tiempo desde la última vez que se tomó un descanso, que ya no recordaba quién era. Y tampoco le importaba. Quería dormir.

Sonó el timbre otra vez.

– Dile que estaré allí enseguida.

– Está claro, te necesita.

Con un gruñido, Luke bajó de nuevo y miró a Carmen, quien, al contrario que el resto de la gente, no se achantaba ante él.

– Te contraté para esto. Se supone que debes asustar a la gente.

– Deja de ser tan cascarrabias.

– ¿Cascarrabias?

– Es alguien gruñón y…

– Sé lo que significa, yo no soy… Olvídalo.

Agarró el picaporte de la puerta y, al abrir, se encontró mirando a los ojos humeantes de la mujer inteligente que se suponía sería su jefa durante los sábados de los tres meses siguientes.

«Incluso te gustaban las mujeres».

Y seguía siendo así. Sólo que no estaba acostumbrado a que lo miraran como si fuera basura, y menos una mujer salvajemente atractiva a la que le salía humo por las orejas.

Sin duda, llevaba mucho tiempo sin mantener relaciones sexuales.

– Todavía no estás preparado -dijo ella, enojada.

Él negó con la cabeza. Decidió que debería estar prohibido enfrentarse a una mujer furiosa sin haberse tomado una taza de café. La pregunta era, ¿estaría preparado alguna vez para pasar un día lleno de aromaterapia y yoga?

– Necesito más de sesenta segundos.

– No tenemos más de sesenta segundos -murmuró, sin dejar de mirarle el torso desnudo.

Él había salido medio desnudo de la cama para abrir la puerta pero, por cómo lo miraba, tuvo que bajar la vista y comprobar que los pantalones le cubrían sus partes más íntimas. Sí estaban cubiertas, pero si ella seguía mirándolo como si fuera un vaso de agua y ella estuviera sedienta, sus partes más íntimas iban a hacerse notar a pesar de su enfado.

– Toma -Carmen apareció detrás de él con una taza de café humeante. Él sintió ganas de abrazarla, pero fue entonces cuando ella le dijo a Faith McDowell a modo de disculpa-. Déjale que se tome el café. En dos minutos, volverá a ser persona. Lo prometo.

Oh -Faith sonrió con dulzura. A Carmen, no a Luke-. Sí, lo comprendo. Gracias -dijo con amabilidad. Su voz, cuando no se dirigía a él, era lo más suave dulce y musical que Luke había oído nunca.

Le recordaba al… sexo. Era increíble lo que la falta ele sueño podía hacer con un hombre.

Carmen y la pelirroja lo miraban con expectación, como si esperaran que el café hiciera el milagro que no iba a suceder.

– Voy arriba -elijo él-. A ducharme y a vestirme.

– ¿Eso va a llevarte más de cinco minutos? -su nueva jefa miró el reloj con impaciencia.

– Diez -dijo él-. ¿Te parece bien?

– Sólo recuerda que los pacientes cuentan contigo -dijo con frialdad.

Al llegar una ráfaga de aire, se echó la melena hacia atrás. El jersey que llevaba era fino y poco efectivo contra el frío. Al moverse, uno de los lados del jersey se desplazó hacia abajo y dejó su hombro al descubierto.

Luke sintió una extraña reacción física al verlo.

«Falta de sueño», se recordó. Algo peligroso.

Faith se colocó el suéter y se cruzó de brazos.

– Yo te ayudaré.

– ¿Cómo es eso posible?

– Tú practicarás y, con un poco de suerte, mejoraras tu trato con la gente.

Una cosa era estar tan cansado como para admirar a una mujer que lo consideraba un idiota insensible, y otra muy diferente permitir que ella creyera que él la necesitaba de alguna manera. Él no necesitaba a nadie y, desde luego, no necesitaba ayuda en el trato con la gente.

– Puede que no te des cuenta de eso, pero una de las cosas básicas en el trato con la gente es el encanto. Yo puedo ayudarte en eso.

Carmen soltó una carcajada, pero cuando él le echó una mirada fulminante, se metió en la cocina.

– Tienes que estimular a la gente de tu alrededor -dijo Faith-. ¿Puedes hacerlo?

Él pensó en la inexplicable manera en que había reaccionado su cuerpo al verla.

– La estimulación no es un problema -dijo con seriedad.

– Bien, porque es muy importante. La clínica es muy importante, y tenemos mucho que hacer. Hoy sólo tenemos partos, alergias y sinusitis, fracturas y… -Luke no podía dejar de mirarla. ¿Cómo podía estar tan atractiva con esos pantalones?-. ¿Doctor Walker? -lo llamó con las manos en las caderas-. ¿Me estás escuchando?

– Estimulación -dijo él.

Ella dio un paso atrás con precaución. «Sí, pelirroja, te advierto que salgas corriendo».

– Bueno, te dejaré que vayas a prepararte -se mordió el labio y lo miró de arriba abajo una vez más. Y esa vez, el cuerpo de Luke reaccionó del todo.

Ella salió de la casa y bajó los escalones del porche.

– Estaré… estaré esperándote.

Luke recibió la amenaza como si fuera una promesa.

