– Y tú te quejaste por ello.

– Sí -apretó la mandíbula-. Me quejé por ello.

– Yo también me habría quejado -dijo ella.

Él la miró sorprendido, pero antes de que pudiera decir nada, Shelby apareció llamando a Faith.

– Acabo de llamarte por el busca. Tenemos a una mujer de parto en la sala cuatro. Ha dilatado por completo, está asustada, no empuja y no nos permite que la volvamos a explorar.

Faith dejó el bolso y comenzó a caminar deprisa, con Shelby a su lado.

– ¿Es el primer bebé?

– Sí. Y ella es una gritona.

– Llama a Guy…

– Ya está allí. Si hay alguien capaz de tranquilizar a una mujer embarazada…

– Es Guy -Guy Anders, el masajista, tenía una voz que podía sedar a cualquiera y unas manos benditas. Él era la pieza clave en situaciones como aquélla. Pero, cuando doblaron la esquina y oyeron los gritos, Faith se estremeció, sintiendo lástima por la mujer que estaba de parto.

– Doctor Walker…

– Yo la asistiré -dijo él desde detrás y, de hecho, entró el primero en la sala. Shelby arqueó una ceja y Faith suspiró.

– Está acostumbrado a estar al mando.

Shelby soltó una carcajada.

– Bueno, puesto que tú también, esto va a ser interesante.

Cuando entraron en la habitación, los gritos se habían detenido. La paciente, una mujer de veintitantos años, estaba tumbada en la cama mirando al doctor Luke Walker mientras él se lavaba las manos sin dejar de hablarle. Después, él se agachó junto a ella y le murmuró unas palabras que Faith no pudo escuchar.

Al otro lado de la cama estaba Guy. Era alto y atractivo, a pesar de que llevaba un mechón morado en el cabello y tenía varios piercings y tatuajes. Miró a Faith con cara de diversión al ver que le habían usurpado el puesto, pero no dijo nada.

Luke levantó la cabeza para dirigirse a Faith.

– Margaret está lista para empujar. Voy a explorarla primero. ¿Tienes un par de pantalones de uniforme extra?

¡No!- Margaret se sentó derecha y agarró a Luke del cuello de la camisa-. ¡Nada de cambiarse! ¡Quiero empujar ahora!

Con sus puños aferrados a la camisa, Luke asintió con calma.

– Podemos hacerlo -dijo en tono autoritario pero amable. Aceptó los guantes que le daba Faith y se los puso-. La atenderé en ropa de calle -les dijo a los presentes.

Faith acababa de cambiarse y se acercó al pie de la cama. Como enfermera había asistido muchos partos, básicamente porque los médicos no solían llegar a tiempo. Desde que había abierto la clínica, había asistido cientos de partos más. Era la parte favorita de su trabajo.

Luke se acercó a ella y murmuró:

– Es evidente que tiene baja tolerancia ante el dolor, vamos a ponerle la epidural.

– Su informe dice que ha pedido que no se le suministren medicamentos.

– ¿No crees en la epidural?

– Ella pidió parir de forma natural -repitió Faith.

– Ah, la forma bárbara -dijo él-. ¿Has tenido alguna vez un hijo de forma natural, Faith McDowell?

– No, y estoy casi segura de que tú tampoco. Hay muchos otros métodos de aliviar el dolor; hierbas, visualizaciones, digitopuntura…

– Deja que la paciente decida en contra de los métodos para aliviar dolor convencionales -dijo él en un susurro-. Deja que lo decida ahora, en el momento, y no antes de saber a lo que se va a enfrentar. No dejes que tus creencias lideren la decisión. Es injusto.

– Perfecto -dijo ella-. Está claro que tienes la situación bajo control. Atenderé a otros pacientes.

Sin responder, él se centró de nuevo en Margaret y se dirigió a ella con una voz dulce que no había empleado con Faith.

Ella debía estarle agradecida, porque la voz que no empleaba con ella hacía que se le formara un nudo en el estómago y que le temblaran las piernas.

Ojalá tuviera un poco de chocolate.


Margaret dio a luz a una niña preciosa de ocho libras, sin epidural.

Faith consiguió tener un fuerte dolor de cabeza, de esos que tenía a diario cuando trabajaba en el hospital.

– Necesito un uniforme -le dijo Luke un par de horas más tarde cuando encontró un hueco entre pacientes.

– Bien dijo ella. Se dirigió al armario de la ropa y encendió la luz. Podía sentir el aroma de Luke detrás de ella y, a pesar de llevar varias horas trabajando a ritmo frenético, olía delicioso-. ¿Cómo lo consigues?

