Antes de mediodía, Jordan había fotocopiado dos cajas enteras. Llevó como pudo esas dos cajas de vuelta a la habitación del motel y regresó a buscar las fotocopias correspondientes. Metió algunas de las hojas en su maletín, junto con el portátil, para poder empezar a leerlas mientras almorzaba.

Llegó al taller de Lloyd a las doce menos cuarto, y se encontró el depósito del refrigerante y la mayor parte del motor expuestos sobre una lona.

Lloyd estaba repanchigado en una silla metálica abanicándose con un periódico doblado, pero en cuanto la vio en el umbral, dejó el diario y se puso de pie.

– No se enfade -pidió con las manos levantadas como si quisiera protegerse de un golpe.

El manguito del radiador descansaba sobre el depósito del refrigerante en el centro de la lona.

– ¿Qué es todo esto? -preguntó Jordan como si tal cosa con la vista puesta en las piezas.

– Partes de su coche. He tenido algunos problemas -respondió Lloyd, que no se atrevía a mirarla a los ojos-. Quería asegurarme de que el radiador perdía y no fuera otra cosa, así que saqué el manguito para comprobar que no tuviera ninguna grieta, y no la tenía. Decidí entonces comprobar la abrazadera, y estaba bien, y quise comprobar también un par de cosas más. ¿Y a que no sabe qué? Resultó que, después de todo, el radiador perdía, como sospechaba desde un principio. Pero más vale prevenir que curar, ¿no le parece? Y no voy a cobrarle por el trabajo adicional. Bastará con que me dé las gracias. Oh, y otra cosa -añadió de repente-, se lo tendré arreglado mañana al mediodía, como le había prometido.

– Había prometido tenerlo arreglado a mediodía de hoy -dijo Jordan tras inspirar hondo. Estaba tan furiosa que le temblaba la voz. El tipo se la había jugado.

– No, eso ha sido una suposición suya.

– Había prometido tenerlo a mediodía de hoy -repitió enérgicamente.

– No, jamás he dicho que lo tendría hoy. Eso lo ha supuesto usted. Yo sólo he dicho que lo tendría a mediodía, pero no si sería de hoy o de mañana. -Y, sin detenerse para respirar, preguntó-: Como tendrá que pasar otra noche en el pueblo y no conoce a nadie, ¿quiere cenar conmigo?

Al parecer, Lloyd vivía en otra dimensión.

– Métalo todo dentro. Ahora mismo.

– ¿Cómo?

– Ya me ha oído. Quiero que vuelva a ponerlo todo en su sitio. Hágalo ahora, por favor.

A Lloyd no debió de gustarle la expresión de sus ojos porque dio un paso rápido hacia atrás.

– No puedo -soltó-. Antes tengo que terminar otro trabajo.

– ¿De veras? ¿Acaso no se estaba echando una siesta cuando he llegado?

– No estaba durmiendo. Estaba haciendo una pausa.

Jordan sabía que era inútil discutir con él.

– ¿Cuándo estará listo mi coche? -preguntó.

– Mañana a mediodía -respondió el hombre-. ¿Se da cuenta? He dicho mañana a mediodía, y así será. Cuando digo algo, lo cumplo.

Jordan parpadeó. ¿Qué diablos quería decir con eso? Quizá no lo había oído bien.

– Cuando dice algo…

– Lo cumplo -repitió Lloyd a la vez que asentía con la cabeza-. Lo que significa que no puedo echarme para atrás.

– Me gustaría tenerlo por escrito -replicó Jordan-. Quiero una garantía del plazo de entrega del coche reparado y del precio -añadió-. Firmada.

– Muy bien. Se la daré -le prometió Lloyd, que se volvió y entró en el despacho del taller.

Al cabo de un momento, regresó con un bloc y un bolígrafo. Se apoyó en el coche para escribir y firmar la garantía. Hasta le puso la fecha sin que se lo pidiera.

– ¿Satisfecha? -preguntó después de que le diera el papel y de que ella lo leyera.

– Regresaré mañana a mediodía -asintió Jordan-. No me falle.

– ¿Qué hará si no lo tengo? ¿Pegarme?

– Puede. -Empezó a marcharse.

– Espere.

– ¿Sí?

– Tendrá que comer algo. ¿Quiere cenar conmigo?

Procuró rechazar la oferta con elegancia. Hasta le dio las gracias por invitarla. Parecía apaciguado cuando lo dejó.

Redujo el paso al dirigirse hacia el Jaffee's Bistro. Hacía tanto calor y la humedad era tan alta que llegó destrozada. ¿Cómo podían soportarlo los habitantes de Serenity? El termómetro situado en el exterior del restaurante señalaba treinta y siete grados.

Cuando entró en el restaurante, Angela llevaba una bandeja a una de las mesas.