– De acuerdo -dijo él, y se preguntó por qué tenía ganas de que lo esperara.


Faith rodeó el edificio de Healing Waters Clinic y aparcó. Entonces, miró por el retrovisor.

Sí, el doctor Luke la había seguido en su elegante coche. Ella había oído hablar mucho de él, pero nadie le había mencionado cómo eran sus ojos azules, su expresión feroz, ni su cuerpo musculoso que la hacía pensar en muchas cosas que nada tenían que ver con la medicina.

Agarró el bolso con fuerza y respiró hondo, pero no le sirvió de nada.

Maldita la hora en la que había decidido abandonar el vicio del chocolate. Cuando estaba a punto de sacar la caja de chocolatinas de la guantera, oyó que Luke cerraba la puerta de su coche y salió a recibirlo con una sonrisa fría y distante que esperaba ocultara lo que sentía. Tanto su desesperada necesidad de comer chocolate como la atracción que sentía por el hombre que tenía delante. Porque lo que estaba claro era que bajo esa piel bronceada y ese destacable talento, latía el corazón frío de un hombre que había despreciado su clínica.

El éxito era muy importante para ella. Al fin y al cabo, todos los miembros de su familia lo habían alcanzado. Era una especie de requisito para los McDowell. Pero sobre todo lo deseaba para ayudar a aquella gente a la que ella estaba convencida de poder ayudar y a la que la medicina convencional no podía.

Y deseaba que Luke admitiera que, quizá, él no fuera el único que podía marcar la diferencia en la vida de los demás. Ella también podía hacerlo. Y se lo demostraría mostrándole lo importante que podía ser la clínica.

Luke se acercó a ella sin sonreír, pero tampoco de manera distante. Todavía estaba enfadado, pero Faith tenía que admitir que estar enfadado le quedaba bien.

Por suerte, ella no tenía tiempo para los hombres.

Juntos, se dirigieron hasta el edificio. Como todos los edificios de South Village, aquel databa del año 1900, pero estaba bien conservado. Estaba rodeado de arbustos, flores y hierbas que Faith cultivaba para utilizar en la clínica. El cartel que colgaba sobre la puerta decía: Healing Waters.

La clínica era el resultado de largas noches de trabajo como enfermera. En los días en los que la medicina convencional era lo único que existía. La manera correcta. Los días en los que sus ideas de curar en profundidad, no sólo el cuerpo, sino también el corazón y el alma, habían sido malinterpretadas y atacadas por el personal del área de urgencias en el que trabajaba en San Diego.

Faith se había preparado para trabajar de esa manera y había estudiado diferentes aspectos de la naturopatía. Podía hacer diagnósticos, poner vacunas, asistir partos naturales e incluso preparar algunas recetas.

Sí, todavía trabajaba largas horas, pero esos días de duro trabajo la dejaban satisfecha porque estaba realizando su sueño, curando a la gente de cosas en las que la medicina convencional había fallado.

Pero lo único que Luke sabía era que ella le fastidiaba los fines de semana.

– ¿Preparado? -preguntó ella, y cuando él asintió, lo guió al interior.

La sala del personal estaba organizada. Contenía archivos, las pertenencias personales de los empleados e incluso un pequeño semillero que ella cuidaba. A medida que avanzaban por el interior de la clínica, Faith le presentaba a todos los trabajadores con los que se encontraban, mientras ella intentaba ver la clínica con los ojos de él.

La fuente que había en la zona de la recepción estaba encendida, el sonido del agua cayendo sobre unas rocas, la música suave y la iluminación tenue tranquilizaban a los pacientes que estaban esperando en confortables sillas ergonómicas.

Sin duda, un mundo completamente diferente al del área de urgencias.

– ¿Qué te parece?

– Bueno, no hay nadie gritando en la sala de espera -dijo Luke-. Supongo que es una buena señal. Hum. Imagino que puedo pasar por alto las cortinas de cuentas que hay detrás de la recepcionista. ¿A quién tienes trabajando?

«Es un hombre acostumbrado a hacerse cargo de todo -recordó ella. No podía culparlo por ello. Tenía un talento increíble, y ese era el motivo por el que había aceptado que trabajara allí».

– Hoy tenemos a dos naturópatas, Shelby Dodd y yo, y también un fisioterapeuta.

Pero añadir a Luke al equipo, un doctor con prestigio e increíble reputación, haría que aumentara la clientela.

Y los ingresos. Odiaba tener que pensar siempre en eso, pero estaba al borde de los números rojos y no le quedaba más remedio.

– Antes de que comencemos -dijo él en voz baja-. Quiero que sepas que nunca dije que la clínica no mereciera la pena.

Ella lo miró y sintió que se perdía en la inmensidad de sus ojos azules.

– En el periódico ponía…

– Exageraron -al ver que arqueaba una ceja, él continuó-. El hospital echó a veinticinco personas de mantenimiento. Eran empleados que estaban obligados a trabajar cuatro horas semanales, menos de las horas necesarias para conseguir todas las prestaciones. El hospital insistió en ello para así ahorrarse dinero, y después los echaron, alegando problemas de presupuesto. Al día siguiente, destinaron una buena suma para tu clínica.