– ¿El qué?

– Seguir oliendo bien.

– Mi madre siempre me decía que oliera bien.

Ella soltó una carcajada.

– ¿De veras?

– No -él estaba sonriendo. Era mejor que no lo hiciera porque, igual que su voz, su sonrisa provocaba que ella se derritiera por dentro-. Mi madre no me decía nada -dijo él-. Tenía una niñera para que me lo dijera.

– Ah. ¿Eras un pobre niño rico, doctor Walker?

– Luke. Y no, no era rico. A mi madre no le gustaban los desastres, y mi hermano y yo hacíamos bastantes desastres.

No. No. Faith no quería oír aquello, que él era humano, que tenía una madre que no lo había criado, que tenía un hermano con el que compartía muchas cosas, que quizá… quizá hubiera tenido una infancia tan solitaria como la de ella.

Encontró un par de pantalones y, cuando los sacó de la estantería, contuvo una carcajada. Eran de flores rosas. Sonriendo, se volvió para entregárselos y se encontró con que él estaba mucho más cerca de lo que esperaba. La última vez que había estado tan cerca de él había sido por la mañana e iba semidesnudo. En aquel momento iba bien peinado, pero sin afeitar, probablemente porque ella no le había dado tiempo. Estaba tan cerca que si se movía un poco más…

– Las tienes bien puestas.

Ella se quedó boquiabierta al oír sus palabras y bajó la vista hacia sus pechos.

– Las estanterías -dijo él, despacio y con el ceño fruncido-. Están bien puestas. Organizadas.

Tonta, pensó ella. Tenía que mantener la compostura. Al fin y al cabo, estaba en su terreno, era su clínica y el deseo, o lo que fuera que le pasaba desde que había visto a Luke, no tenía cabida.

– Hum… Gracias.

Luke había hecho un cumplido a la clínica. De acuerdo… quizá aquello pudiera funcionar, quizá pudieran encontrar la manera…

– Para ser un clínica tan modernilla.

No. No habría manera…

Capítulo 3

Faith decidió que debía de haber luna llena, puesto que además de las consultas de masaje, aromaterapia y digitopuntura habituales, habían tenido varias mujeres de parto y algunas urgencias.

Luna llena o… curiosidad por el doctor Luke Walker. Decidió que no importaba. Le gustaba saber que la gente acudía a Healing Waters en busca de ayuda. Terminó almorzando mientras trabajaba, algo que odiaba pero que no podía evitar. Y por la tarde, sintió ese conocido mareo que le indicaba que le quedaba poca resistencia y todavía tenía un terrible dolor de cabeza.

Si no quería enfermar, debía tomar un descanso y tumbarse en el sofá de su despacho. Lo haría, en cuanto terminara con la chica de diecisiete años que la esperaba en la sala siete y que quería tomar la píldora anticonceptiva sin el permiso de su madre.

– Psst.

Shelby y Guy estaban camuflados detrás de una palmera y la llamaban con la mano. Riéndose, Faith miró al lado derecho y después al izquierdo, y se reunió con ellos para intercambiar los informes de los pacientes y algún que otro cotilleo.

– Decidme que alguno de vosotros tiene chocolate -dijo con esperanza.

– ¿Es que sólo piensas en comer? -preguntó Guy, y se tocó los bolsillos-. Lo siento, no tengo nacía.

Con un suspiro, Faith sacó una barrita de granola del bolsillo, la partió en tres trozos y se metió uno en la boca. Cuando se percató de que la estaban mirando, dejó de masticar y preguntó:

– ¿Qué?

Guy miró a Shelby.

– Va a negarlo, así que no te molestes en decirle nada.

– ¿Decirme qué?

– Decirte que las chispas que saltan entre el doctor Walker y tú amenazan con quemar el local -dijo Shelby.

¿Chispas? -Faith se rió-. Por supuesto que saltan chispas. Nos llevamos muy mal. Siento que os hayáis dado cuenta de ello. Sé que no es bueno para trabajar en un ambiente tranquilo.

Guy y Shelby se miraron y sonrieron.

– ¿Y ahora qué? -preguntó Faith.

– Hablamos de chispas sexuales, Faith -le dijo Guy.

– Recuerdas la palabra sexual, ¿verdad? -Shelby arqueó las cejas-. Aunque no hayas tenido relaciones sexuales desde los noventa.

– No seas ridícula -Faith forzó una carcajada. Por desgracia, Shelby tenía razón-. Claro que lo recuerdo… Pero no hay nada entre nosotros, ni sexual ni de otro tipo.