– Hola, Jordan.

– Hola, Angela. -Caramba, parecía de la parroquia. Esa idea le hizo sonreír.

– Ahora mismo preparo tu mesa.

El restaurante estaba casi lleno, y todos los clientes la observaron mientras se acercaba a la mesa del rincón. Era evidente que sentían curiosidad por los forasteros.

– ¿Tienes prisa o te va bien tomarte un té helado mientras esperas un ratito?

– Puedo esperar, y el té me iría de perlas.

Angela le llevó la bebida de inmediato y volvió a servir a los demás clientes mientras Jordan echaba un vistazo a la carta. Cuando se hubo decidido por una ensalada de pollo, dejó la carta, abrió el portátil, lo puso en marcha y dejó algunos de los documentos de la investigación en la mesa para empezar a leerlos.

Tomó notas mientras los iba repasando para poder comprobar los datos del profesor a su regreso a Boston.

– Los dedos te vuelan sobre el teclado -comentó Angela-. ¿Te interrumpo?

– No -aseguró Jordan, que alzó los ojos de la pantalla.

– ¿Qué estás haciendo?

– He estado tomando notas, pero ahora mismo estaba incorporando mi agenda a una hoja de cálculo. Nada importante -añadió mientras cerraba el portátil.

– Debes de saber mucho sobre ordenadores… cómo funcionan y todo eso.

– Sí -contestó-. Me dedico a la informática.

– Jaffee tiene que conocerte. Tiene un ordenador, pero no le va bien. Tal vez podrías responder un par de preguntas después de almorzar.

– Estaré encantada de ayudarle -dijo.

Cuando terminó la ensalada, el restaurante se había vaciado. Angela salió de la cocina con el propietario. Hizo las presentaciones, y Jordan alabó el local.

– Es un sitio encantador -comentó.

– Lleva mi nombre, por supuesto -le dijo el hombre con una sonrisa-. Me llamo Vernon, pero todo el mundo me llama simplemente Jaffee. Y a mí me gusta -admitió-. ¿De dónde es, señorita Buchanan?

Jaffee tenía un deje maravilloso, como el punteo de una cuerda de guitarra.

– De Boston -contestó-. ¿Y usted? ¿Es de Serenity o se instaló aquí de mayor, como Angela?

– Llegué de mayor -explicó Jaffee con una sonrisa estupenda-. De otro pueblo del que seguramente no habrá oído hablar. También estuve un tiempo en San Antonio. Allí conocí a mi mujer, Lily. Trabajaba en el mismo restaurante que yo y, bueno, conectamos. Hace catorce años que estamos casados y seguimos conectando. ¿Qué tal tiempo hace en Boston? ¿Hace tanto calor como aquí?

La conversación sobre el calor duró diez minutos largos. Jordan no conocía a nadie, salvo un meteorólogo, que estuviera más interesado que Jaffee por el tiempo.

– ¿Te importa si me siento un rato contigo? -preguntó a la vez que corría la silla que Jordan tenía delante y se sentaba-. Angela me ha dicho que no te importaría que te consultara algunas cosas de mi ordenador.

– Por supuesto -concedió Jordan.

– ¿Te ha gustado la ensalada? A las chicas de ciudad les gustan las ensaladas, ¿verdad?

– A esta chica de ciudad, sí -dijo ella riendo.

Jaffee parecía muy simpático, y era evidente que le apetecía charlar.

– Ha venido mucha gente a desayunar. Como siempre. No hay ni la mitad a la hora del almuerzo. Lo cierto es que los meses de verano apenas cubro gastos, ni siquiera sirviendo cenas, pero al llegar el otoño, el negocio va de maravilla. Entonces mi mujer tiene que venir a ayudar. Mi tarta de chocolate es famosa. De aquí a un rato empezará a venir gente a tomar un trozo. Pero no te preocupes. Ya te he reservado uno.

Jordan creyó que el hombre iba a levantarse cuando se movió en su asiento. Alargó la mano hacia una de las carpetas para poder leer otra historia estrambótica sobre los angelicales MacKenna y los diabólicos Buchanan.

Pero Jaffee no se iba a ninguna parte. Simplemente se estaba poniendo cómodo.

– La tarta de chocolate es lo que me permitió acabar siendo el propietario de esta cafetería.

– ¿Cómo pasó? -Jordan dejó de nuevo la carpeta y le prestó toda su atención.

– Trumbo Motors -dijo Jaffee-, Dave Trumbo para ser exacto. Tiene un concesionario en Bourbon, que está a unos setenta kilómetros de aquí. Bueno, el caso es que Dave y su mujer, Suzanne, estaban de vacaciones en San Antonio y fueron a cenar al restaurante donde yo trabajaba. Había preparado mi tarta de chocolate y, mira por dónde, la pidió. Se tomó tres raciones antes de que su mujer pudiera detenerlo. -Soltó una carcajada-. Le encanta el chocolate, pero Suzanne no le deja tomarlo demasiado a menudo. Le preocupa su colesterol y todo eso. Bueno, Dave no podía quitarse esa tarta de la cabeza, y no quería tener que conducir hasta San Antonio, que, como sabrás, queda bastante lejos de aquí. ¿Y qué hizo entonces? Me hizo una oferta que no podía rechazar. En primer lugar, me habló de Serenity y me dijo que no tenía ningún restaurante bueno, y después me comentó que había ido a ver a su buen amigo Eli Whitaker. Eli es un ranchero rico que siempre está buscando inversiones interesantes. Dave lo convenció para que me proporcionase el dinero para poner el negocio en marcha. Eli es el propietario de este edificio, pero no tengo que pagar alquiler hasta que empiece a obtener suficientes beneficios. Es lo que se llama un socio capitalista. Rara vez echa un vistazo a los libros contables, y algunos meses, cuando recibo el extracto bancario, veo que hay un ingreso en la cuenta. No confiesa haberlo hecho, pero yo sé que él, o puede que Trumbo, está poniendo ese dinero adicional.

– Parecen ser buenas personas -comentó Jordan.

– Lo son -contestó Jaffee-. Eli vive bastante recluido. Viene mucho por aquí, pero me parece que no ha salido de Serenity desde que se instaló en el pueblo hace quince años. Puede que esta tarde lo conozcas. Dave le traerá una furgoneta nueva. Eli se compra una cada año. -Una vez más, Jordan creyó que Jaffee iba a levantarse, así que alargó de nuevo la mano hacia la carpeta-. Dave es nuestra mejor propaganda. Le encanta el chocolate, y mucha gente viene porque Dave les ha dicho lo buena que es la comida.

– ¿Tiene Trumbo Motors un buen mecánico?

– Ya lo creo. Más de uno -rio Jaffee-. Me he enterado de que Lloyd te está causando problemas.

– ¿De veras? -Jordan abrió unos ojos como platos-. ¿Cómo te has enterado?

– El pueblo es pequeño, y a la gente le gusta hablar.

– ¿Y hablan de mí? -No pudo suprimir la sorpresa de su tono de voz.

– Por supuesto. Eres la comidilla del pueblo. Una mujer bonita como tú que viene y habla con la gente corriente sin darse aires.

No podía imaginarse de quién estaba hablando. Ella no se creía bonita. ¿Y con qué gente corriente había hablado, y qué entendía él por corriente?

– ¿Ah, sí?

– Pareces atónita -comentó Jaffee con una sonrisa enorme-. Esto no es como Boston. Nos gusta pensar que somos más amables, pero la realidad es que somos entrometidos. Te acabas acostumbrando a que todo el mundo conozca los asuntos de los demás. ¿Sabes qué te digo? Cuando Dave llegue con la furgoneta de Eli, entrará a tomar tarta de chocolate y os presentaré. Me apuesto lo que quieras a que ya sabe lo de tu coche.

– Pero has dicho que vive en otro pueblo…

– Sí. Vive en Bourbon, pero todos los habitantes de Serenity le compran a él los automóviles. Tiene el mejor concesionario de la región. Siempre le digo que tendría que anunciarse por televisión como hacen en la ciudad, pero no quiere. Supongo que las cámaras lo cohíben y que le gusta hacer negocios con los residentes. Viene sin cesar a Serenity. Además, su mujer se peina y se hace la manicura aquí, de modo que se entera de las últimas noticias en el salón de belleza, a través de las otras señoras.

Jaffee le hizo por fin las consultas informáticas, y cuando Jordan le explicó para qué eran diversos comandos, pareció satisfecho. Después, volvió a la cocina para preparar una salsa y Jordan se quedó pensando en la vida en un pueblo. Eso de que todo el mundo supiera qué hacían los demás la volvería loca. Pero pensó en su familia y se dio cuenta de que ya vivía así.

Sus seis hermanos eran encantadores, cariñosos y muy entrometidos. Puede que se debiera a su trabajo. Cuatro de ellos pertenecían a las fuerzas de seguridad, aunque quizá no debería incluir a Theo porque él trabajaba para el Departamento de Justicia, y a diferencia de Nick, de Dylan y de Alec, no iba siempre armado. Su profesión les exigía fisgonear en las vidas de los demás y, desde que Jordan tenía uso de razón, estaban al corriente de lo que tramaban su hermana y ella. Solían intimidar a sus citas de secundaria, y cuando se quejaba de ello a su padre, no servía de nada. Jordan sospechaba que, en el fondo, estaba de parte de sus hermanos.