– ¿De veras? Porque podría haber calentado el burrito que me comí al mediodía con el calor que se formaba entre vosotros -Guy se miró las uñas. Se había pintado la de los dedos meñiques de color morado, a juego con el mechón de pelo-. Probablemente lo habría quemado.

– ¿Te has comido un burrito? -preguntó Faith al sentir que le rugía el estómago.

– Concéntrate, cariño -Shelby se atusó el cabello-. El doctor es un espécimen asombroso. Sabemos que te has dado cuenta. Toda esa virilidad combinada con la actitud de «acéptame tal como soy». ¡Guau! – Shelby se dio aire con la mano-. Y su manera de comportarse con los pacientes… Consiguió que me temblaran las piernas.

– A mí también -dijo Guy, abanicándose.

– Entonces, ¿vas a hacértelo con él?

Faith estuvo a punto de atragantarse con el último pedazo de granola.

– No todo el mundo está dispuesto a hacérselo con un hombre demasiado atractivo y seguro de sí mismo.

– Habla por ti misma -murmuró Guy.

Shelby miró el reloj.

– Mira, el sexo se supone que es divertido. Comprendo que quizá lo hayas olvidado, pero…

No, Faith recordaba cómo era eso del sexo. Más o menos.

– Lo recuerdo, pero en estos momentos tengo que ir a hablar con una chica de diecisiete años que quiere tomar la píldora.

– Pues no le cuentes lo divertido que es -dijo Shelby-. Los jóvenes no deberían saberlo.

Faith se alejó por el pasillo practicando su discurso sobre abstinencia en la cabeza, pero le parecía demasiado anticuado, a pesar de que le parecía el adecuado para una joven de diecisiete años. Pero tenía que ser más realista y tener algún consejo más aparte del de mirar pero no tocar.

Resultó que, en la sala siete, además de Elizabeth Stone, la chica de diecisiete años, también estaba su novio. Ambos estaban agarrados de la mano y conversaban con el doctor Luke Walker que estaba sentado frente a ellos. Elizabeth y el chico sonreían, y Luke también. Él estaba apoyado en el respaldo de la silla, con las piernas cruzadas, hablando con facilidad sobre la ventaja de los preservativos a la hora de mantener relaciones sexuales.

Los tres la miraron al verla entrar, y Luke le entregó el informe de Liz.

– Gracias por atendernos -le dijo Elizabeth al doctor Walker. Sonrió a Faith y se marchó con su novio.

Faith miró a Luke.

– ¿Qué estás haciendo?

– Tu recepcionista me pidió que atendiera a algunos de tus pacientes. Vais retrasadas.

«Vais retrasadas», Nada de «vamos retrasados». Por supuesto que no, él no formaba parte del equipo, simplemente cumplía con lo que consideraba un castigo por parte del hospital.

– ¿Qué ha dicho Elizabeth?

– Se negaba a hablar de abstinencia, así que hemos hablado de las enfermedades de transmisión sexual hasta aburrir. Después estuvimos hablando de los preservativos.

Faith le habría dado la misma charla sobre las enfermedades de transmisión sexual, así que no sabía por qué sentía ganas de discutir con él. ¿Habría preferido que la decepcionara?

Él bostezó y miró el reloj.

– ¿Un día largo?

Ambos estaban de pie, tan cerca que ella podía ver que los ojos de Luke no tenían el color azul casi transparente de siempre, sino que tenían algunas manchitas oscuras en ellos. Eso, combinado con la sombra de la barba incipiente y la cara de sueño, lo hacían parecer tremendamente… sexy. Maldito sea.

Y seguía oliendo a jabón mezclado con aroma varonil. Algo curioso cuando ella sabía que sólo olía a jabón desinfectante.

– He tenido un par de noches muy largas admitió él, y algo en su voz la hizo sospechar que estaba en un momento de vulnerabilidad que no solía mostrar a los mortales como ella.

En esos momentos, Shelby asomó la cabeza por la esquina.

– Aquí estás. Amy Sinclair, en la sala tres con otra migraña. Estamos haciéndole el tratamiento con aromaterapia y digitopuntura, pero ha preguntado por ti, Faith.

Cuando se marchó, Faith sintió que Luke estaba tenso y se abrazó a sí misiva.

– Aromaterapia -dijo él-. ¿Son velas?

– Sí, con aceites esenciales.

– ¿Para una migraña?

– O para cientos de otras cosas. Con esencias se puede tratar una sinusitis o utilizarlas como sedante. Incluso estimular la regeneración celular. También se utilizan como antisépticos…